jueves, 24 de septiembre de 2015

El tiro por la culata (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-24/09/15)

Se supone que un proceso autonómico responde a una profunda y sentida demanda popular. Se supone también que esa causa debería venir de abajo hacia arriba, y que debería venir lógicamente acompañada de un tremendo interés de la ciudadanía en el curso de los hechos.
Me disculparán, pero lo que yo he visto durante los últimos años es que tanto a la gente como a las dirigencias regionales, la autonomía les vale un reverendo pepino.
En los papeles parece que somos muy autónomos, pero nadie muestra estar lo suficientemente involucrado en el asunto. Ni siquiera Santa Cruz, que fue la punta de lanza del proceso, parece estar asumiendo a fondo su condición autónoma.
El proceso autonómico terminó convirtiéndose en un laberinto de mentiras en el que el único beneficiario sigue siendo el gobierno, que por supuesto es centralista hasta el tuétano, y que se ha posicionado y ha utilizado el tema de acuerdo a sus intereses políticos, exclusivamente.
Mirando un poco atrás, todo indica que el pecado original fue el de no respetar los tiempos de maduración de un proceso sumamente complejo. Las autonomías fueron introducidas como un instrumento de presión en la Asamblea Constituyente y, de aquella pulseta en la que se definían muchas cosas, salió de manera apresurada, un modelo muy complicado que nos obligó a todos a tomar decisiones para las que no estábamos preparados.
Ese es uno de los precios a pagar cuando desde las regiones, también se hace bandera y uso político de cosas tan importantes y sensibles.
Luego de esa frenética negociación en la que en semanas se decidieron cosas que deberían tomar años, el flamante modelo autonómico se ahogó en la chorrera de plata de la época de la bonanza, y terminó de periclitar bajo el peso de la encamada de las elites regionales con el gobierno.
El modelo autonómico fue forzado y nunca pudo sobrevivir a una constitución centralista, a una Ley Marco de Autonomías centralista y a un gobierno hegemónico ultra centralista.
Por eso cuando el gobierno intenta enchufarnos a la fuerza unos estatutos absurdos que no dicen nada ni resuelven nada, se topan con la sorpresa de su vida.
Parte de la gente que votó el domingo por el NO, lo hizo sencillamente porque no sabía ni siquiera de lo que se estaba hablando, lo que habla de un rotundo aplazo nuevo Tribunal Supremo Electoral en su debut, y del ministro de autonomías, que, en lugar de renunciar, aparece en la televisión bailando con su jefe en Santa Cruz.
Otra parte, no hay quien pueda negarlo seriamente, votó por el NO como una reacción negativa a la prepotencia y al autoritarismo del gobierno, que hizo gala de su talante abusivo al pretender silenciar las voces y posiciones contrarias. Creo que en el fondo la ciudadanía les cobró el no haber tenido la capacidad de corregir y ser autocríticos con las razones que originaron su derrota en las elecciones subnacionales de marzo, y que más bien acentuaran su soberbia persiguiendo a periodista, medios y oenegés.
Curiosamente fue el propio gobierno el que pensó que controlando a la mala el proceso, ganaría el SI, y por tanto apostó a convertir la elección en un plebiscito que le allanara el camino para la reforma constitucional.
Otra vez se equivocaron en lo que ya es una larga suma de torpezas políticas, y se colocaron en la peor situación política desde su llegada al poder. La cara del vice en su triste actuación del lunes, lo confirma todo.

Un último y revelador dato: en la peor derrota electoral sufrida por el gobierno, la oposición no participó activamente. ¿Será ésta la clave del éxito?

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