Ciudadano orgullosamente boliviano, que dice las cosas como son y que está dispuesto a dar la cara por sus ideas. Columnista, cocinero y Tigre de corazón.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Chile, cuarenta años despues (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/09/13)
Chile sigue sangrando cuarenta años después del golpe militar. Las heridas no han podido sanar, y esto no se debe a que los chilenos sean particularmente masoquistas, rencorosos u obsesivos. Ocurre tal cosa porque parte de la dictadura instaurada en el año 1973 sigue aún vigente, viciosamente inoculada en su modelo económico y su sistema político.
El neoliberalismo a ultranza de los Chicago Boys, implantado durante el régimen pinochestista con el entusiasmo de quien experimenta con un Conejillo de India fue, y sigue siendo, una cara de la dictadura que continuó ejerciéndose con normalidad después de la elección de Patricio Aylwin en 1990, y que tampoco fue esencialmente modificada durante los últimos veinte años.
Con el retorno a la democracia formal se reinstauraron evidentemente las libertades políticas y constitucionales más elementales, que habían sido salvajemente pisoteadas por el impresentable dictador de uniforme y voz atiplada. Pero lo que subsistió a esa transición política fue un modelo que convirtió al ciudadano en un elemento del mercado.
Pese a los intentos de cuatro sucesivos gobiernos socialdemócratas por aplacar las iniquidades de la ley de la selva, finalmente hoy en Chile el resultado es que absolutamente todo está librado a las implacables fuerzas del mercado. La salud, la educación, la seguridad social, los servicios básicos y los recursos naturales, son mercancías que los chilenos deben consumir, claro, de acuerdo a su capacidad de pago y de endeudamiento.
Tal como fue concebido, el modelo está dirigido a la maximización de utilidades del empresariado y del mundo financiero, concentrado progresivamente en un puñado de empresas y familias con un poder y una riqueza absurdas.
La constitución y sistema judicial del Chile democrático también extendieron rasgos fundamentales de la dictadura en el sistema político, que hoy se encuentran agotados en la exclusión y en las graves falencias de representación que afloran día a día.
El problema es ese. El modelo político y económico construidos en la dictadura, finalmente no funcionaron; lo que se consideraba un ejemplo a seguir a nivel regional, terminó mostrando sus límites, en unos niveles de inequidad y de atropello a la dignidad de las personas, sencillamente horrorosos.
Es por eso que hoy los chilenos, más que nunca, vuelven la mirada al golpe de 1973, para volver a escuchar la voz de Salvador Allende, el primer presidente del continente que tuvo la visión y el coraje de encarnar un gobierno socialista en democracia. Tal osadía no fue permitida por el gobierno de los Estados Unidos, que urdió tenazmente desde fuera el derrocamiento de Allende, milímetro a milímetro.
Allende sacrificó su propia vida en los momentos decisivos de la batalla, lucidamente y con la certeza de que sus ideales quedarían intactos con el paso del tiempo, y que sus traidores pagarían caro el precio de la historia.
Y así fue. Hoy, cuarenta años después, Augusto Pinochet es para el mundo y para la mayoría de los chilenos, un asesino, un ladrón, y parte de un episodio que no debe repetirse nunca más. Hoy, cuarenta años después, Chile intenta revisarse y reinventarse profundamente, en la dirección de los caminos de igualdad y libertad que abrió Salvador Allende.
Así lo dicen las voces de la calle, de los movimientos sociales, de los liderazgos emergentes, y de las grandes mayorías de ciudadanos, apaleados hasta el cansancio por las grandes corporaciones, dueñas de vidas y haciendas. Y así tendrá que comprenderlo la desgastada clase política chilena, enfrentada a una prueba de fuego.
jueves, 5 de septiembre de 2013
Todo mal (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/09/13)
Que nada funcione como debe
ser en nuestro atormentado país no es ninguna novedad para los bolivianos. Estamos
acostumbrados, y medio resignados también, a la frustración que genera el hecho
de que nuestras instituciones, después de casi doscientos años de vida
republicana, nunca hayan llegado a funcionar correctamente, y siempre hayan
estado sujetas a los vaivenes políticos e intereses económicos.
