jueves, 27 de septiembre de 2012

Mentiras que lastiman (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-27/08/12)


Mentir y convencer a quien se miente es un arte que requiere, entre otras cosas, cierta clase. No son suficientes el aplomo y la cara de palo para lanzarle, a quien quiera que fuere, una falacia o una verdad a medias mirándolo a los ojos, pues con ello es muy fácil embarrar aún más las cosas, pasando de mentiroso a cínico. Unos más y otros menos, todos mentimos ya sea para salir de aprietos, ya sea para evitar conflictos que consideramos innecesarios; mentiras blancas le dicen. Pero incluso en el terreno innoble de las mentiras, hay ciertos límites que en el fondo sabemos no se deben transgredir, y uno de ellos es el no subestimar al engañado, insultando su inteligencia.
Una cosa es entonces que te mientan, y otra muy distinta es que te tomen por tonto, y esos es justamente lo que está haciendo el gobierno cuando intenta explicar la represión a los marchistas del TIPNIS en Chaparina. Nos han mentido durante un año, y además han asumido que somos unos bobos que, a fuerza de escuchar mentiras, terminaremos legitimando la impunidad de unos hechos, que de por sí fueron muy graves, y que a la sombra de la mentira, se han vuelto indignantes.
Es cierto que estamos acostumbrados a tragarnos sapos de todo tamaño y color cuando de política se trata, y que lo hacemos con cierta condescendencia, conscientes de que en ese feroz mundo, las líneas entre lo falso y lo verdadero pueden ser frecuentemente muy difusas. Nuestra tolerancia a la mentira desde el poder es mucho más benévola y flexible que la que podemos tener hacia nuestros pares, pero, definitivamente, también tiene un límite.
Incluso para mí, que me considero un tipo a prueba de fuego en disputas políticas, la entrevista del primer mandatario en las pantallas de CNN, en la que insiste en la explicación de que yo no sabía nada y nadie sabía nada, me ha vuelto a revolver el estómago. Sencillamente me parece una justificación infantil, y por lo tanto inadmisible.
Pretender contentarnos con la teoría de la ruptura de la cadena de mando en una circunstancia tan delicada y tan explosiva, no es otra cosa que una afrenta a nuestro sentido común, y una provocación que raya en la alevosía. Todos sabemos de sobra que en este gobierno no vuela una mosca sin la aprobación del presidente, hasta en los temas más banales; también sabemos que la preparación del operativo de intervención a la marcha requirió de una labor logística realizada con antelación y que, por lo tanto, la operación no pudo haber obedecido a un error de improvisación.
El presidente no ha tenido ningún reparo en culpar a la Policía, insinuando de alguna manera que detrás de la decisión hubo la intención de perjudicarlo; ¿Cómo se explica entonces que el uniformado a cargo de las labores de inteligencia, presente en el lugar, funja actualmente como comandante de la Policía? ¿Y cómo se explica que, una vez “enterado” del operativo, el presidente no haya ordenado inmediatamente su suspensión? ¿No fue acaso la continuación del mismo lo que originó la renuncia de la ministra de defensa?
Se pueden admitir y comprender cualquier tipo de errores cometidos en el ejercicio del poder, por muy graves que fueran, siempre y cuando se perciba un mínimo de humildad y sinceridad de parte de los responsables. Pero cuando las justificaciones se amparan en falsedades tan evidentes, no queda otra interpretación que la cobardía, y ese es un rasgo que hasta ahora no caracterizaba al presidente. Por eso la gravedad de esta mentira que manchará definitivamente la imagen del primer mandatario.    

jueves, 20 de septiembre de 2012

La delgada línea roja (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/09/12)


