jueves, 25 de agosto de 2011

De infiernos y paraísos (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-25/08/11)

Qué agradable puede resultar debatir públicamente, e incluso polemizar, con colegas columnistas de la talla de Gabriel Chávez y Fernando Molina. Me separan de ellos visiones ideológicas distintas y posiciones políticas a veces divergentes, pero nada de aquello es motivo para afectar la altura y el respeto con el que establecen y defienden sus posiciones, tanto en público como en privado. Arranco con éste comentario, que devela la ilusión de que ésta clase y garbo intelectual, pudiera contagiar a otros personajes, habitualmente menos elegantes.

En los últimos días, los tres hemos estado preocupados y ocupados en escribir, cada uno desde su propia mirada, acerca de la crisis económica mundial y sus correlatos políticos, sociales y espirituales. Sin otro ánimo que el de sumarle criterios a la discusión, me permitiré, en primer lugar, meter la cuchara en la columna de Fernando, en la que aborda los ciclos de recesiones y la capacidad del capitalismo para reproducirse y fortalecerse a partir de ellos, y la ingenuidad ideológica de quienes pronostican el inminente fin del capitalismo.

Asumiendo el riesgo de caer en ésta categoría de ingenuos o antojadizos, yo digo que sí, que estamos frente al fin del capitalismo, tal y como lo conocemos y sufrimos. Las sucesivas crisis nos están señalando los límites del capitalismo en su versión especulativa, y sobre todo el rápido deterioro de su sostenibilidad social. El capitalismo financiero de los banqueros y especuladores varios, y su insaciable codicia amparada en el conservadurismo político, le ha hecho un boquete a la economía mundial, que ha hipotecado la vida y la descendencia de millones de personas en el primer mundo.

Los excesos e iniquidades que la política le ha permitido a éste capitalismo han descompuesto a las sociedades, y cobrarán la factura en forma de interpelación y querella contra el modelo económico y el sistema político. Todo empieza a ponerse en cuestión (democracia, libertad, política, etc.) y eso significa de alguna manera el comienzo del fin, es cierto, no del capitalismo, pero sí del liberalismo y la posmodernidad, sus expresiones políticas. Será esto seguramente el tránsito hacia otras formas de capitalismo, que no necesariamente irán aparejados con los actuales dogmas, que han construido la hegemonía cultural del capitalismo global. Insisto, lo que viene no será el fin de nada, pero no por eso deja de ser poca cosa.

Por otro lado, Gabriel Chávez pone el acento de la crisis en la ausencia de sentido y en la decadencia espiritual de las sociedades posmodernas de occidente, más allá de las razones económicas, preguntándose si será nuevamente el cristianismo, el que podrá dar una respuesta integral a la obscuridad de la época.

En las escazas líneas aún disponibles, quiero señalarle simplemente que la enajenación, con rostros de empobrecimiento, criminalización, consumismo y precarización de las condiciones de trabajo y de vida, son justamente consecuencia directa del posmodernismo capitalista, y que es muy difícil disociar éstos síntomas, de la crisis espiritual que aqueja al primer mundo. El debate podría tomar interesante camino más adelante, si reflexionamos también acerca de la herencia judeo-cristiana, como uno de los pilares del capitalismo, o, en otro extremo, acerca de las consecuencias del papel de Karol Wojtyla en el derrumbe del socialismo, y la caída del Muro de Berlín, con todas sus implicaciones. Sin duda, la relación religión-economía-política, da para muchas columnas más.

lunes, 22 de agosto de 2011

El trazo alternativo a partir del TIPNIS (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-21-08-11)

El TIPNIS y la carretera que amenaza con atravesarlo, es uno de esos clásicos temas, que a medida que avanzan y se complejizan, van adquiriendo otro tipo de dimensiones, hasta el grado en que se pierde de vista el problema fundamental. Con una marcha indígena encaminada ya a hacia la sede de gobierno, hoy estamos evaluando los alcances políticos nacionales del asunto, después de haber abordado el tema desde sus dimensiones económicas, ambientales, culturales e ideológicas.

