jueves, 27 de octubre de 2011

Un final feliz, que no es feliz ni es final (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-27/10/11)

No podía terminar bien algo que comenzó tan mal, y fue manejado como algo peor. La cara y la actitud del presidente durante el acto de promulgación de la ley que establece que no habrá camino que atraviese el TIPNIS, lo dice todo.

Los políticos pueden poner la cara que quieren, en la circunstancia que fuere; esa es, lamentablemente, la gracia que los caracteriza. Y si no ponen la cara de circunstancia, esto quiere decir, o que no les da la gana, o bien que la circunstancia ha rebasado sus límites. La actitud de desdeño y la jeta que el presidente les puso a los TIPNIS y al país entero en el Palacio, podría entonces denotar soberbia, rencor, o pura rabia.

Si fuera rencor, éste se podría explicar a partir de su derrota política frente a la marcha de los indígenas, y al costo interno y externo que tendrá que pagar por no haber sabido medir ni manejar el asunto como se debía. Esa sería entonces la cara que habría querido ponerles, como advertencia y presagio de lo que les espera, después de haber tenido la osadía de desafiarlo.

Si se tratase de más soberbia, pues entonces sería eso mismo, pero con el aditamento de no haber aprendido nada a partir de lo ocurrido. Querría decir esto que las disculpas públicas y el gobernar obedeciendo, fueron nomás gestos obligados al calor de las papas. Querría decir que esta crisis política de magnitudes gigantes, no será aprovechada como un punto de inflexión y de reflexión, a partir del que deberían repensarse la dirección y los caminos hacia el futuro.

En caso de que aquella cara reflejara rabia incontenible e indisimulable, pues entonces podríamos pensar que el sentimiento del presidente responde a que el conflicto le ha tocado el lugar que más duele.

En todo caso, el presidente mostró la hilacha ante los ojos del país y del mundo entero. En sus casi seis años de gobierno y en circunstancias súper complicadas, nunca me pareció que el presidente perdiera la compostura a ese grado. En el caso del TIPNIS, el acto del Palacio fue el colofón de todo un episodio en que, francamente y con todo respeto, creo que le faltaron altura y grandeza.

Para los indígenas del TIPNIS, no importa mucho la sutileza de las caras. La actitud poco prudente, desconfiada y poco triunfalista que mostraron, da fe nuevamente de su experiencia y sabiduría; saben del carácter rencoroso y vengativo del presidente, y saben que, de una u otra manera, les va a sentar la mano; saben que más allá de los que se ponga en una ley o en un reglamento, cuando alguien te las tiene jurada y te quiere joder, no hay norma que lo impida.

Seguramente bajo el argumento de intangibilidad, comenzará una nueva estrategia de acoso que terminará señalando a los indígenas como depredadores, cuando saquen un pez de la laguna. ¿Querías que no se toque? Pues, bueno, ¡ni siquiera tú puedes tocarlo! Esa va a ser la tónica, que ya ha inaugurado la viceministra de Medio Ambiente, diciendo que revisarán inmediatamente los contratos de los indígenas con dos empresas madereras, para ver si responden a principio de intangibilidad. Con el mismo argumento, los indígenas pueden irse olvidando de recibir un solo centavo del estado en inversión pública.

Regresan a casa amenazados de muerte y frente a un futuro incierto que tendrán que bancarse solos, pues dentro de unas cuantas semanas, la mayoría de los solidarios citadinos, los auténticos y los oportunistas, habrá olvidado los avatares de los indígenas. Ese es el riesgo de enarbolar causas indígenas y ambientalistas, al calor de las emociones y las coyunturas. El riesgo para otros, quiero decir.

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