La conciencia que tenemos de
la fragilidad de nuestro estado incluso nos ha generado una suerte de complejo,
que alimentamos señalando cada vez que podemos, las virtudes de países vecinos o
del primer mundo; comparando nuestra raquítica institucionalidad con ejemplos
cercanos de seriedad, solidez y sostenibilidad; hemos encontrado un poco de
alivio en la constatación de que hay países en los que las cosas importantes
funcionan muy bien, y que esas referencias marcan un norte y un ejemplo a
seguir.
Que en nuestro senado
nacional pueda haber un senador acusado de actos de corrupción, está mal, pero
no sorprende mucho; que el poder ejecutivo aproveche esas denuncias o invente
otras, y manipule a un poder judicial sometido a sus intereses para sentarle la
mano a un senador que ha osado hacer denuncias graves en su contra, está requeté
mal, pero lamentablemente tampoco nos sorprende ya a estas alturas del partido.
Que el estado brasilero
acepte en su embajada en La Paz al senador en condición de asilado político,
luego lo saque del país en un operativo sui generis, para después, una vez el
senador en territorio brasilero, revisar y poner en duda la condición del
mismo, está recontra requetemal, y además sorprende y alarma.
Lo que en un principio me
pareció una salida medio rara, pero en el fondo pactada entre ambos gobiernos
para darle solución a un problema que se dilataba y podía tornarse
insostenible, resultó no ser así. Al parecer tampoco fue el desesperado acto
humanitario de un funcionario bajo presión. Las reacciones señalan que detrás
de todo, el incidente estuvo marcado por el descontrol, la indisciplina y la
presencia de móviles políticos poco claros; todo un escándalo que les costó la
cabeza al encargado de negocios, al embajador, y nada menos que al canciller
brasileros.
No se esperaba esto de una
cancillería que era el símbolo de la seriedad. Se suponía que Itamaraty era el
paradigma de la diplomacia profesional, y sin embargo resulta que termina
expresando nomás la complejidad de la multitudinaria coalición de gobierno y la
sórdida pugna entre adversarios políticos.
Pero el asunto no ha
terminado aún. La seguidilla de desaciertos ha permitido que el gobierno
boliviano arremeta nuevamente con fuertes presiones sobre Brasil, que parece
querer ponerle paños fríos al problema lavándose un poco las manos en la
inexplicable necesidad de ratificar el asilo al senador. Y hay que decirlo: un
retroceso brasilero en el reconocimiento de la condición de asilado político
del senador, sentaría un precedente funesto a nivel internacional, pues se
estaría vulnerando una de las instituciones sagradas del derecho político
internacional. Fue el gobierno brasilero el que aceptó la solicitud de asilo, y
eso no debería revisarse, independientemente de los entretelones políticos.
Qué sensación horrorosa de
desaliento es ésta de constatar que ya nada funciona bien, y que esto ocurre
cada vez con más frecuencia, un día con el departamento de estado
norteamericano, otro día con la poderosa e infalible CIA, otro día con los
viejos estados europeos, y así sucesivamente.
jueves, 22 de agosto de 2013
Ingenuas reflexiones sobre los límites del capitalismo (Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-22/08/13)
La siguiente historia de
terror ocurrida en Chile durante los últimos cinco años ilustra de gran manera
las dudas recurrentes que tengo acerca de la sostenibilidad del capitalismo y la
economía de mercado, así como los conocemos y sufrimos en gran parte del mundo.
Entre los meses de diciembre
de 2007 y marzo de 2008, las tres mayores cadenas farmacéuticas chilenas,
Farmacias Ahumada, Cruz Verde y Salcobrand, que juntas controlan más del noventa
por ciento del mercado, se pusieron de acuerdo para subir el precio de 222
remedios, en su mayoría destinados al tratamiento de enfermedades crónicas
(Parkinson, epilepsia, diabetes, asma y reumatismo), además de antibióticos y
anticonceptivos.
No era la primera vez que la
hacían, pero aquella vez el tema fue muy grosero con sobreprecios que
alcanzaban hasta el 3000%; el Ministerio de Salud realizó una denuncia ante la
Fiscalía Nacional Económica, que después de varios meses de investigación,
presentó un requerimiento ante el Tribunal de defensa de la Libre Competencia,
que a su vez estableció que evidentemente hubo una colusión de precios que les
significó a esas empresas ganancias extraordinarias de más de 40 millones de
dólares.
