jueves, 14 de marzo de 2013

Aeropuerto 2013, la secuela (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-14/03/13)


Oruro está en pie de guerra. Marchas, huelgas de hambre, vigilias, plazos perentorios y amenazas de cierre de centros abasto y cercos a la ciudad, anuncian la posibilidad de un explosivo enfrentamiento entre civiles. La temperatura del conflicto aumenta con el paso de los días, y nadie parece mosquearse mucho ante el riesgo de que una chispa encienda un fuego que puede terminar fácilmente en un quilombo con muertos y heridos.
No sé si yo vivo en otro planeta, pero la figura de un enfrentamiento entre civiles insuflado desde el poder político, me parece, en sí, un hecho gravísimo. Nuestra agitada historia política contemporánea, rica en episodios de lucha política y social, nunca registró prácticas tan abominables como ésta, en la que el poder no se enfrenta directamente con los querellantes, y más bien recurre a la movilización de otros estamentos sociales para conseguir sus objetivos.
No es la primera vez que esto ocurre en los últimos tiempos; durante la última marcha del Tipnis se jugó con tácticas parecidas y, en ese entonces, desde ésta columna también manifesté mi asombro y condena ante tal extremo. Si bien reafirmo ahora que no existen justificativos suficientes para éste tipo de prácticas, en aquel momento el gobierno se jugaba evidentemente muchas cosas de gran alcance político frente a la marcha indígena.
Ahora, sin embargo, lo único que está en juego en este escenario es ¡el nombre de un aeropuerto! Una ciudad convulsionada desde hace semanas, cívicos, universidades, federaciones de campesinos, asociaciones de municipios, centrales obreras, asambleas departamentales y ciudadanía en general, movilizados y en estado de emergencia, no por la demanda de un aeropuerto, sino por un desatino político en el bautizo de la obra entregada.
Esta increíble historieta refleja un desquiciamiento político realmente preocupante. Si esa va a ser la tónica del año electoral que se nos viene, por favor, que Dios y el nuevo Papa se apiaden de nosotros, porque esto va a ser insoportable; una banalidad, mal manejada desde un principio, convertida en una pulseta de poder que busca escarmentar no sé muy bien a quién, ni porqué; una batalla gratuita que el gobierno no libra en territorios otrora opositores, sino en uno de sus bastiones electorales más fuertes. ¿Todo por el simple hecho de no dar un paso atrás y no reconocer un error cometido por unos asambleístas adulones? ¿Todo por no renunciar a un simbolismo más en la construcción de la figura mítica del presidente? Incomprensible.
Y no hay dónde perderse, quien debió resolver el asunto desde el principio es el presidente Morales. Cuando su desubicada bancada regional propuso el cambio de nombre, ahí nomás debió haber rechazado el honor, simplemente porque no está bien aceptar algo así en pleno ejercicio del poder. Debió haber previsto que habría reacciones adversas, debió haber intervenido directamente mucho antes, y debió haber evitado que las cosas se compliquen a un grado en que, haga lo que haga en adelante, saldrá mal parado del impasse.
El quiebre de fuerzas en Oruro ya está dado- gratuitamente- y no tiene vuelta atrás; aún si son sus asambleístas los que retroceden, igualito quedará como una derrota política para el MAS. Lo único que le quedaría es dar dos pasos adelante, ordenando que se retire su nombre de toda obra, calle, plaza o escuela en las que se haya hecho lo mismo, cortando así el problema de raíz. La otra es desentenderse del tema, y dejar que la sangre llegue al río.
En todo caso, tal como en la secuela de películas, el desastre en el aeropuerto parece inevitable.

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