jueves, 9 de abril de 2015

La enfermedad del MAS (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-09/04/15)

Independientemente de lo bien o de lo mal que le haya podido ir al MAS en las últimas elecciones, creo que el gobierno sufre una enfermedad mortal. La enfermedad apareció hace cinco años, después de la primera reelección del presidente Morales. Como ocurre muchas veces con esas malditas enfermedades, los síntomas al principio pueden ser no muy evidentes, ocasionando que el enfermo y su entorno no reparen en la gravedad de la enfermedad, lo que a la postre resulta mortal. Para librarse de la muerte, se sabe que con estas enfermedades es clave la detección temprana y un agresivo tratamiento; el gobierno hace cinco años hizo caso omiso de las señales y decidió negar la enfermedad, creyendo que con eso sanaría. Cuando varios de sus más prominentes pensadores y dirigentes decidieron abandonar el proyecto y cuando muchos de los que habíamos apoyado el proceso que los llevó al poder comenzamos a señalar la necesidad de una severa rectificación de rumbos y conductas, el gobierno hizo oídos sordos, condenándose a la muerte. Esta enfermedad se origina en el poder y en la paulatina pérdida de las defensas de las personas ante este factor, que unas veces es salvador de vidas y otras veces asesino. Como es lógico, a más poder, mayor la enfermedad y menor la posibilidad de cura. Los síntomas son conocidos y horrorosos; los hemos visto antes, la última vez cuando mataron al viejo régimen luego de seis años de convalecencia. Uno de los síntomas más duros es la convicción ciega de autosuficiencia e infalibilidad; se trata de un trastorno progresivo que te enajena de la realidad haciéndote creer que eres el dueño de la verdad y que no te puedes equivocar. Es un síntoma que no te mata, pero te convierte en otro, y ese otro es el que termina muriendo. Otro síntoma es la vulgar paranoia o síndrome de persecución; también causa ceguera y se manifiesta cada vez que cometes alguna cagada y terminas auto convencido de que la culpa fue de los que crees que son tus enemigos; en el pasado fueron los terroristas, izquierdistas y sindicalistas y ahora son el imperio, la derecha y los medios. El autoritarismo y la soberbia son dos manifestaciones de otro doloroso síntoma (doloroso para los demás, claro está); paradójicamente, se origina en una virtud; cuando sabes que has sido protagonista de algo muy bueno, crees que eso te da derecho a todo, que ya no te debes a la gente sino que la gente te debe a ti, y que por consiguiente puedes abusar y pisotear lo que te dé la gana y que la historia te absolverá. Uno más, aparentemente leve pero letal: cuando llegas al punto en que crees que las ideas, los valores y los principios son cojudeces que hay que usarlas en los discursos y en las campañas, y que lo importante es saber operar y reproducir el poder, y para eso te metes en la cama con quien sea (generalmente con los ricos y poderosos, de aquí y de afuera). La endogamia política también es un grave síntoma; se la advierte cuando el proyecto termina teniendo un dueño y señor, pero sobre todo cuando ese control patronal se vuelve hereditario y del dominio del clan familiar del jefe. El trastorno de la personalidad es también habitual, pero no por ello menos curioso; hace que te mires al espejo y estés seguro que el poder, la plata y las minas que has acumulado en el gobierno, te han convertido en alguien más lindo, más inteligente y más vivo de lo que antes eras. Esta enfermedad en unos casos puede ser piadosa y matarte rápido y en otros tardar muchos años, pero de lo que sí estoy seguro es que no tiene cura.

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