domingo, 6 de marzo de 2011

Más allá del escándalo (Artícilo Suplemento Ideas-Página Siete-06-03-11)

El hecho de que el ex director de la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico (FELC) y actual responsable del Centro de Información y Generación de Inteligencia (CIGEIN), resultara siendo el jefe de una banda de narcotraficantes, representa un escándalo de proporciones gigantescas, cuyas implicaciones trascienden largamente lo policial y lo político. No se veían en este país escándalos de ese calibre, salpicados de narcotráfico, desde las épocas de Jaime Paz, en las que caían altos jefes policiales, la embajada americana arremetía con todas sus fuerzas, e incluso se encarcelaba a altos dirigentes políticos.

Comencemos por lo más evidente: el detenido era una alta autoridad de una repartición del ministerio de gobierno; la lectura más optimista y la mejor buena fe, como mínimo conduce a pensar que el ministro está en la luna, y no está en condiciones de garantizar los más elementales márgenes de eficiencia y competencia. Lo normal, si es que algo de normal pudiera tener esta circunstancia, es que éste hubiera renunciado inmediatamente, asumiendo la responsabilidad política de un affaire cocinado en el corazón de su ministerio. En ese caso, el presidente hubiera tenido a su vez, la potestad de aceptar, o no, la renuncia.

En la misma lógica, el presidente podía haber enviado una señal política acorde con el tamaño del problema, removiendo al ministro Llorenti, sin renuncia de por medio. Pero ocurre, como en otros casos, que el primer mandatario confirma que sus parámetros para remover a altos funcionarios, solamente responden a la posibilidad de que se les compruebe su participación en actos directos de corrupción. Curiosamente, el gobierno, en casos como éste, se ha entrampado en su propio razonamiento; si destituyen al ministro, de alguna manera lo están implicando en un acto de corrupción, de acuerdo al extraño principio de que solamente se puede echar a alguien por motivos de corrupción. En otras palabras, se han negado la opción de poder destituir a un ministro por simple incompetencia, y no por corrupción.

Otra de las aristas de este bochorno es que, como si fuera poco, no fue el propio gobierno el que pescó al traficante, sino que fue la DEA, esa misma que fue expulsada del país, acusada de estar coludida con el narcotráfico; una verdadera pesadilla para el gobierno y su política antidrogas, que no atina más que a explicar el autogol, insinuando que se trata de otra conspiración.

Lo que realmente preocupa, más allá del autogol, festejado además por la oposición como si se tratara de un gol propio, es esta sensación inquietante de no saber hasta dónde el narcotráfico y sus múltiples facetas, están permeando nuestra economía, nuestra precaria institucionalidad y nuestra sociedad. Una barbaridad como esta provoca en los ciudadanos la angustia de no poder ya distinguir con claridad quienes son delincuentes y quienes son autoridades, y amenaza con convertirse en la antesala de una situación en la que la duda y la desconfianza se apodere de nuestro entorno. Si el policía, el juez, la autoridad, pueden ser cómplices de las mafias, ¿será razonable llegar a pensar que algún banco, alguna gran empresa o el opulento vecino de la casa de al lado están también metidos en el tema?

A falta de datos y de información económica seria acerca de la verdadera incidencia del narcotráfico en la economía, la intuición y la sospecha son el reflejo natural que nos guía, cuando tratamos de encontrarle explicación a la impresionante liquidez que circula a nuestro alrededor. Cuesta por momentos creer que la política de bonos, las remesas del exterior y el contrabando, sean suficientes razones para explicar el gasto descomunal en autos de lujo y en hábitos de consumo y entretenimiento, más propios de un emirato árabe, que de un país en la periferia del tercer mundo. ¿Alcanza nuestro minúsculo aparato productivo para justificar excesos desproporcionados al tamaño de nuestra economía?

A estas dudas corrosivas, les sobreviene el terror que provoca en todos la amenaza del desembarco en nuestro país de carteles extranjeros, que han demostrado ya en sus países de origen, su pericia y sobre todo su ferocidad para ocupar nuevos territorios y mercados. Una cosa eran los conocidos narcos criollos, otra cosa las bandas brasileras o peruanas, y otra muy distinta las poderosas e inclementes corporaciones transnacionales del tráfico de drogas y del lavado de dinero. Los “gueyes” esos no se andan con chiquitas, y tienen el poder económico para comprarse a quien se ponga por delante, y si no pueden por las buenas, pues por las malas pueden llegar a ser exquisitos. ¿Un suceso tan grosero como el del general detenido, nos puede llevar a pensar que ya están operando en Bolivia ligas mayores?

