viernes, 12 de agosto de 2011

El mundo de los jovenzuelos malcriados (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/08/11)

La escalada de brotes de protesta protagonizada por jóvenes en distintas partes del mundo, ha comenzado a despertar una creciente inquietud, sobre todo en quienes se resisten a admitir la existencia de una relación entre éstos descontentos, y las condiciones económicas y sociales que atraviesa el primer mundo. Desde el poder establecido, se reproducen los intentos de subestimar, deslegitimizar e invisibilizar a estos movimientos sociales en plena formación, que interpelan un sistema político y un modelo económico que tienen en común, haberles arrebatado toda perspectiva de futuro.

La sórdida campaña operada por sistemas partidarios, medios de comunicación conservadores y poderes económicos, apuntó en un principio a descalificar a los movimientos sociales en gestación, a través de su particularización y encasillamiento: son solamente jóvenes, son violentos, son pocos y representan exclusivamente a la franja de abstencionismo electoral tradicional; por lo tanto son políticamente insignificantes. Los episodios de violencia registrados los últimos días en Inglaterra, han dado pie a una segunda lectura desde ésta perspectiva, orientada a estigmatizar a los rebeldes como simples vándalos y delincuentes comunes.

La idea pasa por juntarlos, revolverlos y ponerles la lupa del enfoque policial, para magnificar los destrozos y atropellos perpetrados en sus movilizaciones. De esta manera se soslaya la dimensión política de las protestas, y se va instalando de a poco, la imagen deformada de grupúsculos de niños malcriados y desadaptados, que ocupan sus horas de ocio en la diversión del saqueo y la destrucción del ornato público.

Desde esa mirada, la respuesta a los Indignados de la Puerta del Sol en España, de la plaza Tahrir en El Cairo, de la Alameda en Santiago, y de la decenas de suburbios ingleses, seguramente debería ser la construcción de grandes reformatorios, en los que se los debería enderezar, enseñándoles buenos modales y normas de urbanidad. Desde esa mirada fragmentada y banalizadora, ninguno de esos fenómenos tiene nada que ver con los excesos y fisuras del capitalismo global. Desde esa mirada, la especulación financiera de Wall Street que hipotecó la economía del mundo, el salvataje de los bancos a costa del erario público, el inminente descalabro de las economías de España, Italia, Grecia y Portugal, el demencial endeudamiento del gobierno norteamericano, ni su incapacidad para recuperar sus capacidades productivas, tienen relación alguna con la desazón y el hastío de las mayorías, sobre las que se ha cargado el peso de la codicia y la angurria de los más ricos.

Desde esa mirada distraída, cada vez que cruje una de las vigas del andamiaje capitalista, se debe poner únicamente atención en las reacciones de los mercados y las bolsas de valores del mundo, asumiendo de alguna manera, que esto no desencadenará reacciones sociales y políticas, más allá de los ruedos financieros.

Y es lógico, mirar las cosas de otra forma implicaría asumir que la crisis económica del primer mundo tendrá, más temprano que tarde, un correlato político que pondrá nuevamente en duda y en cuestión, los paradigmas que se creían definitivamente superados a partir de la caída del Muro de Berlín. Admitir que estos no son simples tropiezos solucionables desde el poder económico, implicaría retomar una discusión supuestamente enterrada por la historia; y claro, eso es inadmisible.

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