jueves, 31 de mayo de 2012

Gran Guido (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-31/05/12)


Intento imaginar mientras me dispongo a escribir estas líneas, cual sería la situación de nuestro país si al menos un partecita de nuestros políticos hubiera tenido el perfil de mi amigo Guido Riveros. A los miles de afortunados que tuvieron el privilegio de gozar en vida de su amistad, no tengo mucho que decirles, pero al resto, simplemente quisiera contarles que este caballero fue un político honesto, bien formado, intelectualmente inquieto, de menta abierta y tolerante, y trabajo comprometido con sus ideales.
En estos tiempos de descrédito generalizado y global de la política y de los políticos, usted se preguntará cómo habrá hecho este señor para ser lo que fue, en un campo tan cuestionado, tan mal visto y tan desprestigiado. Me atrevo a decir que, a diferencia de muchas otras figuras, probablemente más visibles, este hombre supo equilibrar sus ambiciones con sus convicciones.
Supo escuchar y tratar de comprender con genuino interés posiciones contrarias, cuando no antagónicas, en procura de una visión más completa; supo convocar y reunir a gentes diferentes, con la idea de que era posible sumar cualidades y, ya sea en armonía o en conflicto, obtener de ello algo mejor; y supo sobre todo, intentar traducir esa práctica de concertación y pluralismo en resultados concretos que pudieran servir al ejercicio de la política, como él la concebía.
Probablemente por eso, donde mejor pudo desplegar sus virtudes fue en su largo empeño desde la Fundación Boliviana para la Democracia Multipartidaria. Desde allí libró, con inusual mezcla de sagacidad y discreción, innumerables batallas cuya trascendencia solamente se reconocerá con el pasar del tiempo. Por el momento, ese reconocimiento se ha expresado en el respeto y la gratitud de moros y cristianos al momento de honrar su partida.
Allí todos pudimos confirmar que Guido Riveros fue uno de los pocos, sino el único referente del antiguo sistema político que logró transitar con éxito al nuevo y complejo escenario de los últimos años, gozando además de un respeto que muchos de los actuales actores políticos podría envidiar. No logró aquello por vía del fácil acomodo, pero si a través de su sentido autocrítico del pasado, su sensata valoración del proceso político en desarrollo, y también de su honda preocupación sobre el actual curso de las cosas.
Para los que estamos de una u otra forma ligados a la política, no será fácil olvidar la presencia de ese brillante nexo entre lo académico, lo intelectual y el feroz mundo de la política, pero será sin duda muchísimo más difícil sobrellevar la ausencia de un amigo cuya calidad y calidez humana, lealtad y sencillez, estuvieron siempre por encima de los avatares de la política.
Quisiera poder saber en estos momentos qué podríamos hacer para que ese ejemplo de vida personal, familiar y pública perdure y se convierta en un legado para la política, pero la verdad es que no lo sé; todavía siento el desconsuelo y el desaliento de la pérdida de un hombre excepcional, en el momento en que más falta hace. Supongo que tendremos que consolarnos con la idea de que no todo está perdido mientras podamos constatar que todavía existen tipos hechos y derechos que dedican su vida a las ideas ya la política, y además, iluminan la vida de quienes los rodean.
Gracias querido Guido, de verdad te extrañaremos.     

lunes, 28 de mayo de 2012

¿500 años o 500 días? (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-27/05/12)


