jueves, 30 de septiembre de 2010

Chávez para rato (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-30/09/10)

Los carroñeros de la política criolla, los que deben esperar por las sobras en el piso para existir quince minutos más, estaban ya salivando y frotándose las manos a la espera de qué cosita podía caerles de la mesa de las elecciones legislativas venezolanas. Alguno que otro despistado, como el jefe de Unidad Nacional, incluso se aventuró en el Facebook a una apresurada interpretación de los resultados, anunciando el fin del chavismo. Ese reflejo de intentar sacarle tajadita y rédito político a cualquier cosa que ocurra en Venezuela, es en realidad un rasgo característico de toda la derecha. Se afanan en seguirle la pista a Chávez hasta el último detalle, y se acaloran con todo lo que dice y con todo lo que hace, en la lógica de que la salud del régimen venezolano es determinante para nuestro país, y por tanto para sus posibilidades de poder. Si cae Chávez, caerá Evo.

En ésa línea de razonamiento, la subsistencia política y económica de Evo Morales y del MAS, está sujeta casi exclusivamente al destino de Hugo Chávez; Evo es simplemente un sirviente (como deben ser todos los indios), que fue colocado en donde está y que no podría sobrevivir un día sin las instrucciones y los dólares del dictador caribeño; lo que se hace en Venezuela, se lo copia en Bolivia a simples órdenes del patrón. En esa misma lectura, Evo llegó al poder gracias a una conjura internacional liderada por Chávez; no existe ningún proceso que explique lo ocurrido; este es un accidente causado por Chávez, y si se muere el perro, se mueren las pulgas.

Así piensan, así leen la política, así comprenden la historia…y así también les fue.

El resto de la gente, vemos a Chávez como un referente importante, que ha hecho enormes esfuerzos para articular un proyecto político de izquierda en la región. Sus aliados más cercanos son evidentemente Bolivia, Cuba y Nicaragua, pero su relación política es también muy estrecha con Argentina, con Paraguay, con Uruguay, y con Ecuador. Incluso ha mantenido un lazo importante con Brasil, que al parecer ha renunciado al liderazgo político de la región, apuntando mucho más alto, a hacer valer su envergadura en un reacomodo de los pesos y contrapesos mundiales.

La personalidad histriónica y exultante del presidente de Venezuela podrá caernos simpática o antipática; es verdad, el hombre tiene un estilo que puede resultar irritante incluso para quienes comparten sus ideas. Pero más allá de su hábil y brillante retórica, debo decirlo, cada vez que me tomo la molestia de escuchar alguno de sus interminables discursos, no hago otra cosa que confirmar la tremenda solidez y congruencia ideológica de sus discurso. Las ideas y la propuesta política son impecables, pero claro, habrá que estar en Venezuela para ver si la lucidez del discurso tiene un correlato con la realidad.

Por lo pronto, la caída de los precios del petróleo, la ayuda financiera a países amigos, y la galopante corrupción, parecen estar cobrándole la factura al régimen, que ha perdido el control de la asamblea, y con ello el poder discrecional del que gozaba. El resultado tiene pinta de frenazo de alerta y acusa el natural desgaste de once años de gestión, pero no implica obligatoriamente el final de la revolución. Chávez sigue contando con el apoyo de más de la mitad de la población, en una elección en la que él no era el candidato. La reacción a éste traspié no se hará esperar, y seguramente se va a traducir en una adelantada y furiosa campaña presidencial, escenario en el que el hombre sabe moverse muy bien.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Nueva ley de medios: el arte de hacerle el quite al bulto (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-23/09/10)

Por fin la escena pública se llena con dos temas importantes y apasionantes: El racismo y los medios de comunicación. Luego de semanas de semanas en que no hacíamos otra cosa que ocuparnos de las miserias de la política chiquita, vuelven al ruedo dos asuntos que prometen sacar roncha en todos los actores involucrados, y también en los que no lo parecen, pero si están.

