jueves, 23 de febrero de 2012

Estos carnavales, quién los jodería (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-23/02/12)

¿Cuándo habrá sido que el carnaval en La Paz se volvió tan aburrido? ¿Quién se ocupó de matar una fiesta tan magnífica? ¿Habrá sido el arrollador paso de la modernidad con sus correspondientes alienaciones y desarraigos? ¿Será ese mismo espíritu cosmopolita que nos caracteriza, en el que todos conviven cómodamente pero nadie termina de reivindicar plenamente lo suyo, que nos condujo a esta horrible apatía?

Me lamento de lo que ocurre en mi entorno, obviamente, y no de lo que pasa en el resto de la ciudad, en donde todavía se puede percibir que la gente disfruta alegremente de las tradiciones carnavaleras pese a las inclemencias del tiempo, siempre tan características de la época.

Por acá, en las profundidades de la zona sur, dominio de clases medias acomodadas, unas emergentes y otras decadentes, el carnaval desafía al calendario, pareciéndose cada día más a la semana santa. La escena ya es un clásico, cuando en vísperas de la fiesta que sacude a todo el país, los paceños nos repetimos, en clave masoquista, la consagrada pregunta: ¿y, qué planes para el carnaval, hermanito? El silencio sepulcral y las caras de opas son, casi siempre, la respuesta contundente.

Los únicos planes que implican diversión para éste segmento de paceños, tienen en común el acto de salir arrancando de la ciudad; los que todavía aprecian la fiesta salen disparados a buscarla en Oruro, en Tarija o en cualquier otra parte, y el resto, simplemente emprenden viajes de descanso, como si se tratase de cualquier otro feriado. Los que quedamos en los suburbios semi desiertos, debemos contentarnos con un par de parrilladitas, sabrosonas, pero harto distantes del espíritu de la fiesta.

Ya sé que pareceré un viejito nostálgico, pero todavía recuerdo que hace algunos años los grupos de amigos nos afanábamos planificando, por lo menos, una fiestita de disfraces, una salida en grupo a boliche, otra salida diurna en camión, y un par de sendos almuerzos con mojazón, que igual terminaban en bailongo. Incluso en las calles de Calacoto sonaban algunas bandas de música, y la gente salía a las esquinas a sumergirse en guerras de agua.

Más atrás en el tiempo, nuestros padres y nuestros abuelos la pasaban como enanos; formaban comparsas, elegían reinas, bailaban en la entrada, preparaban sus fiestas con fruición casi religiosa, comían cada día del carnaval lo que la tradición mandaba, y challaban el martes, salían de día de campo el miércoles de ceniza, y así sucesivamente, festejaban un carnaval que duraba la semana entera, con feriados o sin feriados. Ahora, cuatro días en La Paz quedan sobrando y dejan tiempo para la tele, el cine y los libros.

¿Será que los más jóvenes hoy hacen lo mismo a su manera, y no me he enterado? Lo dudo; más bien tengo la impresión de que también se aburren un poco en comparación con sus pares de otras ciudades, y acaban gastando toneladas de plata en unas fiestas/negocio medio truchas en las que chupan horrores, pero sin mucho espíritu carnavalero.

Al margen de las edades, algo malo pasó con nuestro carnaval y eso me parte el alma todos los años, pues me cuento entre esos bichos raros que todavía esperan ansiosos el baile, el disfraz, la banda, la entrada, la comida y el jolgorio debido (y bebido, claro está).Con esa misma ingenuidad, espero que el pepino el próximo año nos traiga algo de alegría y sobre todo reflexión, para entender por qué jodimos nuestro carnaval.

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