domingo, 14 de noviembre de 2010

El informe del PNUD, primera impresión (Suplemento Ideas-Página Siete-14/11/10)

Los estudios del PNUD Bolivia siempre han dado mucho de qué hablar, y en especial sus Informes Nacionales de Desarrollo Humano. Claro, se trata de trabajos grandes que abordan temas medulares de nuestra complejísima realidad, que no pueden (ni deben) estar exentos de una visión ideológica y de un enfoque político. En realidad, eso es lo que convierte a un estudio en un punto de referencia interesante para el debate y para su eventual y posterior instrumentalización. Siempre he sido muy escéptico en relación a los trabajos teóricamente asépticos que pretenden, desde la frialdad de la información desnuda y los datos “objetivos”, proyectar una neutralidad, indeseable además de imposible. A esos trabajos hay que tenerles cuidado, pues suelen tener sesgos políticos ocultos y engañosos.

El último informe presentado en sociedad el martes, y que lleva el ya sugerente título de “Los cambios detrás del cambio – Desigualdades y movilidad social en Bolivia”, tiene, a primera vista, su primera virtud en partir de la premisa de que no es posible entender las desigualdades que nos afectan hoy, sin comprender las desigualdades históricas, y sin considerar el proceso de transformaciones que se han traducido en un cambio de la estructura social. Esto, que puede sonar tan obvio, no lo es tanto, e implica desde el vamos cierto tipo de lectura, diferente a la de quienes intentan explicar el país desde la pequeña coyuntura, o desde moldes preestablecidos o libretos ajenos a nuestra realidad.

Confieso que me sorprendió gratamente encontrar que el ambicioso documento es un serio estudio de la estructura social boliviana, y tal como señaló el vicepresidente en su comentario durante la presentación (luego de haber tenido la hidalguía de decir que no había leído más que algunas partes del informe), se trata ni más ni menos que de un estudio sobre las clases sociales. Así es, y aunque la nomenclatura marxista incomode a muchos y suene a impertinencia en estas épocas, retratar, sustentar y explicar a profundidad la nueva configuración de clases sociales (aunque no se las llame así), era una tarea pendiente que será de gran aporte a la discusión política.

Otra de las premisas del informe es que “la sociedad boliviana no está inmóvil”, y que estamos en un cambio en construcción que desde hace tres décadas ha cambiado nuestro perfil demográfico, político, social y cultural, con resultados y frutos positivos que se comienzan a sentir en el acceso a la educación, la salud, y en la participación de actores excluidos históricamente. Se reconoce también, de partida, que estamos atravesando por una gran coyuntura y que a esto se suma un marcado optimismo de la ciudadanía, que piensa que se está gobernando para ellos, con mejor justicia social y con mejor perspectiva de futuro.

Hay razones para el optimismo en la sustantiva mejora de algunos indicadores del Índice de Desarrollo Humano y en el magnífico espacio de oportunidades que tenemos para dar un salto en la resolución de las desigualdades históricas, si afrontamos correctamente la reconstrucción del estado y el andamiaje normativo; pero también se señalan graves amenazas en la sostenibilidad financiera de los bonos, en la falta de voluntad política para definir una prioridad presupuestaria para educación y salud que les de una condición de “interés superior de la sociedad”, y en la capacidad del gobierno para desarrollar políticas públicas multisectoriales que apuntalen e impulsen todo lo avanzado.

Sobre dos puntos de partida que se señalan como “el agotamiento de los factores estructurales que dinamizaron el cambio social” y “la creciente igualdad político-legal y a la persistente desigualdad económico-social”, el informe articula estudios que van revelando hallazgos relacionados a las migraciones internas y a la recomposición territorial de las identidades étnicas, a las oportunidades y la movilidad educativa entre jóvenes, a la influencia de la condición étnica y de género en la persistencia de las desigualdades, al ensanchamiento de las clases medias, a las nuevas desigualdades materiales (informalidad, calificación y remesas), y a los estilos de vida que transforman identidades (desigualdades simbólicas).

Los ángulos de abordaje y la base conceptual me parecen sumamente atractivos, y, por lo leído hasta ahora, los hallazgos prometen. La verdad es que el texto me ha emocionado desde el principio, porque he encontrado ejes de razonamiento y temas que me han obsesionado en mis columnas y artículos de los últimos meses, y nada puede ser más gratificante que ver esas ideas desarrolladas y ensambladas en un trabajo de esa envergadura. Soy entonces en mi lectura, un parcial.

Y así hará todo el mundo. El gobierno intentará hacer uso propagandístico de algunas de sus conclusiones, presentándolas como un aval y un espaldarazo a su gestión, y atribuyéndose a sí mismo los logros obtenidos por la ciudadanía en treinta años de construcción y ampliación democrática y económica, al margen e incluso pese, al estado y al gobierno. Los otros, intentarán deslegitimar el informe diciendo que los conductores del proyecto responden al gobierno y que la oficina de las Naciones Unidas ha sido infiltrada, y se ha convertido en un comando masista (¿a qué le recuerda esto?). Otros le buscarán los tres pies al gato denunciando que hubo presiones para no incluir en el informe temas como el narcotráfico, las inversiones y la inseguridad ciudadana.

En todo caso, pese a nuestras pasiones e inclinaciones, el informe es un excepcional punto de encuentro para retomar el análisis de nuestro pasado, presente y futuro, al margen de las miserias políticas del día a día. Yo, que tengo un poquito más de tiempo que el vicepresidente, estoy enganchado en su lectura.

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