En éstas épocas la vida es ya muy dura para los que tenemos la suerte de gozar todavía de todas nuestras capacidades. En general trabajamos mucho más de lo que trabajó la generación de nuestros padres y, aun así, nuestra calidad de vida va desmejorando progresivamente.
Como le ocurre a buena parte de la clase media urbana, sobrevivimos precariamente, hundidos en la cultura del consumo, de la deuda y de la apariencia, y lo hacemos a duras penas.
Imagine entonces por un instante lo duro que debe ser para las personas con discapacidad sobrellevar sus vidas en una sociedad como la nuestra, que además está poco informada y poco sensibilizada en ese tema.
Al margen de que el día a día de una persona con discapacidad es mucho más cuesta arriba que el nuestro, las discapacidades, independientemente de su grado, cuestan un montón de plata. La discapacidad implica gastos extraordinarios en remedios, en tratamientos, en fisioterapias, en prótesis, en consultas, en aparatos ortopédicos, cuando no en costosas cirugías.
Y la ayuda del entorno familiar no siempre está garantizada; en muchos casos la persona con discapacidad se las tiene que bancar solo, y no solamente eso, sino que tiene que, como usted y yo, hacerse cargo además de su familia, sufriendo además el peso conciencial de ser una pesada carga económica para su entorno.
Vivimos en un país que ignora absolutamente la condición y las dificultades reales de esta población, que es mucho más numerosa de la que se ve en las marchas, y por eso da muchísima bronca la actitud política del gobierno frente al sector.
Una actitud de mierda, propia de un gobierno podrido y enjaulado (y esto último no es metafórico, sino vea las rejas con las que se han auto cercado en la Plaza Murillo). Un gobierno que ostenta su dureza y su frialdad, pero solamente con los más débiles. Un gobierno bueno para enfrentar inflexiblemente a los indígenas del Tipnis, a los cívicos de Potosí o los discapacitados, pero presto a transar rápidamente cuando los que se le ponen al frente son empresarios agropecuarios, petroleros o cooperativistas.
La bronca de la gente es normal y comprensible, porque todo el mundo se da cuenta de que, si hubo tanta plata durante tanto tiempo para hacer tantas cojudeces, solamente se necesita un esfuerzo de creatividad y de voluntad política para encarar una solución, aunque sea parcial, para le gente más necesitada.
La lista de gastos suntuosos e innecesarios que se podrían recortar para contribuir a la sostenibilidad de un fondo para el bono que demandan, es kilométrica; solamente hacen falta algo de sensibilidad y valor civil y político, cosas que le están faltando dramáticamente al gobierno dese hace mucho tiempo.
Curiosamente, mientras escribo estas líneas y la policía gasifica y reprime a los discapacitados, Evo Morales vuela al Ecuador en su lujoso avión presidencial, llevando ayuda para los damnificados del terremoto. ¿Qué tal?
Una vez más, Evo y sus secuaces le muestran al país su sentido primitivo de la política y del poder; en su mundo en blanco y negro, las causas, los valores y los principios han perdido sentido, y solamente importan la imposición de la fuerza y del dinero.
En eso se han convertido, y por eso tienen los días contados.
Ciudadano orgullosamente boliviano, que dice las cosas como son y que está dispuesto a dar la cara por sus ideas. Columnista, cocinero y Tigre de corazón.
jueves, 28 de abril de 2016
jueves, 21 de abril de 2016
Brasil, del sartén al fuego (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-21/04/16)
Lo de Brasil no es una buena noticia, ni para ellos ni para nosotros. Lamentablemente en política pocas son las veces en que las cosas son lo que parecen, y en Brasil, lo que hoy parece un reflejo institucional y democrático en contra de la corrupción, es en el fondo una celada aprovechada y urdida por un conservadurismo corrupto y reaccionario.
¿Con esto quiero justificar o absolver al gobierno del PT y de Dilma Roussef de todas las cagadas que se han mandado? Por supuesto que no. La mega corrupción gubernamental alrededor de Petrobras y las grandes empresas de construcción, el desvío de fondos estatales a las campañas del PT y las acusaciones directas a Lula da Silva por haber recibido coimas, despintaron gran parte de lo que hicieron Lula y Dilma, y nos decepcionaron profundamente a todos.
Y el desencanto fue mayor aun ante la lamentable maniobra de protección y encubrimiento de Dilma a un Lula arrinconado por la justicia, nombrándolo ministro. Escena impresentable desde dónde se la vea.
Pero no crea usted que es por todo eso que quieren juzgar y destituir a la presidenta brasilera. Se la está acusando en realidad de haber violado normas fiscales maquillando las cifras del déficit del presupuesto; un delito, cierto, pero que según muchos no debería ser motivo suficiente para su destitución.
Los escándalos de corrupción salpicaron en realidad a toda la clase política brasilera, pero no a la presidenta, delito del cual no ha sido acusada directamente.
Los que sí están recontra acusados de corrupción, son los que la siguen en la línea de sucesión constitucional, y también más de la mitad del congreso que está tramitando el impeachment.
Ellos sí están metidos hasta el cuello en temas de corrupción, y para librarse, aprovecharon astutamente la recesión económica, el descalabro moral y el descontento de la gente, para tumbar a la presidenta, patear el tablero y sobre todo debilitar al poder judicial, que es su principal amenaza.
