Más de 2000 días en la presidencia, una reelección, cinco elecciones ganadas con márgenes inéditos en la democracia reciente, y una larga lista de disyuntivas, puntos de quiebre y decisiones políticas definitorias, pueden ser ya parte de un tentador historial acumulado, que permita comenzar a esbozar, con toda la prudencia del caso, el perfil político de Evo Morales y sus rasgos de liderazgo, como un personaje indispensable para comprender la política contemporánea.
Pese al papel trascendental que le ha tocado desempeñar en el complejo y profundo proceso en curso, sería prematuro en estos momentos intentar establecer cual podrá ser su legado político y rol histórico; todavía muchas cosas están en juego, y de alguna manera, las grandes tensiones del proceso constituyente todavía no se han decantado de manera definitiva. Pero sin embargo, no se puede ignorar que el presidente es el nervio central del proceso, y que sus rumbos y tropezones pasan indefectiblemente por su personalidad y estilo de liderazgo.
Si bien es muy pronto para decir quién realmente es en la actualidad, o quién podrá ser Evo Morales en nuestro imaginario histórico, lo que sí podemos decir con algo de mayor certeza, es quien no fue. Seis años atrás, muchos se aventuraron a calificarlo como un inexperto y aprendiz de político, que no duraría más que un par de años en la silla del poder; según aquellos pronósticos agoreros, aquel dirigente sindical no era más que el producto fortuito de un accidente histórico, y su falta de mundo, de experiencia burocrática y de formación académica, se encargarían de devolverlo rápidamente a su lugar, quedando su paso por la presidencia como un episodio efímero y algo folklórico.
A éstas alturas, también podemos decir ya, que no fue el comunista (responsable o irresponsable), que nos llevaría al modelo de expropiación de nuestras casitas, autitos, terrenitos, negocitos, para, acto seguido, arrebatarnos a nuestros hijos; tampoco fue el comunitarista dispuesto a implantar en la Bolivia urbana y moderna el modelo social del ayllu, y ni siquiera parece ser el hombre en búsqueda real de un nuevo esquema de socialismo, más allá del discurso. Tampoco fue, como se presagiaba alegremente, el indio resentido con pasiones antropófagas ocultas, llamado a hacer tabla rasa con las castas blancas dominantes y a restaurar el Collasuyo en una cruzada indigenista.
Otro Evo que no fue, es el títere inanimado de Hugo Chávez y de Fidel Castro para la reproducción calcada de la revolución cubana o el socialismo del siglo XXI en estos parajes inhóspitos; la imagen de furgón de cola, absolutamente dependiente en lo político y económico del “eje del mal”, no pasa de ser un intento de caricatura desde el simplismo del conservadurismo, así como el supuesto estigma de ser el hazmerreír mundial, por sus posiciones en foros internacionales. Más allá de un par de gafes y metidas de pata de antología, ese tampoco es el Evo Morales que algunos deseaban que fuera.
En el empirismo del ejercicio del poder, es en el único ámbito en el que podemos caracterizar al presidente, y a partir de allí, intentar proyectar su figura y su trascendencia. Evo Morales se expresa y se resuelve esencialmente en el poder, y en esa práctica se inicia y se agota la lectura del hombre y de sus ideas.
En el vertiginoso ruedo de la praxis, Evo Morales es el arquetipo del animal político de pura sangre. El instinto y el olfato, agudos y extraordinarios, le permiten nadar en aguas sinuosas con gran pericia; es el caudillo populista, si por ello entendemos al líder con la capacidad de encarnar permanentemente lo popular, y erigirse en todas las circunstancias como el referente, a partir del cual deben situarse los otros; es el jerarca implacable, insensible al factor humano y proclive a la tiranía cuando se trata de conservar su poder y deshacerse de quien pueda hacerle sombra; es el jefazo capaz de encender pasiones, aglutinar fuerzas, sembrar discordias y administrar los escenarios más complejos para conservar su liderazgo e intentar situarse siempre por encima del bien y el mal. Es el político que entiende la política como la acumulación y la reproducción de poder, como la premisa básica de su mundo.
En su accionar como jefe de estado con poderes omnímodos, Evo es la expresión descarnada de lo práctico, frente a las disquisiciones de orden doctrinal; el camino ideológico, en esa concepción, es algo tangencial, y se construye a través de la suma constante de actos de poder. Lo que para muchos es una obscena fórmula de demagogia, cinismo, y oportunismo, probablemente se puede traducir en el principal rasgo presidencial: el pragmatismo.
Ese pragmatismo, mediante el cual se puede ser simultáneamente socialista, indigenista, liberal, desarrollista, o lo que la circunstancia aconseje, y que ha demostrado ser muy eficiente a la hora de satisfacer las expectativas de todos (o por lo menos de muchos), va en camino de constituirse en la esencia del líder, del régimen, y acaso del proceso.
¿Es el caudillo pragmático y realista, el Evo Morales que se proyecta hacia el futuro? ¿Si así fuera, qué lugar podría esperarle en la historia? ¿A quiénes reconocemos como líderes capaces de sintetizar en sus vidas, procesos, partidos e historias, a todo el arco ideológico y sus contradicciones? ¿A Paz Estenssoro, a Perón en la Argentina?
Planteadas esas interrogantes, y más allá de las idolatrías y los odios, lo imprevisible de Evo probablemente no permita establecer parangones con ningún líder conocido. En su crudo realismo, podrá terminar siendo santo, verdugo, o víctima de su propio pragmatismo.