Primera constatación en este ardiente debate en curso: lo que en principio fueron dos iniciativas distintas, por un lado la necesidad de una nueva ley que regule a medios y periodistas, y por otro una ley contra el racismo, se han juntado y se han revuelto, al grado de no saberse ya de que estamos hablando. Habrá que ver si esta ensalada se debe únicamente a las obvias ares de intersección entre ambos temas, o más bien a una astuta estrategia que busca supeditar un tema al otro, al punto de sacarlo de la agenda. Tengo la impresión de que el famoso artículo del proyecto de ley contra la discriminación, que amenaza con sanciones a los medios que permitan o alienten el racismo, ha copado toda la atención y la discusión, distrayendo el fondo del tema, y de paso haciendo desaparecer la necesidad de regular los medios a través de una nueva ley. El debate se está convirtiendo en un griterío de denuncias contra la libertad de expresión, y nada más.

No nos pasemos de vivos entonces, y separemos bien las peras de las manzanas. Ambas leyes son necesarias por razones distintas, complementarias en algún sentido, y no excluyentes. El hecho de que la ley anti discriminatoria involucre también a los medios, no quiere decir que no exista necesidad de un nuevo instrumento normativo para la comunicación. Ya lo sé, el tema es medio tabú, y el solo de mencionarlo lo pone a uno bajo sospecha; hablar del asunto es suficiente para levantar susceptibilidades de mordazas y demás amenazas a la libertad de expresión; y manifestarse a favor de sanciones contra los excesos de la prensa, es casi un delito de lesa información.

No estaría mal ponerle de una vez el cascabel al gato, y afrontar la necesidad de una nueva legislación con algo más de honestidad (profesional e intelectual) y valentía. Por un lado está bastante claro que los instrumentos vigentes en la actualidad resultan insuficientes (por la escaza evolución que han experimentado debido a su no aplicación), y que las actuales instancias como el Concejo Nacional de Ética Periodística y el Tribunal Nacional de Ética Periodística, no terminan de representar a a todas las partes involucradas.

El comportamiento y la evolución (¿o involución?) de los medios en el pasado inmediato, confirman la urgencia de un nuevo marco que garantice la plena libertad de expresión, pero que también establezca límites y sanciones reales contra quienes hacen uso de la libertad con fines políticos y financieros encubiertos. Hay que decirlo sin complejos y con todas sus letras: existen medios de comunicación en éste país, que han actuado y que actúan suplantando el rol de los partidos políticos, violando sistemáticamente todos los principios de ética periodística, en defensa de sus intereses particulares. Estos medios y estos periodistas, estas empresas y estas personas, se escudan detrás de las garantías que les otorga la libertad de expresión, no para hacer periodismo, sino para hacer política y de la forma más vil.

Hace falta una nueva ley de medios, seria, ágil y de acuerdo a los tiempos que corren. Dejémonos de hacerle el quite al bulto.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La indulgencia de la historia (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-18-09-10)

Para quienes pensábamos que el proceso constituyente se había desarrollado hasta ahora en condiciones plenamente democráticas, es bien difícil comprender y asumir el giro autoritario que ha tomado el gobierno a través de la judicialización de la política o politización de la justicia, según se quiera ver. Ocurre en realidad que, más allá de las percepciones y convicciones particulares sobre este gobierno y el proceso en curso, a las clases medias nos importan mucho las formas y las maneras en el quehacer político. La gente normalita como nosotros, llevamos al hombro una fuerte carga de valores liberales (que no debe confundirse con la posición económica neo liberal) que nos predispone a un solemne respeto a “las reglas de juego” del sistema democrático. Los clase media, los que no somos ni proletarios ni potentados, nos escandalizamos fácilmente frente a cualquier transgresión de los preceptos que supuestamente le confieren un equilibrio perfecto a la democracia formal.