Este problema, que se veía venir desde hace tiempo, se agrava con la proyección de la imagen de un gobierno, que está comenzando a perder rápidamente el control de temas cruciales. Realmente me cuesta creer que no se perciba la magnitud del riesgo que corre la figura del presidente y su legado histórico, si no se actúa en este asunto con la premura y la eficiencia necesarias. El presidente Morales ha dado muestras durante muchos años de haber trascendido ampliamente su condición de dirigente cocalero, y de haber desmentido las temerarias acusaciones que en algún momento hicieran sus detractores en cuanto a presuntos vínculos con el narcotráfico. Por eso mismo, su gobierno no se puede permitir errores en este tema.

jueves, 3 de marzo de 2011

Un lamento más (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-03-03-11)

No puedo evitar escribir esta semana acerca de los derrumbes que se llevaron por delante nueve barrios de nuestra ciudad. Cuando el tema de coyuntura es demasiado obvio, intento, en la medida de lo posible, evitarlo, y tratarlo más adelante, intentando un enfoque más fresco, que no repita ideas agotadas por la repetición. Todos los columnistas escribiremos sobre el tema, y yo, seguramente seré uno más, diciendo lo mismo; esa será mi manera de desahogarme, y de hacerlo además públicamente, un pequeño privilegio del que gozamos los comunicadores.

Cuando ocurren estas desgracias masivas, el reflejo natural es el de buscar responsables a quienes echarles la culpa de los sucedido. Se busca al culpable sobre quien descargar la ira, el dolor, la frustración y, sobre todo, el miedo. Tiene que haber alguien, algún ingeniero, algún arquitecto, algún funcionario o institución corrupta, alguna autoridad, algún gobierno, alguien a quien responsabilizar. Miramos a nuestro alrededor buscando am quién señalar con el dedo, sin darnos cuenta que culpables somos todos.

Es fácil ceder a la tentación de acusar a la alcaldía que permitió la construcción de casas en lugares increíbles o al vecino que se negó a obedecer la orden de desalojo, de esa misma alcaldía, con la secreta esperanza de que la anunciada tragedia no le llegaría. Menos fácil es ponerse en los zapatos y en el mundo de quienes generalmente sufren estas tragedias. El migrante que llega del campo, o el vecino que vive en ésta ciudad pero en la más cabrona pobreza, que no tiene en realidad otra alternativa que comprarle el terreno sin papeles al loteador inescrupuloso, que construye su casa a duras penas, sin arquitectos ni ingenieros de por medio, a lomo y con la sola ayuda de un ayudante de albañil, que no paga impuestos por que la casa no existe ante la ley, y que, por consiguiente, no puede quejarse no a Dios ni al diablo cuando su casa se licua en la mazamorra.

Es fácil juzgar, desde el altar de la seguridad, la informalidad del humilde, insinuando en el fondo que bien merecido se lo tienen, por resistirse tercamente a “ordenarse”. Menos fácil es tratar de entender que la informalidad no es una cuestión de elección, y que la precariedad permanente no permite el lujo de la formalidad.

Es fácil tratar de convencerse de que estos son problemas de las personas o de las instituciones que no hacen bien su trabajo, pero también es menos fácil asumir que el problema de fondo es que hemos permitido y nos hemos resignado a vivir en una sociedad y en un modelo incapaz de garantizarle lo mínimo a la mayoría de la gente; y claro, como “así nomás es en todo lado”, pues todos callados.

Es fácil consolarse con la conmovedora solidaridad que despiertan estos azotes, sobre todo en los más pobres; con los voluntarios que ponen el hombro, con los empresarios que hacen masivas donaciones de productos (siempre, eso sí, con nota de prensa de por medio), con la gente de a pie que entrega lo que le falta y no lo que le sobra, y con gobiernos, gobernaciones y municipios amigos, que tampoco pierden oportunidad de envira mensajes políticos junto con la ayuda. Menos fácil es, finalmente, es atreverse a afirmar que esta solidaridad, al igual que la beneficencia y la caridad, no son la solución, si no la prueba de que las cosas no funcionan.