Una de las cadenas
implicadas confesó el delito y negoció una multa de un millón de dólares,
mientras que las otras dos la pelearon y terminaron pagando multas que estuvieron por debajo de la mitad de los
beneficios obtenidos. La historia de horror e impunidad es larga y penosa, y
continúa hoy con un capítulo a cargo de un juzgado chileno que, lejos de
castigar penalmente a los ejecutivos responsables del delito, no ha tenido
mejor idea que enviarlos a pasar clases de ética, lo que ha ocasionado una
nueva ola de bochorno e indignación en la sociedad chilena.
Si un zafarrancho así ocurre
en Chile, país que teóricamente destaca por su larga y madura
institucionalidad, por su desarrollado sistema de regulación y por impecable
poder judicial, imagínese lo que pasará en otros lugares.
El tema de fondo para mí es
que el sistema capitalista y de libre mercado se jode a partir del crecimiento
desmesurado de las empresas a través de las fusiones y adquisiciones. La
codicia y la angurria ilimitada de las corporaciones los convierte en monstruos
que lo devoran todo y terminan mordiéndose la cola. El tamaño que adquieren
estas empresas y las absurdas utilidades que logran obtener, les da un tal
poder que pervertir a todo el sistema.
Esas estrafalarias
utilidades pueden comprar legiones de abogados, auditores, financieros,
marketeros y cabilderos, expertos en encontrarle la vuelta a cualquier legislación
o regulación posibles, bajo la apariencia de la legalidad. Pero además, esa
plata alcanza para todo, y las gigantescas corporaciones terminan
irremediablemente cerrando el círculo de poder, intrincándose con el sistema
político, directa o indirectamente.
La cosa termina
invariablemente en abusos masivos de estas compañías en contra de la
ciudadanía, que tarde o temprano estalla, empujando el péndulo hacia el otro
lado, que puede ser la estatización o cualquier otra fórmula que los alivie de
los atropellos del coludido poder político-empresarial.
Los economistas y expertos
seguramente me tildarán de ingenuo o ignorante, pero sigo creyendo que la única
solución posible para impedir el recurrente péndulo entre los excesos
corporativos y las eclosiones sociales, pasa por impedir, local y globalmente,
el crecimiento de las empresas, poniéndoles límites sustancialmente más
restrictivos que los que las entidades regulatorias han intentado hasta ahora,
incluso en las economías más desarrolladas.
jueves, 15 de agosto de 2013
Página 666 (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-15/08/14)
Me estoy enterando recién de
que resulta que escribo cada semana en un periódico que había sido la principal
trinchera político partidaria de la oposición al gobierno y a las políticas del
MAS y del presidente Morales. No solamente eso. Había estado también
escribiendo en un órgano que funge como brazo internacional de la ultraderecha
chilena, y cuya razón de ser había sido la de torpedear desde dentro la
política marítima del estado boliviano.
Grata sorpresa para este
humilde servidor el sentirse militante activo de una facción radical y
extremista en guerra declarada al poder establecido y en franca actitud de
sedición y de traición a la patria. Digo sorpresa porque hasta el otro día yo
pensaba más bien que el periódico era como muy equilibrado, y como demasiado
políticamente correcto en una circunstancia histórica en la cual el poderoso
régimen despliega en plenitud su vocación hegemónica. Pensaba que la excesiva y
meticulosa observancia de los códigos de ética y de profesionalismo
periodístico, a veces no es muy compatible con el poder cuando este es
arrollador, y que a veces la imparcialidad y la objetividad pueden confundirse,
en esas circunstancias, con tibieza.
Y resulta que no había sido
así. Resulta que para el presidente, para el vicepresidente, para el gabinete
(salvo, asumo, para la ministra que hasta la semana pasada escribía
regularmente en estas mismas páginas), y para una larga colección de senadores
y diputados, Página Siete es un nido de conspiradores, y subversivos pro
chilenos; en otras palabras, la mismísima encarnación del diablo.
De verdad me cuesta
comprender el encono del gobierno con este medio, que los ha llevado a inventar
una historia de vinculación política con un partido chileno, que no resiste el
menor análisis. Si algo más bien ha caracterizado la línea editorial del
periódico, ha sido justamente le permanente defensa de las políticas del
gobierno en relación a Chile. Mala la elección del argumento de ataque, porque
para los que leen el periódico es una mentira absurda, y para los que no, el
asunto es poco creíble.
Una acusación tan tirada de
los pelos podría funcionar en determinados segmentos socioeconómicos, pero en
las clases medias y medias-altas de la ciudad de La Paz (en dónde circula y se
compra el periódico), el efecto de esta campaña de desprestigio será todo lo
contrario de lo deseado.