Las múltiples aristas y espinas que el proyecto ha mostrado éstos últimos meses nos tienen al borde del mareo (o la náusea), y en éste vértigo, corresponde detenerse un momento y volver a mirar el problema esencial: Las organizaciones indígenas del país, enfrentadas a Evo Morales, por la violación de un territorio indígena y parque nacional, en virtud a diversos intereses económicos.

Las contradicciones son tan evidentes que obligan a poner en cuestión preceptos básicos, asumidos hasta ahora como realidades políticas irrebatibles. Habría que partir preguntándose nuevamente qué es lo que será en realidad, aquello que el discurso oficial categoriza como lo indígena-originario-campesino. Cuando se presentan circunstancias como éstas, es justamente cuando se devela la calidad de slogan político de algunas grandes frases acuñadas al calor de la victoria política, que no terminan de expresar claramente la realidad.

A la hora de los hechos y las pugnas (de clase, o de lo que fuere, esa es otra discusión a reabrirse), pues resulta que los intereses de indígenas y campesinos son totalmente distintos; los indígenas buscan proteger su territorio, mientras que colonos y cocaleros miran más bien la ampliación de su frontera agrícola. Lejos de ser comunes, los intereses son contrapuestos, existiendo además el riesgo de un eventual enfrentamiento, si se comete la locura de instruir el freno de la marcha.

En la misma óptica de relativización de la mitología política en construcción, habrá que preguntarse acerca de la real condición indígena del presidente, y del apresuramiento de algunos, al momento de referirse al gobierno como un gobierno de indios. Para propios, y sobre todo para extraños, no deja de ser una desconcertante paradoja, que el presidente indígena (estandarte del proceso a nivel internacional) arremeta, en discurso y en acción, contra organizaciones (ahora en vías de constituirse nuevamente en movimientos sociales) que fueron fundamentales en la consolidación del proceso constituyente. Si bien el record de Evo Morales muestra que cuando las papas quemas, en más de una oportunidad se inclinó hacia los intereses de colonizadores y campesinos, esto no basta para explicar los gestos de subestimación y desprecio hacia el movimiento indígena.

Expresar públicamente que el tema se puede arreglar seduciendo a sus señoritas, o que la dirigencia está siendo instrumentalizada por conspiradores resentidos y por instituciones foráneas, confirma la tesis del vicepresidente, en sentido de que el núcleo duro del proceso está en los cocaleros y en los Ponchos Rojos, y que el movimiento indígena es poco numeroso y, en los hechos, políticamente débil (un flagrante desconocimiento al aporte y a la profundidad de sus demandas originales: tierra-territorio, soberanía y auto-determinación).

Podemos seguir en la línea de la puesta en duda del discurso ideológico, y, con sobrados motivos, interpelar la insistente vocación izquierdista del régimen; en ese sentido, aun pasando por alto las denuncias de corrupción en el sobre precio de la carretera, las genuflexiones ante intereses públicos y privados brasileros, los compromisos previos con madereros y cocaleros, y el ciego interés en echar mano de posibles reservas de hidrocarburos, lo menos que se puede decir es que el gobierno está rendido a los conceptos del desarrollo y el progreso a través de la integración caminera.

Una vez más, el pragmatismo parece haberse impuesto a las ideas y a las convicciones plasmadas en el discurso y en la nueva Constitución Política del Estado Plurinacional. El celo desarrollista e integracionista muestra la prevalencia del peso conservador, sobre los postulados que hacían referencia al respeto por la naturaleza, al equilibrio ecológico, y la posibilidad de vivir bien, sin repetir los trágicos costos del progreso y el desarrollo a como dé lugar (me pregunto cuan maltrecha quedará la figura del canciller y posible sucesor de Evo, después de éste episodio).

Escribo éstas líneas a media semana, y es posible que para el momento en que éstas se impriman, el presidente haya optado momentáneamente por renunciar a su estilo visceral de ejercer el poder, y decidido negociar en el camino con los marchistas. De allí seguramente saldrá un cambio en el trazo de la carretera y algunas concesiones más, pero en el fondo aflorará una derrota política, todavía difícil de medir.