Los que se encuentran en la cima de la pirámide social, llámense oligarcas, poderosos, ricachones, o lo que a usted se le ocurra, en cambio, siempre han tenido una actitud, digámoslo de alguna manera, más flexible en torno a la democracia. La ante posición de sus intereses y el pragmatismo los caracteriza, y mientras conserven sus privilegios y ganen mucha plata, la verdad es que les da un poco igual que ocurra en el sistema político. La evidencia histórica de ésta posición es abundante, y sobran los ejemplos de su estrecha colaboración con las más cruentas dictaduras militares, como con regímenes de ultra izquierda. Para ellos, no importa el color del gato mientras cace ratones, y cazar ratones significa multiplicar sus fortunas, casi siempre con el estado en calidad de socio.

En el otro extremo están las clases populares, compuestas por campesinos, indígenas, obreros, gremiales, artesanos y cholos varios, laxos también con la observancia de los valores democráticos, pero por razones bien diferentes. Para ellos, la democracia de libro ha sido en alguna medida la garantía para mantener el statu quo en condiciones nunca muy favorables. Es más, los pocos saltos cualitativos importantes que han experimentado han sido siempre producto de quiebres democráticos y rupturas sistémicas, así que lógicamente no le tienen la misma reverencia a la letra muerta. No quiere decir esto que desprecien o ignoren el valor de la democracia, por supuesto; su largo record de defensa y enriquecimiento del sistema democrático demuestra todo lo contrario, pero no hay duda de que en la base popular se entiende la democracia en sentidos y dimensiones mucho más amplios y diversos que en la democracia liberal.

Yo fui uno de los que me horroricé al constatar que ya sobran evidencias para confirmar que evidentemente el régimen ha decidido hacer tabla rasa con todos sus adversarios potenciales, vengan éstos de dentro o de fuera (y no me estoy refiriendo al país, sino al gobierno). La verdad es que mi primera reacción fue de bronca, pues esto les da la razón a los que desde hacen cinco años sostienen que estamos bajo una dictadura estalinista, cosa con la que obviamente no estoy de acuerdo. Después me asaltó la incredulidad. No me entraba en la cabeza cómo es podían haber tirado por la borda la cualidad democrática de un proceso revolucionario, para deshacerse de unos enemigos casi todos ya liquidados y sin ninguna perspectiva de futuro. Me pareció un error y una barbaridad, injustificable táctica y estratégicamente, el haber dado el paso al autoritarismo y a la prepotencia, siendo que ya habían derrotado a la derecha reaccionaria, y echarse en contra a las clases medias.

Solamente después de un sesudo ejercicio para sacudirme de mis ataduras mentales y tratar de ponerme en los zapatos de los mandamases del MAS, me fue cuadrando la idea de que en realidad les importa un pepino los pataleos y lloriqueos de los medios y de la “opinión pública” urbana. Por un lado saben muy bien que las convicciones no nos alcanzarán para salir a las calles a defender ni a defenestrar a nadie, y que el pueblo profundo (léase las mayorías), verá con buenos ojos cómo les sientan la mano a los mafiosos de los partidos tradicionales y los que intentaron tumbar a Evo. Si para ese cometido se tiene que forzar la ley, y cae en la misma bolsa algún inocente, pena: habrá valido la pena si se consigue un escarmiento justo y necesario.

También deben saber en el gobierno que lo hecho hasta ahora, les depara ya un lugar de privilegio en la historia; las gestas de esta magnitud son valoradas por la historia con mucha benevolencia, y se tiende a olvidar rápidamente sus lados oscuros y los excesos cometidos. Cuando se corrigen injusticias ancestrales, cuando se voltea el sistema, cuando se cambian las relaciones entre unos y otros, cuando se derrota al enemigo, y cuando se recambian las élites de poder, la historia no alcanza sino a registrar y valorar lo esencial, dejando de lado lo accesorio y lo incidental. ¿O es que alguien recuerda el descalabro económico, la violencia política, la dependencia extranjera o las desenfrenadas peleas intestinas que acompañaron a la Revolución de 1952? ¿Acaso la historia de la Gloriosa Revolución de Abril (que hoy se escribe así, con mayúsculas), se la mira a través de la falange, de la rosca, de la prensa reaccionaria de la época, o de las clases afectadas?

