miércoles, 11 de septiembre de 2013

Chile, cuarenta años despues (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-12/09/13)

Chile sigue sangrando cuarenta años después del golpe militar. Las heridas no han podido sanar, y esto no se debe a que los chilenos sean particularmente masoquistas, rencorosos u obsesivos. Ocurre tal cosa porque parte de la dictadura instaurada en el año 1973 sigue aún vigente, viciosamente inoculada en su modelo económico y su sistema político. El neoliberalismo a ultranza de los Chicago Boys, implantado durante el régimen pinochestista con el entusiasmo de quien experimenta con un Conejillo de India fue, y sigue siendo, una cara de la dictadura que continuó ejerciéndose con normalidad después de la elección de Patricio Aylwin en 1990, y que tampoco fue esencialmente modificada durante los últimos veinte años. Con el retorno a la democracia formal se reinstauraron evidentemente las libertades políticas y constitucionales más elementales, que habían sido salvajemente pisoteadas por el impresentable dictador de uniforme y voz atiplada. Pero lo que subsistió a esa transición política fue un modelo que convirtió al ciudadano en un elemento del mercado. Pese a los intentos de cuatro sucesivos gobiernos socialdemócratas por aplacar las iniquidades de la ley de la selva, finalmente hoy en Chile el resultado es que absolutamente todo está librado a las implacables fuerzas del mercado. La salud, la educación, la seguridad social, los servicios básicos y los recursos naturales, son mercancías que los chilenos deben consumir, claro, de acuerdo a su capacidad de pago y de endeudamiento. Tal como fue concebido, el modelo está dirigido a la maximización de utilidades del empresariado y del mundo financiero, concentrado progresivamente en un puñado de empresas y familias con un poder y una riqueza absurdas. La constitución y sistema judicial del Chile democrático también extendieron rasgos fundamentales de la dictadura en el sistema político, que hoy se encuentran agotados en la exclusión y en las graves falencias de representación que afloran día a día. El problema es ese. El modelo político y económico construidos en la dictadura, finalmente no funcionaron; lo que se consideraba un ejemplo a seguir a nivel regional, terminó mostrando sus límites, en unos niveles de inequidad y de atropello a la dignidad de las personas, sencillamente horrorosos. Es por eso que hoy los chilenos, más que nunca, vuelven la mirada al golpe de 1973, para volver a escuchar la voz de Salvador Allende, el primer presidente del continente que tuvo la visión y el coraje de encarnar un gobierno socialista en democracia. Tal osadía no fue permitida por el gobierno de los Estados Unidos, que urdió tenazmente desde fuera el derrocamiento de Allende, milímetro a milímetro. Allende sacrificó su propia vida en los momentos decisivos de la batalla, lucidamente y con la certeza de que sus ideales quedarían intactos con el paso del tiempo, y que sus traidores pagarían caro el precio de la historia. Y así fue. Hoy, cuarenta años después, Augusto Pinochet es para el mundo y para la mayoría de los chilenos, un asesino, un ladrón, y parte de un episodio que no debe repetirse nunca más. Hoy, cuarenta años después, Chile intenta revisarse y reinventarse profundamente, en la dirección de los caminos de igualdad y libertad que abrió Salvador Allende. Así lo dicen las voces de la calle, de los movimientos sociales, de los liderazgos emergentes, y de las grandes mayorías de ciudadanos, apaleados hasta el cansancio por las grandes corporaciones, dueñas de vidas y haciendas. Y así tendrá que comprenderlo la desgastada clase política chilena, enfrentada a una prueba de fuego.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Todo mal (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-05/09/13)


Que nada funcione como debe ser en nuestro atormentado país no es ninguna novedad para los bolivianos. Estamos acostumbrados, y medio resignados también, a la frustración que genera el hecho de que nuestras instituciones, después de casi doscientos años de vida republicana, nunca hayan llegado a funcionar correctamente, y siempre hayan estado sujetas a los vaivenes políticos e intereses económicos.

La conciencia que tenemos de la fragilidad de nuestro estado incluso nos ha generado una suerte de complejo, que alimentamos señalando cada vez que podemos, las virtudes de países vecinos o del primer mundo; comparando nuestra raquítica institucionalidad con ejemplos cercanos de seriedad, solidez y sostenibilidad; hemos encontrado un poco de alivio en la constatación de que hay países en los que las cosas importantes funcionan muy bien, y que esas referencias marcan un norte y un ejemplo a seguir.

Que en nuestro senado nacional pueda haber un senador acusado de actos de corrupción, está mal, pero no sorprende mucho; que el poder ejecutivo aproveche esas denuncias o invente otras, y manipule a un poder judicial sometido a sus intereses para sentarle la mano a un senador que ha osado hacer denuncias graves en su contra, está requeté mal, pero lamentablemente tampoco nos sorprende ya a estas alturas del partido.

Que el estado brasilero acepte en su embajada en La Paz al senador en condición de asilado político, luego lo saque del país en un operativo sui generis, para después, una vez el senador en territorio brasilero, revisar y poner en duda la condición del mismo, está recontra requetemal, y además sorprende y alarma.

Lo que en un principio me pareció una salida medio rara, pero en el fondo pactada entre ambos gobiernos para darle solución a un problema que se dilataba y podía tornarse insostenible, resultó no ser así. Al parecer tampoco fue el desesperado acto humanitario de un funcionario bajo presión. Las reacciones señalan que detrás de todo, el incidente estuvo marcado por el descontrol, la indisciplina y la presencia de móviles políticos poco claros; todo un escándalo que les costó la cabeza al encargado de negocios, al embajador, y nada menos que al canciller brasileros.

No se esperaba esto de una cancillería que era el símbolo de la seriedad. Se suponía que Itamaraty era el paradigma de la diplomacia profesional, y sin embargo resulta que termina expresando nomás la complejidad de la multitudinaria coalición de gobierno y la sórdida pugna entre adversarios políticos.

Pero el asunto no ha terminado aún. La seguidilla de desaciertos ha permitido que el gobierno boliviano arremeta nuevamente con fuertes presiones sobre Brasil, que parece querer ponerle paños fríos al problema lavándose un poco las manos en la inexplicable necesidad de ratificar el asilo al senador. Y hay que decirlo: un retroceso brasilero en el reconocimiento de la condición de asilado político del senador, sentaría un precedente funesto a nivel internacional, pues se estaría vulnerando una de las instituciones sagradas del derecho político internacional. Fue el gobierno brasilero el que aceptó la solicitud de asilo, y eso no debería revisarse, independientemente de los entretelones políticos.

Qué sensación horrorosa de desaliento es ésta de constatar que ya nada funciona bien, y que esto ocurre cada vez con más frecuencia, un día con el departamento de estado norteamericano, otro día con la poderosa e infalible CIA, otro día con los viejos estados europeos, y así sucesivamente.