Llegadas las cosas a este punto, lo que habría que desear es que ésta sea la oportunidad para que no sólo cambie el trazo carretero, si no que la rectificación del trazo, sea también la del gobierno en su intención de llegar al tipo de sociedad que se planteó en sus inicios, y del cual el movimiento indígena es parte indisoluble.

jueves, 18 de agosto de 2011

Más sobre el TIPNIS (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-18/08/11)

Tiene que haber alguna razón realmente muy poderosa que justifique, desde el punto de vista del poder, enfrentarse con gil y mil para construir la carretera que atraviesa el Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). No estamos hablando aquí de una peleíta con unos cuan tos ambientalistas melenudos o con la triste oposición; el asunto ha tomado ya un vuelo político de magnitudes, y una de las tantas dudas está en saber si éste es el resultado de un nuevo mal cálculo político del gobierno, o si hay, detrás de todo, intereses y compromisos demasiado poderosos, que justifiquen cualquier tipo de sacrificio.

Discúlpenme, pero yo soy de los que no creen en caprichos o en posiciones principistas a la hora de la decisiones políticas peliagudas. Me resisto a creer que solamente la vocación desarrollista e integracionista del presidente y su gobierno, lleguen a tanto como para emprender una cruzada en la que además, saltan a la vista los problemas y contradicciones ambientales, culturales, económicos e ideológicos.

Debe de haber nomás algo tan serio como la muerte debajo del tablero, que pesa más que las voluntades y las razones, y que de a poquito está conduciendo al gobierno a lo que podría convertirse en un callejón sin salida.

Las hipótesis que circulan son bastante terribles y se diferencian sólo por ser unas más graves que las otras. Desde la existencia de gas y petróleo, pasando por las presiones brasileras, los compromisos políticos del presidente con los cocaleros, hasta las denuncias de corrupción realizadas por colegios de profesionales y entidades cívicas cochabambinas. ¿Una de éstas razones, o varias, o todas juntas (siempre una posibilidad), podrían justificar los altos costos que se prevén de ésta batalla, a librarse en espacios de alta sensibilidad e intensa exposición internacional? Al parecer, así es.

Si el presidente tuviera razón al denunciar que se trata de acción política articulada por las ONG´s y USAID, la cosa es aún más seria, pues estaríamos constatando por un lado que el gobierno ha roto definitivamente sus vínculos con la CIDOB, la CONAMAQ, la Asamblea del Pueblo Guaraní y otras importantes organizaciones que otrora fueran consideradas como fundamentales en términos de apoyo político, considerando su valor simbólico y su peso histórico. Peor aún, querría decir que al ya no ser funcionales al poder, se las puede deslegitimar y subestimar, acusándolas de ser borregos de otros intereses.

Por otro lado querría decir también que las poderosas ONG´s, de dónde salieron gran cantidad de jerarcas del gobierno y ministros de estado, hoy siguen recibiendo financiamiento externo, pero ésta vez, para apoyar a los disidentes en su “conspiración” contra el régimen. O también querría decir que los servicios de inteligencia y los aparatos de seguridad son tan, pero tan malos, que todos juntos no pueden contra la cuasi expulsada USAID.

El presidente ha denunciado y anunciado también que se trata de una acción política y que no negociará directamente con los marchistas; sin embargo, al día siguiente tuvo que sentarse a negociar en persona con El Alto. Insisto, el asunto está tomando un vuelo político que podría poner en evidencia y desencadenar rupturas muy serias y de muy largo alcance (obviando en ésta análisis por supuesto, a los colados, aprovechados, conversos y demagogos).

viernes, 12 de agosto de 2011

El mundo de los jovenzuelos malcriados (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/08/11)

La escalada de brotes de protesta protagonizada por jóvenes en distintas partes del mundo, ha comenzado a despertar una creciente inquietud, sobre todo en quienes se resisten a admitir la existencia de una relación entre éstos descontentos, y las condiciones económicas y sociales que atraviesa el primer mundo. Desde el poder establecido, se reproducen los intentos de subestimar, deslegitimizar e invisibilizar a estos movimientos sociales en plena formación, que interpelan un sistema político y un modelo económico que tienen en común, haberles arrebatado toda perspectiva de futuro.