Lo que a primera vista parece mareo de poder, probablemente responda a una lógica cruda, pero muy lúcida, en la que no dejan de tener razón.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Dos teorías: la exhumación o la huasca (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-16/09/10)

Ya todos los columnistas y opinadores hemos procedido con los pataleos de rigor, condenando a los cuatro vientos la judicialización de la política de parte del gobierno, expresada en quinientos mil juicios y acusaciones orientados a deshacerse de cualquier oposición o disidencia interna. También ya me he quejado amargamente de que uno de los costos más onerosos que el país tendrá que pagar por esta decisión política, será que, como se está metiendo a moros y cristianos en la misma bolsa, va a ser imposible reconocer a inocentes de culpables, y en consecuencia los pillos más detestables pasarán por víctimas de una sañuda persecución política.

Después del desahogo vano del pataleo, creo que corresponde hacerse la pregunta de las razones que han podido llevar al gobierno a tomar un camino tan jodido. Y habrá que comenzar por preguntarse, ¿Se trata de una movida táctica o de una etapa estratégica del proceso?

En la primera hipótesis, la de una necesidad táctica en respuesta a una coyuntura difícil, podríamos suponer que los despelotes internos del gobierno son tan grandes, que la única solución para aplacar a sus huestes, sería revivir a los enemigos externos. No es nada descabellado pensar en algo así; el apetito insaciable de pegas y de espacios de poder ha demostrado ser con creces, el adversario más formidable del régimen. Al lado de los pobladores de Caranavi, de los indígenas de tierras bajas, de los cívicos potosinos o de los campesinos de La Paz, pues el gobierno prefiere mil veces tener en frente a los ineptos líderes de la derecha neoliberal y tradicional, aunque para ello sea necesario sacarlos de sus tumbas. En ésta lógica (si vale para ello el término), la activación de múltiples focos de tensión externa, reactivaría el modo de alerta de los movimientos sociales, actualmente en una pausa dedicada exclusivamente a la exigencia de recompensas. Esta teoría, que podría denominarse de exhumación, determina que hay que revivir o azuzar al enemigo, para que los amigos dejen de hinchar.

La otra hipótesis es más siniestra, pero no por ello menos probable. En este caso ya no estaríamos asumiendo la instrumentalización de la justicia como un mecanismo para resolver un problema de coyuntura, sino como un episodio ineludible en cualquier proceso revolucionario: el del terror político. Esto es algo muy distinto porque es frio y premeditado; estaríamos hablando del concepto de concretar explícitamente una estrategia de poder a largo plazo, eliminando del mapa a cualquier adversario que pudiera representar, aunque sea remotamente, algún riesgo a futuro. Esa es la teoría de la huasca, que dice que te ha costado horrores llegar hasta donde has llegado, que necesitas y mereces veinte años para hacer lo que tienes que hacer, y que para quedarte le vas a sacar la cresta a quien se te ponga delante.

En ambos casos, está claro que al gobierno le tiene sin cuidado asumir el modo del autoritarismo y la prepotencia. Para mí, eso representa una desilusión, pues, hasta ahora, estaba convencido de que lo avanzado se había realizado en democracia plena. Pero la opinión, o el cambio de opinión de este pelagato de la clase media, no tienen peso ni valor cuando se actúa confiando en que las bases populares aprueban entusiastamente la huasca a los malandrines, aunque en el camino caigan inocentes.

jueves, 9 de septiembre de 2010

De la impunidad a la absolución (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-09/09/10)