En ese camino, la destitución de Dilma no implica renovación política alguna ni castigo para todos los corruptos. Lo único que esa vía estaría garantizando es que los traidores, los corruptos y los reaccionarios se metan al poder por la ventana, y se protejan de la justicia desde allí.
Esta no es una respuesta democrática a los evidentes problemas políticos y económicos que tienen, es una jugada política de una juntucha impresentable de oportunistas que intenta salvar el pellejo y hacer retroceder al Brasil a situaciones que se pensaban superadas.
El penoso nivel político de esa gente se pudo advertir en la sesión de los diputados del domingo; esa cámara, con muy pocos negros, mujeres y jóvenes, le dio al mundo un triste espectáculo de mediocridad y de pobreza en la torpe argumentación de los valores más primitivos del conservadurismo.
Los que por estas tierras se alegran de lo que está ocurriendo, basados en el razonamiento chato de que es una maravilla que se jodan indistintamente todos los gobiernos de la región aliados a Evo Morales, no ven un milímetro más allá de sus narices y no se dan cuenta de que nada de esto es bueno para la oposición al MAS.
Si bien puede ser cierto que la tendencia regional le es adversa al MAS y lo dejará paulatinamente huérfano de apoyos que es su momento le ayudaron mucho, lo que no advierten es que el retorno de la vieja derecha y su intento de hacer retroceder las cosas, van a convertirse en Bolivia en el ejemplo de lo que se debe evitar que ocurra en el futuro.
Cuando el remedio es peor que la enfermedad, la gente prefiere quedarse con lo malo conocido.
¿Con esto quiero justificar o absolver al gobierno del PT y de Dilma Roussef de todas las cagadas que se han mandado? Por supuesto que no. La mega corrupción gubernamental alrededor de Petrobras y las grandes empresas de construcción, el desvío de fondos estatales a las campañas del PT y las acusaciones directas a Lula da Silva por haber recibido coimas, despintaron gran parte de lo que hicieron Lula y Dilma, y nos decepcionaron profundamente a todos.
Y el desencanto fue mayor aun ante la lamentable maniobra de protección y encubrimiento de Dilma a un Lula arrinconado por la justicia, nombrándolo ministro. Escena impresentable desde dónde se la vea.
Pero no crea usted que es por todo eso que quieren juzgar y destituir a la presidenta brasilera. Se la está acusando en realidad de haber violado normas fiscales maquillando las cifras del déficit del presupuesto; un delito, cierto, pero que según muchos no debería ser motivo suficiente para su destitución.
Los escándalos de corrupción salpicaron en realidad a toda la clase política brasilera, pero no a la presidenta, delito del cual no ha sido acusada directamente.
Los que sí están recontra acusados de corrupción, son los que la siguen en la línea de sucesión constitucional, y también más de la mitad del congreso que está tramitando el impeachment.
Ellos sí están metidos hasta el cuello en temas de corrupción, y para librarse, aprovecharon astutamente la recesión económica, el descalabro moral y el descontento de la gente, para tumbar a la presidenta, patear el tablero y sobre todo debilitar al poder judicial, que es su principal amenaza.
En ese camino, la destitución de Dilma no implica renovación política alguna ni castigo para todos los corruptos. Lo único que esa vía estaría garantizando es que los traidores, los corruptos y los reaccionarios se metan al poder por la ventana, y se protejan de la justicia desde allí.
Esta no es una respuesta democrática a los evidentes problemas políticos y económicos que tienen, es una jugada política de una juntucha impresentable de oportunistas que intenta salvar el pellejo y hacer retroceder al Brasil a situaciones que se pensaban superadas.
El penoso nivel político de esa gente se pudo advertir en la sesión de los diputados del domingo; esa cámara, con muy pocos negros, mujeres y jóvenes, le dio al mundo un triste espectáculo de mediocridad y de pobreza en la torpe argumentación de los valores más primitivos del conservadurismo.
Los que por estas tierras se alegran de lo que está ocurriendo, basados en el razonamiento chato de que es una maravilla que se jodan indistintamente todos los gobiernos de la región aliados a Evo Morales, no ven un milímetro más allá de sus narices y no se dan cuenta de que nada de esto es bueno para la oposición al MAS.
Si bien puede ser cierto que la tendencia regional le es adversa al MAS y lo dejará paulatinamente huérfano de apoyos que es su momento le ayudaron mucho, lo que no advierten es que el retorno de la vieja derecha y su intento de hacer retroceder las cosas, van a convertirse en Bolivia en el ejemplo de lo que se debe evitar que ocurra en el futuro.
Cuando el remedio es peor que la enfermedad, la gente prefiere quedarse con lo malo conocido.
jueves, 14 de abril de 2016
Tres de cuatro (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-14/04/16)
A principios de su segundo mandato, cuando el gobierno de Evo Morales confirmaba en los hechos su condición esencialmente conservadora y traicionaba todos sus postulados discursivos, decía desde esta columna que la impostura ideológica, la falta de gestión y la creciente corrupción no serían suficientes para pensar en un agotamiento del régimen.
Para considerar seriamente el fin del gobierno del MAS, el análisis que hacía entonces planteaba que debían ocurrir por lo menos cuatro cosas: uno, algún fenómeno externo que afectara de manera radical la economía del país, dos, una alteración del escenario político regional, tres, la acumulación sistemática de torpezas políticas con altos efectos de deslegitimización, y cuatro, la aparición de una verdadera oposición.