La sórdida campaña operada por sistemas partidarios, medios de comunicación conservadores y poderes económicos, apuntó en un principio a descalificar a los movimientos sociales en gestación, a través de su particularización y encasillamiento: son solamente jóvenes, son violentos, son pocos y representan exclusivamente a la franja de abstencionismo electoral tradicional; por lo tanto son políticamente insignificantes. Los episodios de violencia registrados los últimos días en Inglaterra, han dado pie a una segunda lectura desde ésta perspectiva, orientada a estigmatizar a los rebeldes como simples vándalos y delincuentes comunes.

La idea pasa por juntarlos, revolverlos y ponerles la lupa del enfoque policial, para magnificar los destrozos y atropellos perpetrados en sus movilizaciones. De esta manera se soslaya la dimensión política de las protestas, y se va instalando de a poco, la imagen deformada de grupúsculos de niños malcriados y desadaptados, que ocupan sus horas de ocio en la diversión del saqueo y la destrucción del ornato público.

Desde esa mirada, la respuesta a los Indignados de la Puerta del Sol en España, de la plaza Tahrir en El Cairo, de la Alameda en Santiago, y de la decenas de suburbios ingleses, seguramente debería ser la construcción de grandes reformatorios, en los que se los debería enderezar, enseñándoles buenos modales y normas de urbanidad. Desde esa mirada fragmentada y banalizadora, ninguno de esos fenómenos tiene nada que ver con los excesos y fisuras del capitalismo global. Desde esa mirada, la especulación financiera de Wall Street que hipotecó la economía del mundo, el salvataje de los bancos a costa del erario público, el inminente descalabro de las economías de España, Italia, Grecia y Portugal, el demencial endeudamiento del gobierno norteamericano, ni su incapacidad para recuperar sus capacidades productivas, tienen relación alguna con la desazón y el hastío de las mayorías, sobre las que se ha cargado el peso de la codicia y la angurria de los más ricos.

Desde esa mirada distraída, cada vez que cruje una de las vigas del andamiaje capitalista, se debe poner únicamente atención en las reacciones de los mercados y las bolsas de valores del mundo, asumiendo de alguna manera, que esto no desencadenará reacciones sociales y políticas, más allá de los ruedos financieros.

Y es lógico, mirar las cosas de otra forma implicaría asumir que la crisis económica del primer mundo tendrá, más temprano que tarde, un correlato político que pondrá nuevamente en duda y en cuestión, los paradigmas que se creían definitivamente superados a partir de la caída del Muro de Berlín. Admitir que estos no son simples tropiezos solucionables desde el poder económico, implicaría retomar una discusión supuestamente enterrada por la historia; y claro, eso es inadmisible.

domingo, 7 de agosto de 2011

Entre la contradicción y la incertidumbre (Artículo Suplemento Especial 6 de Agosto-Página Siete-06/08/11)

Intentar evaluar los cinco años y medio de Evo a partir de la gestión, puede ser muy relativo, partamos de allí. A la luz de los resultados concretos en los términos clásicos de gestión, el balance podría ser algo desastroso, y ocultaría otra serie de parámetros, a mi juicio, esenciales para comprender el alcance de este proceso de altísima dinámica. Los indicadores económicos y sociales que habitualmente sirven para apreciar el avance o el retroceso de los gobiernos, pueden reflejar parcialmente los dos mil días del MAS en el gobierno, pero no alcanzan para explicar los efectos políticos de esto que oficialmente se ha bautizado como Proceso de Cambio, para unos una estafa que oculta oscuras intenciones, y para otros una verdadera revolución, con todos los defectos y virtudes que ello implica.

La complejidad de un proceso fruto de acumulaciones y luchas colectivas, que se remonta al menos a los últimos treinta años y que también comparte orígenes con la Revolución del 52, nos interpela con resultados diversos, confusos, cuando no contradictorios. ¿De qué otra manera podemos explicarnos el desarrollo paralelo y simultáneo de una revolución política con rasgos de izquierda, con un proceso de profundización del modelo capitalista en lo económico?

