jueves, 16 de agosto de 2012

El dedo en la trampa (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-16/08/12)


Los candidatos de la democracia del marketing electoral y la comunicación política no dicen en público nada que esté fuera de la sagrada estrategia. Cada palabra, cada gesto y cada acción supuestamente están fríamente calculados y responden a un cuidadoso guión, que importa mil veces más que idioteces anacrónica tales como la ideología, los valores humanos o el compromiso con ciertas causas. Para eso los políticos invierten verdaderas fortunas en el servicio permanente de una legión de encuestadores, estrategas y asesores de imagen que les soplan en la oreja qué tienen que decir, cómo lo tienen que decir y cuándo lo tienen que decir.
Sin embargo, parece que el carácter de Samuel Doria Medina no se ajusta mucho a esa disciplina, pues pese a que es de conocimiento público que como dirigente político y como empresario utiliza estas herramientas de marketing, decidió no hacerles mucho caso, embarcándose en una febril utilización de las redes sociales, sin ningún tipo de filtro previo.
Hace ya varios meses que el jefe de Unidad Nacional le andaba dando duro al telefonito con una avalancha de mensajes, tanto en el Facebook como en el Twitter; frasecitas sueltas por aquí y por allá para referirse, igual a temas medio triviales como a asuntos de profundidad. Al diablo la estrategia y la mesura, frente a la tentación de la inmediatez, de la ocurrencia y de las felicitaciones de sus seguidores internautas.
Y claro, pasó lo que tenía que pasar: la adicción a los fáciles “Me Gusta”, terminaron costándole caro. En vez de utilizar el internet como una herramienta de apoyo, se metió de lleno en el espíritu de las redes sociales, es decir en el chismerío. La monumental metida de pata (en esta caso metida de dedo), más allá de la polémica, reviste cierta gravedad en la medida en que, con ella, Doria Medina ha roto un código; se transgredió un límite, hasta ese momento respetado en la política boliviana, que dice que, pese a la brutalidad de algunas de nuestras prácticas, hay ciertas cosas que no se hacen, ni se dicen.
Si bien el chisme es un rasgo característico de nuestra vida política, éstos están reservados para la copucha de cóctel, y nunca se ventilaron en los medios, y menos a través de declaraciones de dirigentes. Seguramente en los Estados Unidos, en donde prima el pseudo puritanismo público, ese tipo de práctica es moneda común y además funciona electoralmente, pero acá no es así; por eso, si fue un comentario con intenciones políticas, y no solamente un desliz, el grado de desubicación sería realmente alarmante.
En cualquier caso, creo que todo el mundo coincide en que fue una ordinariez descollante, incluso en estos tiempos en los que estamos habituados a barbaridades de calibre mayor. Para peor, tanto el comentario, como la explicación y las disculpas, estuvieron teñidos de un tono de autosuficiencia que ciertamente no contribuyen en nada a disipar la imagen de soberbia que muchos tienen del líder político.
Veremos todavía qué es lo que ocurre en adelante y cuáles pueden ser los impactos en el escenario político electoral. Por lo pronto, queda fuera de toda duda que Samuel se ha echado gratuitamente encima la condena social de, por le menos, millones de mujeres indignadas. Habrá que ver sin embargo si la decisión política del gobierno, de “escarmentarlo” con procesos judiciales, no le permitirá en el futuro voltear la torta, mediante el recurso de la victimización. Con ello quedaría ampliamente demostrado aquello de que, en política, todo es posible.         

martes, 7 de agosto de 2012

La democracia moderna en sus límites (Artículo de Análisis-Suplemento Ideas-Página Siete-05/08/12)


