jueves, 20 de agosto de 2015

El encanto de don Benjamín (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/08/15)

Que la jauja económica ha llegado a su fin es ya un hecho. Lo único que resta saber es durante cuánto tiempo y hasta cuándo podrá el gobierno mantener el espejismo de que todo sigue marchando sobre ruedas. Y al margen del drama que supone de por sí el fin de la bonanza, el problema es que nadie parece estar en condiciones de prever la duración de este estado de apariencias. Y no es que se trate de una misión imposible técnicamente hablando, sino más bien que, de acuerdo a lo que he escuchado decir a muchos economistas, los datos económicos que proporciona el gobierno ya no son ni suficientes ni oportunos, y por tanto dificultan enormemente la lectura y la capacidad de predicción de nuestras finanzas. De acuerdo a los especialistas, la cantidad de indicadores y la frecuencia de su publicación que por ejemplo proporciona el Banco Central de Bolivia, es mucho menor que la de hace cinco años atrás. El manoseo de cifras no es una novedad ni una maña exclusiva del proceso de cambio; se trata más bien de una práctica en franco desarrollo en todo el mundo, incluso en los países de lo que solía llamarse el primer mundo. España es un buen ejemplo de cómo se puede instalar desde el poder la idea de una economía en franca recuperación, mientras los ciudadanos constatan perplejos, como la realidad se resiste a la propaganda. Ya lo sabemos: aquí y en la quebrada del ají, cuando se decide torturar a la cifras, se les puede hacer cantar lo que a uno le plazca. Y si es un recurso tan utilizado, es porque evidentemente puede funcionar para lograr ciertos fines específicos durante un periodo de tiempo, obviamente limitado por la siempre implacable realidad. En el caso de nuestro astuto gobierno, la danza de cifras multimillonarias y las proyecciones en clave de histérico optimismo, podrían obedecer a la intención de maquillar la inminente crisis a la espera de algún milagro internacional que devuelva, en el corto plazo, los precios de las materias primas a los valores que nos hicieron efímeramente ricos. Sin embargo ni el cambio de ciclo en China, ni el acuerdo de los EE.UU. con Irán, ni el desempeño de las economías emergentes, ni la recesión brasileña, ni ninguna otra señal internacional, hacen prever que ese milagro esté muy cerca. Es por eso que usted y yo sospechamos seriamente que este intento del gobierno de convertir por un tiempo más la bonanza, en sensación de bonanza, obedece, para variar un poco, a urgencias electorales. El gobierno necesita informar maravillas e incluso tomar decisiones económicas desacertadas en tiempos de urgencias, para que la caída no se sienta mucho, y así tratar de convencer a la gente que Evo es la bonanza, y que por tanto deberíamos considerar la posibilidad de que se convierta en presidente vitalicio. Eso explica parcialmente el estado de crispación y agresividad política en el que se encuentran, arremetiendo salvajemente contra todo el que ose disentir u opinar en contra. Saben en el fondo que esa popularidad arrasadora e inalterable del Evo, reflejada encuesta tras encuesta, es una popularidad compartida con Benjamín Franklin, el señor que aparece en los billetes de cien dólares. Mientras don Benjamín siga mostrándonos su afable rostro con la misma frecuencia de los últimos nueve años, el Evo seguirá contagiado de su popularidad; pero cuando dejemos de verle la cara tan a menudo, no cabe duda que el Evo perderá parte de su encanto.

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