jueves, 14 de mayo de 2015

1.713 días (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-14/05/15)

Esa es la cantidad de días que le quedan a Evo Morales como presidente de Bolivia. No crea usted, estimado y paciente lector, que la mención a esta cifra responde a ningún tipo de impaciencia o desesperación, y menos aún a algún deseo oculto de que este lapso se reduzca. Se trata simplemente de una constatación fáctica que considero saludable para la vida política y el sistema democrático, así como para el sano ejercicio de nuestra ciudadanía. Así, en frío, muchos podrían leerlo como un sencillo número o como una marca en el calendario; pero el que quiera aguzar la vista, podrá reparar en que el número representa cruda y descarnadamente, la inminencia de un hecho político implacable. También podrá advertir, quien se fije con cuidado, un hecho curioso y algo paradójico: el número, en vez de empequeñecerse con el paso de los días, adquirirá paulatinamente dimensiones cada vez más grandes. El plazo que marca esta ineludible cuenta regresiva no responde únicamente a mandatos constitucionales ni a cuestiones legales, claro que no, pues todos sabemos que, si se quiere, siempre existirán mil maneras de cambiarlo todo. El plazo fatal responde, aunque no parezcan evidentes, a cierto tipo de certezas de orden colectivo e individual. En lo colectivo la certeza latente tiene que ver con la sabiduría y la madurez política de los electores bolivianos, que saben que la eternización y la concentración del poder no es buena ni para ellos, ni para el país, y ojo, tampoco es buena a la postre para el caudillo, por más popular y amado que éste fuera. En lo individual la certeza pasa, o pasará tarde o temprano, por la extraordinaria sagacidad política del mismo presidente, que llegado el momento tendrá que rendirse a la evidencia y convencerse a sí mismo de que otra reelección en el fondo no le conviene, mientras todos a su alrededor tratarán de convencerlo de lo contrario. Si el presidente es realmente el único que no ha perdido la chaveta en el vértigo de la plata y del poder, tendrá que extremar su intuición política sobre su instinto de poder, y defraudar a los parásitos adulones que lo rodean con una decisión fuera del pronóstico de la real politik. Tendrá que saber el presidente que se retira con una popularidad hasta ahora blindada, que junto a su juventud biológica, le permitirán pensar en volver más adelante. Y tendrá también que intuir (porque no creo que se dé mucho tiempo para leer) que la historia universal está plagada de caudillos que terminaron en ruinas por no haber sabido medir y administrar su permanencia en el poder. Eso es por las buenas, o mejor dicho con ojo de estadista y lectura de largo plazo. Por las malas también le quedan al presidente 1.713 días en el Palacio. Por las malas quiere decir que el instinto de poder le gane a la intuición política, y que el presidente crea que va a ser igual de fácil conseguir que la gente vote por una modificación constitucional, que por su tercera relección. Por ese camino el presidente asumirá que su imagen es intocable e inmutable, y que nada cambiará aunque se acumulen años de vacas flacas en lo económico y toneladas de corrupción y podredumbre en todos los niveles del régimen. Por las malas el presidente apostará por la inconsciencia de la gente y por la ciega codicia de su entorno, y se dará cuenta, demasiado tarde, que alguien le ganará la próxima elección, aún con el árbitro a su favor. Por las buenas o por las malas, haga lo que haga, al presidente le quedan 1.713 días en el poder.

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