Me llama poderosamente la atención que en el permanente cálculo político que se hace en el círculo íntimo del poder presidencial en todas las decisiones que se toman, nadie se anime a decirle al presidente que, tal como han planteado las cosas, cualquiera fuera el desenlace de la Novena Marcha, el gobierno saldrá del asunto mal parado.
Si la marcha supera la inmensa cantidad de obstáculos plantados desde el poder y llega hasta la ciudad de La Paz, aún en las condiciones más deplorables, el simple hecho de llegar será una nueva derrota para el gobierno. No importa si en vez de los miles que llegaron el año pasado llegan solamente algunos cientos; no importa si el recibimiento de las clases medias urbanas no alcanza el nivel apoteósico del que todos fuimos testigos, y tampoco importa si su llegada no coincide con un ambiente de convulsión social y no consigue concentrar descontentos sectoriales diversos, de acuerdo a las apuestas y esperanzas de muchos.
Si llegasen cuatro zaparrastrosos famélicos arrastrando los pies, con mayor razón la ciudadanía se sensibilizará con el martirologio y el sacrificio de un puñado de hombres y mujeres capaces de desafiar cualquier tipo de adversidad y agresión en pos de sus objetivos.
Hablo de una derrota para el gobierno bajo la premisa de que el objetivo de toda la operación política y económica desplegada en los últimos meses, era el de evitar a toda costa que la marcha se inicie, cosa que evidentemente no consiguieron. Si no se podía evitar la salida de la marcha, la estrategia era impedir que pasaran más allá de San Ignacio, cosa que tampoco ocurrió.
Si bien los operadores, encabezados por el mismo presidente, consiguieron debilitar y dividir a la dirigencia con una serie de acuerdos basados en la prebenda, lograron bloquear el apoyo logístico y económico de parte de instituciones que apoyaron las anteriores marchas, y pudieron hasta cierto punto diluir su trasfondo ideológico y político complejizando la trama de actores y de demandas para que el tema aparezca como un conflicto de intereses, y no de principios, el resultado hasta ahora, es que la marcha partió y sigue avanzando.
Pero digamos que se logre asfixiar y amedrentar a los marchistas a tal punto, que la marcha se extinga por agotamiento, y los indígenas tengan que levantar los brazos y retornar a sus comunidades ¿Será esa una victoria para el gobierno? No lo creo. Un desenlace así quedará en el registro social como un abuso infame del poder en contra de su propia y más simbólica base indígena. ¿Nadie le habrá dicho al presidente que esa horrorosa prueba de pragmatismo podría convertirse en el peor resultado posible?
El único camino en el que el gobierno podría salir fortalecido es en realidad muy fácil; bastaría con que se suspenda el proyecto de construcción (que además ya no tiene empresa constructora y cuyo financiamiento en las mismas condiciones es altamente improbable), se abrogue la Ley 122 y se abra un proceso largo de discusión consensuada de una nueva ley de consulta. Con una medida así, el gobierno tendría que administrar algunos descontentos internos, pero a cambio podría limpiar el basural que ha regado en el camino y obtener grandes rédito políticos. Lamentablemente, esa opción parece imposible, probablemente a cusa de la obsecuencia del círculo íntimo del poder palaciego.
Así las cosas, preocupa realmente el rumbo de un gobierno que, en este asunto como en otros, se entrampa en sus propios errores a costa de un descredito y una deslegitimación acumulativa que, de continuar así, podría incluso poner en riesgo la hasta ahora cantada reelección del primer mandatario.
Entiendo que esta preocupación pueda sonar algo extraña, pero tengo razones que me hacen temer mucho un escenario preelectoral con un régimen seriamente desportillado en el que esté en juego su continuidad. Temo en realidad cuales podrían ser las reacciones de un gobierno herido y electoralmente amenazado. Me espanta la paradójica figura de un régimen poderoso y al mismo tiempo sin poder, que ante la sola posibilidad de perderlo, esté dispuesto a patear el tablero en cualquier dirección, o a incendiar el país para evitar tal cosa.
No lo digo por el presidente, que por su perfil y hasta por su edad biológica, bien podría pensar en descansar un periodo para regresar con mayor fuerza. Lo digo por las poderosísimas nuevas castas de privilegiados, que claramente no estarán dispuestos a aceptar un final prematuro de su fiesta; y también lo digo por esa porción de la población que, más allá de su postura política, valora su lealtad étnica y simbólica con el presidente, y que podría concebir una interrupción como un retroceso inadmisible.
Lo que en definitiva me preocupa es que la incompetencia de gestión y de manejo político del gobierno esté acelerando el agotamiento natural de su ciclo político y precipitando un escenario en el que ya sea tarde para una verdadera rectificación de su rumbo. La interrogante que dejo en el tapete tiene que ver con el tiempo político que le resta a un gobierno en un aparente proceso de acelerado desgaste y auto debilitamiento, y con las circunstancias y condiciones de un cambio de gobierno en el corto plazo. Asumiendo claro, que alguien esté realmente dispuesto a hacerse cargo del país con Evo al frente.          