Al parecer las rabietas del
ejecutivo a veces se salen de control y generan reacciones totalmente
desproporcionadas; en este caso la rabieta parece obedecer a un editorial en la
cual este medio reclama mayor trasparencia en el tema de propiedad de los
medios. Se dice de forma insistente, desde todos los ámbitos posibles, que el
gobierno ha comprado, directa o indirectamente, una importante cantidad de
medios en todo el país. Lamentablemente son cosas que “se dicen y se comentan”
sin la posibilidad de corroborarlas, porque efectivamente no se explicita de
manera adecuada y públicamente, la información acerca de quiénes son los dueños
de los medios en el tapete de la sospecha.
Lo he dicho muchas veces y
me ratifico: no veo pecado alguno en el hecho de que un medio se identifique y
responda a una tendencia o a un proyecto político, mientras informe con calidad
y profesionalismo; lo único que espero y demando es que establezca su posición
de forma clara y transparente. En este caso para evitar especulaciones y
susceptibilidades, lo que hace falta es una seria investigación periodística que
dilucide el misterio de los dueños y aclare sus perfiles y nexos. Y si el
gobierno no tiene nada que temer u ocultar, debería ser el primer interesado en
colaborar con dicha investigación. Digo porque al final, igualito las cosas
terminan por saberse.
jueves, 8 de agosto de 2013
El Censo entre la mentira y la ineptitud (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete 08/08/13
Los resultados del Censo de
Población y Vivienda del año pasado están, quiérase o no, ligados a la credibilidad
del gobierno en general y allí es donde se originan buena parte de las
susceptibilidades que ha generado la divulgación de los datos oficiales. Y por
muy duro que suene decirlo así, la verdad es que no hay otra manera de decirlo:
el gobierno nos ha acostumbrado, y, cosa más grave, creo que también se ha
acostumbrado, a mentir con cierto descaro en temas de gran importancia.
No voy a hacer un inventario
de los temas en los que le han mentido al país y a ellos mismos, porque no le
viene al caso, pero será fácil coincidir con usted en que, haciendo un mal
aprovechamiento de sus altos niveles de respaldo y legitimidad, a nuestras
principales autoridades no les ha temblado la mano ni se han puesto colorados
cuando se ha tratado de mentir, pública y oficialmente.
Lo terrible es que muchas
veces no han sido mentirijillas piadosas atribuibles al cochino ritmo de la
política del día a día, sino mentirotas en cuestiones de estado, con serias
implicaciones en el largo plazo y efectos en la vida de todos los bolivianos. En
algunos casos, ya en el primer periodo de gobierno, el mentir les funcionó
bien, y acaso a partir de aquello asumieron que podían hacerlo con mayor
frecuencia e intensidad.
Después de siete años de
gobierno, escuchar mentiras o medias verdades se ha vuelto algo natural, y
claro, eso lógicamente ha generado tremendos niveles de desconfianza cuando la
palabra del gobierno está en juego. Por eso es que el primer reflejo de propios
y extraños ante las inexactitudes del censo, ha sido pensar que se trata de una
manipulación premeditada con oscuros fines políticos.
En este caso, voy contra mi
naturaleza de pensar mal y acertar, y apuesto más bien por pensar que las
diferencias entre los datos preliminares y los datos finales se deben a
problemas de orden técnico y a la ineficiencia de quienes estuvieron a cargo
del operativo censal. Se me ocurre que para manipular los datos es necesario un
dominio meticuloso de todo el proceso, y que hay una serie de indicios que
apuntan a que le gente del INE está muy lejos de aquello.
Ya en los meses previos al
día del censo surgieron serias dudas acerca de la calidad de la actualización
cartográfica y de la adecuada capacitación de los encargados de realizar el
levantamiento de datos, personal que fue parcialmente improvisado los últimos
días. En las semanas siguientes se evidenciaron asimismo una gran cantidad de
deficiencias que sembraron un manto de dudas sobre las condiciones técnicas del
trabajo.
El escándalo actual podría
haberse evitado de no ser por la irrefrenable costumbre del presidente de
manejar datos sin el rigor necesario; no me explico hasta ahora porqué el
primer mandatario se aventuró en enero a revelar información no definitiva,
pero, eso sí, de ninguna manera me compro la historia de que lo hizo por presión
de los medios.