La revolución política a la que me refiero, podría explicarse de por sí sola con la llegada de un presidente indio al poder por la vía democrática y con inmenso respaldo ciudadano, pero obviamente es mucho más que eso, y tiene que ver con la irrupción y el recambio de élites, el enriquecimiento del arco de las simbologías étnicas y culturales, la posibilidad de una dinámica movilidad social, la construcción de una nueva institucionalidad y una reafirmación de la autoestima de las mayorías, que hoy nos permite estar más cerca de entender lo que somos, que hace veinte años.

Para que todo esto ocurriera, se ha derrotado a la derecha y a las castas que ejercían el monopolio del poder, pero no al liberalismo económico. Al contrario, la revolución social ha quedado en el discurso, y el cambio político se ha acomodado rápidamente a las condiciones económicas locales e internacionales, marcadas por la bonanza de las materias primas, y por el espaldarazo financiero que varios gobiernos regionales, de similar tendencia, le dieron a Evo para consolidarse en el poder. A excepción de la nacionalización de algunas empresas estratégicas, el modelo económico sigue respondiendo a la lógica del mercado y del capital; el neoliberalismo goza de renovada salud, vigorizado incluso por nuevas burguesías y crecientes clases medias, ávidas de acumulación y consumo.

Los productos concretos del proceso, paradójicamente contrapuestos, nos confirman de alguna manera que estamos en la lógica dinámica de la historia, y que las contradicciones ideológicas del modelo no se resuelven, porque sencillamente todavía no han terminado de manifestarse claramente. Las diversas tendencias internas y los aparatos ideológicos funcionan de manera imperfecta, y no permiten todavía la consolidación de los procesos políticos y económicos. Resulta entonces muy difícil atreverse a decir cuál es la dirección final del cambio, más aun cuando los mismos actores parecen no tener claro el horizonte.

Lo que sí se puede constatar de manera fehaciente, es que estamos atravesando la fase propia de la consolidación del poder, de la forma más cruda y dura, y sobre todo ante la incapacidad de respuesta de una oposición prácticamente inexistente y el miedo generalizado de desencantados, críticos y disidentes. La hegemonía política se traduce día a día en una vorágine de cooptación de poderes judiciales, regionales, sociales, corporativos y económicos, a través del aparato discursivo y de una estrategia orientada a reciclar a ciertas viejas élites económicas derrotadas políticamente, que se han resignado a la pérdida de sus privilegios de clase, pero no a su rol económico, ésta vez bajo la tutela del gobierno.

Desde la construcción de lo jurídico y de la aplastante acción política, se están implementando sostenidamente cosas bastante duras, que generan sentidas reacciones y rechazos, a lo que se considera, con sobradas razones, un creciente autoritarismo. Ante ésta constatación, resta saber si la naturaleza del autoritarismo tiene asidero en lo ideológico (la visión estalinista del estado), o si simplemente es el reflejo maquinal de acumulación, abuso y disfrute de poder de una nueva burguesía estatal, dispuesta a consolidar su presencia por mucho tiempo.

Lo único que se puede decir de éste momento de tránsito incierto, hacía quién sabe dónde, es que no parece ser el momento para los puristas, o para quienes intentan valorar de manera categórica y definitiva, lo hecho hasta ahora. En este camino, largo, entreverado e irreversible, nada es tan bueno como lo pintan, ni tan malo como se ve.

jueves, 28 de julio de 2011

De la sartén al fuego (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-28/07/11)

Hasta la semana pasada, mi posición en relación a la elección de autoridades judiciales, era el voto pifiado, pero ahora estoy dudando. La idea de una elección directa en principio nunca me pareció mala, y el hecho de que el marketing electoral de los candidatos estuviese fuertemente limitado, e incluso prohibido, francamente me pareció un experimento interesantísimo que debería de haber servido de antecedente para aplicar el principio a todas las justas electorales. Lo he dicho más de una vez, soy un enemigo declarado de la propaganda electoral, cuando ésta está librada a las “libertades” y fuerzas salvajes del “mercado” electoral. He visto de cerca y con mis propios ojos cómo el dinero puede comprar milagros y torcer la opinión y la voluntad de la gente, generando situaciones forzadas y artificiales que eventualmente pueden perturbar el flujo de la historia.

