jueves, 12 de febrero de 2015

Los costos del modelo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/02/15)

Siempre estuve más o menos convencido de que nuestros padres y nuestros abuelos tuvieron una vida más dura y sacrificada que la nuestra. Esa certeza a veces podía incluso saber a vergüenza, en momentos de hacer memoria de las circunstancias de vida previas a nuestra generación. Siempre tuvimos la idea de que la vida en dictadura era más azarosa y desgastante que la cómoda vida en democracia que nos tocó en nuestras vidas adultas. Claro, resultaba difícil comparar las presiones y limitaciones (cuando no cárceles y exilios) de las tiranías de turno, con las libertades (más o menos irrestrictas) de los últimos treinta años, sin ruborizarse un poco. También creo que tenía medio instalada la idea de que la vida en un país atrasado y subdesarrollado tuvo que haber sido más difícil que la nuestra, en un país “en vías de desarrollo”, y más o menos inmerso en la modernidad. ¿Saben qué? Hoy ya no estoy tan seguro de que así sea. En los últimos años he visto como mi vida y la vida de muchísima gente se ha complejizado y se ha depauperado de forma progresiva y brutal. Y creo estar hablando con la voz de esa amplia clase media urbana, unas altas otras bajas, unas ascendentes otras descendentes, que han sentido como la calidad de sus vidas ha dado un giro dramático. El modelo, ese que para nosotros comenzó simbólicamente en 1985 y se afianzó hasta obtener carta de ciudadanía en los últimos nueve años, y que no es otro que el capitalismo (ya sea con acento neoliberal o estatista), ha calado hondo en nuestras vidas. El modelo ha cambiado nuestros patrones de consumo y ha trastocado nuestras referencias sociales y culturales, alterando por completo nuestro ritmo y nuestro rumbo de vida. Detrás de las espectaculares cifras que el modelo arroja “for export”, hoy resulta que los clasemedias de a pie, estamos dándonos cuenta de que muchas cosas que se descontaba, eran los grandes beneficios del modelo, se han convertido en una pesada carga. El día a día se está encargando de mostrarnos la cara fea de la fiesta, y nos está liquidando de a poco. Hoy tener cien bolivianos en el bolsillo es como tener un billete de diez de hace algunos años; entramos a la tienda de barrio y cuatros cosas nos cuestan diez dólares, pero claro, el problema es que no ganamos en dólares. En el supermercado la cosa es parecida: una pasadita para comprar algunas cosas de urgencia, y listo, menos doscientos bolivianos. El alquiler o la cuota del banco, que en muchos casos representa más de la mitad de nuestro sueldo, nos quita el sueño por las noches. Con la otra mitad del sueldo debemos hacer piruetas para pagar el colegio privado y el seguro de salud, también privado, rogando a Dios además, que alguna enfermedad grave no toque e nuestra puerta. La cuota del auto y la expectativa familiar de vacaciones en invierno y en verano, sumadas a la cuota de la tarjeta de crédito y a las salidas a comer fuera, son sólo algunos de los ingredientes de ese estado de angustia y zozobra que nos asalta permanentemente. Pero más allá de las torturas económicas cotidianas, la sensación de incertidumbre y precariedad ha comenzado a marcar la visión de nuestra vida y nuestro futuro. En un modelo en el que vales lo que tienes (o lo que muestras que tienes), usted y yo, que no somos los winners de la foto, nos preguntamos qué es lo que hemos hecho mal en ésta obscena fiesta de desigualdades, cada vez más hondas. Dudamos de nosotros mismos, y eso para mí sí que es grave y preocupante. ¿Será que nuestros viejos la tuvieron así de jodida en sus épocas?

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