Ciudadano orgullosamente boliviano, que dice las cosas como son y que está dispuesto a dar la cara por sus ideas. Columnista, cocinero y Tigre de corazón.
jueves, 26 de febrero de 2015
Tocando Fondo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-26/02/15)
El millonario asalto al Fondo Indígena perpetrado por las ex organizaciones sociales (hoy comunes y corrientes brazos funcionales del gobierno), da para echar a volar la imaginación. La novedad del caso no es que se hayan robado cientos de millones de fondos públicos, pues eso ya había ocurrido en el pasado. La novedad radica en la vía y en el momento en el que se destapó el escándalo. Habrá que decir al respecto que obviamente no es lo mismo que la denuncia la hubiera hecho un político de la oposición o algún medio de comunicación, o, en este caso, la mismísima Contraloría, que sabemos responde ciegamente a los intereses políticos del gobierno. El basurero lo abrió la Contraloría, y lo hizo además en plena campaña electoral, y eso a mí me suena a ruidos, pugnas y ajustes de cuentas internos de un calibre mayor. Por favor no me malinterprete, no me estoy refiriendo a tensiones internas de orden ideológico o político; eso ya no existe en el gobierno hace muchísimos años; estamos hablando de las clásicas revolcadas en el barro por espacios de poder y por plata que hemos visto una y mil veces en nuestra truculenta historia política. El escándalo del Fondo Indígena es una señal más de una tendencia que muestra cada día más grietas en una estructura que ha llegado a los límites de la acumulación de poder, y que comienza a supurar la infección de la corrupción y la podredumbre política. De aquí en adelante la sacadera de mugre interna será cada vez más intensa y frecuente, sobre todo si comienza a escasear esa plata a raudales que tan fácil hizo las cosas hasta el momento. Me imagino que es por eso que por fin han puesto al frente de la cartera de gobierno a un verdadero ministro de gobierno. Hugo Moldiz es un duro sin reveses que no se anda con vueltas, y conoce muy bien a las huestes internas. Sospecho que es ahí donde va a tener más trabajo y no con la oposición, por la sencilla razón de que ésta no existe. Ya empezó, y empezó bien con los policías, sacándolos de sus escritorios y de sus cómodos puestos administrativos, a donde tienes que estar, es decir a las calles. Habrá que ver ahora como administra las reacciones de una institución mal acostumbrada a las cantaletas de reestructuración, pero en el papel. La presencia de la candidata a gobernadora Felipa Huanca en la lista de los corruptos ha dado también lugar a un forzado cierre de filas en el gobierno. En ese feo ejercicio de encubrimiento preelectoral, resaltó la figura del Gringo González, un gran valor llamado a refrescar la desgastada imagen del gobierno, pero que tuvo que tragarse su primer sapo y defender a la señora con los poco convincentes argumentos del pequeño descuido cometido y la mala fe discriminadora de quienes pensamos que se trata de un asunto mucho más grave, que amerita respuestas mucho más serias. Por suerte el presidente del senado recuperó el mal paso, viabilizando desde el oficialismo una interpelación a la ministra del área, algo muy pocas veces visto antes y que le puede dar una tónica interesante a la labor legislativa. A otro que le va a caer encima el costo del “descuido” de la candidata es a Guillermo Mendoza. Puede ser que en el campo el lio no importe porque el voto se decide de otra forma, pero en la ciudad esto puede convertirse en un problema. El Compadre ya reclamó mayores explicaciones, pero parece que otra vez no le van a hacer caso. En cuanto al tema de fondo, es decir el papel de las organizaciones sociales que son parte del Fondo en esa orgía de descontrol y corrupción, la verdad es que más que rabia, me asalta una inmensa tristeza.
jueves, 12 de febrero de 2015
Los costos del modelo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/02/15)
Siempre estuve más o menos convencido de que nuestros padres y nuestros abuelos tuvieron una vida más dura y sacrificada que la nuestra. Esa certeza a veces podía incluso saber a vergüenza, en momentos de hacer memoria de las circunstancias de vida previas a nuestra generación.