La impunidad de los delitos cometidos por autoridades y políticos en ejercicio del poder ha sido nuestro pan de cada día desde que tenemos memoria. La función pública y el acceso al poder directa o indirectamente, es para los bolivianos casi un sinónimo de enriquecimiento rápido, ilícito y jurídicamente seguro. En dictadura y en democracia, desde la izquierda y desde la derecha, vía nacionalismo y vía neoliberalismo, el súbito enriquecimiento de los políticos y los pseudo-empresarios ligados al poder, ha sido una historia recurrente que nos ha forzado a aceptar aquello como una fatalidad irremediable; en nuestro imaginario la corrupción es algo parecido a un impuesto, un mal necesario que pagamos a disgusto, pero que aceptamos como parte de las reglas de juego.

La indulgente tolerancia hacia los corruptos se practicó con mayor frecuencia en las elites y clases acomodadas, hasta hace poco las únicas beneficiarias del hurto a las arcas del estado. Me explico: para los pobres, la referencia de los corruptos siempre fue como más abstracta, más difícil de identificar, mientras que para nosotros, los acomodados, la cosa siempre fue mucho más evidente. El vecino, el compañero de curso, el pariente o el conocido que luego de un fugaz paso por el árbol (o por sus ramas), aparecía forrado y haciendo ostentación de un ritmo de vida sospechosamente próspero, para nosotros siempre tuvo rostro, nombre y apellido.

Identificar a los pillines no era tarea muy difícil. No eran necesarias ni denuncias públicas ni imputaciones judiciales; bastaban y sobraban los dedos de la mano y algo de sentido común para sacar conclusiones con quienes, en la mayoría de los casos, confirmaban aquello de que en la vida hay dos cosas que no se pueden disimular: el amor y el dinero. En todo caso, creo que coincidirá conmigo en que hemos sido siempre tolerantes y condescendientes con la corrupción, por no decir estúpidamente complacientes. A más de un corrupto hemos validado socialmente, festejándole sus fechorías como si se tratase de una travesura infantil.

Lo que ocurre hoy es aparentemente todo lo contrario. Decenas de juicios y acusaciones se acumulan a diario en los juzgados y en los titulares de prensa, conduciéndonos a un peligroso estado de saturación, cuando no de hastío. Esto nos está llevando a la desconcertante sensación de que se está metiendo a todos en la misma bolsa, y de que se hace cada día más difícil separar el polvo de la paja. Lo que debiera ser entendido como un tardío pero justo escarmiento contra los impunes, comienza a diluirse en el torrente de imputaciones del que parece no se salvará nadie.

La esquizofrenia judicial que se ha desatado se caracteriza además por la sistemática ausencia de sentencias o sobreseimientos, que se ha traducido en un permanente limbo de causas inconclusas e irresueltas en el que, finalmente, no se sabe quién es culpable y quién es inocente. Peor aún, el uso y abuso de acciones judiciales contra opositores y disidentes, ha despertado la sospecha generalizada de que la justicia es un instrumento más del gobierno, en su estrategia de deshacerse de todos sus detractores. Si ese es el juego, quiere decir entonces que no se han dado cuenta de que el precio a pagar por sus ajustes de cuentas a través de la justicia, será que los grandes bribones de este país pasen a la historia como víctimas de una absolutoria “persecución política”.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Chile en los ojos del mundo (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-05/09/10)

La historia de los treinta y tres mineros chilenos atrapados en la mina San José, tiene todos los elementos para haberse convertido en un drama transmitido en tiempo real a través de centenares de medios de comunicación, urbi et orbi. En ella se entremezclan todos los ingredientes necesarios para cautivar la atención de periodistas, y mantener en vilo a la opinión pública mundial, que sigue minuto a minuto el calvario de este grupo de trabajadores, como si se tratara de una telenovela, de duración indefinida y de desenlace incierto. Es la trama perfecta en la que confluyen relatos de valentía heroica, de oscuros manejos empresariales, de corrupción funcionaria, de administración de crisis política y de manejo de imagen internacional. Un verdadero cóctel explosivo en un escenario cuyo telón de fondo es ni más ni menos, que la celebración del bicentenario de Chile.

