Me da la impresión que el
que más y el que menos, se siente de alguna manera tocado por el estado de
salud del presidente Hugo Chávez. Finalmente, después de tanto hermetismo y de tanta
especulación, el tono de las declaraciones oficiales es sombrío, y da a
entender que el cuadro que presenta es sumamente complicado, y que las
posibilidades de que no sobreviva son muy altas.
La escena de un ser humano
enfrentando una enfermedad mortal nos conmueve a todos, independientemente de nuestras
posiciones políticas, pero más aún a los hombres y mujeres latinoamericanos,
quienes tenemos una cercanía real con el líder político, probablemente muy
alejada del burdo estereotipo construido alrededor del él en otras latitudes.
Hugo Chávez es un grande en
la política, y eso es algo que ni el más enconado reaccionario podrá negarlo; personajes
de ese calibre tienen un lugar privilegiado en la historia, y será ella la que
establezca el alcance de su legado político. No estamos hablando de un
presidente cualquiera. Sino de un hombre que deja una huella indeleble, en su
país y en la región.
En lo personal, mis
opiniones y sentimientos acerca de su figura no han estado exentas de
ambigüedades y dudas; la imagen del joven militar golpista me causaban en la
época en que se comenzó a saber de él, el recelo propio de alguien de mi
generación, espantado por definición de todo lo que pudiera tener relación con
los cuarteles. Costaba tomarse en serio la idea de que, desde un país como
Venezuela en aquellas condiciones, se estuviera forjando un proyecto político
de envergadura regional.
Sin embargo, el paso del
tiempo nos dice nomás que sin la experiencia venezolana liderada por Hugo Chávez,
probablemente las cosas en el continente no se hubieran desarrollado de la
manera en que lo hicieron en la última década. La influencia de su proyecto
bolivariano, revolucionario o no, socialista o no, exitoso o no, ha calado
hondo en todos los países de la región, incluso en aquellos que no forman parte
de su bloque político. Eso no es poca cosa, aunque algunos se empeñe en decir
que solamente se debe al poder de los petrodólares.
América del Sur nunca será
la misma de antes, en alguna medida gracias a Hugo Chávez, que apuntó alto y lo
hizo sin miedo alguno; por eso, quien sabe, es fácil amar u odiar al comandante
con la misma pasión. Tanto los que comparten su sueño bolivariano y su todavía
retórico modelo de socialismo del siglo XXI, como los que lo denigran como un
fantoche populista y autoritario, tienen y tendrán uno y mil argumentos para
seguir refiriéndose a este hombre, que se enfrentó a todo lo que parecía
imposible enfrentar.
No es momento más adecuado
para evaluar los resultados de su gestión, ni de las luces y sombras de sus
efectos en la geopolítica continental y mundial; parece ser más bien el momento
de rendirle homenaje en vida a un líder tremendamente lúcido, que tuvo el
coraje de soñar con un mundo mejor, y luchar por sus ideas frente al acoso de
las burguesías locales y al constante enfrentamiento de los eternos enemigos de
la unidad latinoamericana.
Para los bolivianos, el rol
del presidente Chávez no podrá pasar desapercibido, ya sea para quienes todavía
sostienen que fue el artífice del derrumbe del viejo sistema político, como
para quienes sienten que fue un aliado incondicional en la construcción del
nuevo régimen. En cualquier caso, vergüenza para los que se alegran de su
agonía, pensando que con aquello mejoran sus opciones electorales.
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