La historia reciente de nuestro sistema político y lo que está ocurriendo en Europa, debería llevarnos a una profunda reflexión acerca del sistema de representaciones, y debería reponer el debate no solamente sobre calidad democrática, sino sobre los preceptos mismos del modelo democrático tal como lo hemos conocido hasta ahora.
Nuestros antecedentes históricos republicanos, los de Bolivia en particular pero también los de prácticamente toda la región, están evidentemente marcados por la tiranía y la dictadura en todas sus formas posibles. Sin detenernos en las causas endógenas o exógenas que pudieran explicar las enormes dificultades en sostener en el tiempo un régimen democrático, lo cierto es que ese pasado turbulento y pendular nos ha caracterizado, descalificándonos de alguna manera en materia democrática.
La falta de tradición democrática y la debilidad institucional consecuente, nos han posicionado de alguna manera como aprendices portadores de un retraso estructural, que conspira sistemáticamente con nuestra vocación democrática que, a la luz de esa misma historia, tiene rasgos de obsesión.
No ocurre lo mismo con las democracias del primer mundo que, justamente en virtud a su larga maduración y al desarrollo de un sólido aparato institucional, supuestamente deberían encontrarse en un estadio de perfeccionamiento digno de imitar, e incluso importar.
Sin embargo las cosas no son tan así. Detrás de la crisis económica que azota a los países desarrollados (económica y políticamente), no han tardado en aflorar, como era previsible, querellas y cuestionamientos al sistema político. Los descontentos y las indignaciones en relación al descalabro de las finanzas nacionales y a la pauperización de las economías familiares, se han volcado rápidamente hacia el sistema político, poniendo en tela de juicio el mismo modelo democrático.
Las razones de este súbito desencanto son bastante fáciles de explicar desde la perspectiva de un ciudadano europeo que se da cuenta de que, en la práctica, da estrictamente igual votar por la derecha o por la izquierda, en la medida que el resultado será preocupantemente parecido; la fuerza de los poderes supra políticos y supra nacionales, se ha hecho ya demasiado evidente, poniendo en jaque los principios de representación y, aún más, el sentido de la democracia.
El peso creciente y definitivo de los grupos de poder financiero, industrial y religioso, entre otros, ha evidenciado de manera grotesca que la democracia que se ha construido en las últimas décadas es ya insoportablemente permeable a los intereses corporativos, y que el sistema de representación partidaria se ha convertido también en un agente de intermediación de esos intereses. El ciudadano se está desayunando con un corporativismo cada vez más tenaz, que ha atravesado todo el sistema y ha perdido incluso el cuidado en las formas.
Seguramente esto ya lo sabían o lo sospechaban hace tiempo, y estuvieron dispuestos a soportarlo, claro, mientras las cosas funcionaban bien. Ahora que los resultados muestran lo contrario, surge la necesidad de señalar con el dedo no solamente a quienes deben administrar la crisis, sino a las fuerzas ocultas que han contaminado el modelo hasta volverlo irreconocible.
En el caso nuestro el tema no se presenta tan catastrófico pues nos encontramos justamente en medio de un intento de reconstruir un modelo, luego de haber hecho tabla rasa con el viejo esquema. El proceso constituyente encauzó algunas de sus líneas de fuerza en una nueva constitución que rescata formas alternativas de democracia, legítimas y maduras, por lo menos en el papel.
Las propuestas de democracia directa y comunitaria, así como las nuevas formas de representación reconocidas, recogen parte de nuestros anhelos y frustraciones, debatiéndose todavía entre lo enunciativo y lo real. Hoy, ante los ojos de las democracias desarrolladas en caída libre, podríamos ser inclusive un experimento interesante. En casa, lamentablemente estamos viendo como el corporativismo se impone nuevamente sobre los postulados teóricos que apuntan hacia una democracia más sana. El conflicto del TIPNIS es una prueba de cuerpo entero de ello.
Pero no seremos nosotros los que tiremos la línea desde el confín del mundo, en un tema tan crucial. Tendrá que ser la crisis inmobiliaria-financiera-económica-político-sistémica del primer mundo la que, cuando toque fondo, instale una discusión que hoy todavía puede parecer atrevida y políticamente incorrecta: la revisión a fondo del sistema democrático y la búsqueda de la recuperación de su verdadera esencia.
Vale la pena aclarar finalmente, que estas reflexiones no las hago en la clave ideológica de ciertas corrientes de pensamiento clásico que se han caracterizado por su acida crítica a la “democracia burguesa”. Considero más bien, que el camino es una revisión desprejuiciada de los preceptos básicos de la democracia, que no responda necesariamente a posiciones dogmáticas.      