Siempre tuvimos la idea de que la vida en dictadura era más azarosa y desgastante que la cómoda vida en democracia que nos tocó en nuestras vidas adultas. Claro, resultaba difícil comparar las presiones y limitaciones (cuando no cárceles y exilios) de las tiranías de turno, con las libertades (más o menos irrestrictas) de los últimos treinta años, sin ruborizarse un poco.
También creo que tenía medio instalada la idea de que la vida en un país atrasado y subdesarrollado tuvo que haber sido más difícil que la nuestra, en un país “en vías de desarrollo”, y más o menos inmerso en la modernidad.
¿Saben qué? Hoy ya no estoy tan seguro de que así sea.
En los últimos años he visto como mi vida y la vida de muchísima gente se ha complejizado y se ha depauperado de forma progresiva y brutal. Y creo estar hablando con la voz de esa amplia clase media urbana, unas altas otras bajas, unas ascendentes otras descendentes, que han sentido como la calidad de sus vidas ha dado un giro dramático.
El modelo, ese que para nosotros comenzó simbólicamente en 1985 y se afianzó hasta obtener carta de ciudadanía en los últimos nueve años, y que no es otro que el capitalismo (ya sea con acento neoliberal o estatista), ha calado hondo en nuestras vidas.
El modelo ha cambiado nuestros patrones de consumo y ha trastocado nuestras referencias sociales y culturales, alterando por completo nuestro ritmo y nuestro rumbo de vida. Detrás de las espectaculares cifras que el modelo arroja “for export”, hoy resulta que los clasemedias de a pie, estamos dándonos cuenta de que muchas cosas que se descontaba, eran los grandes beneficios del modelo, se han convertido en una pesada carga.
El día a día se está encargando de mostrarnos la cara fea de la fiesta, y nos está liquidando de a poco. Hoy tener cien bolivianos en el bolsillo es como tener un billete de diez de hace algunos años; entramos a la tienda de barrio y cuatros cosas nos cuestan diez dólares, pero claro, el problema es que no ganamos en dólares.
En el supermercado la cosa es parecida: una pasadita para comprar algunas cosas de urgencia, y listo, menos doscientos bolivianos. El alquiler o la cuota del banco, que en muchos casos representa más de la mitad de nuestro sueldo, nos quita el sueño por las noches.
Con la otra mitad del sueldo debemos hacer piruetas para pagar el colegio privado y el seguro de salud, también privado, rogando a Dios además, que alguna enfermedad grave no toque e nuestra puerta. La cuota del auto y la expectativa familiar de vacaciones en invierno y en verano, sumadas a la cuota de la tarjeta de crédito y a las salidas a comer fuera, son sólo algunos de los ingredientes de ese estado de angustia y zozobra que nos asalta permanentemente.
Pero más allá de las torturas económicas cotidianas, la sensación de incertidumbre y precariedad ha comenzado a marcar la visión de nuestra vida y nuestro futuro. En un modelo en el que vales lo que tienes (o lo que muestras que tienes), usted y yo, que no somos los winners de la foto, nos preguntamos qué es lo que hemos hecho mal en ésta obscena fiesta de desigualdades, cada vez más hondas.
Dudamos de nosotros mismos, y eso para mí sí que es grave y preocupante.
¿Será que nuestros viejos la tuvieron así de jodida en sus épocas?
jueves, 5 de febrero de 2015
Los rasgos del poder (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/02/15)
La capacidad de trabajo del presidente Morales parece haber adquirido ya dimensiones legendarias. Su ritmo de trabajo de 20 horas diarias los siete días de la semana y los trescientos sesenta y cinco días del año, interrumpido solamente por algunos partidos de fútbol como única actividad recreativa, ha marcado a sangre y a fuego el trabajo y la vida personal de sus colaboradores, que en muchos casos no han conseguido seguirle el ritmo.
Sus célebres reuniones a las cinco de la mañana, cuando todavía no ha despuntado el sol, han sido motivo de repercusión internacional; los sagrados viajes diarios a todos los confines del país, cuando no al exterior, marcan también una rutina sin precedentes en la historia.
A primera vista, cualquier persona dirá que ese sacrificado ritmo de vida denota una gran entrega y compromiso del presidente, acordes con sus altas responsabilidades, y que por tanto, se trata de algo positivo.