Los efectos de la solidaridad duran lo que un fósforo, pues obviamente ésta no es sostenible en el tiempo. ¿Usted se ha preguntado qué fue los damnificados de los barrios que cayeron el año pasado? Así la realidad, la Alcaldía debería comenzar hoy a construir los albergues para las víctimas del próximo año.

jueves, 24 de febrero de 2011

Olor a sangre (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-24/02/11)

El ánimo de la ciudadanía parece estar confirmando el vaticinio de especialistas y analistas, que vieron en las piruetas del gasolinazo y su derogación, un punto de inflexión en la vida del régimen de Evo Morales y del MAS. Decíamos en aquel momento que los efectos políticos del desacierto recién se podrían evaluar a cabalidad en el transcurso de los dos siguientes meses, una vez que el mercado fuera estabilizando la disparada de precios. Como era de esperarse, ocurrió lo que generalmente ocurre: los precios comenzaron a estabilizaron, pero en las nubes.

Han pasado ya dos meses, los padres y madres de familia han afrontado ya la inscripción de sus hijos al colegio (momento especialmente álgido en el calendario económico), tienen que pelear a brazo partido día a día el monto de la tarifa del autotransporte, han comenzado a sentir la paranoia de la escasez, presencian atónitos la subida de precios de todo (desde el alquiler de la casa hasta los chicles), y saben que no habrá incremento posible en los sueldos que compense la crueldad especulativa del mercado.

El humor de las clases populares y de las, ahora importantísimas, clases medias, está confirmando que la tortilla política se ha dado la vuelta. Sería una estupidez pensar que el gobierno está acorralado; eso no es así, pero sí queda claro que ya no es el mismo que preveía en este año, terminar de afianzar su hegemonía absoluta, en todos los niveles, por las buenas o por las malas.

Pero veamos, en política, nada es tan repentino, ni nada ocurre de la noche a la mañana; recordemos por ejemplo, los puntos de quiebre finales de la derecha medialunera: el llamamiento al referéndum revocatorio de mandato y el intento fallido de tumbar al régimen incendiando todo, a ver si con quinientos muertos lograban lo que no pudieron hacer con ideas y con votos. Esos, justamente fueron puntos de quiebre, pero en realidad la derecha había agonizado y muerto ya mucho tiempo antes.

En el caso de este gobierno, el gasolinazo fue el detonante de una bomba que se venía armando desde diciembre de 2009, cuando el rotundo espaldarazo electoral que recibe Evo, es malinterpretado como un cheque en blanco, cuyos fondos debían servir para atornillarse en el poder hasta la eternidad. De allí en adelante, al contrario, todo fue cuesta abajo, y las fallas y desaciertos acumulados, reventaron con la embarrada del gasolinazo. El deterioro de la imagen y de la credibilidad del gobierno parecen de demasiado rápidos, casi fulminantes, pero en realidad vienen de una acumulación de frustraciones de más de un año, y que no son estrictamente económicas. La presa está herida y sangra por varias heridas.

En la selva, el olor a sangre se percibe a kilómetros de distancia, y despierta los instintos de los cazadores, pero también de los carroñeros. Ya empiezan a volar en círculos, chorreando babas, los racistas, los fascistas, los nostálgicos del pasado, y los tibios derrotados, prestos a darse un banquete con una presa que nunca pudieron cazar por sus propios medios.

Se nos viene otro momento de quiebre, que, a su vez, nos dará otras sorpresas políticas. Los descalificados y los oportunistas de la política intentarán capitalizarse con la desgracia del gobierno, y esa actitud hará que muchísima gente vuelva a salir en defensa de su presidente. Para la gente, una cosa es que el proceso se haya detenido y el bolsillo apriete con furia, y otra muy distinta es que los pillos de siempre salgan de la tumba a tratar de comerse al Evo, antes de que muera. Ingenuo es el que piense que eso se va a permitir tan fácilmente, sin causar una reacción, como siempre en nuestra política, impredecible.

domingo, 20 de febrero de 2011

Cuando la comunicación sustituye a la gestión (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-20/02/11)

El gradualismo parece haber calado hondo en el gobierno. Sirve para todo, tanto como para la apreciación gradual del boliviano, como para la nivelación de los precios de la gasolina, ¡e incluso para cambiar el gabinete de ministros! Las mini crisis de gabinete son el último grito de la moda política, y apuntan seguramente a proyectar una imagen de estabilidad en un gobierno que hace aguas por todas partes. El auto atentado del 26/12, debió haber causado una recomposición total, no sólo del gabinete, sino del rumbo del gobierno; y sin embargo la respuesta fue un pálido cambio de dos ministros que, obviamente, dejó descontentos a propios y extraños. Un mes y medio después, se ha ensayado otro pequeño arreglo con el cambio de dos ministros y la creación de una nueva cartera. ¿Será que de a poquito se ira recomponiendo el equipo gubernamental, y para mediados de año recién veremos qué tendencias internas se han impuesto?

