jueves, 27 de junio de 2013

Los alteños de la zona Sur (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-27/06/13)


La clásica conversación de los paceños de la zona Sur en relación a la ciudad de El Alto cuando les toca pasar por allí, generalmente en su paso hacia el aeropuerto o hacia un viaje terrestre al exterior, gira en torno al caos y al desorden reinante. Con aires de superioridad y desprecio, los sureños de la sede de gobierno se regodean criticando ferozmente la dinámica aparentemente anárquica de una ciudad que para ellos, representa la antítesis de la modernidad.
La conducta de los choferes, la masiva presencia de actividades económicas informales y/o ilegales, es estado de las vías y la predominancia de indígenas, tiende casi siempre a exacerbar los impulsos coloniales y racistas de los paceños del sur, que derivan en apresurados análisis sociológicos; las lapidarias conclusiones desde la comodidad del auto generalmente rematan en consabidos clichés, tales como “con ésta gente éste país no tiene remedio” o “no hay caso con estos salvajes y por eso nunca llegaremos a ser ni siquiera como nuestros vecinos chilenos o argentinos”.
Con el dedo acusador y burlón, seguramente es difícil valorar en su justa dimensión a una ciudad que veinte años atrás era calificada como una bomba de tiempo social, y que hoy, pese a sus grandes problemas, es uno de los motores económicos más importantes del país. Una ciudad de migrantes donde conviven lógicas culturales rurales y urbanas, que tuvo que aprender a organizarse sola, a espaldas del estado, y que, contra todas las adversidades, trabaja y produce mucho más que otras urbes más privilegiadas.
Juzgando las maneras de los alteños, los paceños “bien” expían sus demonios internos y se reafirman como ciudadanos civilizados y por tanto superiores, pero curiosamente, cuando regresan a su barrio, actúan de manera asombrosamente similar a la de esos “salvajes”. En un contexto más coqueto y de primer mundo, los reflejos no distan mucho de lo que ocurre en El Alto. La señora copetuda a bordo del autazo en San Miguel, se ríe de janeiro en las normas de tránsito y parquea donde se le da la regalada gana; unos pasos más allá, el jovenzuelo primermundista para el auto en tercera fila y pide a gritos desde su ventanilla que el puestero le venda el blu-ray pirata, producido en El Alto; más allacito hay alguien sobornando a un policía, colándose en una fila, y más acacito hay otro mamando impuestos, buscando un negocito con el estado, siempre por el camino más corto y fácil.
En la parte “presentable” de la ciudad a los extranjeros, se pretende que se vive como en un país moderno y civilizado, de acuerdo a nuestras más caras aspiraciones, pero se actúa nomás igualito que aquellos a los que consideramos unos salvajes sin remedio.
No pretendo con ésta líneas ningún análisis sociológico  de fondo, sino simplemente que nos dejemos de joder con los típicos estereotipos cargados de prejuicios racistas, y nos reconozcamos con un poco de honestidad intelectual, en nuestros actos y en nuestra falta de urbanidad y de ciudadanía. No hay nada mejor que el espejo propio como antídoto al comentario fácil y al deslinde de nuestras responsabilidades cuando se trata de juzgar al resto.

jueves, 20 de junio de 2013

El turno de Brasil (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/06/13)


¿Cuánta desconexión con el sentir de la gente puede ocasionar el ejercicio prolongado del poder? ¿Es esta enajenación un destino inexorable de los gobernantes, cualesquiera fueran las circunstancias? ¿El poder aturde y enceguece, quien fuera el que lo ejerce, al grado en que se pierde irremediablemente el sentido de la realidad? Que el resto del mundo se haya visto sorprendido por el rugido de protestas en Brasil, puede ser normal; después de todo, la imagen que se tiene de ese país se ha estereotipado en la estampita del tigre asiático del sur, en el Mundial de Fútbol y en la Olimpiadas.
Lo que no es para nada normal es que las masivas protestas hayan tomado por sorpresa al gobierno y a la oposición brasileras, quienes todavía no salen de su asombro y perplejidad ante la súbita explosión social en curso; no la vieron venir ni entienden qué cuernos está pasando por la cabeza de esos cientos de miles de personas que se han echado a las calles pacíficamente para condenar el sistema político y el modelo económico del hermano mayor de nuestro barrio.
En lo único que coinciden los políticos y analistas brasileros es en que los veinte centavos de incremento en las tarifas de transporte fueron solamente el detonante de las movilizaciones, y que los manifestantes no fueron convocados por ninguna institución constituida. Fueron nuevamente las redes sociales el vehículo para la auto convocatoria espontánea de gente de a pie, protestando, sin liderazgos personales y sin pliego petitorio, contra el sistema de representación política, la corrupción, la violencia, y los tormentos cotidianos que acarrea el modelo.
La única reacción de la presidenta Rousseff, a través de un pálido y destemplado tweet de su vocera, pretendió minimizar lo ocurrido señalando que es normal que los jóvenes protesten y que debía garantizarse que lo hagan evitando la violencia policial. Preocupantemente pobre la reacción, enfilada en la misma línea de los gobernantes de medio oriente y Europa, que intentaron en sus países restarle representatividad a las protestas, con el estigma de que son sólo jóvenes, pocos, violentos, y que después de todo, a la hora de hora, siguen votando en las elecciones.
Eso no es así. Probablemente los jóvenes son los más predispuestos a salir a las calles porque sencillamente la mitad de ellos no tiene trabajo, pero en realidad están representando el hastío de millones de ciudadanos de clase media cuya calidad de vida, más allá de los espejismos, se torna insoportable.
La economía del Brasil anda dando tumbos y ha dejado de crecer; así de fea está la cosa. La apuesta por la demanda interna parece haber llegado a sus límites en una sociedad arrojada al consumismo, pero terriblemente sobre endeudada; todo esto con el telón de fondo irresuelto de ser uno de los países más inequitativos del mundo. Las espectaculares cifras macroeconómicas de la célebre potencia emergente parecen no haber sido suficientes para resolver las horrorosas desigualdades, ni para darle sostenibilidad, ni al crecimiento ni al modelo.
Está en duda también ahora el éxito de la política social de una izquierda pasada por agua que en el fondo se las jugó nomás por la reglas del maltrecho capitalismo internacional y cuya única apuesta parece ser la organización de eventos deportivos en clave de megalomanía, cuya transparencia y beneficios para el país están en entredicho, y le han colmado la paciencia a los “jóvenes manifestantes”.  