jueves, 2 de agosto de 2012

Apuntes olímpicos (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-02/08/12)


Los Juegos Olímpicos son esa rara oportunidad que tenemos para enseñarles a nuestros hijos acerca de la existencia y los encantos de otros deportes, que no sean el fútbol y el tenis, por supuesto. Una vez que estos concluyan, tendremos que volver al yugo de la programación monotemática, tanto de los canales de televisión locales como de las señales internacionales de cable.
Intente aprovechar entonces de esta ventanita de oportunidad para compartir con los suyos la belleza de la gimnasia artística, el esgrima, los clavados, el polo acuático, el tiro con arco o el bádminton, deportes que, pese a lo que podríamos inferir a partir de lo que vemos en los medios, todavía no se han extinguido.
En la brevedad de este evento, que con toda seguridad representa una oportunidad comercial de gran envergadura para una gran cantidad de agentes involucrados, podremos disfrutar de la variedad y la riqueza del deporte en todas sus facetas. El resto del año nuestros gustos e intereses serán ignorados olímpicamente por los programadores de televisión, supongo por la sencilla razón de que los auspiciadores y anunciantes no están interesados en nada que no sea masivo y rentable. Así nomás funciona la tiranía comercial, que nos condena a ver entrenamientos de fútbol, noticias sobre pases de jugadores y compactos de goles, matiné, tanda y noche.
Sin embargo, debemos agradecer que aún podemos ver el evento a través de la televisión abierta, y que todavía no haya ocurrido aquella horrible cosa de restringir el acceso solamente a los privilegiados que pueden pagar la televisión por cable. El esfuerzo de Bolivisión en la transmisión es encomiable, sobre todo cuando la alternativa del cable pasa por el insufrible relato de deportistas argentinos explicando una y otra vez que no ganaron la prueba por errores propios, y no por que el resto de los competidores eran mejores. Qué le vamos a hacer, los contenidos de las grandes cadenas deportivas están dirigidos a mercados específicos, mucho más importantes que el nuestro y, ni modo, hay que tragarse lo que uno le toque.
Lo que llegó para todos sin el filtro del mercado, fue la ceremonia inaugural, en la misma clave de siempre, es decir cómo hacer para que ésta sea más espectacular, más grandiosa, más ostentosa y más costosa, aún en tiempos de crisis. La competencia es ahora entre directores de cine; Danny Boyle debía superar la puesta en escena del chino Zhang Yimou, quien estuvo a cargo de la última ceremonia en Pekín. El resultado: una carrera desbocada de derroche de recursos variopintos sin un norte muy claro, que desató una ola de críticas entre los británicos, que sintieron que su flema y su espíritu no estuvieron debidamente representados.
Habrá que disfrutar de lo que se pueda en estas olimpiadas que nos alivian momentáneamente de la actualidad de noticias políticas, intentando no detenerse mucho en el análisis de las causas de la creciente concentración de los dueños del mundo  en el medallero, pues el tema podría ser bastante deprimente; si se trata de países, la única competencia real en curso es entre China y Estados Unidos; el resto están kilómetros atrás, repartiéndose las sobras. ¿Y Latinoamérica? Bueno, por el momento hay que buscar en el puesto 16 entre 35 países con medallas, para encontrar la única medallita de oro de Brasil. Eso lo dice todo, ¿no es verdad?

