jueves, 20 de noviembre de 2014

Tragedia, catástrofe, drama y resignación (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/11/14)

Se han juntado un bebe abandonado, el sistema de salud y el sistema judicial bolivianos. El bebe ha muerto, y la tragedia se ha convertido en una catástrofe (en esos términos se ha referido al hecho Eduardo Pérez, con mucho acierto). A ese triángulo explosivo se han sumado además los medios de comunicación y el resultado nos tiene a todos llorando; llorando de pena, llorando de rabia y llorando de impotencia. El dolor y la bronca nos han enceguecido y nos tienen apretamos los puños pidiendo castigo a los culpables, sin darnos cuenta quizás, que los culpables somos todos. En el fondo quizás todos seamos corresponsables, como colectividad, de haber permitido la acumulación endémica de problemas que han convertido a nuestra justicia y a nuestro sistema sanitario en verdaderos jinetes del apocalipsis. Por una u otra razón, hemos dejado pasar muchas oportunidades de resolver, por lo menos parcialmente, los males de fondo que aquejan a estas dos instituciones. El caso del bebe fallecido es una tormenta perfecta en la que han confluido todas las falencias, a tal grado que probablemente nunca sepamos de verdad qué fue lo que realmente ocurrió. No me prestaré al juego de la especulación, tratando de adivinar quién fue el culpable es un escenario en el que probablemente todos han fallado. El hogar de acogimiento, los hospitales por los que pasó la guagua, la policía, la fiscalía, el ministerio de justicia y también los medios, todos han contribuido con sus errores y sus falencias, a que éste caso se convierta en un emblema de este drama que nos afecta a todos. El verdadero drama, a riesgo de parecer insensible, no tiene que ver exclusivamente con la muerte del niño, ni con la condición y la necesidad de castigo a quien haya podido causarle la muerte (hipótesis que todavía ni siquiera se ha comprobado). El drama tiene que ver con dos factores esenciales en la vida (la salud y la justicia), cuyas instituciones se encuentran en pleno colapso, y en nuestro estado de indefensión y paralización al respecto. El sistema de salud, el público y el privado, es una lágrima que no responde a las mínimas necesidades de la población y que adolece de todas las falencias numerables. En plena época de supuesta bonanza, la inversión y el gasto en salud no son ni una fracción de lo que se requeriría para recuperar el tiempo perdido y revertir la situación. Cuando se realizan inversiones, se hace lo único que sabemos hacer, edificios de cemento que, llegado el momento no se pueden equipar y menos aún dotar de personal capacitado, bien formado y bien pagado. Con la justicia el asunto es peor: Los únicos cambios y esfuerzos que se han hecho han sido para agravar su uso político; el día a día sigue a cargo de verdaderas mafias corporativas. El mismo presidente ha sido siempre muy autocrítico con los resultados obtenidos en el área de salud, y en lo que se refiere a la justicia, Carlos Romero, ex ministro de todo y actual senador electo, ha afirmado recién públicamente que después de las reformas ensayadas, se encuentra peor que antes. Si bien es cierto que el tema no se puede atribuir únicamente a este gobierno, resulta difícil entender cómo es que los bolivianos estamos dispuestos a sentirnos orgullosos de satélites espaciales, centrales nucleares y palacios presidenciales faraónicos, mientras sufrimos todos los días la virtual inexistencia de salud y justicia. Parecería que pensamos que las soluciones son imposibles o, peor aún, que las encontraremos en la cadena perpetua o en la pena de muerte.

jueves, 6 de noviembre de 2014

La Argentina de Tinelli (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-06/11/14)

Yo crecí disfrutando la cultura argentina. Quino, Les Luthiers o Charly García eran un referente importante en nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos. Una buena parte de mi generación no solamente tuvo fuertes vínculos con esa hermosa clase media ilustrada en la Argentina, sino que incluso llegó a reivindicar como propia esa cultura, frente a esos otros que en aquella época admiraban solamente lo gringo o lo que se parecía a lo gringo. Mi viejo le tenía también un entrañable cariño a la Argentina de Gardel y de muchos otros grandes de la música y de las letras; esa historia familiar, sumada a una niñez llena de Billiken, Patoruzito, Mafalda y una gloriosa historia futbolística, nos mantuvieron siempre muy cerca de un país por el que sentíamos sana admiración. Hoy, esa admiración se ha convertido en pena y compasión. No se puede sentir otra cosa frente a una noticia que da cuenta de que Marcelo Tinelli fue distinguido como “Personalidad Destacada de la Cultura” por la legislatura de Buenos Aires. ¿Qué cosa tan tremenda le ha podido ocurrir a un país para llegar a algo así? ¿Algún día imaginamos que los estragos de dos décadas de menemismo y kirchnerismo serían tan monstruosos? ¿Habrá salvación posible todavía para una sociedad que comete ese tipo de aberraciones? ¿Son estos los prolegómenos del fin del mundo, por lo menos tal y como lo conocemos? Realmente es una tragedia bíblica premiar con reconocimiento a la cultura a un personaje farandulero que representa justamente a la anticultura. El señor Tinelli, sus programas y los canales de televisión que los producen, son más bien un monumento a la ignorancia y a la ordinarez. Y como toda ignorancia es ante todo, atrevida, Tinelli representa el atrevido culto a la ignorancia. Tipos como él son los que tienen convencidas a las grandes audiencias que ser un bruto está muy bien, y que la reflexión crítica es cosa de perdedores. Él es el modelo del winner que se lleva el mundo por delante, no a pesar, sino gracias a su liviandad a su ignorancia y a su falta de compromiso con todo lo que no sea útil. Ese personaje, aparentemente cándido e inofensivo, es parte esencial de la maquinaria compuesta por los medios, los auspiciadores y la gobernación que lo premió, para fomentar premeditadamente una sociedad de idiotas que renuncie a su derecho a pensar y actuar con libertad, para entregarse plenamente al consumo de lo que sea. El hombre en realidad es una pieza fundamental en el modelo que apunta a la idiotización masiva y a la estandarización de la ignorancia como condiciones ideales para el éxito del marketing; por eso el premio no es accidente o casualidad. ¿Mal de otros, consuelo de tontos? Creo que sí, porque en casa no andamos mucho mejor; basta con ver nomás la cantidad de brutos adictos a Tinelli y, peor aún, la colección de imitaciones de Tinelli que nos ofrece la televisión local. El referente a seguir, tanto de productores como de conductores, son los shows de Tinelli, con resultados tristes y penosos. En plena “Revolución Democrática y Cultural” (¿se acuerda usted del cuentito ese?), estamos siguiendo los mismos pasos, orgullosos de que nuestra sociedad sea cada día menos sociedad, y cada día más mercado. Todo, a cambio de unos pesos y de la ilusión de que ahora somos ricos.