jueves, 1 de septiembre de 2011

Chile y la trastienda del éxito (Columna Bajo la Sombra del Olivo-01/09/11)

La protesta social en Chile está perturbando y escandalizando al rancio conservadurismo trasandino, y de paso a todos sus defensores de oficio en la región, que no perdían ocasión de reivindicar el modelo chileno como ejemplo a seguir en términos de seriedad, modernismo, y justicia social al estilo neoliberal. A ésta “fórmula perfecta” se sumó hace un par de años la figura impecable de un presidente, brillante, emprendedor, agresivo, eficiente, y como si fuera poco, millonario y encantador. Mejor imposible, si hablamos de réditos e imagen internacional.

Pese a que el terremoto en Concepción reveló ya serias deficiencias en las respuestas y en la estructura estatal chilenas, la magnífica operación de ingeniería y de marketing político en el rescate de los 33 mineros sepultados en el norte (producto de la codicia empresarial y la falta de control estatal), sirvieron para lanzar el nombre de Chile a la estratósfera, con fanfarrias y fuegos artificiales.

Y sin embargo, como diría Sabina, el panorama chileno en estos últimos tres meses ha pasado de postal turística, a foto policial. Las cosas han dado un vuelco vertiginoso, y hoy la imagen chilena vuelve a dar la vuelta al mundo, pero ésta vez para mostrar los históricos grados de impopularidad de Piñera, el malestar y la rebelión de sus jóvenes y estudiantes, y el rostro angelical de una jovencita, que interpela, de tú a tú, al poderoso estamento político/empresarial que maneja aquel país.

Un primer apunte, que puede parecer ocioso en principio es preguntarse a quién está dirigida la protesta. Alguien intentará minimizar la cosa arguyendo que el problema acá es el estilacho mandón y altanero de Piñera y de sus amigotes, gerentes en calidad de ministros, y que Chile ya no está acostumbrado a la derecha dura, y que, por lo tanto, todo pasará cuando el hombre de la sonrisa en los ojos, acabe su mandato y se vaya para su casa.

Falso. Los estudiantes no están protestando contra ninguna reforma realizada por la derecha; están rechazando un sistema educativo que estuvo vigente durante las dos décadas de gobierno de la Concertación. Un sistema, según denuncian, poco democrático, poco universal, poco inclusivo, harto lucrativo para los empresarios de la educación e insostenible para el joven de pie, que no le ve el negocio a tener que hipotecar su vida para costearse la universidad. Se dice como máxima universal, que la educación es la clave para el futuro de un país; pues bien, al parecer en Chile la cosa no está funcionando bien o, por lo menos está funcionando sólo para algunos.

Para horror de la barra posmoderna, el contenido de la protesta ha rebasado rápidamente el tema educativo, y ha comenzado a tomar otro cariz, a partir del cual se empieza a tejer un conjunto de demandas que apuntan al sistema de representación política, al modelo económico y a la estatalidad (la pecaminosa idea de una Asamblea Constituyente ya se puede leer en las pancartas de los movilizados).

Esto quiere decir, a la vista incluso del más despistado observador, que el modelo a seguir en el vecindario, ha acumulado en una semiclandestinidad, tensiones y rupturas de consideración, que hoy afloran en las calles, y dan cuenta de los estragos sociales de un modelo salvaje, apto solamente para el más feroz o el más privilegiado, que ha deshumanizado a grandes porciones de la sociedad chilena. El tiempo y los eventos dirán si ésta es una lectura tremendista, o si estamos empezando a ver el lado obscuro del reluciente Chile neoliberal.

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