Sin embargo, yo tiendo siempre a desconfiar de los extremismos; los excesos nunca son buenos porque cuando son constantes, causan desequilibrios en la vida. En el caso del trabajo, saber descansar es a veces tan importante como saber trabajar.
Por eso sospecho que, en el caso del presidente, cantidad no es obligatoriamente sinónimo de calidad. Su frenética rutina no creo que le permita administrar adecuadamente su concentración, y por ende, priorizar correctamente sus labores.
Por eso sospecho también que un gran parte de esas interminables horas de trabajo están dedicadas a la actividad política y a la campaña permanente, y no así a las tediosas y complejas labores de gestión, propias de un estadista.
Pero lo más peligroso del perfil de las personas que trabajan desaforadamente son las consecuencias en lo referido a su relación con el mundo real (ese en el que vivimos usted y yo, y en el que no hay aviones privados y la pompa y circunstancia no son el pan de cada día).
El trabajo obsesivo no permite por definición tener una vida familiar, espiritual y social del todo normal. Cuando se está sometido al vértigo permanente de la intensidad y a la adrenalina del conflicto, es lógico que se pierde la conexión con la realidad cotidiana (esa en la cual usted y yo tenemos que pagar nuestras cuentas, ocuparnos de los problemas de nuestros hijos y hacerle frente a las mil y un vicisitudes que nos plantea la simple cotidianidad).
Espero que no se me malinterprete; no es mi intención criticar la vida personal del presidente, que no es de incumbencia, sino más bien ensayar una mirada política desde el ángulo de la conducta personal de quienes nos gobiernan.
Podría ser que este tercer mandato del MAS esté marcado por sucesos políticos derivados de un determinado comportamiento propio de poderosos que llevan demasiado tiempo en el poder.
Cuando se suman vidas desequilibradas, alienación de la realidad, reflejos autoritarios, poder ilimitado e impune, y todas la mieles que vienen asociadas al poder (las legítimas y las dudas también), el resultado bien podría traducirse en exceso de confianza.
El exceso de confianza a su vez podría convertirse en imprudencia, y la imprudencia podría terminar en torpeza política. Y las torpezas, cuando son graves, pueden generar virajes y rumbos inesperados en el curso político.
La historia nos enseña que el poder, cuando es excesivo, tiene costos que no se pueden evitar.
jueves, 22 de enero de 2015
El asalto del MAS a la alcaldía paceña (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-22/01/15)
Bastaron dos semanitas para que los paceños veamos un retrato de cuerpo entero de nuestra ciudad bajo la administración del MAS. Pensé que iba a tardar un poco más, pero fueron suficientes un par de semanas para que los paceños, tanto los de nacimiento como los de corazón, experimentáramos la sensación de un salto hacia un pasado que creíamos haber superado.
A través de una jugarreta incomprensible, el MAS se las ha arreglado para convertir, en tiempo record, el optimismo y el orgullo de la ciudad, en incertidumbre y desasosiego.
Y entiéndase, no es que estemos pecando de susceptibles; las acciones digitadas por el oficialismo en la alcaldía de La Paz, han sido brutalmente claras y, por supuesto, suficientes para ponerle los pelos de punta al más curtido.
La primera señal que el partido de gobierno le ha dado a la ciudad, es que para ellos se trata de un botín irresistible, y que no estaban dispuestos a esperar una cojuda elección para hincarle el diente; había que meterle nomás, o en este caso más bien, meterse nomás.
Se metieron por la ventana antes de ser elegidos, ignorando olímpicamente la esencia y la condición de interinato de un periodo de transición, que bajo ningún argumento puede considerarse una gestión.
En medio de la borrachera de poder, a alguien se le ocurrió la brillante idea de que en tres meses (porque, seamos claros, después del 29 de marzo ya será imposible negar el interinato), en casa ajena, iban a realizar grandes hazañas y cambios estructurales que merecían incluso una imagen propia, y que iban a marcar la diferencia y superar a quince años de continuidad institucional, y que, además, ¡los paceños íbamos a aplaudir impresionados!
