Hay muchas cosas que van de
mal en peor en el mundo, pero pocas destacan tanto como la calidad de los
medios de comunicación. Probablemente soy un viejo prematuro, quejón y nostálgico
de otras épocas, es verdad, pero también coincidirá conmigo en que es difícil
negar que hoy en día ya no es lo mismo leer un periódico, hojear una revista,
escuchar la radio y, menos aún, ver la televisión.
Esta suerte de degradación
cualitativa se siente, lamentablemente, con mayor intensidad, en el campo
periodístico. Aquellas sensaciones de placer, de motivación intelectual y de
íntima confianza frente a los medios, se han convertido en una fría relación,
matizada por el resquemor y la falta de compromiso en ambos sentidos, tanto
desde los periodistas como desde los “consumidores” de información.
En tiempos en que podemos
acceder con tremenda facilidad, a través del internet y la televisión por
cable, a una infinidad de medios (cosa impensable hace apenas unos años),
paradójicamente cada vez hay menos material que realmente valga la pena buscar.
La tableta en una mano, el control remoto en la otra y el universo a nuestra
disposición, curiosamente terminan generándonos una sensación de vacío y orfandad
intelectual.
Los grandes referentes del
periodismo mundial se caen a pedazos uno tras otro, tratando de sobrevivir en
las batallas con las nuevas tecnologías, las crisis económicas, las complejas
relaciones con los poderes políticos y económicos, y los nuevos perfiles del
mercado consumidor. Al final del día, el resultado es cada vez más liviano, más
efímero y más superficial; la prensa se parece cada día más a la política,
donde todo ha perdido significado real, y esto es quien sabe algo natural.
En nuestro medio la
tendencia es la misma, y la sentimos descarnadamente en la medida en que,
mirando hacia atrás, tenemos mucho para comparar; sin ir muy lejos, nos topamos
con grandes figuras que lideraron tremendos medios, en épocas y circunstancias
mucho más complejas que las actuales. Iconos como Ana María Romero, Huascar
Cajías, Jorge Canelas, Lorenzo Carri, Carlos Mesa, Carlos Serrate Reich, Lupe
Andrade, Ted Cordova, y muchísimos otros que sería largo enumerar, han dejado
una vara muy alta y muy difícil de igualar para las nuevas generaciones, en las
cuales también hay honrosas excepciones que han podido destacar.
Pero en general, lo sabe
usted y también lo sabe la gente del propio gremio, las cosas han desmejorado
dramáticamente. ¿Se deberá esto a la calidad de la formación de nosotros, los
comunicadores? ¿Será la condición y la visión empresarial de los medios la que
ha contribuido a la pérdida de sus roles esenciales? ¿Será acaso que el actual
perfil de lectores y televidentes tiene nomás lo que se merece, y nada más?
¿Será, en suma, que el periodismo es nomás un reflejo fiel de la sociedad, y
que éste refleja hoy un mundo oscuro y mediocre en el que se han impuesto otro
tipo de lógicas y valores?
Dejo abiertas estas y otras
interrogantes, no sin antes señalar que uno de los elementos clave de cualquier
actividad periodística es y ha sido siempre la capacidad y el valor para
enfrentar al poder en todas sus manifestaciones. Sin ese arrojo esencial en la
defensa intransigente de ideales y visiones de vida, cueste lo que cueste, es
poco menos que imposible marcar la diferencia y ponerse a la altura de las
circunstancias, por más difíciles que ésta fueran.