También estoy de acuerdo, al igual que usted, estimado lector, que la falta de independencia y probidad del sistema de justicia en el país es un mal mayor que nos tiene hartos desde hace mucho tiempo. Pero recordemos, en el pasado, la práctica del cuoteo político de los espacios judiciales fue una constante, salvo en circunstancias excepcionales, y que no fueron toleradas en el tiempo por el poder político. Pensar entonces en una alternativa novedosa que garantizase la legitimidad y la neutralidad de las principales cabezas de la justicia, parecía una iniciativa sana, digna por lo menos de nuestra atención.

Lamentablemente la iniciativa no llegó muy lejos. Una vez más, el gobierno ha preferido malgastar una oportunidad real e importante de cambio, por el apetito de poder hegemónico y la “obligación” de hacerse con todo. Una lástima, pero esa es la opinión de moros y cristianos acerca del proceso de selección de candidatos en la Asamblea Plurinacional. Todo indica que hasta aquí nomás llegó la cosa, y que, en adelante, esto se convertirá en una pulseta política que nada tendrá que ver con el espíritu del proceso.

Vuelvo al principio; el voto en blanco o nulo, parecía en ese contexto la manera más adecuada de asumir posición ante los candidatos y ante el proceso en sí. Pero ahora resulta que la abstención y el voto nulo, van a ser el nuevo caballito de batalla de un montón de gente que intentará sacar tajada política del asunto, forzando la interpretación de los resultados como mejor les convenga. Confieso que se me para los pelos de punta de solo pensar que mi voto podrá ser utilizado por igual por grupos de poder cruceños, por la agónica oposición parlamentaria, por los disidentes del proceso, por Unidad Nacional, por el Movimiento sin Miedo, o por quien sea, para llevar agua a su molino, y para legitimar lo que mejor se les antoje.

No dudo que muchos de los que propugnan el pifeo tengan legítimas inquietudes y preocupaciones acerca de la construcción de institucionalidad y el estado de derecho, pero sí estoy seguro que dentro de ese abstracto abanico, sobran los carroñeros que tratarán de reciclarse usurpando velas en entierro ajeno.

Una vaina: lo que en principio era algo bueno y luego se volvió malo, ahora se ha convertido en algo peor. Sin embargo pecaré de optimista nuevamente planteando que lo único que nos puede librar de éste callejón sin salida es una decisión política del gobierno, que paralice el proceso y que, dando dos pasos atrás, le devuelva credibilidad, estableciendo nuevos plazos y nuevos procedimientos congresales. No vaya a ser que, por no hacerlo, se metan de paso en camisa de once varas.

domingo, 24 de julio de 2011

Hacia la despenalización (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-24/07/11)

Hay cosas a las que se les puede hacer el quite una y otra vez, pero nunca de manera indefinida; tarde o temprano, lo que debe ocurrir como consecuencia de la realidad, termina ocurriendo, nos guste o no. Eso parece estar pasándonos en el caso de la violencia generada por el narcotráfico. Cada uno a su manera y cada cual desde su posición política o su lugar en la sociedad, hemos venido, desde hace bastante tiempo, haciendo llamados de atención acerca de las alarmantes señales que daban cuenta de un crecimiento sostenido del tráfico de drogas y sus múltiples ramificaciones.

Miradas diversas desde lo económico, lo sociológico, lo internacional y lo policial, alertaban de un problema que iba creciendo, lento pero seguro, y que amenazaba con empezar a mostrarnos su peor rostro: la violencia. El narco acarrea consigo una serie de efectos colaterales que vienen en combo, y que no pueden disociarse. Para ponerlo de alguna manera, la carne, en éste caso el dinero que inunda el mercado y nos llega a todos una vez lavadita, viene con grasa y con hueso; otra cosa sería, ciertamente, poder disfrutar de las “bondades y beneficios” indirectos de tan lucrativo negocio, sin tener que vérselas con los horrendos costos asociados a la actividad.