Otra señal inequívoca y característica que el MAS no ha podido evitar, es la de querer gobernar sin oposición; como no saben hacerlo de otra manera, han decidido paralizar el funcionamiento del concejo municipal de la ciudad ordenando a sus concejales a no asistir a las sesiones y así, están evitar cualquier posibilidad de fiscalización.
En su implacable afán de conseguir el poder total y absoluto, el MAS también ha decidido que la mejor manera de apostar por su permanencia en la alcaldía de La Paz es cuoteando hasta el último espacio. La ciudad en manos del MAS está condenada a su loteamiento institucional por transportistas, gremiales y la larga fila de “organizaciones sociales” afines al gobierno, que no han alcanzado su cupo en la administración central.
Por último, otro rasgo característico del MAS ya se siente en La Paz: donde manda el jefazo, no manda marinero. Guillermo Mendoza, apelando al sentido común y al espíritu democrático, intentó evitar el asalto a la alcaldía. Pero las ordenes venían de arriba y le pasaron por encima, dando cuenta de lo que podría pasarle en adelante si fuera elegido alcalde.
¿Responsabilizar a Omar Rocha de tremendo descalabro? No, por favor, eso sería caer en el mismo espejismo que le hace creer que es un político poderoso. Rocha no existe. No existe no solamente porque es un concejal con cero legitimidad y cero credibilidad; Rocha no existe porque su vigencia política fue y es un mero accidente; un accidente derivado del 10% que UN sacó en las últimas elecciones y un accidente del MAS, que con un alcalde títere, quiso hacernos creer que no estaba entrando por la ventana a la alcaldía.
Dentro de breves 66 días, Rocha desaparecerá para siempre, y su desquiciado paso por el municipio paceño no le alcanzará ni siquiera para ser un triste recuerdo.
jueves, 4 de diciembre de 2014
Sumas y restas preelectorales (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-04/12/14)
Otra vez en vísperas de un nuevo inicio de una nueva campaña para unas nuevas elecciones, no queda otra que combatir el tedio que provoca la brutal gimnasia electoral, ensayando comentarios acerca de algunos de los flamantes candidatos.
La candidatura que más me ha sorprendido ha sido la de la gobernación de Santa Cruz por el MAS. Después de la significativa victoria oficialista en las elecciones generales, estaba seguro de que el partido de gobierno iba a apostar el todo por el todo para consolidar su poder territorial, haciéndose de la gobernación de Santa Cruz.
Para conseguir aquello, necesitaban un candidato fuerte que pudiera hacerle frente de igual a igual a Rubén Costas en su propio electorado; pensé también que Reymi Ferreira tenía el perfil adecuado, y que su paso por la cumbre podía haber sido la antesala de una candidatura.
La postulación de Rolando Borda, un dirigente sindical al que mucha gente ni siquiera conoce en Santa Cruz, me descolocó completamente, pero más que el nombre, me llamó mucho la atención la manera en que el presidente Morales lo presentó.
Jamás había visto una postulación en la que el jefe del partido le dice a la prensa que como fulano y mengano no me aceptaron la candidatura, entonces les presento a este otrito que sí aceptó.
Lo desahució de entrada, entregándolo a los lobos para que se lo morfen. Y como yo siempre pienso mal para acertar, se me ocurre que la elección del candidato es un “error” premeditado, y que, entonces, el gobierno tiene el esquema cruceño bien amarrado con Rubén Costas, y que se sentirá bien cómodo con su reelección.
En Cochabamba, por el contrario, se siente un compromiso personal del presidente para manejar directamente la gobernación, y por eso la elección de alguien muy cercano y de mucha confianza como Iván Canelas, que a duras penas pudo salir del ministerio de comunicación, y que hoy debe volver a la arena pública.
En Tarija el misterio parece resolverse y todo indica que el Negro Montes y Rodrigo Paz irán solitos, lo que confirma que las ganas de aliarse con Unidad Demócrata no abundan en ninguna parte.
Y en La Paz, Felipa Huanca, la bartolina del MAS parece no tener rival por delante; a mi modesto juicio, Samuel Doria Medina debería ser candidato a la gobernación, y así esclarecer las dudas acerca de su liderazgo y peso electoral.