Que todas esas cosas ocurrieran el en corto plazo parecía algo prácticamente imposible, considerando sobre todo que dos de ellas no dependían de lo que pasara en el país sino de factores externos; y es quien sabe por eso que todos caímos en una suerte de resignación política, respirando a diario es suerte de certeza, que nos refregaba que había Evo y MAS para mucho rato, que no había que hacerse ilusiones de nada distinto en el largo plazo, y que era mejor ponerse cómodos nomás (cosa que muchos interpretaron como que había que acomodarse).
Y sin embargo, como dice Sabina, tres de estas cuatro cosas han ocurrido ya, y han ocurrido mucho antes de lo que todo el mundo pensaba; así son las cosas en política y eso es lo que la hace tan apasionante.
El precio del petróleo se fue al carajo hace ya más de un año y medio con un impacto devastador en una economía basada meramente en el extractivismo; los efectos de este impacto recién se comenzarán a ver, mientras los crudos del gobierno esperan el milagro de una súbita recuperación del precio del otro crudo.
El escenario político regional ha cambiado ya con la caída del kirchnerismo en Argentina, con la decisión de Correa de bajarse de la reelección en el Ecuador (el único menos crudo que entendió que con ese precio del petróleo las cuentas no daban para otro mandato), con la conclusión del mandato de Mújica en Uruguay y con los últimos resultados electorales del Perú.
Y seguramente cambiará mucho más con el dramático desmoronamiento de Maduro en Venezuela y con lo que parece ser la inminente destitución de Dilma Rouseff en Brasil.
La acumulación de torpezas políticas y corruptelas del gobierno no solamente es enorme, sino que es progresiva; la última embarrada político/histórica fue el error de timing político del 21F, lo que derivó en una gravísima derrota que no terminan de entender, pues si apuestan por desconocer los resultados e insisten en forzar a como dé lugar la reelección, cavarán más hondo su propia fosa.
Si no lo hacen, llegarán al 2019 horrorosamente degastados por las pugnas internas, por la crisis, por la ineptitud de gestión y con algún candidato prestado o un candidato propio muy flojo, que, en el mejor de escenarios imaginables, tendría que ir a una segunda vuelta con todas las clases medias urbanas en contra.
La única cosa que falta entonces es la cuarta, es decir el surgimiento de una nueva y verdadera oposición sin cola de paja y con una lectura y visión frescas del país que queremos hacia adelante.
Suena difícil también, pero no lo es. El 21F nos permitió constatar que la vieja oposición también perdió, que la ciudadanía perdió el miedo, que la juventud ha decidido desahuevarse, y que tenemos largos cuatro años para hacerlo.
Para considerar seriamente el fin del gobierno del MAS, el análisis que hacía entonces planteaba que debían ocurrir por lo menos cuatro cosas: uno, algún fenómeno externo que afectara de manera radical la economía del país, dos, una alteración del escenario político regional, tres, la acumulación sistemática de torpezas políticas con altos efectos de deslegitimización, y cuatro, la aparición de una verdadera oposición.
Que todas esas cosas ocurrieran el en corto plazo parecía algo prácticamente imposible, considerando sobre todo que dos de ellas no dependían de lo que pasara en el país sino de factores externos; y es quien sabe por eso que todos caímos en una suerte de resignación política, respirando a diario es suerte de certeza, que nos refregaba que había Evo y MAS para mucho rato, que no había que hacerse ilusiones de nada distinto en el largo plazo, y que era mejor ponerse cómodos nomás (cosa que muchos interpretaron como que había que acomodarse).
Y sin embargo, como dice Sabina, tres de estas cuatro cosas han ocurrido ya, y han ocurrido mucho antes de lo que todo el mundo pensaba; así son las cosas en política y eso es lo que la hace tan apasionante.
El precio del petróleo se fue al carajo hace ya más de un año y medio con un impacto devastador en una economía basada meramente en el extractivismo; los efectos de este impacto recién se comenzarán a ver, mientras los crudos del gobierno esperan el milagro de una súbita recuperación del precio del otro crudo.
El escenario político regional ha cambiado ya con la caída del kirchnerismo en Argentina, con la decisión de Correa de bajarse de la reelección en el Ecuador (el único menos crudo que entendió que con ese precio del petróleo las cuentas no daban para otro mandato), con la conclusión del mandato de Mújica en Uruguay y con los últimos resultados electorales del Perú.
Y seguramente cambiará mucho más con el dramático desmoronamiento de Maduro en Venezuela y con lo que parece ser la inminente destitución de Dilma Rouseff en Brasil.
La acumulación de torpezas políticas y corruptelas del gobierno no solamente es enorme, sino que es progresiva; la última embarrada político/histórica fue el error de timing político del 21F, lo que derivó en una gravísima derrota que no terminan de entender, pues si apuestan por desconocer los resultados e insisten en forzar a como dé lugar la reelección, cavarán más hondo su propia fosa.
Si no lo hacen, llegarán al 2019 horrorosamente degastados por las pugnas internas, por la crisis, por la ineptitud de gestión y con algún candidato prestado o un candidato propio muy flojo, que, en el mejor de escenarios imaginables, tendría que ir a una segunda vuelta con todas las clases medias urbanas en contra.
La única cosa que falta entonces es la cuarta, es decir el surgimiento de una nueva y verdadera oposición sin cola de paja y con una lectura y visión frescas del país que queremos hacia adelante.
