jueves, 17 de febrero de 2011

¡Todos a la Zona Sur! (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-17-02-11)

Como me ocurre con frecuencia, una columna de Fernando Molina me quedó rondando la cabeza, provocándome durante varios días reacciones diversas y contradictorias (esa es la misión de un columnista, finalmente). Fernando se lamentaba la semana pasada. de lo complicado que se ha vuelto “Sobrevivir en la Zona Sur”, por los efectos arrasadores de la explosión inmobiliaria, el desembarco masivo de hordas en busca de los “privilegios” de los sureños, y el consiguiente canibalismo urbano que esta tormenta social está causando; trancaderas, asalto de lo público por parte del comercio formal e informal, gremial y corporativo, y otros atropellos que le están dando al tradicional y coqueto refugio de la burguesía paceña, un aire de de feria, dónde lo único que importa es “vender, vender más, y vender siempre”.

Es cierto, los sureños estamos desconcertados por el cambio abrupto de nuestros parajes, e incluso algo violentados por una nueva realidad que puede resultar difícil de desentrañar en estas “épocas de cambio”. Quién lo diría, nuestra cajita de cristal, que creíamos siempre tan aislada, alienada e inexpugnable, se ha convertido hoy en un reflejo descarnado de todo lo que ha traído consigo el cambio en el país (lo bueno y lo malo, dependiendo de los ojos con que se lo vea). La Zona Sud (repelente derivación del nombrecito, por cierto), nos está enrostrando con esta su ordinaria mutación, nada menos que el recambio de elites, el cambio de la estructura de clases, y la novísima movilidad social.

Las nuevas burguesías emergentes han tomado posesión de su condición de nuevas elites, desplegándose como tales en todos los órdenes, uno más visibles que otros, por supuesto. No deja der ser fascinante, a pesar de los “efectos colaterales”, ver en vivo y en directo, cómo las nuevas élites por un lado, y por otro las clases media ascendentes toman por asalto lo que por derecho les corresponde: los símbolos del privilegio que durante tanto tiempo les fueron negados, independientemente de su capacidad económica. Antes no era así, podías tener toda la plata del mundo, y si no tenías el color y el apellido adecuados, no pasabas de ser un cholo con plata, que nunca iba a “entrar” en la sociedad; un verdadero absurdo, pues no puede haber un capitalismo saludable sin movilidad social ya que la aspiración de ascenso social es el combustible del sistema por excelencia (puedes ser el richacho más rico del mundo, pero no vas a descansar hasta que tu hija no se case con un príncipe).

Las elites decadentes que ya no producen riqueza suficiente como para llamarse elite, y tampoco ideas, arte y proyectos colectivos de nación, han tenido que resignarse a la invasión de los pocos modales pero de las muchas ganas de comprar, comprar más, y comprar siempre de éstas huestes, ávidas de mercado, de consumo, de modernidad y de reconocimiento social.

Grandes y buenas noticias para un capitalismo remozado y fortalecido en calidad por nuevas elites, poderosas y legítimas, en cantidad expresado en ese “todo el mundo” que quiere venir a vivir a la Zona Sur, y en dinamismo, por haber superado la cultura de castas raciales vigente hasta hace poco. Y evidentemente, malas noticias para la urbanidad y las buenas costumbres de nuestro atesorado nidito de privilegios.

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