Por el momento, estos aperitivos no nos dan muchas pistas de lo que puede estar ocurriendo en los círculos íntimos del poder, siempre tan hermético y sorpresivo en sus decisiones. El cambio de la ministra de cultura, por ejemplo, no dice gran cosa; la ministra saliente parece estar pagando su soltura de lengua al referirse públicamente a los tejes y manejes de una jerarquía de poder que nunca acabó de comprender. Dicen las malas lenguas que su carácter autoritario y prepotente también le granjearon una serie de enemigos, que se la tenían jurada.

El cambio de fichas en el ministerio de trabajo podría tener alcances e intenciones un poquito más serias, en la medida en que se trata de una cartera que tendrá que afrontar conflictos de cierta envergadura, y ya no podrá darse el lujo de contar con figuras decorativas en la primera línea. Asume el segundo de a bordo, pero todavía flota en el ambiente la duda de quién es que realmente manda en el área.

El único cambio que realmente llama la atención y que causa alarma, es la enésima creación del ministerio de comunicación. Me explico: cuando, como gobierno, llegas al punto en que crees que tus problemas se deben a falencias en la comunicación, estás frito; se me antoja la imagen del psicótico que opta por los anti depresivos, en lugar de afrontar el origen de sus problemas. Alguien ha vendido la idea dentro del gobierno, de que no requieren un golpe de timón radical orientado hacia una gestión eficiente y lúcida, y que es suficiente con la reestructuración del equipo de comunicación. El régimen, golpeado y desconcertado, mira hacia atrás y echa de menos al equipo de estrategas de comunicación que le dio muy buenos resultados en una coyuntura completamente distinta, y que se desintegró con la salida de sus hombres clave.

Es verdad, durante la primera gestión de gobierno, la comunicación oficial funcionó muy bien, porque estuvo enfocada en una guerrilla política en la que se debía combatir a enemigos concretos: los medios conservadores, la oposición conspiradora, la media luna golpista, el terrorismo secesionista, la embajada americana, etc., etc. Distinta es la cosa cuando, ante el agotamiento de los adversarios, el enemigo se traslada al seno mismo del gobierno, con rostro de ineficiencia, soberbia, lasitud, extravío ideológico e inconducta generalizada (los últimos escandaletes de funcionarios de gobierno especulando con el azúcar ya son de un nivel realmente lamentable). Y claro, la cosa empeora cuando los ejes de conflicto se han trasladado de la confrontación política polarizada, a problemas concretos que la ciudadanía debe afrontar en el día a día, como el alza de precios y la escasez de alimentos; si a esto le sumamos el progresivo resquebrajamiento de la base política del gobierno, el escenario resulta mucho más complejo y rebasa con creces las posibilidades de solución desde una perspectiva puramente comunicacional.

Estamos otra vez frente a la vieja historia de pretender suplir las falencias políticas y de gestión, con grandes aparatos y operaciones de marketing político. Los gobiernos que tuvieron gestiones de comunicación exitosas fueron los que tuvieron proyectos claros que vender, y requirieron del marketing como una herramienta de sostenimiento. Recordemos el Plan de Todos del primer gobierno de Sánchez de Lozada y el 21060 de Paz Estenssoro sólo como ejemplos concretos; por otro lado, en el caso de otros gobiernos, que no tuvieron nada sustantivo que ofrecer (más allá del goce del poder), el ministerio de comunicaciones, o de información o sus mil y una variantes en cuanto a estructura, fueron una verdaderas moledoras de carne, en las que prominentes figuras políticas tardaban más en salir que en entrar.