jueves, 24 de mayo de 2012

Ojo con la Policía (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-24/05/12)


He afirmado en reiteradas oportunidades que el gobierno se encuentra más cómodo en circunstancias de efervescencia, en medio de conflictos, la mayoría de las veces generados por él mismo. La lógica del despelote permanente como modus vivendi parece responder a la idea de que la confrontación asegura la tensión necesaria de ciertos sectores con alta capacidad de presión, considerados como la base dura de apoyo al régimen.
Ese estado de crispación constante permite también mantener el volumen del discurso revolucionario en el máximo de decibeles, recurso que si bien mantiene en estado de sobre excitación a los más rudos, ha ido perdiendo paulatinamente su efecto en el resto de la sociedad, cada día más indiferente ante la retórica incendiaria del gobierno.
El escenario de la bulla y el alboroto pude servir muy bien para distraer atenciones y para invisibilizar una gruesa colección de problemas de gestión que aquejan al régimen, pero para que funcione así, el gobierno debe tener bajo control a los verdaderos factores de poder, los que en definitiva garantizan que la cosa no llegue a mayores. Aunque para muchos resulte algo temerario, se puede jugar con fuego e incluso con dinamita, siempre y cuando se tenga la certeza de que los que tienen capacidad de mover las cosas, están alineados, contentados o bajo control.
En este juego de tensiones, la sensación de zozobra y de desgaste es intrascendente si las viejas elites de banqueros, agropecuarios, empresarios y poderes regionales están más o menos acomodados y más o menos satisfechos con el estado de las cosas y con lo que el régimen les ofrece; lo mismo ocurre con la nuevas elites partidarias, burocráticas, cocaleras, “chuteras” y afines, esas sí, más que satisfechas; quedan los factores de apoyo externos (escenario con tendencia a desdibujarse), y, por supuesto, los dueños de los fierros, es decir las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.
Entre éstos últimos, los militares no constituyen amenaza alguna, pues los mimos de los que han sido objeto se han traducido en un respaldo casi militante que no da lugar a dudas. Pero, ojo, con la Policía la historia no ha sido tan bonita y ha estado más bien marcada por permanentes sobresaltos. Los relevos y destituciones de sus altos mandos han sido acompañados por una seguidilla de plazos y conminaciones para una reforma imposible de llevar a cabo en una institución aquejada de problemas estructurales, y de una injerencia política consuetudinaria.
Hace unos días, a raíz de la actuación policial en torno al bloqueo de los choferes, el país se lamentaba del uso de una institución armada al servicio de los intereses políticos del partido de gobierno; curiosamente, al tiempo que esto ocurría, el ministro de gobierno enfrentaba un escenario de dilaciones, encubrimientos y desacatos en el caso de los cadetes de la Unipol, y la ministra de transparencia denunciaba amenazas policiales en su contra.
La crisis policial ahora parece haber alcanzado otra dimensión con un nombramiento que vulnera una serie de normas, y que ha causado airadas reacciones en ciertos mandos; la ocasión ha sido propicia también para que el general Sanabria encienda el ventilador desde su cautiverio en Miami, lo que no hará otra cosa que agravar un ambiente que sin duda preocupa al gobierno.
Un panorama turbio en el que lo único que queda claro, es que puede ser muy complicado administrar la conflictividad con una policía al borde del amotinamiento. 

lunes, 14 de mayo de 2012

El turno de Francia y Grecia (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-13/05/12)


