lunes, 22 de agosto de 2011

El trazo alternativo a partir del TIPNIS (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-21-08-11)

El TIPNIS y la carretera que amenaza con atravesarlo, es uno de esos clásicos temas, que a medida que avanzan y se complejizan, van adquiriendo otro tipo de dimensiones, hasta el grado en que se pierde de vista el problema fundamental. Con una marcha indígena encaminada ya a hacia la sede de gobierno, hoy estamos evaluando los alcances políticos nacionales del asunto, después de haber abordado el tema desde sus dimensiones económicas, ambientales, culturales e ideológicas.

Las múltiples aristas y espinas que el proyecto ha mostrado éstos últimos meses nos tienen al borde del mareo (o la náusea), y en éste vértigo, corresponde detenerse un momento y volver a mirar el problema esencial: Las organizaciones indígenas del país, enfrentadas a Evo Morales, por la violación de un territorio indígena y parque nacional, en virtud a diversos intereses económicos.

Las contradicciones son tan evidentes que obligan a poner en cuestión preceptos básicos, asumidos hasta ahora como realidades políticas irrebatibles. Habría que partir preguntándose nuevamente qué es lo que será en realidad, aquello que el discurso oficial categoriza como lo indígena-originario-campesino. Cuando se presentan circunstancias como éstas, es justamente cuando se devela la calidad de slogan político de algunas grandes frases acuñadas al calor de la victoria política, que no terminan de expresar claramente la realidad.

A la hora de los hechos y las pugnas (de clase, o de lo que fuere, esa es otra discusión a reabrirse), pues resulta que los intereses de indígenas y campesinos son totalmente distintos; los indígenas buscan proteger su territorio, mientras que colonos y cocaleros miran más bien la ampliación de su frontera agrícola. Lejos de ser comunes, los intereses son contrapuestos, existiendo además el riesgo de un eventual enfrentamiento, si se comete la locura de instruir el freno de la marcha.

En la misma óptica de relativización de la mitología política en construcción, habrá que preguntarse acerca de la real condición indígena del presidente, y del apresuramiento de algunos, al momento de referirse al gobierno como un gobierno de indios. Para propios, y sobre todo para extraños, no deja de ser una desconcertante paradoja, que el presidente indígena (estandarte del proceso a nivel internacional) arremeta, en discurso y en acción, contra organizaciones (ahora en vías de constituirse nuevamente en movimientos sociales) que fueron fundamentales en la consolidación del proceso constituyente. Si bien el record de Evo Morales muestra que cuando las papas quemas, en más de una oportunidad se inclinó hacia los intereses de colonizadores y campesinos, esto no basta para explicar los gestos de subestimación y desprecio hacia el movimiento indígena.

Expresar públicamente que el tema se puede arreglar seduciendo a sus señoritas, o que la dirigencia está siendo instrumentalizada por conspiradores resentidos y por instituciones foráneas, confirma la tesis del vicepresidente, en sentido de que el núcleo duro del proceso está en los cocaleros y en los Ponchos Rojos, y que el movimiento indígena es poco numeroso y, en los hechos, políticamente débil (un flagrante desconocimiento al aporte y a la profundidad de sus demandas originales: tierra-territorio, soberanía y auto-determinación).

Podemos seguir en la línea de la puesta en duda del discurso ideológico, y, con sobrados motivos, interpelar la insistente vocación izquierdista del régimen; en ese sentido, aun pasando por alto las denuncias de corrupción en el sobre precio de la carretera, las genuflexiones ante intereses públicos y privados brasileros, los compromisos previos con madereros y cocaleros, y el ciego interés en echar mano de posibles reservas de hidrocarburos, lo menos que se puede decir es que el gobierno está rendido a los conceptos del desarrollo y el progreso a través de la integración caminera.

Una vez más, el pragmatismo parece haberse impuesto a las ideas y a las convicciones plasmadas en el discurso y en la nueva Constitución Política del Estado Plurinacional. El celo desarrollista e integracionista muestra la prevalencia del peso conservador, sobre los postulados que hacían referencia al respeto por la naturaleza, al equilibrio ecológico, y la posibilidad de vivir bien, sin repetir los trágicos costos del progreso y el desarrollo a como dé lugar (me pregunto cuan maltrecha quedará la figura del canciller y posible sucesor de Evo, después de éste episodio).

Escribo éstas líneas a media semana, y es posible que para el momento en que éstas se impriman, el presidente haya optado momentáneamente por renunciar a su estilo visceral de ejercer el poder, y decidido negociar en el camino con los marchistas. De allí seguramente saldrá un cambio en el trazo de la carretera y algunas concesiones más, pero en el fondo aflorará una derrota política, todavía difícil de medir.

Llegadas las cosas a este punto, lo que habría que desear es que ésta sea la oportunidad para que no sólo cambie el trazo carretero, si no que la rectificación del trazo, sea también la del gobierno en su intención de llegar al tipo de sociedad que se planteó en sus inicios, y del cual el movimiento indígena es parte indisoluble.

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