Suena difícil también, pero no lo es. El 21F nos permitió constatar que la vieja oposición también perdió, que la ciudadanía perdió el miedo, que la juventud ha decidido desahuevarse, y que tenemos largos cuatro años para hacerlo.
jueves, 7 de abril de 2016
Algo de mea culpa no nos caería mal (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-07/04/16)
Hace poquito tiempo tomaba un café con una querida amiga en la ciudad de Santa Cruz; mientras yo justamente le preguntaba su opinión acerca de algunas actividades económicas que me habían generado cierta sospecha de estar ligadas al narcotráfico, a pocas cuadras la policía acribillaba a cuatro extranjeros dentro un automóvil.
Todo esto a plena luz del día en medio de la ciudad.
El incidente podría haber pasado rápidamente al olvido si no fuera porque (¡ay, otra vez las redes sociales!) un ciudadano tomó unas fotografías que mostraban cómo la misma policía había arrestado a los mismos extranjeros, subiéndolos a vehículos policiales, ¡cuatro horas antes de la fatal balacera!
Los jefes policiales responsables del operativo no pudieron ofrecer nada que se pareciera a una explicación mínimamente razonable, y se enredaron en declaraciones cantinflescas, eso sí, sin dar muestras de ninguna vergüenza.
El ministro de gobierno dijo que estaba pidiendo informes en cantidades industriales a gil y mil, pero parece que nadie le respondió, porque hasta ahora no nos ha explicado cómo pudo suceder algo así.
¿Y por qué nadie se puso ni siquiera colorado? Al parecer porque, según trascendidos de varias fuentes, se habría tratado de un volteo a una banda de narcotraficantes por un valor de siete millones de dólares, suma suficiente para quitarle la vergüenza a todos.
Seguramente y a falta de información oficial coherente, nunca sabremos la verdad acerca de lo que ocurrió en aquel oscuro incidente, pero todo indica que se trató de un hecho ligado al tráfico de drogas.
Y esto es cabalmente lo que la iglesia califica en su última Carta Pastoral como estrategia de expansión e impunidad del narcotráfico, “que penetra incluso estructuras estatales y fuerzas del orden, comprando conciencias”.
El gobierno, en un súbito ataque de amnesia de los numerosos casos de autoridades policiales y funcionarios involucrados en casos de narcotráfico, se ha hecho dar una inexplicable pataleta, acusando a la iglesia de mentirosa y conminándola a presentar pruebas en un estilacho dictatorial que pensábamos habíamos superado.
No entiendo esa sobre reacción tan agria tratándose de un tema tan sensible como universal, pero sospecho que esa susceptibilidad está relacionada a la condición sindical que Evo Morales comparte con la presidencia.
Pero pese a esa estrafalaria e impresentable dualidad de funciones, creo que el gobierno no es el único responsable del creciente tráfico y consumo de drogas en el país, y coincido con la iglesia en que la actitud de indiferencia y de conformismo, nos hace evadir nuestra propia responsabilidad frente al problema.
Iré un poco más lejos. Me animo a decir que, de alguna manera indirecta, todos hemos venido siendo un poco cómplices de que las cosas hayan llegado a este punto. Todos sabemos en el fondo que una parte de la jauja y la bonanza económica vivida, ha sido alimentada por el narco, y pese a ello, hemos sido demasiado permisivos e indulgentes.
Probablemente en La Paz no se sienta tanto, pero en ciudades como Santa Cruz, Cochabamba o El Alto, (sin hablar de ciertas poblaciones del oriente completamente tomadas por el narcotráfico) los síntomas son mucho más evidentes, y hemos hecho un poco la vista gorda desde la intuición de que, mientras la cosa siga funcionando bien y la plata siga fluyendo, vale la pena hacerse a los locos con el asunto.
El modelo reinante de consumo, materialismo y acumulación a cualquier precio, nos tiene enajenados y enceguecidos a tal grado, que no hemos sido capaces de reaccionar, desde lo personal, a un problema que nos comienza a envolver completamente, que amenaza de muerte nuestra manera de vivir como la hemos conocido hasta ahora, y que nos pasa ya una factura social astronómica.
Todo esto a plena luz del día en medio de la ciudad.
El incidente podría haber pasado rápidamente al olvido si no fuera porque (¡ay, otra vez las redes sociales!) un ciudadano tomó unas fotografías que mostraban cómo la misma policía había arrestado a los mismos extranjeros, subiéndolos a vehículos policiales, ¡cuatro horas antes de la fatal balacera!
Los jefes policiales responsables del operativo no pudieron ofrecer nada que se pareciera a una explicación mínimamente razonable, y se enredaron en declaraciones cantinflescas, eso sí, sin dar muestras de ninguna vergüenza.
El ministro de gobierno dijo que estaba pidiendo informes en cantidades industriales a gil y mil, pero parece que nadie le respondió, porque hasta ahora no nos ha explicado cómo pudo suceder algo así.
¿Y por qué nadie se puso ni siquiera colorado? Al parecer porque, según trascendidos de varias fuentes, se habría tratado de un volteo a una banda de narcotraficantes por un valor de siete millones de dólares, suma suficiente para quitarle la vergüenza a todos.
Seguramente y a falta de información oficial coherente, nunca sabremos la verdad acerca de lo que ocurrió en aquel oscuro incidente, pero todo indica que se trató de un hecho ligado al tráfico de drogas.