Se ha hecho normal en estos tiempos escuchar conversaciones en las que se opina alegremente acerca del impacto de la hoja de coca y del narcotráfico en la economía del país. Mucha gente no tiene el menor reparo en afirmar, con énfasis y contundencia, que la situación económica que vive el país se debe exclusivamente a la plata del narco; los edificios, los autos, la gente en los restaurantes, todo es producto de la coca y la cocaína, y de allí a la temeridad de sostener que somos un narco estado, hay solo un pasito.
Para comprar esa aventurada tesis, tendríamos que constatar con datos aquella imagen que se ha instalado en el imaginario público, que de alguna manera retrata un país en el que la producción de coca se ha descontrolado demencialmente, en virtud a la condición de dirigente cocalero, que todavía ejerce el presidente Morales. Así de burda es la estampa que se maneja: el Evo le debe la silla a sus cocaleros, a cambio les ha dado piedra libre para cultivar coca y producir droga, y es por eso que hay tanta plata.
Obviamente hay mucho de ignorancia y de mala leche en ese tipo de posturas, que en el fondo intentan estigmatizar al gobierno y al presidente con el narcotráfico. No pretendo de ninguna manera minimizar el problema de droga ni mucho menos, pero, para ser honesto, las cifras desmienten esos extremos.
Es cierto que no tenemos por qué creerle al gobierno, porque lamentablemente han perdido la vergüenza a la hora de mentir; tampoco estamos en la obligación de creerle a ojos cerrados a la Oficina de Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito, pero curiosamente, las cifras presentadas en su último informe, coinciden con la información de los gringos, en sentido de que los cultivos de hoja de coca bajaron entre 2010 y 2011, entre un 12% y un 13%. Por tanto no hay tal descontrol en el cultivo, nos guste o no.
Por otro lado, estimaciones de diverso origen, establecen que el narcotráfico mueve anualmente un monto que podría estar entre los mil y mil quinientos millones de dólares, es decir una cifra que representa alrededor del 5% de nuestro PIB. ¿Alcanza esa relación para explicar que nuestra economía se mueve por el narco? Obviamente no.
Aunque suene extraño decirlo, parece que esa dudosa figura de autocontrol social, ha funcionado igual que la erradicación forzosa, o mejor, si consideramos que se han evitado atropellos y muertes.
Pero ojo, no se nos puede escapar en el análisis el hecho de que la mayor parte de la producción se va al mercado ilegal, que se produce mucho más droga con la misma cantidad de hojas debido a la innovación tecnológica en la transformación, que el hecho de ser un país de tránsito nos ha puesto en el mapa de los temibles carteles, y sobre todo que, la violencia derivada de la actividad de los narcos y anexos se ha incrementado enormemente, amenazando con cambiar de manera irreversible nuestra vida cotidiana. Si bien los montos de dinero que el narco mueve no sean tan estrafalarios como se dice, el negocio genera mucha liquidez, y eso sí que se puede percibir de manera preocupante.
El gobierno camina sobre una delgada línea en el tema coca-narcotráfico, midiendo, con paso de equilibrista, los esfuerzos exactos que le permitan administrar el asunto sin enfrentarse de lleno con sus bases de poder. Hasta el momento la fórmula parece que funciona, pero se trata de un juego extremadamente peligroso si se sigue subestimando la capacidad de infiltración de las mafias en nuestro tejido institucional y social.    

lunes, 17 de septiembre de 2012

La real boda real (Artículo de Opinión-Suplemento Ideas-Página Siete-16/09/12)