Ahora los bolivianos ya lo sabemos sin que haga falta que nadie nos lo cuente: la ecuación del narcotráfico incluye un factor de violencia que se expresa en ajustes de cuentas, asesinato de autoridades, amedrentamiento a periodistas, cohechos y sobornos, torturas, secuestros y matanzas callejeras entre bandos competidores. De acuerdo, lejos estamos todavía de ser Medellín o Ciudad Juárez, pero los hechos registrados por la prensa los últimos días, nos han anunciado un cambio de categoría que nos enrumba inexorablemente a la liga de los pesos pesados.

Así están las cosas, y ante la cruda realidad tenemos, por un lado la alternativa de tratar de hacer negocio político con el asunto, o por el otro, mirar el problema con otros ojos e intentar una vía de solución radical. Para hacer lo segundo, debemos renunciar a lo primero y olvidar por un momento el expediente fácil de un presidente cocalero que expulsó a la DEA para favorecer a sus compañeros, y que de paso entregó el país a las mafias mundiales de la droga. Dejémosle ese discurso a quienes están más interesados en la tajadita política que en el problema de fondo, y asumiremos nomás que el asunto de las drogas trasciende ampliamente la política e involucra a la sociedad en su conjunto.

No es tan fácilmente explicable el asunto si ponemos en consideración el actual carácter empresarial y altamente sofisticado de las corporaciones dedicadas al narcotráfico; si a ello le sumamos los efectos de desplazamiento territorial que tienen los enfrentamientos entre bandas y la guerra de los estados contra ellas, en países como Colombia, México y Brasil, pues la cosa se pone aún más complicada; podríamos seguir sumando factores de complejidad, como por ejemplo el hecho de encontrarnos en una situación geográfica apta para el abastecimiento de enormes ciudades, como Lima, Santiago y Buenos Aires, cuya demanda de drogas es inmensa. Quiero decir con todo esto simplemente que las razones económicas de la expansión del narcotráfico en nuestro país son harto más complejas que las explicaciones políticas.

Pero de cualquier manera, me pregunto: ¿Cuál es el modelo o el referente a seguir en la lucha contra las drogas? ¿Existe algún país que haya conseguido resolver el problema por la vía de la interdicción? Pues claro que no. La guerra contra las drogas se ha perdido cien veces, hacen cien años y en cien países distintos, por la sencilla razón de que la demanda es masiva y nunca ha disminuido, pues la ingesta de productos que alteren el estado de ánimo, es una pulsión natural del ser humano. Así lo demuestra la historia, la ciencia, las estadísticas, la economía y el comportamiento de cada nueva generación. Combatir el consumo de drogas es ignorar la naturaleza humana, castigando una necesidad que se expresa de miles de formas distintas en cada cultura; las líneas entre lo legal o lo ilegal, son una convención social relativamente reciente, que responde a criterios relativos.

Parece hasta irresponsable pensar que desde el Tercer Mundo, tendremos alguna chance de ganar una guerra que estados del primer mundo, con altísimos niveles de institucionalidad, recursos económicos y fuerza pública, han perdido una y otra vez, pues se enfrentan a una industria siempre próspera, que además no tributa ni un centavo.

Los únicos satisfechos con los resultados obtenidos, parecen ser los conservadores puritanos del primer mundo y los estamentos políticos urbe et orbi, que, de manera unas veces grosera y otras muy elegantes, convierten a las actividades ilegales en la caja negra de la política. No me explico de otra manera la absurda insistencia en un camino que jamás ha demostrado frutos positivos y solo ha generado violencia y corrupción.

En éstas épocas en que en todas partes se revisa y se pone en cuestión paradigmas hasta ahora sagrados, opino, sin ambigüedades de por medio, que nuestro estado, y todos los estados que se precien de ser serios, deberían abrir el debate sobre la legalización controlada y progresiva del consumo de drogas, y asumir las primeras acciones de manera conjunta y coordinada. Nosotros llevamos la delantera, pues con la salida de la DEA y las protestas ante convenciones internacionales por el tema de la coca, teóricamente ya estaríamos pagando consecuencias por adelantado.