Y esto es cabalmente lo que la iglesia califica en su última Carta Pastoral como estrategia de expansión e impunidad del narcotráfico, “que penetra incluso estructuras estatales y fuerzas del orden, comprando conciencias”.
El gobierno, en un súbito ataque de amnesia de los numerosos casos de autoridades policiales y funcionarios involucrados en casos de narcotráfico, se ha hecho dar una inexplicable pataleta, acusando a la iglesia de mentirosa y conminándola a presentar pruebas en un estilacho dictatorial que pensábamos habíamos superado.
No entiendo esa sobre reacción tan agria tratándose de un tema tan sensible como universal, pero sospecho que esa susceptibilidad está relacionada a la condición sindical que Evo Morales comparte con la presidencia.
Pero pese a esa estrafalaria e impresentable dualidad de funciones, creo que el gobierno no es el único responsable del creciente tráfico y consumo de drogas en el país, y coincido con la iglesia en que la actitud de indiferencia y de conformismo, nos hace evadir nuestra propia responsabilidad frente al problema.
Iré un poco más lejos. Me animo a decir que, de alguna manera indirecta, todos hemos venido siendo un poco cómplices de que las cosas hayan llegado a este punto. Todos sabemos en el fondo que una parte de la jauja y la bonanza económica vivida, ha sido alimentada por el narco, y pese a ello, hemos sido demasiado permisivos e indulgentes.
Probablemente en La Paz no se sienta tanto, pero en ciudades como Santa Cruz, Cochabamba o El Alto, (sin hablar de ciertas poblaciones del oriente completamente tomadas por el narcotráfico) los síntomas son mucho más evidentes, y hemos hecho un poco la vista gorda desde la intuición de que, mientras la cosa siga funcionando bien y la plata siga fluyendo, vale la pena hacerse a los locos con el asunto.
El modelo reinante de consumo, materialismo y acumulación a cualquier precio, nos tiene enajenados y enceguecidos a tal grado, que no hemos sido capaces de reaccionar, desde lo personal, a un problema que nos comienza a envolver completamente, que amenaza de muerte nuestra manera de vivir como la hemos conocido hasta ahora, y que nos pasa ya una factura social astronómica.
jueves, 31 de marzo de 2016
De las mentirijillas a la mitomanía descomunal (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-31/03/16)
La penúltima mentira oficial la protagonizó el ministro de la presidencia Juan Ramón Quintana, que compite enérgicamente para ser el personaje más odiado de este gobierno, disputándole el primer lugar a figuras de peso, como la ministra del sombrero, el bachiller o el senador ese que, entre siesta y siesta, despierta para proferir algún improperio; la última, no sé todavía cuál será, pero para eso basta prender el televisor.
El que decía no conocer ni en pintura a mademoiselle Zapata, resulta que mantenía una intensa relación, reflejada en ardientes diálogos en el whatsapp, en las que el susodicho le confiesa, entre otras cosas, sus zapateos hormonales amazónicos.
Todos sabemos que este gobierno ha roto todos los records y se ha convertido en el gobierno más mentiroso del que se tenga memoria, dejando chiquitas a algunas figuritas del pasado, que pensábamos habían llegado a límites insuperables.
El presidente, el vicepresidente y sus ministros mienten sin desparpajo una y otra vez, en asuntos que pueden ir desde delicados indicadores macroeconómicos, hasta temas de faldas y de conductas personales; esa manera tan temeraria de mentir, al parecer sin medir mucho las consecuencias, me hace pensar en qué es lo que les puede pasar por la cabeza para actuar de esa manera.
Es cierto, todos mentimos en una u otra medida, tanto en nuestra vida personal como en la profesional, pero creo que la gente normal conoce los límites entre las mentiras piadosas que alivianan el día a día, y las mentiras que ocultan hechos de gravedad.
No es lo mismo ocultar la felicitación de cumpleaños de una ex novia, que ocultar una familia paralela; ambas son mentiras, pero a todos los normales nos queda claro que no son la misma cosa.
La gente normal tiende a cruzar los límites de la mentira cuando está muy asustada, muy necesitada, o también cuando está pasada de tragos. Me pregunto, en el caso de todo un gobierno, ¿Cuáles son los factores que pueden conducirlo a la mentira sistemática y a la actitud casi suicida en temas hiper delicados?
La explicación que más he escuchado luego de cada mentira proferida, es decir todos los días, es la que dice que creen que todos somos estúpidos, y que por lo tanto lo siguen haciendo, seguros de que les estamos creyendo todo.
La verdad es que esta razón no termina de convencerme, probablemente porque estoy convencido de que en este país la gente es sumamente madura e inteligente, y me parece inconcebible que todos los compañeritos del MAS piensen exactamente todo lo contrario.
Algo más tendría que explicar esa curiosa actitud del gobierno, que le mete nomás a ciegas contra medio mundo y contra todas las verdades, sin medir nada y sin reparar en consecuencias de ningún tipo.
Quien sabe una de las razones tiene que ver con el hecho de que, al principio del gobierno, evidentemente encarnaron verdades históricas, legitimadas por una amplia mayoría de la población. Cuando el Evo se montó hábilmente en la cresta de las luchas y las demandas acumuladas durante décadas, le asistía una cierta verdad histórica, que pudo haberles hecho creer erróneamente, que la verdad eran ellos mismos, y no las causas que representaron.
