jueves, 6 de febrero de 2014

El Gran Poder y el pequeño poder (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-06/02/14)

El último titular de domingo de éste periódico sacó roncha en la zona Sur. En él se señalaba que los comerciantes del Gran Poder están colonizando el otrora exclusivo suburbio de la ciudad, mediante la compra de inmuebles y la instalación de negocios propios. El tema es urticante para quienes no han podido o no han querido comprender una nueva realidad, que en verdad no es tan nueva. Desde la postura semi aristocrática del privilegio consuetudinario, a muchos sureños todavía les cuesta mucho adaptarse a los tiempos presentes, marcados por la renovación de elites; si bien el recambio de elites en el campo político aparenta ser mucho más evidente, el surgimiento y la creciente gravitación de las nuevas burguesías económicas, ha sido un fenómeno progresivo y difícil de digerir para quienes se sienten desplazados y despojados de sus privilegios de clase y de casta. El reflejo excluyente y rosquero de quienes llevan en las venas la actitud de patrones y dueños del país, se resiste a reconocer el empoderamiento de las burguesías aymaras y quechuas, e intenta descalificarlas a como dé lugar; se los presume veladamente como narcotraficantes, lavadores de dólares y contrabandistas delincuentes, ignorando con cierto desprecio racial, que el surgimiento de esa revolución burguesa se inicia hace treinta años, con el decreto 21060. Este nuevo empresariado recogió el guante del desafío de aquella Nueva Política Económica, y amalgamó las reglas del capitalismo y el neoliberalismo con sus prácticas culturales y familiares, logrando resultados impresionantes. De hecho lo hicieron muchísimo mejor que aquellos que en teoría estaban llamados a ser el motor de la economía. Así fue, y esto no debería extrañarnos mucho. El clásico empresariado boliviano, de traje, corbata, autazo y chofer, nunca estuvo a la altura de las circunstancias; Sin ir más lejos, la Revolución del 52 apostó por la creación de una burguesía, que a la postre le resultó adicta a los favores políticos y, por consiguiente, ineficiente y poco competitiva. El clásico empresario boliviano, a diferencia de sus pares paulistas o santiaguinos, siempre fue cortoplacista y de visión chata; invierte poco, espera recuperar su platita en un año y está siempre a la pesca del atajo y la triquiñuela; gasta más de lo que gana y cuando acumula utilidades las guarda en un banco en el extranjero. No cree ni invierte en sus empleados y no siembra en la institucionalidad de sus empresas. Sueña y se manda la parte en colores, en dolby y en 3D, pero actúa en blanco y negro y en mudo. Por supuesto que hay excepciones, pero por lo general es muy gallito y emprendedor solamente cuando sus negocios están vinculados con el estado o con capitales extranjeros. Se victimiza y se lamenta de la inseguridad jurídica y justifica con ello su falta de sentido de largo plazo. Hace gala de su incultura y no se da cuenta que su falta de mundo lo ha hecho insensible a cosas evidentes y esenciales en la vida (Ojo, he dicho mundo y no Miami). Acá es rico pero en el contexto internacional su fortuna es de juguete. En suma, se asemeja más a un político de camarilla, que a un empresario de verdad. Habrá que cruzar los dedos para que ésta nueva y vigorosa elite empresarial chola y de gravitación nacional, marque una diferencia y se convierta en un nuevo paradigma del empresariado. Para ello tendrá que terminar de desplegarse y salir de esa especie de clandestinidad en la que se ha desarrollado, siempre con un pie en el mercado y el otro en la informalidad. En todo caso los vientos actuales soplan a su favor.

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