jueves, 11 de septiembre de 2014

¿Partidos políticos?... ¡Por favor! (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/09/14)

Ayer se publicó en este periódico una noticia que decía que según un estudio realizado en la región Bolivia ocupa el penúltimo lugar en cuanto a la confianza en sus partidos políticos; la noticia señala que apenas un 28% de los bolivianos confía en los partidos políticos, y que éste porcentaje es peor al medido en la encuesta realizada hace dos años; en otras palabras, que la cosa va de mal en peor. Me quedé pensando en el asunto, y debo confesar que en verdad a mí me parece una cifra altísima que 28 de cada cien bolivianos todavía tenga un ápice de confianza en los partidos. Lo digo porque en realidad tengo la firme convicción de que en Bolivia, y en gran parte del mundo, ya no existen los partidos políticos. Entiendan entonces mi sorpresa al enterarme que hay tanta gente que cree en algo que ya no existe hace mucho tiempo. ¿Será que ese 28% cree todavía en el pasado, es decir en lo que algún día conoció como partido? ¿O será más bien una expresión de optimismo, un deseo oculto de que en el futuro vuelvan a existir los partidos? O, siendo más realista, ¿será que los militantes de MAS y de sus organizaciones afines representan el 28% de los encuestados? Así la cosa cobraría cierto sentido: ellos, con seguridad confían en que el partido/agencia de empleo les ha conseguido o les conseguirá la ansiada peguita en el aparato público. No me vengan con que esos adefesios que hoy se hacen llamar partidos merecen ser llamados así; podemos llamarlos comparsas, camarillas, juntuchas, pandillas o estructuras empresariales, pero no partidos, porque partido político es un instrumento para construir una sociedad en base a una visión de la vida y a una ideología, y eso es algo que todos hemos olvidado. Hoy los partidos son simples plataformas personales, sobre las que los jefes, los dueños y los caudillos intentan legitimarse, haciéndonos creer que son partidos. Un verdadero partido surge como una necesidad instrumental para convertir en realidad un conjunto de ideas y de principios. Es alrededor de esas ideas y de esos valores que se juntan las personas y, a medida que se van sumando, requieren de una organización llamada partido. El representante circunstancial de esas ideas puede ser el ejecutivo o el candidato a algo que, según las necesidades y circunstancias, deberá ser relevado por algún otro que lidere mejor al partido en determinada coyuntura. Cuando las ideas que han dado origen al partido han dejado der ser relevantes o han sido superadas, pues el partido debe desaparecer. Ahora parece que los políticos de profesión (esos operadores de la nada) se han dado cuenta de que nos hemos vuelto tan imbéciles, que pueden hacer las cosas al revés, y nadie se dará cuenta siquiera. El más vivo, el más carismático o el más ricachón, deciden que deben ser líderes y presidentes y el resto es sólo cuestión de plata y de agrupación de intereses. Terminan formando partidos y agrupaciones ciudadanas más por una obligación legal, que por un desarrollo político natural de filosofías y postulados; son en realidad un engaño masivo, pues representan intereses personales y de grupo, en vez de ideas. El último partido que este país conoció, en el que hace muchísimos años atrás se discutieron ideas, y que tuvo distintos liderazgos de acuerdo a distintas circunstancias fue el MNR; y sobrevivió justamente hasta que uno de sus más prominentes lideres cometió el error de convertirse en su dueño.

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