Otra razón podría ser esa sensación de invencibilidad que solamente te la puede dar ese coctel explosivo compuesto por la plata, el poder y las minas. Esa metamorfosis te puede hacer creer que eres, no solamente el más listo y el más guapo de todo el mundo, sino que también eres indefinidamente impune, y que nada ni nadie te pedirá que rindas cuentas de lo que dices y de lo que haces.
Pobres de ellos, en eso también se equivocan.
El que decía no conocer ni en pintura a mademoiselle Zapata, resulta que mantenía una intensa relación, reflejada en ardientes diálogos en el whatsapp, en las que el susodicho le confiesa, entre otras cosas, sus zapateos hormonales amazónicos.
Todos sabemos que este gobierno ha roto todos los records y se ha convertido en el gobierno más mentiroso del que se tenga memoria, dejando chiquitas a algunas figuritas del pasado, que pensábamos habían llegado a límites insuperables.
El presidente, el vicepresidente y sus ministros mienten sin desparpajo una y otra vez, en asuntos que pueden ir desde delicados indicadores macroeconómicos, hasta temas de faldas y de conductas personales; esa manera tan temeraria de mentir, al parecer sin medir mucho las consecuencias, me hace pensar en qué es lo que les puede pasar por la cabeza para actuar de esa manera.
Es cierto, todos mentimos en una u otra medida, tanto en nuestra vida personal como en la profesional, pero creo que la gente normal conoce los límites entre las mentiras piadosas que alivianan el día a día, y las mentiras que ocultan hechos de gravedad.
No es lo mismo ocultar la felicitación de cumpleaños de una ex novia, que ocultar una familia paralela; ambas son mentiras, pero a todos los normales nos queda claro que no son la misma cosa.
La gente normal tiende a cruzar los límites de la mentira cuando está muy asustada, muy necesitada, o también cuando está pasada de tragos. Me pregunto, en el caso de todo un gobierno, ¿Cuáles son los factores que pueden conducirlo a la mentira sistemática y a la actitud casi suicida en temas hiper delicados?
La explicación que más he escuchado luego de cada mentira proferida, es decir todos los días, es la que dice que creen que todos somos estúpidos, y que por lo tanto lo siguen haciendo, seguros de que les estamos creyendo todo.
La verdad es que esta razón no termina de convencerme, probablemente porque estoy convencido de que en este país la gente es sumamente madura e inteligente, y me parece inconcebible que todos los compañeritos del MAS piensen exactamente todo lo contrario.
Algo más tendría que explicar esa curiosa actitud del gobierno, que le mete nomás a ciegas contra medio mundo y contra todas las verdades, sin medir nada y sin reparar en consecuencias de ningún tipo.
Quien sabe una de las razones tiene que ver con el hecho de que, al principio del gobierno, evidentemente encarnaron verdades históricas, legitimadas por una amplia mayoría de la población. Cuando el Evo se montó hábilmente en la cresta de las luchas y las demandas acumuladas durante décadas, le asistía una cierta verdad histórica, que pudo haberles hecho creer erróneamente, que la verdad eran ellos mismos, y no las causas que representaron.
Otra razón podría ser esa sensación de invencibilidad que solamente te la puede dar ese coctel explosivo compuesto por la plata, el poder y las minas. Esa metamorfosis te puede hacer creer que eres, no solamente el más listo y el más guapo de todo el mundo, sino que también eres indefinidamente impune, y que nada ni nadie te pedirá que rindas cuentas de lo que dices y de lo que haces.
Pobres de ellos, en eso también se equivocan.
jueves, 24 de marzo de 2016
El camino más largo y más difícil (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-24/0316)
Qué pena, pero los malos pronósticos políticos siempre se cumplen con este gobierno. Habíamos dicho que iban a enloquecer aún más después de la derrota del referéndum, y así está ocurriendo (ojo, no hablo en plural por un desorden de personalidad o por esos desmedidos egocentrismos que algunos revelan cuando se refieren a sí mismos en plural, sino que me refiero a mí y a mi mujer, que goza de un instinto político que muchos políticos profesionales envidiarían).
La derrota sufrida el 21F es muy seria porque, electoralmente hablando, ha convertido de un plumazo a todos los masistas en pulgas sin perro. Esa dura constatación los ha puesto más histéricos, y les ha quitado la poca claridad política que les quedaba antes de los comicios.
La ceguera mezclada con la ira y el rencor, les ha impedido además comprender las razones de su derrota; y en esa nebulosa seguramente no deben faltar los giles que se han creído sus propios cuentos, y que realmente piensan que les ganó el imperialismo, o las redes sociales, o el Chulupi Sánchez Berzaín.
No comprenden lo que les ha ocurrido, y en esa agría confusión han decidido seguir actuando con el hígado y con las entrañas, para embarcarse en una nueva arremetida de violencia y autoritarismo.
Han perdido la mínima y elemental capacidad de análisis, la conexión con el mundo real y, lo más grave, la perspectiva política y el sentido de la realidad; se asemejan, diría, a un gigante díscolo y emborrachado, repartiendo manazos a diestra y siniestra, lo que los hace probablemente más peligrosos que nunca.
Los primeros blancos de esta hidrofobia política han sido Costas, Revilla y Chapetón, pero no tengo dudas de que la lista se ampliará rápidamente a periodistas, analistas e internautas.