domingo, 22 de julio de 2012

Entre la agonía y el vacío (Artículo de Opinión-Suplemento Ideas-Página Siete-22/07/12)


No encuentro otra manera de comenzar esta reflexión, si no es expresando la sensación de asqueo que tengo en relación al clima político que se ha consolidado en el país en el último tiempo. Revisar las noticias cotidianamente, se me ha convertido en una fuente de disgusto y desazón, que se traduce en marcado desánimo; me pregunto por momentos si mi excesiva o acaso ingenua confianza en la sensatez y en la madurez de la gente común, han sobredimensionado mis expectativas, frente a una realidad tremendamente pobre.
En la coyuntura política actual, que de coyuntura tiene ya muy poco en la medida en que se ha tornado en normalidad, allí donde miremos, todo pinta feo; la conducta del gobierno, el discurso de la autoridades y los resultados de gestión, transmiten todos los días tales rasgos de autoritarismo, de ineficiencia y de cinismo, que terminan confluyendo en una sensación de podredumbre generalizada muy difícil de asimilar.
Lu único que se respira en esta cargada atmósfera es la presencia del poder y su uso y abuso, sin miramientos ni consideraciones; todo lo que acontece se crea y se resuelve alrededor del poder, y, como no puede ser de otra forma cuando éste se convierte en un fin y ya no en medio, se lo hace a la mala. El aparato de poder, con sus mil caras distintas, tiene tal presencia, que lo absorbe todo en su lógica perversa y en su desenfrenada dinámica. El régimen vive extasiado este apogeo de fuerza mal entendido, mostrándonos sin remilgos, sus rasgos más obscuros.
Más preocupante aún es constatar que todo tiende a diluirse en esa tormenta, lo que contribuye a ahondar la sensación de desconcierto; la impostura genera más impostura, el atropello genera más atropello, la mediocridad genera más mediocridad, y el oportunismo genera también más oportunismo.
Podremos coincidir seguramente en que el gobierno transita por el derrotero del desgaste y el agotamiento, pero lamentablemente también coincidiremos en que lo hace, con la dudosa virtud de arrastrar tras de sí a todos los que juegan en su escena. La evidente decadencia no alumbra de por si ninguna alternativa esperanzadora para el futuro; las supuestas rupturas al régimen, salvo contadas excepciones, no han tenido la capacidad de desprenderse de la tónica marcada por el gobierno, y por consiguiente actúan en la misma lógica, intentando sacar pequeños provechos coyunturales en una actitud casi parasitaria.
Para mayor espanto, este fango político se está convirtiendo en el hábitat propicio para la paulatina reaparición de toda una especie de bichos que todos asumíamos como extintos; en el circuito de cócteles, en las redes sociales e incluso en los medios de comunicación, han comenzado a  alzar la voz una serie de personajes emblemáticos de un pasado que, pese a todo lo que puede estar ocurriendo en la actualidad, el país había superado con mucho sacrificio.
El macabro espectáculo ofrecido por este elenco de zombis políticos intentando regresar de la ultratumba puede ser visto por muchos como una simple e inofensiva broma de mal gusto, en el entendido de que no les alcanza la medida para encarar la restauración del viejo régimen y que, por tanto, no tienen chance alguna de convertirse nuevamente en una opción política viable.
Es cierto, el episodio que algunos quisieran interpretar como la reversión de un estado de catalepsia, solamente servirá para alentar la ilusión de un puñado de reaccionarios que anhelan rabiosamente un súbito regreso al pasado. Lo que también es cierto, es que lamentablemente, esto generará una reacción natural y previsible en un segmento de la población (no sé cuán grande o pequeño), que, frente a esa mínima posibilidad de un salto al pasado, reafirmará su apoyo al actual gobierno, sin importarle cuan mal lo puedan estar haciendo.
Quiero decir que habrá muchísima gente que en su momento apoyó al gobierno,  que dudó a razón de sus desaciertos y que llegó a decepcionarse al grado de retirarle su confianza, que reconsiderarán su posición ante la aparente disyuntiva entre un gobierno malo, frente a un pasado aún peor. El gobierno entiende muy bien el escenario, y es por eso que permite e incluso provoca y alienta el pataleo de sus derrotados, señalando que detrás de cada conflicto se halla la mano negra de los partidos del ancien regime. Saben muy bien que eso les permitirá recuperar parte de su apoyo popular, y por lo tanto están más que dispuestos a prestarse al juego.
Al parecer los procesos políticos de envergadura discurren en una temporalidad compleja que poco tiene que ver con las coyunturas, y el lento agotamiento de los ciclos de poder no coincide obligatoriamente con la posibilidad de surgimiento de alternativas nuevas y de liderazgos frescos. Estamos en medio de ese desfase entre la lenta agonía de un régimen muy fuerte, y el vacío que su estela deja por detrás. Y en esa medianía, plan y obscura se puede explicar la desazón colectiva y la acumulación de sinsabores que todos sentimos.

