jueves, 27 de agosto de 2015

De guatos y gallinas (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-27/08/15)

El vídeo de Evo Morales en plan Luis XIV, ordenando en público a uno de sus lacayos que le amarre los guatos, es una perla que ha dado la vuelta al mundo y que ha generado infinidad de memes y ocurrencias humorísticas acerca de la actitud imperial de quien, curiosamente, es famoso a nivel mundial por su sencillez y su humildad.
Para los fans del Evo en el exterior, la macabra escena puede haber sido una desagradable sorpresa, pero para los que lo vemos y escuchamos todos los días no es más que otra muestra del verdadero carácter del hombre que cree que todos los privilegios del mundo son pocos, para alguien como él, que está por encima de los demás.
No sé si a usted se le habrá ocurrido lo mismo, pero creo que mucha gente se ha puesto a pensar en que, si ese es su comportamiento en público, más vale ni siquiera imaginar cual deber ser su comportamiento en privado.
Circulan desde hace mucho tiempo historias, que hasta hoy parecían fantasiosas, sobre el trato brutalmente grosero del presidente a sus colaboradores más cercanos. No estamos hablando de ujieres, secretarias ni chóferes, sino de ministros y funcionarios de alto rango.
Los episodios de humillación y maltrato que uno escucha por ahí son tan crudos, que la verdad es que no faltaron ocasiones en que dudé de su veracidad y sospeché de la mala fe o del resentimiento de quienes los relataban. Después de ver el vídeo de los guatos, queda claro que nadie estaba exagerando.
Tal es la grosería del gesto presidencial, que un diputado vocero del gobierno, resistiéndose a la elocuencia de las imágenes, declaró que se trataba de un montaje de la oposición: A ver, el único montaje posible que yo veo es el de un autócrata montando a la dignidad del estado, representada por un sumiso suboficial del ejército.
 Mientras escribo estas líneas, acabo de leer la explicación oficial del presidente, que no ha tenido mejor idea que tratar de salir del paso mintiendo descaradamente. Dice que no instruyó que le amarren nada y que es la oposición política la que quiere desgastar su imagen. Miente groseramente porque en el video se ve clarito que ordena con el dedo que el suboficial se arrodille delante de él.
Pero así es el mundo al revés del Evo: los que le criticamos su comportamiento inaudito somos los malos de la película, los conspiradores; y él, que humilla a un funcionario público ordenándole que realice un acto personalísimo, como si se tratase de un pongo, es la víctima inocente.
Pero más allá de esa extraña mezcla de sensaciones de decepción, de ira y de asombro que esa escena ha debido causar en la mayoría de la gente (esa que no vive en el mundo al revés del gobierno), la estampa de un presidente con pretensiones imperiales es un motivo de alarma política.
Un presidente desconectado de la realidad y extraviado en el torbellino de la adulonería y la sumisión perruna de sus entornos, no es la mejor noticia para los bolivianos, sobre todo en el nuevo escenario que vive el país.
La crisis económica, que ya ha llegado pese al discurso oficial, y cuyos efectos se comenzarán a sentir más temprano que tarde, demandará sin duda un perfil de liderazgo completamente distinto al que muestra el presidente.
Una cosa es cuando la plata sobra, y uno se puede dar el lujo de gobernar subido en un avión privado, mandoneando, disponiendo de millones y en campaña ad infinitum, y otra cosa bien distinta será enfrentar complejos problemas e intensas presiones desde donde antes solo venían cumplidos.
El caudillo populista tendrá que convertirse súbitamente en estadista y gestor, y eso está complicado. Tan complicado, que da miedo.

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