jueves, 3 de marzo de 2011

Un lamento más (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-03-03-11)

No puedo evitar escribir esta semana acerca de los derrumbes que se llevaron por delante nueve barrios de nuestra ciudad. Cuando el tema de coyuntura es demasiado obvio, intento, en la medida de lo posible, evitarlo, y tratarlo más adelante, intentando un enfoque más fresco, que no repita ideas agotadas por la repetición. Todos los columnistas escribiremos sobre el tema, y yo, seguramente seré uno más, diciendo lo mismo; esa será mi manera de desahogarme, y de hacerlo además públicamente, un pequeño privilegio del que gozamos los comunicadores.

Cuando ocurren estas desgracias masivas, el reflejo natural es el de buscar responsables a quienes echarles la culpa de los sucedido. Se busca al culpable sobre quien descargar la ira, el dolor, la frustración y, sobre todo, el miedo. Tiene que haber alguien, algún ingeniero, algún arquitecto, algún funcionario o institución corrupta, alguna autoridad, algún gobierno, alguien a quien responsabilizar. Miramos a nuestro alrededor buscando am quién señalar con el dedo, sin darnos cuenta que culpables somos todos.

Es fácil ceder a la tentación de acusar a la alcaldía que permitió la construcción de casas en lugares increíbles o al vecino que se negó a obedecer la orden de desalojo, de esa misma alcaldía, con la secreta esperanza de que la anunciada tragedia no le llegaría. Menos fácil es ponerse en los zapatos y en el mundo de quienes generalmente sufren estas tragedias. El migrante que llega del campo, o el vecino que vive en ésta ciudad pero en la más cabrona pobreza, que no tiene en realidad otra alternativa que comprarle el terreno sin papeles al loteador inescrupuloso, que construye su casa a duras penas, sin arquitectos ni ingenieros de por medio, a lomo y con la sola ayuda de un ayudante de albañil, que no paga impuestos por que la casa no existe ante la ley, y que, por consiguiente, no puede quejarse no a Dios ni al diablo cuando su casa se licua en la mazamorra.

Es fácil juzgar, desde el altar de la seguridad, la informalidad del humilde, insinuando en el fondo que bien merecido se lo tienen, por resistirse tercamente a “ordenarse”. Menos fácil es tratar de entender que la informalidad no es una cuestión de elección, y que la precariedad permanente no permite el lujo de la formalidad.

Es fácil tratar de convencerse de que estos son problemas de las personas o de las instituciones que no hacen bien su trabajo, pero también es menos fácil asumir que el problema de fondo es que hemos permitido y nos hemos resignado a vivir en una sociedad y en un modelo incapaz de garantizarle lo mínimo a la mayoría de la gente; y claro, como “así nomás es en todo lado”, pues todos callados.

Es fácil consolarse con la conmovedora solidaridad que despiertan estos azotes, sobre todo en los más pobres; con los voluntarios que ponen el hombro, con los empresarios que hacen masivas donaciones de productos (siempre, eso sí, con nota de prensa de por medio), con la gente de a pie que entrega lo que le falta y no lo que le sobra, y con gobiernos, gobernaciones y municipios amigos, que tampoco pierden oportunidad de envira mensajes políticos junto con la ayuda. Menos fácil es, finalmente, es atreverse a afirmar que esta solidaridad, al igual que la beneficencia y la caridad, no son la solución, si no la prueba de que las cosas no funcionan.

Los efectos de la solidaridad duran lo que un fósforo, pues obviamente ésta no es sostenible en el tiempo. ¿Usted se ha preguntado qué fue los damnificados de los barrios que cayeron el año pasado? Así la realidad, la Alcaldía debería comenzar hoy a construir los albergues para las víctimas del próximo año.

1 comentario:

  1. Has visto la pelicula de Alejandro Gonzalez Inarritu Biutiful? Toca el tema de cerca ....

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