La afluencia al lugar de los hechos de periodistas, familiares, técnicos, autoridades, científicos de la NASA y curiosos, es de tal magnitud, que hasta el momento se han producido ya tres accidentes de consideración en el camino que conduce a la célebre mina. El sitio, que hasta hace algunas semanas no era más que un páramo desolado, hoy parece una feria en la que las familias afectadas deben convivir con un interminable espectáculo mediático.

Vivimos en un país con larga tradición minera, y sabemos del espíritu aguerrido y de la fortaleza de carácter de los trabajadores del subsuelo, y sin embargo no nos dejó de conmover hasta las fibras más íntimas, la reacción de los mineros en su primer contacto con el presidente Sebastián Piñera. Luego de diez y siete días de angustia, sin saber qué les depararía el destino, el primer reflejo del líder del grupo, fue preguntar por el destino de uno de sus colegas que iba saliendo del lugar en el momento del derrumbe. Cuando el primer mandatario le comunicó que no había habido víctimas en el derrumbe, se escucho el estallido de júbilo de todo el grupo. No hubo ni quejas, ni lamentos, ni exigencias de ningún tipo, solamente la más conmovedora muestra de humanidad y solidaridad que terminó de consolidar la empatía y la admiración de propios y extraños hacia los afectados.

“Estamos bien los 33 en el refugio” fue el mensaje escrito en un papelito que conmocionó al mundo, y dio la talla de estos hombres, en un momento en que las esperanzas comenzaban a esfumarse. Pero no todo es grandeza en ésta cruda historia. Detrás de los esfuerzos denodados del rescate, de la eficiencia y coordinación de las labores y de la solidaridad genuina de todo un país, se esconden las causas sórdidas que ocasionaron el desastre. La codicia irresponsable y criminal de los dueños de la empresa minera resalta como la principal razón, pero no es la única. Si bien hasta el momento no se han establecido responsabilidades definitivas, los antecedentes y la opinión de gente involucrada, apuntan a la mezquina negligencia de los empresarios, que no habrían cumplido con las precauciones de rigor y tampoco habrían reaccionado a las señales y advertencias que hacían prever el desastre, en aras, claro está, de maximizar las utilidades de su negocio. Los antecedentes de la empresa no hacen otra cosa que acentuar las sospechas: la mina había sido clausurada ya una vez por inobservancia de medidas de seguridad, y se dio modos, aún no esclarecidos, para obtener la autorización para reanudar los trabajos de explotación.

La sombra de corrupción en las entidades públicas involucradas y de graves deficiencias en el aparato normativo de la actividad laboral en general, se cierne sobre un estado que se precia de una reputación de eficiencia, seriedad y sólida institucionalidad. ¿Pero es ésta la realidad del sistema institucional chileno? ¿La imagen internacional de modernidad y de ejemplo de desarrollo, condice con el dudoso funcionamiento de sus entidades públicas y privadas? En suma, ¿Será Chile ese pedacito del primer mundo en el continente, o un país latinoamericano más, con todas las contradicciones que ello implica?

La duda de la imagen frente a la realidad, se hace razonable a la luz de éste último incidente, sumado a las polémicas controversias que sucedieron al terremoto de principios de año. En aquella ocasión, tal como sucede ahora, se desnudaron mortíferas fallas en el mando militar de la Armada, en el ONEMI (Oficina Nacional de Emergencia), en el SHOA (Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile), en el sistema de defensa civil y en la normativa de construcciones civiles.

Seguramente la situación chilena no se halla en ninguno de los dos extremos; Chile no es Haití, y tampoco es Suiza, pero lo cierto es que se está jugando el todo por el todo por conservar su imagen internacional, elemento vital para la atracción de capitales externos y para su vinculación económica con el mundo desarrollado. En el orden interno, el manejo de la crisis es un tremendo desafío político para el novel gobierno de la Alianza, con un saldo positivo a la fecha (el presidente Piñera ha subido diez puntos en su aprobación).