jueves, 19 de julio de 2012

Civismo gastronómico (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-19/07/12)


Este 16 de julio sentí, más que en años anteriores, un especial júbilo expresado por quienes saben lo que es vivir en esta hermosa ciudad. Paceños y no paceños, residentes y expatriados, no ahorraron elogios y palabras de cariño para La Paz en su aniversario; mi termómetro fue esta vez el “caralibro”, más bien conocido por todos como Facebook, en el que miles de estantes y habitantes sacaron pecho por la ínclita, y otros tantos que están lejos, se desahogaron con mensajes de añoranza.
Qué rico es que, pese a las adversidades típicas de una ciudad grande y pese al merecido estigma de ser el epicentro del conflicto y del enfrentamiento al poder, la gente valore auténticamente, y sin complejos, las bondades de este grandioso agujero, que de alguna manera condensa todo lo bueno que tiene el país. Algo especial tiene nomás esta sede de gobiernos y desgobiernos, que nos sigue cautivando con sus rostros diversos y cambiantes, pero siempre provistos de una energía única, ante la cual nadie queda indiferente.
Me llamó también mucho la atención advertir en el vendaval de mensajes feisbuqueros alusivos a La Paz, la cantidad de comentarios referidos a la comida; el fervor cívico y la invitación al festejo pusieron cara de guía gastronómica, denotando así que, para muchos, la mejor manera de rendir homenajes, es a través del morfe. El Chairito salpicado de cueritos de chancho y precedido del mote de habas con queso, expresa mucho más que las estrofas de un himno, y el Plato Paceño, con o sin asado, eleva más que la iza de una bandera.
A la lista de platitos propicios para la ocasión, se sumó igualmente la recomendación de lugares emblemáticos como la fricasería La Salud o Las Velas; la verdad, yo también recuerdo con nostalgia las incursiones con mi padre a la Plaza Alexander, de las cuales mi madre no podía enterarse, y los memorables finales de noche en el Parque de los Monos, los que igualmente debía mantener en secreto, tanto de mi madre como de mi padre. Pero seamos francos, a estas alturas esos lugares, por muy tradicionales que puedan ser, son para mí historia, pues ni mi ritmo de vida ni mi salud me permiten seguir frecuentándolos. Entre las referencias gastronómicas de mis contemporáneos y la oferta actual de nuevos sitios, hay un vacío que toca descubrir.
Pero igual me asaltan un montón de dudas: ¿Será que mis amigos del Facebook son todos unos jovatos de mi tanda que, como yo, evocan lugares del pasado? ¿Será que ni siquiera sabemos dónde es que se comen ahora esos platos, porque la comida típica la comemos en casa? ¿Será realmente cierto que aún seguimos disfrutando cotidianamente de nuestra gastronomía en casa, o solamente se nos ocurre hacerlo durante las fiestas nacionales? ¿Será que en los muros de las nuevas generaciones se postearon tantas fotos de anticuchos o llauchas, como en el mío? ¿Será, finalmente, nuestro apego a la comida criolla un orgullo en vías de extinción frente a la variada oferta internacional y a la comida rápida?
Seguramente habrá que buscar las respuestas a estas interrogantes en nuestros hijos, y ver si en sus nuevos hábitos han guardado algún espacio para esa identidad culinaria que a usted y a mí nos caracteriza y nos explica, sin necesidad de hablar siquiera. En ellos veremos realmente si un rasgo tan esencial de nuestra idiosincrasia se diluye, o bien se reinventa con nuevas características. Clarito será; mientras tanto, ¡buen provecho y larga vida a los amantes y conocedores de nuestra cocina!