Una vez disipados los suspiros, los vivas, los enhorabuenas y los vituperios, las críticas y las burlas, no está de más hacer una lectura desapasionada de la boda del vicepresidente Álvaro García Linera. El ardor con el que tanto seguidores como detractores reaccionaron ante la preparación y escenificación del mega evento es una clara confirmación de que el poder, junto al romance y el espectáculo, es la mezcla explosiva perfecta para excitar pasiones y mover opiniones en la sociedad moderna. Estará usted pensando que olvidé mencionar el principal ingrediente de la fórmula, el dinero; claro que también es importante, pero a veces puede ser no indispensable, en la medida en que no alcanza para comprar fama y poder.
Y el vice no es un vice cualquiera; es un vice con mucho poder, atípico en relación a sus predecesores y a la extraña naturaleza de un cargo tradicionalmente accesorio y hasta decorativo; una figura entre la catalepsia y el servicio público, según Mariano Baptista. Lejos de eso, este vicepresidente ha sido hasta ahora parte de la dupla más poderosa, probablemente de toda nuestra historia política; el segundo hombre esta vez es el segundo de verdad, y goza y ejerce poder con rigor en todas sus esferas.
Su paso por las pantallas de televisión lo ha dotado además de un profundo conocimiento del mundo de la comunicación y de su indisoluble vínculo con el espectáculo; como panelista y comentarista de noticias adquirió un perfil público que lo colocó en la categoría de famoso, en la construcción de la antesala del poder.
Ya no se trata entonces simplemente del intelectual de izquierda, de extremo compromiso en el terreno de la acción política, y de aura mitológica en virtud a su compleja historia personal. Los que todavía tenían esa imagen de ese García Linera, son quienes han dicho que imaginaban que la boda de un académico, marxista, indigenista y guerrillero, debía ser un trámite sencillo y sobrio, acorde con sus creencias y con su estilo de vida.
No debería causar sorpresa el hecho de que la ocasión haya sido comprendida y asumida de una manera diametralmente opuesta. No sin antes precisar que me parece un absurdo comprar las conjeturas que apuntan a que el matrimonio es una farsa montada sobre el interés de cambiar su perfil, creo que, como era de esperarse, el vice aprovecho simplemente la ocasión de este evento en su vida personal, para hacer política, lanzando una serie de señales. Esto me parece normal en alguien que vive exclusiva e íntegramente para la política, pero además creo que, desde esa perspectiva, lo ha hecho con mucho éxito.
Convengamos en que el fuerte de este gobierno, desde el día uno, es el manejo de la simbología y la construcción de la mitología del nuevo poder. Todo lo que dicen y lo que hacen está en función a aquello y, desgraciadamente, el tiempo se está encargando de confirmar de que detrás de lo simbólico y lo mediático, hay solamente eso y nada más que eso.
En esa óptica, la boda era una joyita que no podía desaprovecharse, y por ello la meticulosa orquestación de generación de expectativas y el monumental remate mediático. Las señales que se mandaron en ese operativo paralelo a la circunstancia personal del vice fueron diversas y apuntaron más allá de su perfil; sin embargo, la primera lectura tiene que ver con eso: el mandatario ya no es más el divorciado cincuentón que no valora la institución del matrimonio y la familia, temas sagrados para las clases medias urbanas.
Otro ángulo que seguramente valía la pena destacar eran las características de su pareja, una mujer profesional, de alto perfil mediático, muy agraciada y proveniente de una posición social acomodada. Allí la recuperación del lazo social del indigenista contestatario con las burguesía urbanas, funcionó de mil maravillas. Para evitar disgustos y descontentos en el otro extremo, eran necesarias las señales de ritualidad originarias en el escenario tiahuanacota y el primer capítulo de fiesta popular, con ají de fideo incluido. Luego el matrimonio religioso en la solemnidad catedralicia para restablecer los vínculos, no con la iglesia, sino con espíritu religioso, otro fundamento esencial a ojos de la sociedad.
El tema regional tampoco fue descuidado; el guiño se hizo en la planificación desde Santa Cruz, con el concurso de las figuras más emblemáticas de la industria social. La síntesis, el plato fuerte mediático, fue obviamente el espectacular trasfondo de realeza y el matiz de farándula que se le imprimió a todo el proceso.
El resultado de todo esto, a mi modesto entender, fue un éxito rotundo. Al margen de las críticas personales y los ataques políticos, los efectos deseados fueron contundentes; el poder se dio un baño de humanidad, y el público se abandonó con entusiasmo a la fantasía del cuento de hadas. El manejo simbólico y las señales políticas enviadas calaron profundamente en la sensibilidad de la gente, pero además modificarán opiniones y posiciones acerca del vicepresidente, e incluso del carácter del régimen. Sena-quina, para ponerlo en términos ponerlo en términos populares.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Atropellos en el Día del Peatón (Columna de Opinión Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-13/09/12)