En todo caso, me parece que
las diferencias encontradas no deberían ser motivo de una guerra civil; seguro
que la distribución de algunas platas ha puesto en alerta a algunas regiones,
así como la cantidad de escaños departamentales en la asamblea, asunto que en
rigor de verdad, no debería quitarle el sueño a nadie, considerando la escaza
gravitación de las brigadas regionales en el escenario político. Por el
contrario, algunos datos del censo, sobre todo los referidos a la pertenencia étnica
y al tema del mestizaje, le van a causar al gobierno grandes dolores de cabeza
para seguir construyendo su discurso. ¿Por qué entonces no falsearon y
manipularon también esa información? Insisto,
creo que más mala fe, se trata de una chambonada. Otra vez.
martes, 6 de agosto de 2013
Eso que nos une y nos divide (Artículo Suplemento Especial Fiesta Patria-Página Siete-06-08-13)
Resulta complejo y hasta
algo absurdo preguntarse así, de sopetón, que es lo que nos une a los
bolivianos, o por el contrario, que es lo que nos divide.
La interrogante, así
planteada, pasa inevitablemente por un intento de inventariar a priori, las
cosas que pudiéramos tener en común entre cambas y collas, quechuas y aymaras,
norteños y sureños, y así sucesivamente.
En un ejercicio de esa
naturaleza la respuesta en casi todos los casos será que no tenemos casi nada o
nada en común, y eso puede llevarnos a un razonamiento, además de incorrecto, falaz.
Algo muy parecido ocurriría
si nos preguntamos qué tienen en común un chileno de Punta Arenas con un
chileno de Iquique, un argentino porteño con un argentino de Jujuy, o un
peruano limeño con uno oriundo de la selva amazónica.
En todas las miradas resaltaran
una infinidad de diferencias, una menores y otra menores, que de por sí no
dicen nada concluyente acerca de la construcción nacional de esos países.
Justamente el debate y la
construcción jurídica sobre la naturaleza y la identidad nacional de nuestro país
no se han enfocado en la homogenización de nuestras particularidades, sino todo
lo contrario, en el reconocimiento de nuestras múltiples diversidades.
Nos une entonces, eso sí, la
voluntad de construir, desde el estado y desde la sociedad, un modelo nacional
que respete y armonice nuestras diferencias. Allí está, por lo menos en el
papel, el ensayo en curso del estado plurinacional.
Digo en el papel porque más
allá del discurso, de las buenas intenciones y de la teorización, por el
momento el único elemento de unión, realmente transversal a todos los factores
étnicos, culturales y socioeconómicos, es el sistema.
En buen romance, lo único
que nos une a los bolivianos es la plata. El sistema, expresado esencialmente
en la economía capitalista, es el escenario común en el que todos bailamos al
son de la oferta y la demanda, hablando el idioma universal de Don Dinero.
El consumo, la acumulación,
la competencia, y toda la colección de patologías del capitalismo, nos han juntado,
como no podía ser de otra manera, en el tablero del mercado; allí se resuelven,
en apariencia, nuestros entreverados códigos culturales y se conectan los
significados de todo y para todos; una vagoneta Toyota “landcrushercerofull”
adquiere en esa dimensión un significado común, tanto para un empresario
ricachón urbano de clase alta, como para un campesino o un comerciante de la
nueva burguesía. La vara del dinero es la misma para todos y allí, por muy
retorcido que parezca, nos encontramos unidos.
En efecto, el sistema y su
modelo económico han permeado incluso la histórica y persistente inamovilidad
social que nos había caracterizado. Las viejas elites excluyentes, que fueron
factores emblemáticos de desunión, han sucumbido ante el examen implacable del
“quién tiene más”, y han sido sustituidas por unas nuevas elites en las que el
color de la piel, el abolengo de los apellidos y los credos políticos y
religiosos ya no pesan nada frente al peso del vil metal.
Paradójicamente, las mismas
contradicciones del sistema son las que nos desunen de manera determinante y
dramática; las inequidades e iniquidades del modelo económico se traducen en
diferencias que nos dividen profundamente, de manera inexorable y progresiva.
En la selva del mercado la
brecha entre los que más tienen y los que menos tienen se ensancha cada vez
más, creando un abismo de diferencias que tarde o temprano se convertirán en
heridas incurables.