jueves, 13 de junio de 2013

Cuando pensar y ser libre, te convierten en estorbo y amenaza (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-13/06/13)


La política partidaria no es el lugar ni para gente libre, ni pensante, y menos aun cuando el partido en cuestión se encuentra en función de gobierno. Tener la osadía de pensar libremente desde el poder, es un pecado mortal que se paga indefectiblemente con la disidencia.
Por eso me pareció incongruente la noticia de una reunión entre algunos asambleístas del MAS, con los disidentes más célebres del gobierno; pese a que los asambleístas ratificaron su militancia en el partido y revindicaron su derecho a reflexionar críticamente, en realidad creo que fue una reunión entre puros disidentes; por un lado los que en algún momento decidieron dar un paso al costado, y por otro los que formalmente siguen en la estructura, pero con un pie en la congeladora y el otro en el paredón.
Cuando la maquinaria de poder está ya en marcha, los pensantes son automáticamente sustituidos por los operadores políticos; en el vértigo de la administración del poder, son ellos los que saben cómo funcionan y cómo se hacen funcionar las cosas; ya sea con alto perfil o por abajito, actúan con gran eficiencia y sangre fría, pero ya no en función de ideas y de valores, sino en función a intereses.
En el pasado, salvo en un par de ocasiones en las que algunas ideas sobrevivieron al poder, los operadores políticos respondían básicamente a intereses económicos. Detrás de las magistrales maniobras y del teje y maneje cotidianos, lo que importaba realmente eran los intereses de los dueños del billete; se hacía lo que tenía que hacerse – cueste los que cueste – para compensar a los que habían puesto cheques de seis ceros durante la campaña, para cumplir con los intereses de los grandes bloques empresariales, o para apuntalar a los futuros “empresarios” del partido, con negocios siempre relacionados con el Estado.
En un lejano segundo plano, aquellos operadores de la nada actuaban para contentar a la dirigencia de los partidos en la interminable demanda de pegas; lo hacían a partir de la débil convicción de que había que mantener una maquinaria activa para defender al gobierno, pero sobre todo para evitar que jodan mucho y que alguno abra el hocico de manera infidente.
No sé mucho cómo serán las cosas en este gobierno, pero imagino que los poderosos operadores tienen la tarea de administrar los espacios de poder de las organizaciones sociales adeptas, que sí tienen capacidad de movilización y, por ende, de causar daño. No se vaya a creer que la plata ya no manda; la diferencia es que esta vez se trata de empoderar a las nuevas burguesías propias, claves para la sostenibilidad del proyecto.
En todos los casos lo que queda claro es que en la maquinaria del poder y del billete, los librepensantes y los contestones son una amenaza que hay que mantener a raya. Los principios y las ideas que encumbraron al MAS, la producción intelectual y la sensibilidad ideológica son ahora obstáculos impertinentes para el núcleo de operadores.
Las voces críticas y reflexivas sobre el rumbo del proceso son sinónimo de resentimiento y de venganza. La defensa de valores y de las maneras correctas de hacer las cosas son una traición que amerita un ajuste de cuentas desde la estructura del partido, en contra de los insolentes.
Habrá que admitir que tenía razón nomás el vice cuando afirmó taxativamente que en éste proceso no hay lugar para librepensantes; cuando se trata de reproducir poder y plata, solamente hay lugar para los operadores.