jueves, 29 de mayo de 2014

Maracanazo social (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-29-05-14)

Vivir de las apariencias y de la imagen puede ser una gran tentación o inclusive un buen negocio, en estas épocas en las que todo entra por los ojos y en la que los valores se miden por la cantidad de plata que uno tiene, o la que uno aparenta tener. Lo malo de esa apuesta es que es insostenible y tarde o temprano la verdad se devela, para vergüenza del intérprete y para sorpresa del público que se presta a la charada. Esto puede ocurrir con personas, empresas, instituciones, y hasta con ciudades y países enteros. Mostrar las pilchas, el peinado, el maquillaje o el auto a costa de hipotecarse la vida es moneda común en este mundo de lo aparente. Pero el asunto a gran escala es bastante más escalofriante; la semana pasada tuve como siempre el gusto de pasar un par de días en la ciudad de Santa Cruz, y el comentario general de estantes y habitantes, empezando por los siempre bien informados choferes de taxi, se refería a las apresuradas obras con miras a la inminente cumbre del G77. Al margen de la alegría de ciertos grupos que se están beneficiando económicamente con la ejecución de las obras, la gente allí se mofa un poco de que se intente hacer en unos cuantos meses lo que no se hizo en años, y de que, además, muchas de ellas no serán terminadas a tiempo en una ocasión en el que el plazo es fatal. El maquillaje de la ciudad, en obras y en materia de seguridad, no convence ni a los propios cruceños. El ejemplo este queda chiquito comparado con lo que está ocurriendo en Brasil alrededor de la Copa Mundial de Fútbol. Hace diez años, en ese espíritu siempre tan grandilocuente, a los brasileros se les ocurrió que debían ser la vitrina más grande del mundo, organizando una olimpiada y un mundial. Me pregunto qué es lo que querían mostrar los brasileros al mundo entero, que valiera la pena una aventura de ese tipo. La idea de la economía emergente, del mismo calibre de Rusia, India, China y Sudáfrica (BRICS), que comenzaba a tener cierto peso en los escenarios de política internacional y ciertos avances evidentes en materia social, parece haberlos mareado completamente. Para comprar el sueño del mundial más exitoso de la historia, tuvieron que embarcarse en la corruptela de la FIFA y además en un pozo sin fondo de gastos multimillonarios, que causaron la indignación de millones de brasileros, y que amenazan con convertir todas las expectativas en un final de pesadilla: una especie de Maracanazo social que nada tiene que ver con los posibles resultados de la selección brasilera. Queda claro que era demasiado pronto para presumir a ese costo, conquistas que todavía no estaban consolidadas; a diez años de aquellas decisiones, la economía ha dado un fuerte frenazo, las inmensas nuevas clases medias se han sobre endeudado en el consumismo y reclaman educación salud y servicios básicos, en un país que está todavía muy lejos de resolver sus dramáticos índices de inequidad. Se descuidaron muchas cosas y el mundial pasó a ser el centro de todo, pensando que, como se trataba del fútbol, la gran pasión de los brazucos junto al carnaval, todo valía. No fue así, y, al contrario, este fue el gatillo que disparó una serie de conflictos contenidos. Las buenas apariencias no son malas en sí. La belleza física es maravillosa cuando detrás hay una persona noble y un cuerpo saludable; las obras espectaculares en las ciudades pueden ser magníficas cuando detrás hay políticas consolidadas y sostenibles que primero y antes han garantizado lo básico. El resto, son eso, sólo apariencias.

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