El coletazo represivo ha venido acompañado estos días de un discurso que, a mi juicio, apunta más lejos: dicen que la gente fue engañada por mentiras en el caso Zapata y que fue por eso que perdieron. Lo que no dicen todavía es lo que intentan construir detrás de esa tesis: que como todo fue un engaño, entonces el referéndum es políticamente nulo, lo que los faculta a desconocer su resultado y a pedir lo que ya han adelantado como “el segundo tiempo”.
Igual que usted, creo que, limpiamente, nunca podrían ganar otro referéndum con el mismo tema, lo que me preocupa aún más, pues me hace prever que el gobierno está pensando en alternativas fuera del campo democrático para evitar su salida el 2020.
La derrota sufrida el 21F es muy seria porque, electoralmente hablando, ha convertido de un plumazo a todos los masistas en pulgas sin perro. Esa dura constatación los ha puesto más histéricos, y les ha quitado la poca claridad política que les quedaba antes de los comicios.
La ceguera mezclada con la ira y el rencor, les ha impedido además comprender las razones de su derrota; y en esa nebulosa seguramente no deben faltar los giles que se han creído sus propios cuentos, y que realmente piensan que les ganó el imperialismo, o las redes sociales, o el Chulupi Sánchez Berzaín.
No comprenden lo que les ha ocurrido, y en esa agría confusión han decidido seguir actuando con el hígado y con las entrañas, para embarcarse en una nueva arremetida de violencia y autoritarismo.
Han perdido la mínima y elemental capacidad de análisis, la conexión con el mundo real y, lo más grave, la perspectiva política y el sentido de la realidad; se asemejan, diría, a un gigante díscolo y emborrachado, repartiendo manazos a diestra y siniestra, lo que los hace probablemente más peligrosos que nunca.
Los primeros blancos de esta hidrofobia política han sido Costas, Revilla y Chapetón, pero no tengo dudas de que la lista se ampliará rápidamente a periodistas, analistas e internautas.
El coletazo represivo ha venido acompañado estos días de un discurso que, a mi juicio, apunta más lejos: dicen que la gente fue engañada por mentiras en el caso Zapata y que fue por eso que perdieron. Lo que no dicen todavía es lo que intentan construir detrás de esa tesis: que como todo fue un engaño, entonces el referéndum es políticamente nulo, lo que los faculta a desconocer su resultado y a pedir lo que ya han adelantado como “el segundo tiempo”.
Igual que usted, creo que, limpiamente, nunca podrían ganar otro referéndum con el mismo tema, lo que me preocupa aún más, pues me hace prever que el gobierno está pensando en alternativas fuera del campo democrático para evitar su salida el 2020.
Veo al gobierno embarcado en un camino de progresivo vaciamiento democrático que puede terminar en cualquier cosa, y que tendrá como efecto seguro la radicalización de todo el espectro político.
El escenario regional, plagado de las cagadas que deja el ciclo que acaba y de las ganas de volver de la derecha, tiende a polarizarse también, y no ayuda ciertamente a mantener la calma y la cordura política.
La bronca y el extravío del MAS nos está llevando entonces a un terreno de peligrosas radicalizaciones, que nos plantearán además una polarización absolutamente mentirosa, en la medida en que el neo conservadurismo encarnado por el MAS, estará en el mismo lado de la vieja derecha y de los viejos liderazgos, que intentarán alinear a todos los descontentos en una misma bolsa.
Los que no queremos quedar atrapados en ese falso escenario, debemos tomar el camino más largo y más difícil, que no pude ser otro que el de la reinvención de un progresismo que pueda hacerle frente a la derecha oficialista y a los reaccionarios.
jueves, 17 de marzo de 2016
Hacia una relectura positiva de nuestro pasado democrático (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-17/03/16)
Basta de distracciones y del barro de la coyuntura en el que el gobierno hábilmente nos ha enfangado a todos. Creo que es momento de mirar al futuro, y no conozco otra manera de hacerlo, que no sea con perspectiva histórica.
Y la perspectiva histórica no se la puede tener sin mirar al pasado, un pasado que tenemos que revisar sin complejos y sin culpas, porque es un pasado rico y lleno de desafíos, de decepciones, pero también de conquistas que no le pertenecen a nadie en particular, sino a todos los que construimos nuestra democracia.
Primero habrá que sacudirse esa idea que nos han metido en la cabeza los últimos diez años, que reza que todo lo que ocurrió antes del MAS y de Evo Morales fue aborrecible, y que el país nació con ellos.
Esa falsedad es alimentada sistemáticamente desde el miedo que nos quieren meter con la idea de que, si no apoyamos al gobierno, o por lo menos no legitimamos sus tropelías con un silencio cómplice, estamos apostando automáticamente a un salto al pasado.
Falso también. Nadie en su sano juicio quiere volver al pasado, sencillamente porque sabemos que eso no es posible en un país como el nuestro, que ha demostrado una y otra vez un altísimo grado de madurez política. Lo que se comienza a señalar como un proceso restaurador o de retroceso en la Argentina de Macri, con seguridad no ocurrirá en Bolivia.
Mirar el pasado positivamente y recoger lo bueno no es volver al pasado, partamos de ahí; es reconocer el pasado, reapropiarse de él y repensar el futuro en base a lo avanzado. Cosa muy distinta, ¿no es así?
Mirar nuestro pasado democrático con esos ojos debe más bien llenarnos de orgullo y optimismo. Llevamos 33 años de construcción colectiva de nuestra democracia, en los cuales hemos avanzado mucho, y que sin dudas merecen una relectura positiva.
Desde la recuperación de la democracia en 1982, debemos atesorar hitos, momentos y procesos, sin los cuales no podríamos explicar nuestro presente y mucho menos proyectar nuestro futuro. De la UDP recordamos con mucha injusticia solamente la hiperinflación, y no la profunda y ejemplar vocación democrática de Hernán Siles, que incluso acortó un año de su mandato en aras de la recién nacida democracia.
Del gobierno de Paz Estenssoro solamente recordamos las luces y sombras del 21060, pero no el Pacto por la Democracia, una valiosa experiencia de pacto y cohabitación, que le permitió al país salir de su peor crisis. Que después la cultura del pacto democrático haya degenerado en las funestas mega coaliciones, es parte de otra discusión.
Y así sucesivamente podemos seguir identificando y reapreciando la construcción colectiva de nuestra institucionalidad democrática en la que, más allá de los líderes y las figuras políticas, mucha gente ha contribuido desde la posición que le ha tocado en el estado, o en la sociedad civil.
Lo invito, estimado lector, a embarcarse en esa reflexión, y verá usted mismo que nuestra mirada hacia adelante puede alimentarse de un extraordinario acervo democrático en que incluyo, por supuesto, lo avanzado en estos últimos años.
Pero hacer este ejercicio y asumir esta nueva actitud es también más necesario que nunca, para contrastar las visiones del presidente Morales, quien nos ha terminado de demostrar que no comparte los principios democráticos básicos de la mayoría de la gente. Para él, la democracia es una guerra que hay que ganar perpetuamente a como dé lugar, derrotando y anulando a quien quiera que se le ponga por delante.
Esa concepción autoritaria, tan distante de lo que la mayoría consideramos como democracia, obedece quien sabe a su formación sindical cocalera, y a la concepción errónea de que el país entero es una extensión de su sindicato, cosa que, le mostraremos democráticamente, está muy lejos de la realidad.
Y la perspectiva histórica no se la puede tener sin mirar al pasado, un pasado que tenemos que revisar sin complejos y sin culpas, porque es un pasado rico y lleno de desafíos, de decepciones, pero también de conquistas que no le pertenecen a nadie en particular, sino a todos los que construimos nuestra democracia.
Primero habrá que sacudirse esa idea que nos han metido en la cabeza los últimos diez años, que reza que todo lo que ocurrió antes del MAS y de Evo Morales fue aborrecible, y que el país nació con ellos.
Esa falsedad es alimentada sistemáticamente desde el miedo que nos quieren meter con la idea de que, si no apoyamos al gobierno, o por lo menos no legitimamos sus tropelías con un silencio cómplice, estamos apostando automáticamente a un salto al pasado.
Falso también. Nadie en su sano juicio quiere volver al pasado, sencillamente porque sabemos que eso no es posible en un país como el nuestro, que ha demostrado una y otra vez un altísimo grado de madurez política. Lo que se comienza a señalar como un proceso restaurador o de retroceso en la Argentina de Macri, con seguridad no ocurrirá en Bolivia.
Mirar el pasado positivamente y recoger lo bueno no es volver al pasado, partamos de ahí; es reconocer el pasado, reapropiarse de él y repensar el futuro en base a lo avanzado. Cosa muy distinta, ¿no es así?
Mirar nuestro pasado democrático con esos ojos debe más bien llenarnos de orgullo y optimismo. Llevamos 33 años de construcción colectiva de nuestra democracia, en los cuales hemos avanzado mucho, y que sin dudas merecen una relectura positiva.
Desde la recuperación de la democracia en 1982, debemos atesorar hitos, momentos y procesos, sin los cuales no podríamos explicar nuestro presente y mucho menos proyectar nuestro futuro. De la UDP recordamos con mucha injusticia solamente la hiperinflación, y no la profunda y ejemplar vocación democrática de Hernán Siles, que incluso acortó un año de su mandato en aras de la recién nacida democracia.
Del gobierno de Paz Estenssoro solamente recordamos las luces y sombras del 21060, pero no el Pacto por la Democracia, una valiosa experiencia de pacto y cohabitación, que le permitió al país salir de su peor crisis. Que después la cultura del pacto democrático haya degenerado en las funestas mega coaliciones, es parte de otra discusión.
Y así sucesivamente podemos seguir identificando y reapreciando la construcción colectiva de nuestra institucionalidad democrática en la que, más allá de los líderes y las figuras políticas, mucha gente ha contribuido desde la posición que le ha tocado en el estado, o en la sociedad civil.
Lo invito, estimado lector, a embarcarse en esa reflexión, y verá usted mismo que nuestra mirada hacia adelante puede alimentarse de un extraordinario acervo democrático en que incluyo, por supuesto, lo avanzado en estos últimos años.
Pero hacer este ejercicio y asumir esta nueva actitud es también más necesario que nunca, para contrastar las visiones del presidente Morales, quien nos ha terminado de demostrar que no comparte los principios democráticos básicos de la mayoría de la gente. Para él, la democracia es una guerra que hay que ganar perpetuamente a como dé lugar, derrotando y anulando a quien quiera que se le ponga por delante.
Esa concepción autoritaria, tan distante de lo que la mayoría consideramos como democracia, obedece quien sabe a su formación sindical cocalera, y a la concepción errónea de que el país entero es una extensión de su sindicato, cosa que, le mostraremos democráticamente, está muy lejos de la realidad.
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