Las desigualdades en
términos de educación, empleo, seguridad social y acceso a la salud y a servicios
básicos, son en definitiva el germen de la desunión más cruda y palpable entre
los bolivianos, y esa tendencia se ha consolidado y acelerado en los últimos
años.
Otra paradoja en términos de
unión y división entre los bolivianos es el racismo: nos une el consenso
general en cuanto a que somos un país profundamente racista, y nos divide,
obviamente el ejercicio cotidiano de la discriminación en todas las direcciones
y prácticas posibles.
Me hubiera encantado en
estas líneas embarcarme en la búsqueda de símbolos de unidad y consenso entre
los bolivianos, pero creo que la cueca, las empanadas, las sagradas notas del
himno nacional y la selección nacional de fútbol, son eso, meros símbolos de
alguna manera intrascendentes frente a la contundencia y a la realidad de un
sistema que nos amontona y al mismo tiempo nos divide; por las buenas o por las
malas, nos guste o no nos guste.
jueves, 25 de julio de 2013
Fusión (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-25/07/13)
La cocina fusión puede
resultar algo extraña y desconcertante en nuestro medio si se la entiende
únicamente como la compleja experimentación de chefs vanguardistas de alta
cocina. Para mucha gente el concepto evoca algo de eso: la idea de algo muy
chic, complejo y sofisticado, pero a la vez extraño y ajeno; las imágenes
mentales, desde esa perspectiva, se asocian a las agresivas propuestas que se
pueden ver en la televisión por cable: comida exótica, rebuscada, muchas veces
minimalista, y seguramente cara e inaccesible.
Sin embargo, a pocos se les
viene a la mente una hamburguesa con chorrellana, un pollo frito con yucas y
platanitos, una tucumana con salsas acilantradas y mayonesas al olivo, o
incluso un buen falso conejo, todos ellos también producto de la fusión. Y es
que la fusión no es otra cosa que la mezcla de prácticas culinarias, de estilos
de cocina de otras culturas, así como de ingredientes característicos de otros
países; es el resultado natural de la interacción de gente diversa y de su
cultura.
En el ámbito gastronómico,
el término se acuñó hace más de cuarenta años, en los años setenta en los
Estados Unidos, y especialmente en la ciudad de Nueva York, en dónde migrantes
de todo el mundo en el afán de recrear su comida, utilizaron ingredientes locales
disponibles, obteniendo algo nuevo, pero igualmente válido y legítimo.
En nuestro caso, la fusión
es justamente una característica esencial de nuestra cocina; a la cocina
boliviana típica y tradicional, también la llamamos criolla, es decir nacida en
nuestra tierra, pero con padres europeos y españoles en particular. El largo
camino de mestizaje fue el que le dio forma a nuestra rica gastronomía local,
ensayando mezclas de lo autóctono con lo que llegaba de afuera, tanto en
ingredientes como en técnicas.
Nuestra condición esencial
de mestizos, nos convierte de alguna manera en practicantes permanentes de la
cocina fusión en sus distintas realizaciones. La migración del campo a la
ciudad seguirá generando fusiones en la dinámica propia de las nuevas generaciones;
las migraciones aymaras al oriente y al sur del país también derivarán en algún
momento en nuevas cocinas regionales; nuestra interrupción momentánea con el
océano pacífico tampoco ha impedido que en los últimos años se haya reconocido
nuestra cercanía con el mar, lo que ha derivado en la presencia de mariscos y
pescados mar en nuestros mercados populares, abriendo así otros caminos de
fusión que se pueden saborear en las calles.
Somos, en suma, una sociedad
preparada y afín a la comida fusión, porque el mestizaje nos ha obligado a
realizarla naturalmente, y lo seguirá haciendo en la medida en que no
sucumbamos a la estandarización global.
Ahora bien, la cocina
fusión como segmento gastronómico y categoría de la restauración, es un tema
que recae en los hombros de la nueva comunidad de cocineros, llamados a motivar
al mercado a través de la creatividad y la exploración seria y disciplinada. La
fusión no puede ser simple ocurrencia ni mezcla aleatoria de estito con lo
otrito, y a ver qué sale. La fusión, desde los fuegos de un restaurante,
requiere un profundo conocimiento de las cocinas con las que se va a
experimentar, respeto por su historia y fundamentos, y claridad conceptual en
lo que se quiere comunicar a través de la propuesta; pero ese es otro tema que
da mucho de qué hablar y al que volveremos
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