jueves, 12 de julio de 2012

Cuando la preocupación se convierte en terror (Columna de opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/07/12)


Confieso que soy uno de esos bobos ingenuos que hasta hace poco tiempo presumía frente a mis amigos extranjeros, que una de las razones por las que vivía tan feliz en un país subdesarrollado, perdido en el último confín del mundo, era porque no estaba condenado a la angustia permanente de inseguridad que caracteriza ciertas ciudades, más modernas. Qué pena. Estaba equivocado, probablemente engañado por mi subconsciente, que se aferraba de alguna manera a un pasado personal que evidentemente no conoció la aprehensión que entraña la delincuencia y la inseguridad ciudadana.
Mis apacibles recuerdos de una experiencia de vida en la que no había mucho de que temer en las calles, no tienen ya nada que ver con la realidad de un país que, en ese aspecto, ha cambiado horrores, lamentablemente, para mal. En verdad, hace más de veinte años que ciudades como El Alto, y la mayoría de los barrios pobres del país, sufren todos los días la cruel presencia del crimen, en todas sus expresiones; la ciudad de Santa Cruz, hace también mucho tiempo, ha sumado a sus rasgos de pujanza y prosperidad, la inseguridad llevada a niveles espantosos, según la gente que vive allí.
Seguramente los habitantes de los barrios acomodados de La Paz hemos sido de los últimos en sentir este embate, pero igual nos ha pegado muy duro, afectándonos ahí donde más duele, en nuestra paz mental y en nuestra calidad de vida familiar. La vida cotidiana no puede ser la misma, cuando escuchamos todos los días en nuestro entorno más cercano, el relato de un nuevo asalto, robo o agresión, cuando tememos ser los próximos en la fila, o cuando dudamos si estamos siendo lo suficientemente cautelosos y prudentes en cada acto que realizamos.
La alarmante cantidad de casos de desaparición y secuestro de menores registrada en las últimas semanas, ha calado hondo en el ánimo de la gente, y ha terminado de instalar un clima social de zozobra sin precedentes. Y es que no es para menos; cuando la modalidad del delito se enfoca en nuestros niños, la preocupación se transforma rápidamente en terror.
¿Dónde debemos buscar las razones de ésta degradación? ¿Estamos pagando las consecuencias que usualmente vienen aparejadas con la modernidad y el ejercicio del capitalismo en su versión más salvaje? ¿Es este el precio de los desajustes sociales ocasionados por un desarrollo tan desigual, en una sociedad marcada ya de inicio por una inequidad insostenible? ¿Es posible pensar en una mínima armonía cuando las enormes diferencias entre unos y otros no hacen más que agrandarse?
Todas estas dudas coexisten con otras certezas, que tienen que ver con la ausencia de un estado (en teoría pendiente de reconstrucción), con la incapacidad estructural de la policía para afrontar un asunto de tal magnitud, y con el telón de fondo de una creciente actividad del narcotráfico, que se siente  y se percibe en todas sus derivaciones. Si a ello le sumamos el también creciente talante de ilegalidad que se irradia desde el poder y desde la política, el resultado es esta sensación de criminalización general, que tanto a usted como a mí, nos pesa encima, provocándonos un desasosiego difícil de describir.
Allende las causas y explicaciones, nos queda la duda de cuan tarde estamos para revertir las cosas, y qué hará falta que ocurra para que el estado y los ciudadanos comencemos a hacer algo al respecto. Pero en serio.