En cuanto a la alcaldía, el MAS ha dado un paso hacia adelante y dos pasos hacia atrás para enfrentar a Revilla, que arranca como favorito con partido muevo y plena libertad de acción. El primer paso ha sido hacia adelante, eligiendo a Guillermo Mendoza, un muy buen candidato que con una buena campaña y el apoyo del aparato del MAS, le puede complicar la vida a Revilla.
Los dos pasos hacia atrás, han sido la decisión de tomarse la alcaldía sin haberla ganado en las urnas. El alcalde del MAS será el concejal Omar Rocha, que durante su interinato se convertirá en potencial amenaza para el candidato Mendoza.
Rocha se va a enfrentar a una ciudad difícil en plena época de lluvias, bajo la presión de la gente que le imponga el partido, bajo la lupa de todos los que piensan que no tiene derecho a interrumpir la continuidad institucional de la ciudad, y ante una gran estructura municipal adversa, que seguramente le regará el camino de piedras y palitos.
Si a eso se le suma el carácter volátil e impredecible del concejal, las posibilidades de que se mande alguna embarrada son enormes y el costo político electoral caerá directamente sobre el candidato Guillermo Mendoza. Podría darse entonces la paradoja de que el alcalde interino del MAS termine garantizando la victoria de Revilla.
jueves, 20 de noviembre de 2014
Tragedia, catástrofe, drama y resignación (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/11/14)
Se han juntado un bebe abandonado, el sistema de salud y el sistema judicial bolivianos. El bebe ha muerto, y la tragedia se ha convertido en una catástrofe (en esos términos se ha referido al hecho Eduardo Pérez, con mucho acierto).
A ese triángulo explosivo se han sumado además los medios de comunicación y el resultado nos tiene a todos llorando; llorando de pena, llorando de rabia y llorando de impotencia.
El dolor y la bronca nos han enceguecido y nos tienen apretamos los puños pidiendo castigo a los culpables, sin darnos cuenta quizás, que los culpables somos todos. En el fondo quizás todos seamos corresponsables, como colectividad, de haber permitido la acumulación endémica de problemas que han convertido a nuestra justicia y a nuestro sistema sanitario en verdaderos jinetes del apocalipsis.
Por una u otra razón, hemos dejado pasar muchas oportunidades de resolver, por lo menos parcialmente, los males de fondo que aquejan a estas dos instituciones.
El caso del bebe fallecido es una tormenta perfecta en la que han confluido todas las falencias, a tal grado que probablemente nunca sepamos de verdad qué fue lo que realmente ocurrió.
No me prestaré al juego de la especulación, tratando de adivinar quién fue el culpable es un escenario en el que probablemente todos han fallado. El hogar de acogimiento, los hospitales por los que pasó la guagua, la policía, la fiscalía, el ministerio de justicia y también los medios, todos han contribuido con sus errores y sus falencias, a que éste caso se convierta en un emblema de este drama que nos afecta a todos.
El verdadero drama, a riesgo de parecer insensible, no tiene que ver exclusivamente con la muerte del niño, ni con la condición y la necesidad de castigo a quien haya podido causarle la muerte (hipótesis que todavía ni siquiera se ha comprobado). El drama tiene que ver con dos factores esenciales en la vida (la salud y la justicia), cuyas instituciones se encuentran en pleno colapso, y en nuestro estado de indefensión y paralización al respecto.
El sistema de salud, el público y el privado, es una lágrima que no responde a las mínimas necesidades de la población y que adolece de todas las falencias numerables. En plena época de supuesta bonanza, la inversión y el gasto en salud no son ni una fracción de lo que se requeriría para recuperar el tiempo perdido y revertir la situación.
Cuando se realizan inversiones, se hace lo único que sabemos hacer, edificios de cemento que, llegado el momento no se pueden equipar y menos aún dotar de personal capacitado, bien formado y bien pagado.
Con la justicia el asunto es peor: Los únicos cambios y esfuerzos que se han hecho han sido para agravar su uso político; el día a día sigue a cargo de verdaderas mafias corporativas.
