domingo, 3 de febrero de 2013

Chile a destiempo (Artículo de análisis-Suplemento Ideas-Página Siete-03/02/13)


La enfermedad de Hugo Chávez, el incierto futuro de la transición venezolana, el vacío de liderazgo político regional, y el natural desgaste ocasionado por las reelecciones presidenciales, han instalado en nuestra parte del continente la sensación de declive del bloque de gobiernos denominados de izquierda o progresistas.
Esa tendencia desarrollada a ritmos algo dispares en la última década, no prendió ni en Chile, ni en Colombia ni en el Perú; el caso peruano estuvo en algún momento en duda con la elección de Ollanta Humala, cuyo discurso radical sucumbió rápidamente ante las fuerzas conservadoras de su país, diluyéndose incluso antes de su elección, en la segunda vuelta electoral. Más allá del discurso, la realidad ha mostrado que el gobierno de Humala poco o nada tiene que ver con la ola regional, ni con los postulados que permitieron su irrupción en la escena política. El apoyo y la entusiasta validación del nobel Vargas Llosa a su gestión constituyen prueba de ello.
En Colombia obviamente no hubo cambio alguno en la sucesión conservadora Uribe-Santos, salvo las rencillas personales y los dimes y diretes entre ambos. Pero el caso de Chile fue especialmente paradigmático; lejos de la izquierdización en boga, fue la Alianza por Chile (ahora Coalición por el Cambio), la que desplazo a la Concertación en las últimas elecciones presidenciales. Se supone que la derecha volvió al poder después de cuatro gobiernos y dieciséis años de gobiernos de izquierda; “na´que ver pu´”, como dirían por allá: en realidad, bajo los parámetros tradicionales, la centro derecha fue reemplazada por la extrema derecha. Hago esta clasificación con todos los reparos y salvedades del caso, siendo que para mí, el significado de izquierdas y derechas ha perdido sentido, aquí, en Chile, y en el resto del mundo.
En fin, resulta de todas maneras que, en apariencia, Chile sigue moviéndose entre una izquierda moderada y una derecha moderna, en virtud a su célebre solidez institucional y a su vocación posmoderna. Esa lectura sugiere que la seriedad y la madurez política chilena fue un factor de inmunidad que le permitió evitar caer en las aventuras populistas y los experimentos bolivarianos que calaron tan hondo en el vecindario.
Tengo dudas al respecto, y más bien creo que las señales que envía la sociedad chilena, apuntan a la posibilidad de un quiebre sistémico de rasgos similares a lo ocurrido en el resto de la región. Con cierto destiempo político, Chile podría estar en la antesala de un vuelco inesperado, en la sintonía asistémica, reivindicativa e incluso indigenista.
Sin duda la pésima gestión del presidente Piñera (de acuerdo a la opinión de los propios chilenos), ha contribuido a acelerar el desgaste de un esquema político y económico que parece haber encontrado sus límites hace mucho tiempo. Para quienes hemos vivido en carne propia estos procesos, es más fácil leer los síntomas que preceden a las crisis de estado.
Las contundentes protestas estudiantiles lideradas por frescos liderazgos como Camila Vallejos (ahora candidata a diputada), la remozada lucha sindical en centros mineros, las demandas de tierra y territorio de la esmirriada población indígena, y la progresiva reorganización de la sociedad al margen de la institucionalidad política, pueden ser “desordenes” naturales y manejables para el establishment chileno, acostumbrado a manejarlos con mano de hierro, pero vistos de afuera, tienen el tufo inconfundible de la rebelión.
El telón de fondo de este anunciado terremoto, lo constituyen la horrenda inequidad, exclusión y elitismo económico y político que se esconden detrás la imagen del Chile ejemplar. Nada más terrible que cuarenta años de duro liberalismo, que finalmente han vapuleado y arrodillado al bravo pueblo chileno, hoy preso y esclavizado por las AFP´s, las ISAPRES, la banca privada y una sociedad de consumo, en la que subsistir es un verdadero calvario.
En ese escenario de concentración de poder económico en gigantescos conglomerados en el que la cúspide de la pirámide está copada sin posibilidad de ascenso, y un sistema político cerrado y sin ninguna disposición a una reforma real, el discurso que se cuece en las calles (más allá de Las Condes en Santiago, obviamente)  es el de los movimientos sociales, la participación ciudadana y el cambio de modelo económico. ¿Le suena familiar, verdad?
Otro síntoma de agotamiento del sistema político se expresa en el escenario electoral; la alianza oficialista ha iniciado las internas con una carrera entre un “viejo” político tradicional, Andrés Allamand (RN), y un ex independiente sacado del sombrero cuya plataforma para ser presidente es haber rescatado a los 33 mineros, Laurence Golborne (UDI). En la concertación, la mirada hacia atrás y las encuestas parecen imponerse, y está medio cantado el retorno de la Bachelet.
Todo apunta al regreso de la presidenta a la Moneda, pero ojo con las segundas versiones. Si la virtual próxima presidenta no logra comprender que la situación de su país no es ya la misma, podría convertirse en otro Sánchez de Lozada, que con su ciego regreso precipitó lo que hoy todos conocemos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario