jueves, 3 de enero de 2013

El Chávez que nos duele a todos (Columna de Opinión Bajo La Sombra del Olivo-Página Siete-03/01/13)


Me da la impresión que el que más y el que menos, se siente de alguna manera tocado por el estado de salud del presidente Hugo Chávez. Finalmente, después de tanto hermetismo y de tanta especulación, el tono de las declaraciones oficiales es sombrío, y da a entender que el cuadro que presenta es sumamente complicado, y que las posibilidades de que no sobreviva son muy altas.
La escena de un ser humano enfrentando una enfermedad mortal nos conmueve a todos, independientemente de nuestras posiciones políticas, pero más aún a los hombres y mujeres latinoamericanos, quienes tenemos una cercanía real con el líder político, probablemente muy alejada del burdo estereotipo construido alrededor del él en otras latitudes.
Hugo Chávez es un grande en la política, y eso es algo que ni el más enconado reaccionario podrá negarlo; personajes de ese calibre tienen un lugar privilegiado en la historia, y será ella la que establezca el alcance de su legado político. No estamos hablando de un presidente cualquiera. Sino de un hombre que deja una huella indeleble, en su país y en la región.
En lo personal, mis opiniones y sentimientos acerca de su figura no han estado exentas de ambigüedades y dudas; la imagen del joven militar golpista me causaban en la época en que se comenzó a saber de él, el recelo propio de alguien de mi generación, espantado por definición de todo lo que pudiera tener relación con los cuarteles. Costaba tomarse en serio la idea de que, desde un país como Venezuela en aquellas condiciones, se estuviera forjando un proyecto político de envergadura regional.
Sin embargo, el paso del tiempo nos dice nomás que sin la experiencia venezolana liderada por Hugo Chávez, probablemente las cosas en el continente no se hubieran desarrollado de la manera en que lo hicieron en la última década. La influencia de su proyecto bolivariano, revolucionario o no, socialista o no, exitoso o no, ha calado hondo en todos los países de la región, incluso en aquellos que no forman parte de su bloque político. Eso no es poca cosa, aunque algunos se empeñe en decir que solamente se debe al poder de los petrodólares.
América del Sur nunca será la misma de antes, en alguna medida gracias a Hugo Chávez, que apuntó alto y lo hizo sin miedo alguno; por eso, quien sabe, es fácil amar u odiar al comandante con la misma pasión. Tanto los que comparten su sueño bolivariano y su todavía retórico modelo de socialismo del siglo XXI, como los que lo denigran como un fantoche populista y autoritario, tienen y tendrán uno y mil argumentos para seguir refiriéndose a este hombre, que se enfrentó a todo lo que parecía imposible enfrentar.
No es momento más adecuado para evaluar los resultados de su gestión, ni de las luces y sombras de sus efectos en la geopolítica continental y mundial; parece ser más bien el momento de rendirle homenaje en vida a un líder tremendamente lúcido, que tuvo el coraje de soñar con un mundo mejor, y luchar por sus ideas frente al acoso de las burguesías locales y al constante enfrentamiento de los eternos enemigos de la unidad latinoamericana.
Para los bolivianos, el rol del presidente Chávez no podrá pasar desapercibido, ya sea para quienes todavía sostienen que fue el artífice del derrumbe del viejo sistema político, como para quienes sienten que fue un aliado incondicional en la construcción del nuevo régimen. En cualquier caso, vergüenza para los que se alegran de su agonía, pensando que con aquello mejoran sus opciones electorales.  

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