Simplemente no se puede reemplazar la alta política y la gestión, con malabares y maquillajes propagandísticos, y eso es lo que parece intentar hacer el gobierno, después de haber agotado la voz y la credibilidad del mismísimo presidente; es sencillamente increíble que ninguno de los obsecuentes hombres de palacio tuviera el buen juicio o el valor de advertirle que la cascada de desafortunadas declaraciones acerca del contrabando de gasolina en mamaderas o de la instalación de panales en las casas, le estaba quitando lo último de credibilidad que le quedaba.

Finalmente, pocas novedades podremos esperar desde el nuevo ministerio, en la medida en que ya conocemos de memoria las capacidades y limitaciones de su titular, en funciones de vocero. En síntesis, un reajuste ministerial intrascendente, salvo por su rasgo exótico de gradualismo.

jueves, 17 de febrero de 2011

¡Todos a la Zona Sur! (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-17-02-11)

Como me ocurre con frecuencia, una columna de Fernando Molina me quedó rondando la cabeza, provocándome durante varios días reacciones diversas y contradictorias (esa es la misión de un columnista, finalmente). Fernando se lamentaba la semana pasada. de lo complicado que se ha vuelto “Sobrevivir en la Zona Sur”, por los efectos arrasadores de la explosión inmobiliaria, el desembarco masivo de hordas en busca de los “privilegios” de los sureños, y el consiguiente canibalismo urbano que esta tormenta social está causando; trancaderas, asalto de lo público por parte del comercio formal e informal, gremial y corporativo, y otros atropellos que le están dando al tradicional y coqueto refugio de la burguesía paceña, un aire de de feria, dónde lo único que importa es “vender, vender más, y vender siempre”.

Es cierto, los sureños estamos desconcertados por el cambio abrupto de nuestros parajes, e incluso algo violentados por una nueva realidad que puede resultar difícil de desentrañar en estas “épocas de cambio”. Quién lo diría, nuestra cajita de cristal, que creíamos siempre tan aislada, alienada e inexpugnable, se ha convertido hoy en un reflejo descarnado de todo lo que ha traído consigo el cambio en el país (lo bueno y lo malo, dependiendo de los ojos con que se lo vea). La Zona Sud (repelente derivación del nombrecito, por cierto), nos está enrostrando con esta su ordinaria mutación, nada menos que el recambio de elites, el cambio de la estructura de clases, y la novísima movilidad social.

Las nuevas burguesías emergentes han tomado posesión de su condición de nuevas elites, desplegándose como tales en todos los órdenes, uno más visibles que otros, por supuesto. No deja der ser fascinante, a pesar de los “efectos colaterales”, ver en vivo y en directo, cómo las nuevas élites por un lado, y por otro las clases media ascendentes toman por asalto lo que por derecho les corresponde: los símbolos del privilegio que durante tanto tiempo les fueron negados, independientemente de su capacidad económica. Antes no era así, podías tener toda la plata del mundo, y si no tenías el color y el apellido adecuados, no pasabas de ser un cholo con plata, que nunca iba a “entrar” en la sociedad; un verdadero absurdo, pues no puede haber un capitalismo saludable sin movilidad social ya que la aspiración de ascenso social es el combustible del sistema por excelencia (puedes ser el richacho más rico del mundo, pero no vas a descansar hasta que tu hija no se case con un príncipe).

Las elites decadentes que ya no producen riqueza suficiente como para llamarse elite, y tampoco ideas, arte y proyectos colectivos de nación, han tenido que resignarse a la invasión de los pocos modales pero de las muchas ganas de comprar, comprar más, y comprar siempre de éstas huestes, ávidas de mercado, de consumo, de modernidad y de reconocimiento social.

Grandes y buenas noticias para un capitalismo remozado y fortalecido en calidad por nuevas elites, poderosas y legítimas, en cantidad expresado en ese “todo el mundo” que quiere venir a vivir a la Zona Sur, y en dinamismo, por haber superado la cultura de castas raciales vigente hasta hace poco. Y evidentemente, malas noticias para la urbanidad y las buenas costumbres de nuestro atesorado nidito de privilegios.

domingo, 6 de febrero de 2011

La maldición de los faraones (Artículo Suplemento Ideas- Página Siete-06/02/11)

Mientras escribo éstas líneas, el presidente egipcio Hosni Mubarak continua en el poder. Nadie sabe si cuando usted las esté leyendo, la situación seguirá siendo la misma, y nadie sabe tampoco qué pasará después de los levantamientos masivos en la ciudad de los mil minaretes.

