jueves, 5 de febrero de 2015

Los rasgos del poder (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/02/15)

La capacidad de trabajo del presidente Morales parece haber adquirido ya dimensiones legendarias. Su ritmo de trabajo de 20 horas diarias los siete días de la semana y los trescientos sesenta y cinco días del año, interrumpido solamente por algunos partidos de fútbol como única actividad recreativa, ha marcado a sangre y a fuego el trabajo y la vida personal de sus colaboradores, que en muchos casos no han conseguido seguirle el ritmo. Sus célebres reuniones a las cinco de la mañana, cuando todavía no ha despuntado el sol, han sido motivo de repercusión internacional; los sagrados viajes diarios a todos los confines del país, cuando no al exterior, marcan también una rutina sin precedentes en la historia. A primera vista, cualquier persona dirá que ese sacrificado ritmo de vida denota una gran entrega y compromiso del presidente, acordes con sus altas responsabilidades, y que por tanto, se trata de algo positivo. Sin embargo, yo tiendo siempre a desconfiar de los extremismos; los excesos nunca son buenos porque cuando son constantes, causan desequilibrios en la vida. En el caso del trabajo, saber descansar es a veces tan importante como saber trabajar. Por eso sospecho que, en el caso del presidente, cantidad no es obligatoriamente sinónimo de calidad. Su frenética rutina no creo que le permita administrar adecuadamente su concentración, y por ende, priorizar correctamente sus labores. Por eso sospecho también que un gran parte de esas interminables horas de trabajo están dedicadas a la actividad política y a la campaña permanente, y no así a las tediosas y complejas labores de gestión, propias de un estadista. Pero lo más peligroso del perfil de las personas que trabajan desaforadamente son las consecuencias en lo referido a su relación con el mundo real (ese en el que vivimos usted y yo, y en el que no hay aviones privados y la pompa y circunstancia no son el pan de cada día). El trabajo obsesivo no permite por definición tener una vida familiar, espiritual y social del todo normal. Cuando se está sometido al vértigo permanente de la intensidad y a la adrenalina del conflicto, es lógico que se pierde la conexión con la realidad cotidiana (esa en la cual usted y yo tenemos que pagar nuestras cuentas, ocuparnos de los problemas de nuestros hijos y hacerle frente a las mil y un vicisitudes que nos plantea la simple cotidianidad). Espero que no se me malinterprete; no es mi intención criticar la vida personal del presidente, que no es de incumbencia, sino más bien ensayar una mirada política desde el ángulo de la conducta personal de quienes nos gobiernan. Podría ser que este tercer mandato del MAS esté marcado por sucesos políticos derivados de un determinado comportamiento propio de poderosos que llevan demasiado tiempo en el poder. Cuando se suman vidas desequilibradas, alienación de la realidad, reflejos autoritarios, poder ilimitado e impune, y todas la mieles que vienen asociadas al poder (las legítimas y las dudas también), el resultado bien podría traducirse en exceso de confianza. El exceso de confianza a su vez podría convertirse en imprudencia, y la imprudencia podría terminar en torpeza política. Y las torpezas, cuando son graves, pueden generar virajes y rumbos inesperados en el curso político. La historia nos enseña que el poder, cuando es excesivo, tiene costos que no se pueden evitar.

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