domingo, 6 de febrero de 2011

La maldición de los faraones (Artículo Suplemento Ideas- Página Siete-06/02/11)

Mientras escribo éstas líneas, el presidente egipcio Hosni Mubarak continua en el poder. Nadie sabe si cuando usted las esté leyendo, la situación seguirá siendo la misma, y nadie sabe tampoco qué pasará después de los levantamientos masivos en la ciudad de los mil minaretes.

Pero eso sí, todos sabemos que independientemente de lo que ocurra con el octogenario patriarca y su prole, la insurrección popular (que lejos está del calificativo de “disturbios” que le ha puesto alguna prensa interesada) ha confirmado el inminente derrumbe del mundo árabe, tal como lo esculpieron las potencias occidentales. No cae un presidente, ni cae un gobierno, ni un régimen; cae un dique político construido por intereses ajenos y constituido por varios países del medio oriente; por decirlo de alguna manera más ilustrativa, cae una suerte de Muro de Berlín en pleno desierto.

Pero a no equivocarse: la decisión de mantenerse en el poder, de renunciar, o de dar un paso al costado recién para las anunciadas elecciones presidenciales de septiembre, han dejado de ser una decisión del presidente egipcio. Hasta hace una semana, los norteamericanos y sus socios europeos le habían dado quince minutos más de tiempo, y esperaban la posibilidad de que salga del atolladero, sin dejar detrás de sí un baño de sangre impresentable para la comunidad internacional. Los tres primeros días de protestas, guardaron silencio cómplice, y después cuidaron milimétricamente sus palabras en una especie de “te sigo apoyando, pero no lo puedo decir en público”.

Ahora, son otra vez fuerzas extranjeras las que tratan de administrar mínimamente la salida de Mubarak, para evitar escenarios próximos incontrolables. No es él el que decidirá su futuro, ni el de su hijito, al que le tenía reservada la sucesión vicepresidencial para seguir una tradición política en un país que en cincuenta y cinco años, ha tenido tres presidentes: Gamal Abdel Nasser durante catorce, su vicepresidente Anwar el Sadat durante once, y Mubarak, también su vicepresidente, durante treinta. Flor de democracia, ¿no?

En rigor de verdad, como dicen los comentaristas deportivos, los egipcios nunca han sabido mucho de democracia, pues toda su historia contemporánea ha estado signada por las presiones o los tutelajes de los imperios de turno. El imperio británico durante la monarquía (el último Faruk I, más bien conocido como “el ladrón del Cairo”), el imperio soviético durante la revolución liderada por Nasser, y como no, el imperio norteamericano durante los largos regímenes de Sadat y Mubarak.

Con los gringos la cosa funcionaba más o menos así: Tú te ocupas de mantener a como de lugar la paz con nuestros amigos/socios israelitas, me frenas cualquier expresión islamista en tu política interna, y a cambio, te convierto en mi principal aliado en la región, te lleno de plata, y además te convierto en mi primer receptor de ayuda militar en el mundo…perdón…digo segundo, el primero es Israel. Así, cualquiera se queda treinta años en la silla, ¿no ve? Negocio redondo: con el apoyo irrestricto de los gringos, implantó un régimen en el que todo el que no le fuera leal, era automáticamente tachado de fundamentalista islámico, perseguido y silenciado. Con ese argumento y con los cheques firmados por cinco presidentes norteamericanos, y con el apoyo de unas fuerzas armadas que reciben mil quinientos millones de dólares al año desde Washington, el sagaz ex militar hizo un trabajo exhaustivo y no dejó títere con cabeza en la oposición; manejó la libertad de expresión, y los derechos civiles en general, a su gusto y antojo, y, ni corto ni perezoso, aprovecho de la vista gorda del imperio para erigir una maquinaria de nepotismo y corrupción, del tamaño de las pirámides de Giza.

¡Qué democracia ni que ocho cuartos! Cuando eres funcional a los intereses económicos de los dueños del mundo, puedes ser el autócrata más corrupto y retorcido, y seguirás siendo su “best friend”. Por eso me ataca la risa cada vez que los muy macanudos tienen el descaro de intentar darle lecciones de comportamiento a los Castro, a Hugo Chavez o a Evo Morales. Confieso que la risa se me convierte en arcadas, recién cuando escucho a los esbirros locales que todavía intentan hacer política con la misma cháchara tóxica del “freedom, liberty and democracy”; una cosa es que los gringos tengan que llegar a cualquier grado de cinismo para lucrar con el mundo, y otra muy distinta es que todavía haya gente por acá queriendo venderte el discursito.

Pero, ¿qué pasó en Egipto que pudiera ocasionar el agotamiento de esa “dictadura ejemplar”? Definitivamente no fue una conspiración ideológica ni de tintes religiosos la que originó un levantamiento, que fue más bien espontáneo y desprovisto de liderazgos. Fueron la crisis económica mundial, sus repercusiones en las economías domesticas, el cierre de las fronteras del primer mundo a la migración árabe, y sobre todo, la incapacidad del gobierno de Mubarak de atender las mínimas necesidades y realizaciones de un país compuesto mayoritariamente por jóvenes, hartos del desempleo, la carestía, la censura y la desesperanza.

Que no quepan dudas que lo ocurrido en Túnez y en Egipto va a reconfigurar el panorama en el medio oriente, con consecuencias imprevisibles para occidente. Esperemos solamente que, por una vez, los países de la región, especialmente Egipto, puedan definir su futuro sin la maldición de terceros. Realmente es lo que deseo para un país en el que años hermosos, y del que guardo un recuerdo entrañable. Inshalá.

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