Pero eso sí, todos sabemos que independientemente de lo que ocurra con el octogenario patriarca y su prole, la insurrección popular (que lejos está del calificativo de “disturbios” que le ha puesto alguna prensa interesada) ha confirmado el inminente derrumbe del mundo árabe, tal como lo esculpieron las potencias occidentales. No cae un presidente, ni cae un gobierno, ni un régimen; cae un dique político construido por intereses ajenos y constituido por varios países del medio oriente; por decirlo de alguna manera más ilustrativa, cae una suerte de Muro de Berlín en pleno desierto.

Pero a no equivocarse: la decisión de mantenerse en el poder, de renunciar, o de dar un paso al costado recién para las anunciadas elecciones presidenciales de septiembre, han dejado de ser una decisión del presidente egipcio. Hasta hace una semana, los norteamericanos y sus socios europeos le habían dado quince minutos más de tiempo, y esperaban la posibilidad de que salga del atolladero, sin dejar detrás de sí un baño de sangre impresentable para la comunidad internacional. Los tres primeros días de protestas, guardaron silencio cómplice, y después cuidaron milimétricamente sus palabras en una especie de “te sigo apoyando, pero no lo puedo decir en público”.

Ahora, son otra vez fuerzas extranjeras las que tratan de administrar mínimamente la salida de Mubarak, para evitar escenarios próximos incontrolables. No es él el que decidirá su futuro, ni el de su hijito, al que le tenía reservada la sucesión vicepresidencial para seguir una tradición política en un país que en cincuenta y cinco años, ha tenido tres presidentes: Gamal Abdel Nasser durante catorce, su vicepresidente Anwar el Sadat durante once, y Mubarak, también su vicepresidente, durante treinta. Flor de democracia, ¿no?

En rigor de verdad, como dicen los comentaristas deportivos, los egipcios nunca han sabido mucho de democracia, pues toda su historia contemporánea ha estado signada por las presiones o los tutelajes de los imperios de turno. El imperio británico durante la monarquía (el último Faruk I, más bien conocido como “el ladrón del Cairo”), el imperio soviético durante la revolución liderada por Nasser, y como no, el imperio norteamericano durante los largos regímenes de Sadat y Mubarak.

Con los gringos la cosa funcionaba más o menos así: Tú te ocupas de mantener a como de lugar la paz con nuestros amigos/socios israelitas, me frenas cualquier expresión islamista en tu política interna, y a cambio, te convierto en mi principal aliado en la región, te lleno de plata, y además te convierto en mi primer receptor de ayuda militar en el mundo…perdón…digo segundo, el primero es Israel. Así, cualquiera se queda treinta años en la silla, ¿no ve? Negocio redondo: con el apoyo irrestricto de los gringos, implantó un régimen en el que todo el que no le fuera leal, era automáticamente tachado de fundamentalista islámico, perseguido y silenciado. Con ese argumento y con los cheques firmados por cinco presidentes norteamericanos, y con el apoyo de unas fuerzas armadas que reciben mil quinientos millones de dólares al año desde Washington, el sagaz ex militar hizo un trabajo exhaustivo y no dejó títere con cabeza en la oposición; manejó la libertad de expresión, y los derechos civiles en general, a su gusto y antojo, y, ni corto ni perezoso, aprovecho de la vista gorda del imperio para erigir una maquinaria de nepotismo y corrupción, del tamaño de las pirámides de Giza.

¡Qué democracia ni que ocho cuartos! Cuando eres funcional a los intereses económicos de los dueños del mundo, puedes ser el autócrata más corrupto y retorcido, y seguirás siendo su “best friend”. Por eso me ataca la risa cada vez que los muy macanudos tienen el descaro de intentar darle lecciones de comportamiento a los Castro, a Hugo Chavez o a Evo Morales. Confieso que la risa se me convierte en arcadas, recién cuando escucho a los esbirros locales que todavía intentan hacer política con la misma cháchara tóxica del “freedom, liberty and democracy”; una cosa es que los gringos tengan que llegar a cualquier grado de cinismo para lucrar con el mundo, y otra muy distinta es que todavía haya gente por acá queriendo venderte el discursito.