El mismo presidente ha sido siempre muy autocrítico con los resultados obtenidos en el área de salud, y en lo que se refiere a la justicia, Carlos Romero, ex ministro de todo y actual senador electo, ha afirmado recién públicamente que después de las reformas ensayadas, se encuentra peor que antes.
Si bien es cierto que el tema no se puede atribuir únicamente a este gobierno, resulta difícil entender cómo es que los bolivianos estamos dispuestos a sentirnos orgullosos de satélites espaciales, centrales nucleares y palacios presidenciales faraónicos, mientras sufrimos todos los días la virtual inexistencia de salud y justicia.
Parecería que pensamos que las soluciones son imposibles o, peor aún, que las encontraremos en la cadena perpetua o en la pena de muerte.
jueves, 6 de noviembre de 2014
La Argentina de Tinelli (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-06/11/14)
Yo crecí disfrutando la cultura argentina. Quino, Les Luthiers o Charly García eran un referente importante en nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos. Una buena parte de mi generación no solamente tuvo fuertes vínculos con esa hermosa clase media ilustrada en la Argentina, sino que incluso llegó a reivindicar como propia esa cultura, frente a esos otros que en aquella época admiraban solamente lo gringo o lo que se parecía a lo gringo.
Mi viejo le tenía también un entrañable cariño a la Argentina de Gardel y de muchos otros grandes de la música y de las letras; esa historia familiar, sumada a una niñez llena de Billiken, Patoruzito, Mafalda y una gloriosa historia futbolística, nos mantuvieron siempre muy cerca de un país por el que sentíamos sana admiración.
Hoy, esa admiración se ha convertido en pena y compasión. No se puede sentir otra cosa frente a una noticia que da cuenta de que Marcelo Tinelli fue distinguido como “Personalidad Destacada de la Cultura” por la legislatura de Buenos Aires.
¿Qué cosa tan tremenda le ha podido ocurrir a un país para llegar a algo así? ¿Algún día imaginamos que los estragos de dos décadas de menemismo y kirchnerismo serían tan monstruosos? ¿Habrá salvación posible todavía para una sociedad que comete ese tipo de aberraciones? ¿Son estos los prolegómenos del fin del mundo, por lo menos tal y como lo conocemos?
Realmente es una tragedia bíblica premiar con reconocimiento a la cultura a un personaje farandulero que representa justamente a la anticultura. El señor Tinelli, sus programas y los canales de televisión que los producen, son más bien un monumento a la ignorancia y a la ordinarez.
Y como toda ignorancia es ante todo, atrevida, Tinelli representa el atrevido culto a la ignorancia. Tipos como él son los que tienen convencidas a las grandes audiencias que ser un bruto está muy bien, y que la reflexión crítica es cosa de perdedores. Él es el modelo del winner que se lleva el mundo por delante, no a pesar, sino gracias a su liviandad a su ignorancia y a su falta de compromiso con todo lo que no sea útil.
Ese personaje, aparentemente cándido e inofensivo, es parte esencial de la maquinaria compuesta por los medios, los auspiciadores y la gobernación que lo premió, para fomentar premeditadamente una sociedad de idiotas que renuncie a su derecho a pensar y actuar con libertad, para entregarse plenamente al consumo de lo que sea.
El hombre en realidad es una pieza fundamental en el modelo que apunta a la idiotización masiva y a la estandarización de la ignorancia como condiciones ideales para el éxito del marketing; por eso el premio no es accidente o casualidad.
¿Mal de otros, consuelo de tontos? Creo que sí, porque en casa no andamos mucho mejor; basta con ver nomás la cantidad de brutos adictos a Tinelli y, peor aún, la colección de imitaciones de Tinelli que nos ofrece la televisión local. El referente a seguir, tanto de productores como de conductores, son los shows de Tinelli, con resultados tristes y penosos.
En plena “Revolución Democrática y Cultural” (¿se acuerda usted del cuentito ese?), estamos siguiendo los mismos pasos, orgullosos de que nuestra sociedad sea cada día menos sociedad, y cada día más mercado. Todo, a cambio de unos pesos y de la ilusión de que ahora somos ricos.
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