El martes pasado, el
periodista Juan Manuel Astorga de la Televisión Nacional de Chile, fue por lana
y volvió trasquilado.
Invitó a Carlos Mesa hasta su
set en Santiago, y creyó que con un par de preguntas capciosas iba a desarmar a
su entrevistado empañando el primer triunfo boliviano en la Corte Internacional
de Justicia, e iba a contribuir a la inaudita interpretación que se intenta
forzar en Chile, que intenta convertir una derrota en una victoria.
Astorga arrancó el programa
con una astuta sonrisita en los labios tratando de hacerle pisar el palito a
uno de los hombres mejor formados del país en el tema marítimo y que seguramente
le debe llevar dos décadas de ventaja en el periodismo televisivo, y terminó
con el rostro desencajado, al igual que los otros invitados y el público en el
set.
El presidente Mesa lo destrozó
de principio a fin con una solvencia y un aplomo que, estoy seguro, hizo que
muchos televidentes chilenos se digieran en el fondo de sí mismos: con razón
nos ganaron estos bolivianos.
El Informante (así se llama su
programa), o no sabía realmente a quién tenía delante, o cometió el mismo error
que ha llevado a Chile a la situación en la que se encuentra en el conflicto
con Bolivia: creer que ellos son los más vivos del mundo y que el resto son
tontos.
El problema de Chile hoy es
que todavía no son capaces de darse cuenta que el escenario ha cambiado, y que
insistir en la misma postura de siempre los coloca en una posición que raya en
lo ridículo.
Y es que durante muchísimo
tiempo les funcionó muy bien la cómoda postura de decir que no a todo, mientras
nos hacían creer sucesivamente que estaban dispuestos a negociar una salida
soberana al mar, para después hacerse los locos y seguir diciendo que no a
todo.
Era tan cómoda su postura, que
incluso proyectaba la falsa impresión de que ellos tenían una sólida política
de estado al respecto, y que los bolivianos, al contrario, divagábamos
erráticamente. Bueno, pues los últimos acontecimientos han demostrado todo lo
contrario.
Bolivia buscó y buscó hasta
que encontró la manera de impedir que se nos siga engañando y el país entero se
alineó detrás de esa estrategia, y la gran política de estado chilena se
tambalea como un flan, en medio de un cacareo que clama el abandono del Pacto
de Bogotá, o cualquier pateada de tablero que les evite rendir cuentas ante la
comunidad internacional.
Hoy se resisten ciertas elites
chilenas a aceptar que una corte de justicia del más alto nivel ha establecido
que sí tienen un tema pendiente con Bolivia, y que existe una seria posibilidad
de que, desde el banquillo del acusado, sean obligados a cumplir finalmente con
sus ofrecimientos.
El primer reflejo que han
tenido es insistir en el mismo razonamiento, pensando que en el peor de los
casos, también engañarán a la corte y a la comunidad internacional, sin costo
alguno, con una negociación engañosa que mantendrá las cosas como siempre.
No se dan cuenta de que la
esencia y la posibilidad de éxito de la demanda boliviana se basa justamente en
haber vuelto contra ellos su actitud mañosa, y que por eso mismo, el eterno
truco corre el riesgo de no funcionar más o, peor aún, funcionar en contra.
Tampoco parecen darse cuenta
de que la situación en la que están, de crisis estructural y de un profundo
agotamiento de modelo de país, los pone también en una posición bien distinta a
la que históricamente estuvieron acostumbrados; nada raro que los chilenos de a
pie, que están hasta la coronilla con sus élites, terminen cobrándoles caro
este nuevo fracaso, una vez que se despejen los vapores chauvinistas y
nacionalistas.
¿O será que sí se dan cuenta,
pero no les queda otra?
Así de claro querido Ilia, son presa de su desesperación por la popularidad interna y ahora de las malas decisiones en el TJI, porque no creo que Bolivia hubiera ganado mucho pero Chile si perdió por el mal camino que tomo al buscar la falta de competencia del TJI. Seguro a la cabeza de su canciller Muñoz.
ResponderEliminarMuchas Gracias