lunes, 28 de mayo de 2012

¿500 años o 500 días? (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-27/05/12)


Me llama poderosamente la atención que en el permanente cálculo político que se hace en el círculo íntimo del poder presidencial en todas las decisiones que se toman, nadie se anime a decirle al presidente que, tal como han planteado las cosas, cualquiera fuera el desenlace de la Novena Marcha, el gobierno saldrá del asunto mal parado.
Si la marcha supera la inmensa cantidad de obstáculos plantados desde el poder y llega hasta la ciudad de La Paz, aún en las condiciones más deplorables, el simple hecho de llegar será una nueva derrota para el gobierno. No importa si en vez de los miles que llegaron el año pasado llegan solamente algunos cientos; no importa si el recibimiento de las clases medias urbanas no alcanza el nivel apoteósico del que todos fuimos testigos, y tampoco importa si su llegada no coincide con un ambiente de convulsión social y no consigue concentrar descontentos sectoriales diversos, de acuerdo a las apuestas y esperanzas de muchos.
Si llegasen cuatro zaparrastrosos famélicos arrastrando los pies, con mayor razón la ciudadanía se sensibilizará con el martirologio y el sacrificio de un puñado de hombres y mujeres capaces de desafiar cualquier tipo de adversidad y agresión en pos de sus objetivos.
Hablo de una derrota para el gobierno bajo la premisa de que el objetivo de toda la operación política y económica desplegada en los últimos meses, era el de evitar a toda costa que la marcha se inicie, cosa que evidentemente no consiguieron. Si no se podía evitar la salida de la marcha, la estrategia era impedir que pasaran más allá de San Ignacio, cosa que tampoco ocurrió.
Si bien los operadores, encabezados por el mismo presidente, consiguieron debilitar y dividir a la dirigencia con una serie de acuerdos basados en la prebenda, lograron bloquear el apoyo logístico y económico de parte de instituciones que apoyaron las anteriores marchas, y pudieron hasta cierto punto diluir su trasfondo ideológico y político complejizando la trama de actores y de demandas para que el tema aparezca como un conflicto de intereses, y no de principios, el resultado hasta ahora, es que la marcha partió y sigue avanzando.
Pero digamos que se logre asfixiar y amedrentar a los marchistas a tal punto, que la marcha se extinga por agotamiento, y los indígenas tengan que levantar los brazos y retornar a sus comunidades ¿Será esa una victoria para el gobierno? No lo creo. Un desenlace así quedará en el registro social como un abuso infame del poder en contra de su propia y más simbólica base indígena. ¿Nadie le habrá dicho al presidente que esa horrorosa prueba de pragmatismo podría convertirse en el peor resultado posible?
El único camino en el que el gobierno podría salir fortalecido es en realidad muy fácil; bastaría con que se suspenda el proyecto de construcción (que además ya no tiene empresa constructora y cuyo financiamiento en las mismas condiciones es altamente improbable), se abrogue la Ley 122 y se abra un proceso largo de discusión consensuada de una nueva ley de consulta. Con una medida así, el gobierno tendría que administrar algunos descontentos internos, pero a cambio podría limpiar el basural que ha regado en el camino y obtener grandes rédito políticos. Lamentablemente, esa opción parece imposible, probablemente a cusa de la obsecuencia del círculo íntimo del poder palaciego.
Así las cosas, preocupa realmente el rumbo de un gobierno que, en este asunto como en otros, se entrampa en sus propios errores a costa de un descredito y una deslegitimación acumulativa que, de continuar así, podría incluso poner en riesgo la hasta ahora cantada reelección del primer mandatario.
Entiendo que esta preocupación pueda sonar algo extraña, pero tengo razones que me hacen temer mucho un escenario preelectoral con un régimen seriamente desportillado en el que esté en juego su continuidad. Temo en realidad cuales podrían ser las reacciones de un gobierno herido y electoralmente amenazado. Me espanta la paradójica figura de un régimen poderoso y al mismo tiempo sin poder, que ante la sola posibilidad de perderlo, esté dispuesto a patear el tablero en cualquier dirección, o a incendiar el país para evitar tal cosa.
No lo digo por el presidente, que por su perfil y hasta por su edad biológica, bien podría pensar en descansar un periodo para regresar con mayor fuerza. Lo digo por las poderosísimas nuevas castas de privilegiados, que claramente no estarán dispuestos a aceptar un final prematuro de su fiesta; y también lo digo por esa porción de la población que, más allá de su postura política, valora su lealtad étnica y simbólica con el presidente, y que podría concebir una interrupción como un retroceso inadmisible.
Lo que en definitiva me preocupa es que la incompetencia de gestión y de manejo político del gobierno esté acelerando el agotamiento natural de su ciclo político y precipitando un escenario en el que ya sea tarde para una verdadera rectificación de su rumbo. La interrogante que dejo en el tapete tiene que ver con el tiempo político que le resta a un gobierno en un aparente proceso de acelerado desgaste y auto debilitamiento, y con las circunstancias y condiciones de un cambio de gobierno en el corto plazo. Asumiendo claro, que alguien esté realmente dispuesto a hacerse cargo del país con Evo al frente.          

1 comentario:

  1. Bastante acuciosa, penetrante, yreveladora nota de Y. F.
    Donde tal vez haya que considerarse mejor es en esto de las nuevas élites. Es bastante evidente para la mayoría al margen que estas se han erigido recientemente. Pero tambíén es evidente que no tienen espinazo ni ideológico, carácter político, ni estatura de liderazgo. Son más funcionales, de lealtades serviles y oportunistas, además de una ineptitud que no deja de sorprender.

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