Pero, ¿qué pasó en Egipto que pudiera ocasionar el agotamiento de esa “dictadura ejemplar”? Definitivamente no fue una conspiración ideológica ni de tintes religiosos la que originó un levantamiento, que fue más bien espontáneo y desprovisto de liderazgos. Fueron la crisis económica mundial, sus repercusiones en las economías domesticas, el cierre de las fronteras del primer mundo a la migración árabe, y sobre todo, la incapacidad del gobierno de Mubarak de atender las mínimas necesidades y realizaciones de un país compuesto mayoritariamente por jóvenes, hartos del desempleo, la carestía, la censura y la desesperanza.

Que no quepan dudas que lo ocurrido en Túnez y en Egipto va a reconfigurar el panorama en el medio oriente, con consecuencias imprevisibles para occidente. Esperemos solamente que, por una vez, los países de la región, especialmente Egipto, puedan definir su futuro sin la maldición de terceros. Realmente es lo que deseo para un país en el que años hermosos, y del que guardo un recuerdo entrañable. Inshalá.

jueves, 3 de febrero de 2011

Los fusibles del 26/12 (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-03/02/11)

El ejercicio del poder es una compleja máquina que, como todas, requiere de fusibles que, ante cierto tipo de sobrecargas, eviten su eventual colapso. Usualmente, son los ministros del gabinete y los altos cargos designados por el presidente, los que fungen como tales, en la medida en que, al no tratarse de autoridades electas por el voto popular, pueden ser removidas y cambiadas de acuerdo a las exigencias políticas de la coyuntura. Las tensiones y presiones internas de todo gobierno, cada cierto tiempo, encuentran sus válvulas de escape en éstos fusibles, que con su salida, desinflaman descomposiciones y crisis en su sector. Hay casos incluso, en los que se designan ministros con la finalidad ex profesa (pero nunca explícita) de que funjan como fusibles ante situaciones previsibles.

En fin, los fusibles son piezas que, independientemente de su poder político o su peso específico, deben quemarse para sortear crisis, y sobre todo para que éstas no malogren al presidente. En sistemas políticos como el nuestro, presidencialistas a más no poder pese a todos los cambios en curso, conservar intacta la imagen y el poder del caudillo es cuestión de vida o muerte; todo tiene remedio, menos la salud política del jefe, y cuando ésta empieza a languidecer, el camino de allí en adelante es cuesta abajo.

Veamos ahora cómo funcionó el tema de los fusibles en la mega crisis producida por el gasolinazo, evento que ya se ha ganado algunos calificativos del calibre de “el febrero del Evo” o “el 26/12”, en alusión al 9/11 gringo. En cualquier otra circunstancia o en cualquier otro país, una catástrofe política de esa magnitud, tendría que haber producido inmediatamente una crisis ampliada de gabinete en la que debían achicharrarse por lo menos el ministro de energía, el presidente de YPFB (verdadero mandamás del sector), el ministro de economía, y todo el equipo de ministros políticos.

Contra todo pronóstico político y sentido común, nada de eso ocurrió. La réplica política dentro del gobierno fue minúscula, y se expresó recién tres semanas después del desastre, y como parte del aniversario del nuevo estado, mediante el cambio de dos ministros. Por primera vez en cinco años, la figura hasta ahora impoluta del presidente sufrió un golpe terrible, y, curiosamente, nadie pagó por los platos rotos. Por lo menos hasta ahora, pues al mismo tiempo que se quiere proyectar la idea de que el interior del gobierno es una taza de leche, comienza a tomar cuerpo una idea que, hasta el año pasado no pasaba de ser un chisme puertas adentro: la revocatoria del vicepresidente.

Con la Conamaq a la cabeza, la idea parece ser la de remover el avispero, y señalar a García Linera como el culpable de la crisis, y de “estar haciendo fallar al hermano presidente”. Claro, el retroceso en la medida no ha conseguido evitar la escalada de precios y la sensación de crisis, y lógicamente algunos sectores podrían estar insatisfechos con la reacción del gobierno, buscando una cabeza de turco que no sea la del jefazo. Si no saltaron los fusibles que debían de haber saltado, pues la idea sería apuntar al fusible maestro.

Esta embestida, todavía incipiente incluso podría ser bien vista desde el gobierno, pues desvía la atención de un tema del que no se ha dejado de hablar el último mes: que el presidente ha pasado a ser un mortal más. En ese entendido, también existe la posibilidad de que la bolita se haya generado justamente desde dentro, como una estrategia de distracción política, siendo que todo el mundo sabe que la revocatoria es legalmente inviable.