Vivimos en un medio que, además de ser racista, es hipócrita y cobarde. Poco me interesa enfrascarme en la discusión acerca de las formas de la ley contra el racismo que se trata en la Asamblea. Creo que es necesaria, y creo también que, como toda ley, representará mejor y favorecerá más a quienes ejercen el poder. Tratándose de un tema tan difícil, seguramente también saldrá con muchas fallas, unas de mala fe y otras no, y habrá que ir perfeccionándola en el camino. No es ése el problema. Lo que sí representa un problema para mí, al punto de indignarme y avergonzarme, es el cinismo con que los privilegiados de éste país estamos afrontando el asunto. Yo que pensaba que a mi edad, ya nada podía sorprenderme en este mundo, he quedado atónito y boquiabierto escuchando a la pequeña burguesía paceña opinando en cafés, boliches y reuniones sociales.
Lo que hasta hace algún tiempo se insinuaba tímidamente, con cautela y hasta cierto rubor, hoy es una verdad instalada que se la defiende en público y sin vergüenza alguna: resulta que en éste país nunca hubo racismo. Resulta también que ninguno de los blanquitos de la zona sur hemos ejercido racismo en contra de nadie. Resulta que nunca nos hemos beneficiado en nada de ese racismo inexistente. Resulta que tampoco sabíamos de nadie que hubiera sido racista, y resulta además que en realidad los blanquitos somos ahora víctimas del racismo que estos indios ejercen contra nosotros. Habrase visto semejante atropello y abuso en contra de nosotros, pobrecitos, que no tenemos nada que ver en esto, y que ahora somos acosados por la sed de venganza y revancha de éstos resentidos que quieren desfogar su miseria injustamente contra nosotros inocentes.
Para la opinión pública de cafetín y recepción, y para la agenda de los medios, el racismo es un tema de tercer orden, después del riesgo que podría correr la libertad de prensa, y después de la trivialización cínica e insultante que la ex burguesía hace del asunto: “… ¡y ahora, cómo vamos a llamar a los sándwiches de chola, o cómo vamos a decirle Negro al fulanito, sin que nos metan a la cárcel¡ ”
De pronto nos hemos hecho los desentendidos y hemos olvidado que en nuestros livings y comedores se dijo siempre que el atraso de éste país se debía a que no habíamos hecho como los chilenos, que exterminaron a sus indios, y que tendríamos que cargar con el error histórico de no haber hecho igual. Astutamente, también nos hemos olvidado que en nuestra más íntima cotidianeidad, los otros, los que no son medio blaconcitos y de buen apellido, siempre fueron las “taras” (palabra que no existe en aymara, pero que en español, le recuerdo, quiere decir “defecto físico o psíquico, por lo común importante, y de carácter hereditario”), los cholos, o la mayoría de las veces, los indios de mierda. ¡Qué capos! Ya no recordamos la brutal distinción que siempre hicimos entre “la gente bien” o la “gente decente” (donde se infiere que el resto son gente de mal o gente indecente), y los demás, a los que generalizamos y estigmatizamos sin importar mucho el tono de piel o la procedencia étnica. Para nosotros lo mismo da un indígena del norte de Potosí que un mestizo aymara comerciante y millonario: ambos son simplemente unos indios de mierda, y los asociamos directamente con los adjetivos de mugrientos, hediondos, flojos y ladrones. ¿Le suenan las palabritas runa (hombre indio), llama, cholo, tujta? No, me imagino que no, usted nunca usó esos términos peyorativos y racistas.
La “gente pensante” como nosotros (altos, rubios y angloparlantes), seguramente queremos convencer al mundo de que el hecho de que en casi doscientos años de vida republicana no haya habido ni un solo presidente indígena, es una mero acto del azar; que la diferencia de diez a uno en los ingresos de indios y blancos debe ser porque son unos ociosos y viciosos que se tiran la plata en prestes y bacanales; que la brecha entre los niveles de instrucción de los fortunes y los mamanis se debe a la tozuda estupidez de esta gente, que insiste en mirar al pasado y en hablar esas lenguas de salvajes que no sirven para nada; que si hasta hacen cinco años, el 99.99% de los ministros, senadores, diputados, embajadores y personal jerárquico en la empresa pública y privada, fueron miembros de la élite blanca, pues es pura coincidencia; que si había un Colegio Militar para blancos y una Escuela de Sargentos para indios, pues era por razones humanitarias, para que no se sintiesen incómodos los unos con los otros.
A nosotros nunca nos benefició en nada el racismo que dicen que había en éste país. Si los índices y las estadísticas muestran que a los más claritos nos ha ido cien veces mejor que a los más oscuritos, pues es seguramente porque hemos sabido elegir mejor, y porque nosotros sí somos muy trabajadores y honestos.
¡Por favor! Tengamos por lo menos el valor civil de asumir nuestra responsabilidad individual y colectiva de haber permitido tal cosa, y haber vivido a nuestras anchas en un país en el que el racismo nos ha dado innumerables ventajas por el simple hecho de nuestro color de piel y de nuestro apellido. Y claro, si no lo hemos sentido, es porque nos ha tocado vivir en el lado de los beneficiados. Demos gracias además, por tener la oportunidad histórica de resolver con votos y con leyes (aunque sean medio mañudas), un problema que generalmente se resuelve a tiros.
A mí, me cuesta ser menos racista cada día, y me caerá bien la ley, para recordarme mis privilegios e intentar no reproducirlos en mis hijos y en los hijos de “los otros”.