Voy a insistir esta semana en un tema que, por suerte, ha merecido ya la opinión de muchísima gente, tanto en columnas de opinión como en editoriales y redes sociales: el bendito Día del Peatón. Madre mía, ¿habrase visto un atropello (disculpen la ironía del término) a la vez tan absurdo como autoritario?
En una ciudad como la nuestra, atormentada año redondo por miles de marchas, bloqueos, desfiles cívicos y entradas folklóricas, darse el lujo de imponer un día más de paralización, va más allá de cualquier tipo de racionalidad y, francamente, raya en la locura. Pero veamos el tema un poco más en serio, porque detrás de su aparente candidez, el asunto tiene varias aristas de consideración.
Hay que decirlo claramente y con todas sus letras: primero que nada, la prohibición de circular libremente por las calles de tu ciudad en un auto o en una moto, es una restricción de libertades constitucionales sencillamente inadmisible. La fuerza coercitiva desplegada por el estado (policía, alcaldías, etc.) contra el ciudadano, es, además de un abuso, un desperdicio. ¿Cuál puede ser el tamaño o la validez de una razón, para que se me obligue, a la fuerza, a observar tal o cual principio, recortando mi libertad de movimiento y mis derechos?
Así como el tema que motiva la decisión puede ser muy importante, bien podrían haber muchos otros de similar sustancia; ¿qué le parecería entonces un día sin pantallas (de televisión de computadora, de tablet, de celular o de consolas)? ¿Tendrán para eso que cortarnos el suministro de electricidad o poner un guardia en cada casa? ¿O tal vez un día sin consumo de triglicéridos y colesterol? ¿Saldrán para aquello cuadrillas de enfermeras para cosernos la boca a todos? Absurdo, ¿no es verdad?
Podríamos decir mucho más en cuanto a la violación de derechos y principios, pero la medida tiene también implicaciones objetivas en lo económico que no se puede dejar de lado. Paralizar la actividad comercial, gastronómica, turística y de entretenimiento en general un domingo del mes de septiembre no es ninguna broma para cientos de miles de ciudadanos; si bien muchos establecimientos tuvieron que pasar las de Caín para funcionar a media fuerza, muchos otros simplemente tuvieron que dejar de operar; para muchos de ellos, por el giro y la naturaleza de sus actividades, eso significó ni más ni menos que un impacto del 25% de sus ingresos mensuales. Eso en términos empresariales, sin considerar a la gente que vive al día, para los que un día sin trabajar representa realmente un problema.
Y qué decir en cuanto el real impacto de este Día en Defensa de la Madre Tierra (así titula la ley 150). ¿Alguien se ha tomado la molestia de medirlo y evaluar de alguna manera su trascendencia? ¿O es que ese impacto es en suma insignificante, y más bien se trata de tranquilizar por un ratito nuestra conciencia en un saludo a la bandera?
En fin, creo realmente que este adefesio no debe volver a repetirse en esas condiciones. Si bien se trata de una ley nacional, el gobierno municipal debe encontrar la manera de que, en adelante, se cumpla con el espíritu y el objetivo de la norma de manera más racional. El sentido común indica que deberían delimitarse ciertas zonas de la ciudad para la actividad de peatones, ciclistas y deportistas, en las que se restringa el tráfico, sin la necesidad de paralizar la ciudad entera. Pero está claro que hay que detener esta locura, sobre todo frente a las iniciativas que, no contentas con los daños infligidos, proponen que esto se haga ¡dos veces al año!  

domingo, 2 de septiembre de 2012

Lapidando a Assange (Artículo de análisis-Suplemento Ideas-Página Siete-02/08/12)


