domingo, 25 de abril de 2010

La voz de La Paz (Análisis Páginas Centrales-Página Siete-25/04/10)

Los resultados obtenidos por el Movimiento Sin Miedo de Juan del Granado, han sido sin duda la revelación de las elecciones realizadas hace quince días. Prueba de ello es el operativo político-comunicacional desplegado por el gobierno, orientado a minimizar y subestimar el traspié sufrido en el occidente. El oficialismo, y en especial el presidente, se han caracterizado por un agudo olfato e instinto políticos, por lo que es legítimo suponer que intuyen que lo ocurrido, sobre todo en La Paz, es sumamente serio.

La gravedad del asunto se ha podido advertir en la casi histérica reacción de la cúpula masista, que no ha tenido reparos en enviar al frente a Elizabeth Salguero con frágiles denuncias de fraude que difícilmente podrían explicar los trece puntos de diferencia con los que fue aventajada. Similar fue el caso del presidente de los diputados, que en días pasados protagonizara una agria discusión con Amalia Pando en una entrevista radial, en la que tuvo que realizar una serie de malabarismos aritméticos que no fueron suficientes para convencer; tampoco pudo hacerlo descalificando a la periodista. Pero por si fuera poco, ha sido el propio presidente el que ha salido a dar la cara, menoscabando su investidura presidencial y enfangándose en el lodo de la interpretación forzada de cifras. La estrategia parecería ser la de deslegitimar todo el proceso con una lluvia de demandas y acusaciones, para diluir el sabor a derrota o a victoria pírrica, con un maremágnum de denuncias.

¿Pero, por qué es tan importante el resultado de una sola ciudad en un escenario en el que El MAS se ha consolidado como la única y más poderosa fuerza nacional en los últimos cincuenta años, ganando importantes espacios inclusive en el oriente y en el sur del país? Por dos razones esenciales: porque la ciudad es La Paz, y porque tras los datos se esconde una pugna de liderazgos, una naciente oposición y la posible sucesión del poder.

La Paz, al margen de ser cuantitativamente la plaza electoral más importante del país, es el epicentro de la política nacional. Nuestra rica historia y tradición política y la cercanía con el poder nos han heredado una pasión por la política que ha madurado extraordinariamente con el paso del tiempo; el pulso político de La Paz, un faro para el resto del país es esencial para comprender el curso de los acontecimientos en la agitada agenda boliviana.

Hasta el año pasado yo pensaba, con cierta ingenuidad, que lo natural sería que Juan del Granado fuera el candidato a gobernador por La Paz en alianza con el MAS. Pero al parecer los resultados de la elección general de diciembre fueron el origen de una ruptura aparentemente innecesaria, pero brutalmente lógica a la luz de la real politik. Muchos masistas se habrán preguntado qué sentido tenía tener un socio en La Paz, porqué tendrían que compartir el poder en una plaza hegemónica, y sobre todas las cosas, porqué tendrían que renunciar a los mil quinientos ítems y al aparato de la alcaldía paceña. El “peguismo” se imponía así a la visión política y a la consecuencia ideológica. A este vicio del viejo sistema, se sumó otro, el celo de los liderazgos personales y el caudillismo. En una gestión a mitad de camino, las susceptibilidades acerca del futuro de Juan del Granado jugaron un rol importante en el distanciamiento entre el MSM y el MAS.

Los apetitos y recelos del MAS llevaron a una lectura errónea, en la que asumieron que La Paz era un cheque en blanco que podían endosar con la sola firma del presidente. Subestimaron al electorado paceño, que apostó por la continuidad de una gestión edil que le dio buenos resultados y que intuyó que detrás de la ruptura predominaban razones poco nobles. Un tercer elemento determinante fue la extracción social de la candidata oficialista, que dejó indiferente al elector motivado por afinidad de clase o raza.

Paradójicamente, la paranoia que inició el culebrón del divorcio político, dio como resultado exactamente lo contrario y precipitó el surgimiento del MSM y de su líder como una fuerza política alternativa con posibilidades de proyección nacional. Con ello se confirma una tesis que he sostenido desde hacen varios años: en este tipo de procesos, la oposición se genera desde la propia costilla del régimen y no, como muchos podrían esperar, desde la vereda de la oposición. La historia nos ha demostrado una y mil veces que son las contradicciones internas las que generan desgajamientos realmente serios.

Estas contradicciones son a veces de tipo ideológico y tienen que ver con los matices y giros que los diferentes actores del proceso desean darle al rumbo del proceso. Pero por otro lado es muy frecuente que estos quiebres se den por pugnas internas de liderazgo, es decir por razones de mezquindad y ambición personal. Un claro y fresco ejemplo de ello fue la Revolución del 52. No fue la falange o el partido liberal los que derrocaron al MNR; la caída del MNR y la contrarrevolución tuvieron sus causas y sus actores dentro del seno mismo del partido y a través de la profunda enemistad de sus líderes.

Así las cosas, la historia se repite. La oposición no podía estar en los partidos tradicionales de derecha, derrotados estructuralmente en octubre de 2003, ni mucho menos en los grupos de poder regionales de la media luna, más interesados en la preservación de sus privilegios que en un proyecto político con visión nacional.

El MSM tiene varias cartas a su favor en ésta gran oportunidad que le ha dado el MAS. Ha golpeado la mesa en La Paz, pero también ha demostrado ser un fenómeno occidental con una gran votación en El Alto, Oruro e incluso en Cochabamba. El partido del alcalde de La Paz no representa el pasado, y más bien ha sido parte constitutiva del proceso de cambio. De igual manera no carga encima el estigma indigenista etnocentrista, cosa que le facilitará su trabajo en las clases medias del oriente y del sur. Y finalmente, su principal fortaleza: haber demostrado ser un partido de izquierda progresista que llevó a cabo una gestión caracterizada por la eficiencia y la transparencia. En estos tiempos, créanme, eso no es poca cosa.

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