domingo, 30 de octubre de 2011

La sociedad versus el poder (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-30/10/11)

Todos, menos el gobierno, coincidimos desde hace dos meses en que el conflicto generado por la carretera del TIPNIS iba a superar rápida y ampliamente su dimensión económica, ecológica, territorial y sectorial, para convertirse en un hecho político de profundo calado. Así fue, y esto probablemente se debió a que el presidente, el vicepresidente y todo el equipo político del gobierno leyeron mal el tema desde el inicio, e hicieron cálculos políticos equivocados, cuyos costos internos y externos recién comenzarán a pagar ahora.

Sin embargo, donde existen menos coincidencias es en la lectura y la interpretación de los efectos, luego de la claudicación del gobierno ante la potencia política de la marcha. Si bien ha quedado clarísimo que se trata de una tremenda derrota para el presidente y su gobierno, el desenlace puede ser interpretado de diferentes maneras, unas más bien antojadizas y otras incluso contradictorias. No han faltado, por supuesto, los que se han apresurado a vaticinar no solo la inminente caída del régimen, sino la pronta restauración de la república neoliberal, como si nada hubiera pasado en los últimos años en el país.

En realidad, lo que ocurrió fue que un par de organizaciones sociales, subestimadas por su poca fuerza numérica, le doblaron la mano al poder, y con ello demostraron no solamente su autonomía política frente al gobierno, pero también la vitalidad de la sociedad civil, y la vigencia plena del Proceso Constituyente. Fue la solvencia moral de las reivindicaciones, la lucidez de los dirigentes que lideraron la marcha y la adhesión legítima de una sociedad que, una vez más, dejó claramente establecido su rechazo al abuso de poder, lo que terminó arrodillando a todo el aparato de gobierno. Algo parecido ya había ocurrido con algunas organizaciones sociales de El Alto, luego del gasolinazo de finales del 2010.

Muchas veces dijimos también que, si existía alguna posibilidad de rectificación del rumbo de las cosas, esta radicaba en la capacidad de las organizaciones sociales de zafarse de las redes prebendales y clientelares del gobierno, y retomar su condición de movimientos sociales frente a los desvaríos y los despropósitos del gobierno. La plata, las pegas, los espacios de poder, las presiones, los chantajes y la imposición forzada de dirigentes, tenía a las organizaciones sociales en un estado de aletargamiento a partir del cual no se podía pensar en el indispensable desarrollo de nuevas formas de participación y control social.

Hoy tenemos al menos algunas razones para pensar que las organizaciones sociales, la sociedad organizada y lo que solemos llamar “la gente”, probablemente siguen respondiendo a las convicciones fundamentales que dieron origen al Proceso Constituyente, y que de alguna manera se tradujeron en la agenda de octubre y luego en el texto de la nueva Constitución Política del Estado.

Pese a que la integridad del Pacto por la Unidad puede estar todavía en discusión y pese a que las complejas relaciones entre el MAS y el tejido social está todavía en tensión y en incertidumbre, ciertos sectores han querido establecer en los hechos algo que se viene diciendo hace mucho tiempo: que éste no es el gobierno de los movimientos sociales, que Evo Morales fue una parte del proceso, que tuvo gran intuición política y supo colocarse al frente en el momento adecuado, que el MAS representa la conducción política circunstancial del proceso, que ambos, Evo y el MAS siempre fueron los más conservadores dentro del proceso, y que son el gobierno y el presidente los que han perdido la brújula y el camino que gran parte de este país se habían marcado como ruta crítica para construcción de un nuevo estado.

Tampoco debemos hacernos la ilusión de que estos remezones y llamados de atención darán lugar a reflexiones y rectificaciones dentro del gobierno. La ceguera y el espíritu inmediatista del gobierno no insinúan precisamente el deseo y la voluntad política necesarias para una verdadera reconducción, más allá, claro, del teatro político. Cualquier moderación ante el exceso o cualquier retroceso ante el error, tendrán que ser impuestos por la fuerza de la reacción de una sociedad, que no ha perdido sus cualidades de sensibilidad, madurez política y sentido común.

No debería pasar desapercibido para nadie el hecho de que la resolución de los problemas, sigue proviniendo de la sociedad, y no del poder o del sistema político. La sociedad ha dado muestras de buena salud, y esto es un bálsamo de optimismo que contrasta con las señales del gobierno estos últimos dos años. El régimen desilusiona, y la gente de a pie se encarga devolverle perspectiva a las cosas. El proceso de cambio corre desbocado por la autopista del poder, mientras el Proceso Constituyente busca, una y mil veces los intrincados caminos de la pluralidad.

No se confunda con romanticismo la retoma de consciencia, en medio de esta gran incertidumbre, de que estos procesos son de larga duración; que esto comenzó hace más de treinta años, y que probablemente tardemos muchos años más en construir lo deseado lo peleado y lo esbozado hasta ahora. Los escollos son nuevos y poderosos, pero para la gente, la agenda parece ser la misma.

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