Por muy extraño que parezca lo que estoy diciendo, lo cierto es que el verdadero
resultado político del referéndum estará otra vez en las manos de la ciudadanía el “día después” de las elecciones, y dependerá de que no nos dejemos llevar por la histeria colectiva reinante.
Ese estado de crispación y de violencia latente se ha acentuado durante la campaña, pero en realidad nunca ha dejado de estar ahí, por la sencilla razón de que el gobierno no sabe ni quiere hacer política, si no es de esa manera.
La polarización y el enfrentamiento ha sido, es y será el mejor negocio para el gobierno, y es por tanto el terreno en el cual intentarán mantenernos a como dé lugar después del domingo, independientemente de cual fuere el resultado.
El discurso del MAS solamente puede existir y reproducirse en un ambiente de confrontación y de maniqueísmo en el que es indispensable la disputa permanente entre los buenos y los malos, la derecha y la izquierda, los nacionalistas y los vendepatrias, los gringos y los originarios, los t´aras y los k´aras y así sucesivamente.
Ese es el caldo en el que han construido su poder y en el que intentarán sobrevivir luego de las elecciones del domingo, aún a costa de hundir al país nuevamente en una peligrosísima polarización que puede llevarnos una división de alcances insospechados.
El asunto es preocupante porque, a diferencia de la polarización de los primeros años del gobierno, que tenía una expresión regional, ahora podríamos enfrentar una brecha de carácter social, agravada además por factores raciales.
Corresponde entonces prepararse para no dejarse inflamar por las provocaciones que algunos pelotudos de un lado ensayarán desde el día lunes, pidiendo la renuncia del presidente o planteando revocatorios de mandato, o por las provocaciones demenciales de los del otro lado, cuyas consecuencias ya hemos visto en la tragedia de la Alcaldía de El Alto.
El previsible reflejo primario de rematar políticamente a un presidente que cae al piso por primera vez en diez años, no hará otra cosa que victimizarlo, encendiendo las peores reacciones de mucha gente, que interpretará esto como un una afrenta inadmisible y un intento de volver al pasado.
El domingo se habrá impuesto el sentido común y se habrá recuperado parte del espíritu democrático tan vapuleado últimamente, y debemos dar vuelta la página con la madurez que siempre nos ha caracterizado como ciudadanía.
Y el lunes en lo único en que debemos coincidir todos es en que el presidente Morales debe cumplir su mandato hasta el último día, como manda la constitución y como lo ha decidido el electorado en octubre de 2014.
Le quedan al presidente y al gobierno cuatro largos años en los que tendrá que afrontar una complejísima situación económica en un contexto político nacional y regional completamente distinto.
Esta nueva situación para un presidente acostumbrado a una holgura financiera sin
precedentes en nuestra historia, lo obligará a un cambio radical en la definición de sus prioridades y en el uso de sus tiempos y energías, en un escenario en el que
afortunadamente (para él y para el resto del país), ya no tendrá que responder a la
filosofía de la campaña permanente, en función de una próxima elección.