jueves, 5 de julio de 2012

Hacia una victoria pírrica (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/07/12)


El frío, el hambre y la indolencia del gobierno amenazan con asfixiar definitivamente a los marchistas del TIPNIS, que libran lo que podría ser su última batalla en las calles del centro paceño. Las condiciones climáticas no son las mismas que las de la marcha del año pasado; la crudeza de este invierno, sin precedentes por lo menos en lo que se refiere a la sensación térmica, se ha convertido en un nuevo enemigo de peso para la columna de la marcha que arribó a nuestra ciudad.
Si los paceños andamos quejándonos del frío y de tener que lidiar con los resfríos en la comodidad de nuestras casas, cuesta imaginar cómo la están pasando los marchistas pasando las noches en carpas en medio de la calle o en coliseo de la universidad. Al parecer una mayoría ya llegaron con la salud quebrantada, y por mucho que cuenten con cierta asistencia médica, lidiar con una gripe o con una complicación mayor en estas condiciones, es algo terrible.
La comida es otro factor naturalmente determinante; la marcha afrontó problemas de abastecimiento desde su inicio, lo que quiere decir que hombres, mujeres y niños pasaron hambre durante más de sesenta días de caminata antes de llegar. Como era de esperarse, la solidaridad de la ciudadanía paceña se mostró nuevamente cuando la marcha llegó, y se siguieron recibiendo muestras de apoyo en los días posteriores. Pero como también suele ocurrir, los gestos concretos tienden a diluirse con el paso de los días.
Luego de la euforia del arribo y del acompañamiento multitudinario, para la gran mayoría de los paceños, el ajetreo de la vida cotidiana continúa implacablemente, y probablemente encontrar la ocasión para mantener la solidaridad, se hace más complicado. La epopeya y el destino de los marchistas pasa a convertirse así, en un hecho noticioso más, en medio de una coyuntura premeditadamente complejizada.
El gobierno entiende muy bien estas condiciones y juega con ellas en su implacable estrategia para construir la célebre e infame carretera, contra viento y manera y, “nos guste o no nos guste”; nada parece detener su obsesiva determinación, agravada por un irresistible deseo de venganza contra la dirigencia de la marcha. No nos engañemos, detrás de los compromisos políticos inquebrantables con los interesados en la carretera, también se siente un velo de revancha política contra quienes les infringieron una sonora derrota el año pasado.
El desmesurado esfuerzo por dividir, desprestigiar y castigar a los indígenas, tiene tufo a resentimiento y vendetta, hacia quienes han cometido el peor de los pecados: no dejarse comprar con la infinita billetera del gobierno prebendal. Ese ensañamiento, que cada día sobrepasa un nuevo límite de perversidad, cinismo y desprecio, está dirigido a esa reducida y “poco combativa” población que, en la lucha por sus principios, desenmascaró el verdadero talante del gobierno, avergonzándolos ante el país y el mundo.
Eso, en la retorcida lógica del poder, no tiene perdón y debe ser motivo de escarmiento, sin reparar en daños y consecuencias. Lo que la ceguera del abuso de poder no les permite ver ahora, es que, aunque logren aplastar por las malas a los marchistas, esto quedará registrado en la memoria colectiva como un episodio despreciable, y se convertirá en el símbolo de la impostura, la descomposición y la decadencia del régimen de Evo Morales; lo que hoy para ellos aparenta ser una victoria sobre esos pocos contestones, será el estigma que marcará, más temprano que tarde, el agotamiento del gobierno y su salida por la puerta de atrás.