domingo, 20 de marzo de 2011

Efectos políticos del deslizamiento (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-20-03-11)

La magnitud del desastre ocasionado por el megadeslizamiento ocurrido en nuestra ciudad, además de llevarse por delante una docena de barrios enteros, podría haber arrasado también con la figura de Luis Revilla. Para espanto de los que ya festejaban en silencio el entierro político del alcalde de La Paz, parece haber ocurrido otra cosa. Superados los momentos más duros de la tragedia, vale la pena detenerse un momento a considerar sus secuelas políticas.

Para la mayoría de los ciudadanos paceños, la elección de Revilla fue un hecho positivo que significó la continuidad de una gestión municipal de diez años, que logró sacar a la sede de gobierno de un pozo de inestabilidad, ineficiencia y corrupción, que todavía hoy recordamos con horror. Con simpatías más o simpatías menos, los paceños reconocemos en la gestión de Juan del Granado el ordenamiento financiero de los recursos de la comuna, su fortalecimiento institucional, la inversión en infraestructuras indispensables (aunque no siempre visibles), y, sobre todo, la recuperación del espíritu de ciudadanía y la fe en nuestra ciudad.

Prueba de ello fue la madura decisión de los paceños, que en las elecciones municipales de abril de 2010, optaron por la continuidad frente a una candidatura oficialista que no pudo ocultar su apetito hegemónico y un incomprensible encono con sus aliados políticos; La Paz, el bastión electoral del MAS por excelencia, castigó en aquella ocasión el desacierto del partido del presidente Morales, y tendió un nuevo escenario político que pretende tener alcances nacionales.

Para el joven sucesor de Juan del Granado, ese remezón electoral le implicó el desafío, no solamente de hacerse cargo de ésta complejísima ciudad, sino de imprimirle a su gestión un sello de personalidad y liderazgo suyos, que le permitieran brillar con luz propia, más allá de la impronta del liderazgo del jefe de su partido. Le dejaron la vara alta, pero además, en condiciones políticas muy distintas a las de su antecesor, es decir un gobierno central herido por su victoria, y dispuesto a cobrar venganza una y otra vez, haciéndole la vida a cuadritos.

No se cumplido todavía ni un año de gestión, y Revilla ya carga encima dos procesos judiciales, el bloqueo de su capacidad de endeudamiento institucional de parte del ministerio de economía, y vaya usted a saber cuántas zancadillas más en el día a día operativo. No se necesita ser clarividente para afirmar que se la tenían jurada, y que, antes de los deslizamientos, la suspensión estaba cantada, y ya se barajaban en los pasillos del poder los nombres de su posible “reemplazante”.

En cuanto a las causas de lo ocurrido, las razones son diversas y de una complejidad estructural, de acuerdo a la opinión de expertos e involucrados en el tema; mucho se ha dicho y mucho se seguirá diciendo al respecto, pero en lo que respecta a éste análisis, no se pueden dejar de destacar dos aspectos fundamentales: la ciudad no tuvo que lamentar la muerte de nadie, y ni siquiera los directamente afectados, responsabilizan a la alcaldía como culpable del hecho. Es realmente notable que no se hubieran registrado víctimas fatales en un derrumbe masivo que afectó una superficie de más de doscientas hectáreas, que destruyó más de mil quinientas casas, que damnificó a seis mil personas, y que, hasta el momento, suma una cuenta de casi cien millones de dólares.

Más que tratarse de una afortunada casualidad, este saldo parece tener más que ver con el reordenamiento de prioridades que realizó la alcaldía el año pasado, orientando sus esfuerzos a la atención de riesgos y a los planes de evacuación de algunas zonas. Es verdad que muchas cosas se pudieron haber hecho mejor, que todavía hay zonas grises entre las responsabilidades de la comuna y de Epsas, que está por verse la sostenibilidad del apoyo municipal a los damnificados, y que habemos todavía decenas de miles de personas sin una gota de agua desde hace tres semanas, pese a la promesa del alcalde de que se restituiría el suministro, por lo menos día por medio.

Pese a todo, y con todo el respeto que los realmente afectados merecen, creo que la alcaldía realizó una buena labor, y que la gente así lo reconoce. Al contrario de lo que ocurrió en Santa Cruz, en donde el derrumbe del edificio Málaga hizo evidente una crisis de identidad y de confianza en la ciudad, en La Paz creo que la tragedia ha servido para confirmar nuestra fortaleza, y la seguridad de que vivimos en un lugar complicadísimo, pero que vamos en la dirección correcta, en términos de construcción de ciudadanía.

Al César, lo que es del César: Revilla ha sabido hasta el momento ponerse a la altura de las circunstancias, y eso le ha significado un cambio de categoría política. A los ojos de mucha gente, con éste reto, el alcalde se ha destetado de la figura de Juan del Granado. Interesante oportunidad para el Movimiento sin Miedo, que suma un nuevo liderazgo de pantalones largos, en un esquema que, hasta el momento, parecía concentrar excesivamente el poder en su jefe y en su esposa, la diputada Marcela Revollo.

Habrá que ver cuál será la actitud del gobierno de aquí en adelante; probablemente tengan que postergar momentáneamente los planes de suspender y encarcelar al alcalde de La Paz, por un papel membretado y la duda de tres mil bolivianos. En estos momentos de dolor y congoja colectivos, nos hacemos un pequeño espacio de optimismo, para darle la bienvenida a nuevos liderazgos, mejor si son de izquierda.

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