Europa sigue crujiendo ante la crisis en un escenario cada vez más complejo. Los resultados electorales de la última semana en Francia y en Grecia, son las nuevas facturas políticas que la ciudadanía le está cobrando al brutal ajuste económico en marcha; hasta el año pasado, todos coincidían de alguna manera en que la crisis movía el péndulo electoral y cambiaba gobiernos, independientemente si eran de izquierdas o de derechas; ahora en cambio, parece ser el método de afrontar la crisis, es decir el ajuste de austeridad, el que determina resultados.
Queda claro en cualquier caso, que tanto la crisis como los intentos de resolverla, tienen obviamente efectos electorales, pero también consecuencias en la redefinición del mapa político de los países afectados. A estas alturas, ya nadie puede seguir pensando que se trata únicamente de una crisis financiera que se puede explicar y seguir a través de indicadores como las bolsas o las calificaciones de riesgo de deudas; el alcance de la crisis trasciende los ámbitos financieros y económicos.
El caso de las presidenciales francesas ha puesto en evidencia una importante presencia electoral de candidaturas más radicales en los extremos, tanto en la izquierda como en la derecha; la candidata del Frente Nacional Marine Le Pen (que obtuvo casi el 20% en la primera vuelta), atestó además el golpe de gracia al presidente Sarkozy, negándole su apoyo en la segunda vuelta y precipitando así su salida del escenario político, lo que ha sumido a la centro derecha en una profunda crisis; el resultado, un partido de extrema derecha como el referente actual más claro del conservadurismo.
La victoria del socialista Francios Hollande le complica la vida también a la señora Merkel, que pierde a su principal aliado en la Unión Europea, y que debe sentarse a negociar con un presidente francés que ganó la elección con la promesa del crecimiento en vez de la austeridad, y que intentará deshacerse de los compromisos y pactos presupuestarios impuestos por Berlín, una misión imposible que hará aterrizar rápidamente a la realidad al nuevo inquilino del Eliseo.
La fractura de la poderosa y decisiva dupla Merkel-Sarkozy, y la percepción de que es un absurdo seguir sosteniendo a una Grecia “que no quiere dejarse ayudar”, está haciéndoles perder la paciencia a los alemanes, un poco hartos ya de llevar el peso de la crisis sobre sus espaldas.
Esto porque las legislativas griegas también le pasaron factura al ajuste, con resultados aún más alarmantes; la izquierda radical, nutrida por el apoyo anti austeridad, terminó en segundo lugar imposibilitando cualquier posibilidad de una coalición de gobierno, al punto en que se habla ya de una convocatoria a nuevas elecciones. Pero la “sorpresa” estuvo firmada por el abrupto y significativo ascenso electoral de un partido neonazi, que alcanzó el cuarto lugar con más del 12% de los votos. El reflujo de fuerzas extremistas ya ha puesto en jaque al sistema político griego, y está empujando al abismo a un país quebrado, que seguramente no resistirá más juegos. Se abre con ello nuevamente la posibilidad de una salida del euro, que podría marcar el principio de una implosión hacia el sálvese quien pueda.
Pero a los efectos electorales y políticos de la crisis, sobrevendrán con seguridad las consecuencias sociales de una ciudadanía que todavía resiste aturdida el impacto de los recortes, en un clima de descontento y convulsión crecientes. El verdadero problema europeo vendrá cuando los maltrechos votantes asuman que sus virajes y corcoveos electorales afectan en poco o en nada el curso de la receta anticrisis. Independientemente del cambio de escenarios políticos, la cruda realidad se encargará de demostrarles que el ajuste estructural neoliberal dictaminado por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, no es un asunto al alcance de sus decisiones.
Además de padecer el desempleo, los recortes en salud y educación, el deterioro de la seguridad social y, en general, el derrumbe del estado del bienestar, tendrán que sufrir el desencanto de la traición de nuevos gobiernos que se erigen sobre postulados ideológicos y sucumben rápidamente ante los dictados del mercado y de la economía. Si la receta no funciona, tal como no funcionó en estas latitudes, pasarán de la euforia del optimismo a la desilusión una y otra vez.
De allí al desborde social hay sólo un paso. Cuando la precariedad aprieta en el cuello, cuando se pierde la perspectiva y la noción de futuro y cuando el sistema de representación política deja de dar respuestas, allí es cuando la energía social  se torna anti sistémica.
Allí es donde se empiezan a escribir cartas como la que se publica en el blog elhombrebizantino.wordpress.com; en ella el bloguero, después de levantarle la madre a Rajoy, termina deseándole que se encuentre lejos de la Moncloa, camino al exilio en Berlín, cuando la sociedad española se rebele, salga a la calle, tome los poderes públicos, disuelvan los partidos, cambie el sistema electoral y convoque a una Asamblea Constituyente, porque si no es así, le advierte que la va a ir mal, pero muy mal.

