jueves, 16 de diciembre de 2010

De “Bolitas”, “okupas”, barras bravas y otros bichos (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Páginia Siete-16/12/10)

Las tomas de parques y otras propiedades públicas y privadas en Buenos Aires, en las que participaron inmigrantes bolivianos, no son lo que algunas voces interesadas en Argentina quisieron mostrar. La inducción informativa puesta en marcha luego de los sucesos, daba cuenta de abusos y atropellos cometidos por migrantes extranjeros, haciendo uso de violencia sin límites en el intento de ocupación. La primera impresión generada, habrá podido inclusive regodear a nuestros racistas locales: Bolivia exportando indios salvajes, sembrando conflictos y violencia para apoderarse de las lindas plazas de Buenos Aires.

Para decepción de algunos que quisieran que así de simple fuera la cosa, habrá que señalar que el problema tiene muchas aristas y es mucho más complejo que eso. Para empezar, no se trata ni de un problema nuevo, ni exclusivamente referente a los inmigrantes bolivianos y paraguayos; es un asunto recurrente y de vieja data, que involucra de la misma manera a los argentinos pobres que viven en Buenos Aires (que los hay, y muchos) y a los migrantes (entre los cuales también hay pobres); es también un problema de la ciudad de Buenos Aires, que tiene un déficit crónico de vivienda social, que explota en conflicto de manera casi cíclica.

Pero a los típicos problemas de marginalidad social en las grandes ciudades latinoamericanas, en este caso hay que sumarle componentes políticos, que son el telón de fondo de una convulsión que se llevó varias vidas (no importa si fueron bolivianas o argentinas). Todos los dedos apuntan a Eduardo Duhalde, ex presidente de la república y opositor a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pese a ser parte de las filas del justicialismo (el peronismo puede ser tan endiabladamente entreverado como fue el movimientismo en nuestro país). La misma presidenta ha dicho que el conflicto “no se desmadró, se apadrinó” en directa alusión a Duhalde.

En encargado de echarle gasolina al fuego fue Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, también opositor, que le dio la puntillada racista y xenófoba al asunto, vinculándolo directamente a la “inmigración descontrolada”. O Macri metió la pata groseramente con esas declaraciones, cosa que no me creo mucho, o su intención fue la de avivar el incendio hasta que éste se saliera de control. La evidencia de que detrás de todo esto hubo una zancadilla política para desestabilizar al gobierno, está en la comprobada presencia de barras bravas de varios clubes de fútbol en los enfrentamientos. La relación entre las barras bravas y la política en Argentina, es de una estrecha complicidad y viene de hace muchísimo tiempo atrás; estas son una suerte de milicias urbanas a pago de la clase política, para fungir como avanzada y no dejar a títere con cabeza en el camino.

Curiosidades de la vida: Macri fue durante años presidente de Boca, el club estigmatizado a causa de su masiva hinchada de origen boliviano y paraguayo. Así de ambiguo es éste señor, así de ambigua es también la clase media porteña, acostumbrada a basurear a todos los oscuros que llegan a su ciudad, nacionales o extranjeros. En todo caso, parece que hasta aquí llegó el respeto por el duelo de Néstor Kirchner; pese a que el conflicto se resolvió con un convenio y un plan de viviendas, el minuto de silencio terminó, y se reanuda la campaña electoral para las presidenciales del próximo año.

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