jueves, 24 de mayo de 2012

Ojo con la Policía (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-24/05/12)


He afirmado en reiteradas oportunidades que el gobierno se encuentra más cómodo en circunstancias de efervescencia, en medio de conflictos, la mayoría de las veces generados por él mismo. La lógica del despelote permanente como modus vivendi parece responder a la idea de que la confrontación asegura la tensión necesaria de ciertos sectores con alta capacidad de presión, considerados como la base dura de apoyo al régimen.
Ese estado de crispación constante permite también mantener el volumen del discurso revolucionario en el máximo de decibeles, recurso que si bien mantiene en estado de sobre excitación a los más rudos, ha ido perdiendo paulatinamente su efecto en el resto de la sociedad, cada día más indiferente ante la retórica incendiaria del gobierno.
El escenario de la bulla y el alboroto pude servir muy bien para distraer atenciones y para invisibilizar una gruesa colección de problemas de gestión que aquejan al régimen, pero para que funcione así, el gobierno debe tener bajo control a los verdaderos factores de poder, los que en definitiva garantizan que la cosa no llegue a mayores. Aunque para muchos resulte algo temerario, se puede jugar con fuego e incluso con dinamita, siempre y cuando se tenga la certeza de que los que tienen capacidad de mover las cosas, están alineados, contentados o bajo control.
En este juego de tensiones, la sensación de zozobra y de desgaste es intrascendente si las viejas elites de banqueros, agropecuarios, empresarios y poderes regionales están más o menos acomodados y más o menos satisfechos con el estado de las cosas y con lo que el régimen les ofrece; lo mismo ocurre con la nuevas elites partidarias, burocráticas, cocaleras, “chuteras” y afines, esas sí, más que satisfechas; quedan los factores de apoyo externos (escenario con tendencia a desdibujarse), y, por supuesto, los dueños de los fierros, es decir las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.
Entre éstos últimos, los militares no constituyen amenaza alguna, pues los mimos de los que han sido objeto se han traducido en un respaldo casi militante que no da lugar a dudas. Pero, ojo, con la Policía la historia no ha sido tan bonita y ha estado más bien marcada por permanentes sobresaltos. Los relevos y destituciones de sus altos mandos han sido acompañados por una seguidilla de plazos y conminaciones para una reforma imposible de llevar a cabo en una institución aquejada de problemas estructurales, y de una injerencia política consuetudinaria.
Hace unos días, a raíz de la actuación policial en torno al bloqueo de los choferes, el país se lamentaba del uso de una institución armada al servicio de los intereses políticos del partido de gobierno; curiosamente, al tiempo que esto ocurría, el ministro de gobierno enfrentaba un escenario de dilaciones, encubrimientos y desacatos en el caso de los cadetes de la Unipol, y la ministra de transparencia denunciaba amenazas policiales en su contra.
La crisis policial ahora parece haber alcanzado otra dimensión con un nombramiento que vulnera una serie de normas, y que ha causado airadas reacciones en ciertos mandos; la ocasión ha sido propicia también para que el general Sanabria encienda el ventilador desde su cautiverio en Miami, lo que no hará otra cosa que agravar un ambiente que sin duda preocupa al gobierno.
Un panorama turbio en el que lo único que queda claro, es que puede ser muy complicado administrar la conflictividad con una policía al borde del amotinamiento. 

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