martes, 8 de mayo de 2012

¡Referéndum para la Ley de Transporte, ya! (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-10/05/12)


Se equivoca olímpicamente quien piense que lo que está pasando es un enfrentamiento entre los transportistas y la alcaldía; el problema lo tenemos los ciudadanos con un sistema de transporte pésimo e insostenible, y con un gremio abusivo, prepotente, acostumbrado a pisotear nuestros derechos y nuestra calidad de vida cuatro veces al día. La alcaldía paceña simplemente está cumpliendo con su obligación y respondiendo a una demanda unánime, en procura de una solución estructural para el tema  del transporte público en nuestra ciudad.
Solamente el gobierno nacional, una vez más errado en su lectura, pensó que podía sacar algún provecho político de una situación que teóricamente iba a lastimar al municipio paceño, y apostó por apoyar a los transportistas instruyendo a la policía a que, con su ausencia, alentaran todos los atropellos posibles. Esa complicidad política con la delincuencia, el trago a raudales, y el patoterismo alevoso que siempre los ha caracterizado, nos regalaron imágenes inolvidables como las de la avenida Zavaleta, en la que los choferes impedían el paso de una ambulancia, pero minutos después abrían paso a un vehículo oficial.
¿Habrá pensado el ministro de gobierno que permitiendo el colapso de la ciudad, iba a amedrentar a los paceños, o que iba a politizar el asunto, victimizando a los transportistas y satanizando al municipio? Me pregunto, ¿Hace cuánto tiempo que la autoridad no se sube a un minibús? El tema para la inmensa mayoría de la gente de a pie no es político, pero sí es un asunto extremadamente serio que tiene que ver con el modelo de ciudad que aspiramos y merecemos. Aquí no hay lugar para la maniobra política ni para el discurso intrigante, por la sencilla razón de que todos conocemos el problema a fondo en la medida en que lo vemos de cerca y lo sufrimos todos los días.
No hace falta ser un experto para darse cuenta que las deficiencias en el servicio han llegado a un punto en el ningún tipo de parche o medida parcial serán suficientes para arreglar un problema que hasta ahora nadie se había atrevido a enfrentar seriamente. La única solución posible pasa por una profunda reestructuración del sistema de transporte, tránsito y vialidad, que contemple la planificación, la gestión y el control, desde el municipio.
La Ley Municipal de Transporte y Tránsito Urbano es el instrumento que finalmente ha tomado al toro por las astas, y que reúne las soluciones integrales para un nuevo pacto ciudadano; el problema es que los usuarios enfrentamos la impotencia de no poder expresar sanamente nuestro apoyo a dicha medida, por lo que es necesario que se convoque a un referéndum para ratificar o rechazar la iniciativa municipal.
Las manifestaciones de apoyo, aunque importantes y significativas, no serán suficientes para sostener en el tiempo la presión corporativa de los millonarios sindicatos del transporte, y el enfrentamiento entre civiles, extremo tan azuzado últimamente desde el poder, obviamente tampoco es la solución. Un tema tan trascendente debería ser dirimido a través del voto y la participación democrática de los interesados/afectados; no se trata de inventar nada: los mecanismos legales para un referéndum de este tipo existen, y si los transportistas tiene una mejor solución, incluso podríamos elegir entre la alternativa que ellos propongan y la ley en vigencia.
Estamos en un punto de inflexión en el que solamente podremos legitimar nuestra posición a través de la participación democrática; allí, en las urnas, veremos quién pesa más.