El terremoto y la tragedia de los mineros han sido dos pruebas de fuego para los chilenos, en un año emblemático y complejo a la vez; los festejos del bicentenario se llevarán a cabo bajo la lupa del mundo entero, que mira con atención a un país que cabalga, a horcajadas, entre la anhelada modernidad y el atávico subdesarrollo.

jueves, 2 de septiembre de 2010

El infortunio del saber (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-02/09/10)

El domingo pasado fui a la Feria del Libro acompañado de mi mujer y mi hijo, sofocados por la presencia de otras diez mil personas, que, al igual que nosotros, hicimos gala de nuestra inveterada costumbre de hacer las cosas el último día. La entusiasta multitud, cargada de bolsas, podría haber generado la impresión en algún despistado forastero, de encontrarse en una ciudad de lectores asiduos. Nada más lejos de la realidad. Me remito a una reciente columna de mi colega Gabriel Chávez, en la que comentaba un estudio sobre los rasgos de la bolivianidad, y en la que resaltaba los alarmantes datos que daban cuenta de lo poco que se lee en todo el país. Lo cierto es que más allá del espejismo de un día de cierre de una feria anual, vivimos en una sociedad que no lee.

Podríamos pasarnos horas discutiendo las razones de éste mal tan terrible y a la vez tan desapercibido, y seguramente no llegaríamos a ninguna conclusión unánime. Explicaciones las hay para todos los gustos: que si el sistema educativo escolar es la base del problema, que si los precios exorbitantes de los libros son una limitación cruel y definitiva para el público en general, que si la televisión y el internet han desplazado a la letra impresa como fuente de información y formación, que si esto o que lo otro, en fin, podemos achacarle la culpa a lo que fuere, pero siempre intentaremos sacarle el poto a la jeringa y evitar nuestra responsabilidad como padres.

En la mayoría de los casos, nuestros hijos no leen porque nosotros no leemos. En la casa, el último reducto de la educación y de la inculcación de valores, los niños no tienen ejemplo a seguir, ni razón alguna para desarrollar el hábito de la lectura. El referente de padres cuyo contacto con la lectura se reduce a manuales, a ocasionales textos de auto ayuda o a la sección comercial del periódico dominical, explica de por sí la distancia casi alérgica de nuestros vástagos hacia los libros.

El verdadero drama de la cuestión está en la aplastante lógica del consumo, de la acumulación y de la apariencia, que no ha dejado resquicio en nuestras vidas para la cultura y los saberes que no sean utilitarios o rentables. En nuestro mundo de cosas tangibles y comprables, la erudición y cualquier tipo de intelectualidad son percibidas como un infortunio, y provocan cierta conmiseración en quienes creen, de todo corazón, que dedicarse a ello es un desaprovechamiento inútil, cuando no una irresponsabilidad.

La cultura personal proveniente de la lectura desinteresada, no paga ni da réditos en una sociedad que le ha perdido todo respeto a la majestad del saber, y en la que el éxito y el prestigio se miden en ceros, en metros cuadrados o en centímetros cúbicos. Así hemos asumido la vida contemporánea, y así la reproducimos en casa. Nos hemos conformado con que nuestros hijos nos deslumbren con su dominio de las tecnologías informáticas, con sus conocimientos enciclopédicos del cine, la música y la televisión comerciales, y ya no nos preocupa que no puedan seguir una conversación que esté fuera de su “especialidad”.

A no hacerse ilusiones entonces; el déficit de lectura en nuestros hogares no se resolverá con la exoneración de impuestos a los libros, ni con la visita obligada a la feria una vez al año. Simplemente habrá que recuperar el aprecio por los desadaptados que cometen la osadía de leer habitualmente, y dar el ejemplo imitándolos.