Dos años después de la publicación de una parte de los 250.000 cables de Wikileaks, es todavía difícil establecer su verdadero impacto. Y es que hay que considerar que, después de todo, el asunto tuvo, y tiene todavía, implicaciones diversas en los ámbitos diplomáticos, periodísticos, judiciales y, ciertamente, políticos. La suerte judicial de Julian Assange y la posición del gobierno británico le han devuelto actualidad al tema y han reposicionado en la agenda pública internacional el debate, hoy centrado esencialmente en las condiciones de su asilo y en las presiones para su extradición.
Sin embargo, mirando hacia atrás resulta curioso el hecho de que pese a la enormidad de las revelaciones contenidas en los cables, la sensación de muchos es la de que hubo más ruido que nueces. ¿Demasiada información? ¿Temas muy diversos y dispersos concentrados en pocas semanas? ¿Expectativas aplastadas por una avalancha de información demasiado grande en un mundo acostumbrado a lo inmediato y a lo efímero? ¿Incredulidad subconsciente frente a la grosería de los hallazgos? ¿O, por el contrario, indiferencia ante una realidad que ya todos se imaginaban?
El hecho es que finalmente la saturación de información fue tal, que seguramente hoy nadie recuerda nada en concreto, ni siquiera aquellas partes que hacían referencia a Bolivia o a temas de nuestra competencia. Vaya paradoja: el exceso de información, en los hechos, anuló casi por completo el impacto de una bomba que, en teoría, debía hacer palidecer al escándalo Watergate.
El ruido ensordecedor causado por las cientos y miles de revelaciones contenidas en los cables del Departamento de Estado norteamericano impidió cualquier tipo de retención sobre todos los asuntos descubiertos, y también borró de alguna manera el tema relevante; me refiero a la constatación de que el manejo de la diplomacia y las relaciones exteriores de la primera potencia del mundo, tiene como sustento la especulación barata y el chismerío de poca monta. La cancillería de los centinelas de la libertad no había sido la institución sacrosanta de alta seguridad en donde diplomáticos y especialistas de excelencia mundial velan por la observancia de la democracia y los derechos humanos.
Nada que ver. La información generada desde allí mismo, desnudó más bien que la maquinaria diplomática más influyente del mundo funciona a imagen y semejanza de unos burócratas que poco o nada de diferente tienen con un empleado público de república bananera. Detrás de las imponentes e intimidantes fachadas de las embajadas americanas en todo el mundo, los más sensibles temas de política internacional resultan ser tratados con la ligereza del cotilleo de cóctel, y con la ocurrencia del funcionario que inventa historias para justificar su pega con interminables “informes confidenciales”.
Nada sería eso. Haciendo abstracción incluso de la ordinariez en las formas y las maneras, lo que debe resaltar es el espíritu detrás del seguimiento a los gobiernos; en la óptica de eso que algunos todavía insisten en llamar diplomacia, el mundo entero somos una tribu de peones, más o menos útiles y funcionales a los intereses económicos y geopolíticos de Washington. El estado de derecho, el respeto a la soberanía, el ejercicio pleno y el desarrollo de la democracia y la observancia de la institucionalidad, quedaron después de Wikileaks reducidos a una palabrería vacía de contenido, solamente apta para el consumo de los giles, o de lo muy vivos, que piensan que así nomás tiene que funcionar el mundo, es decir bajo la tutela de los ricos y poderosos.
Ese es el meollo del asunto a mi modesto entender: el menoscabo de majestad del sistema de valores democráticos, y la pérdida confirmada de autoridad moral y política de los Estados Unidos para seguir autodenominándose como el referente de los principios del mundo libre y civilizado.
Como prueba de esto, me remito a la airada reacción de Vargas Llosa, plasmada en su última columna de El País. La virulencia con la que en ella ataca a Assange, incurriendo en una serie de omisiones, arbitrariedades y prejuicios impropios, tanto del el intelectual, como del literato. El alegato condenatorio es propio de alguien a quién le han tocado la madre, y claro, en este caso no se trata ni de su madre biológica ni de su madre patria, el Perú (¿o España?), sino justamente del paradigma de la democracia liberal, y del rol mesiánico de los Estados Unidos en la cruzada contra cualquier cosa que no sea el sagrado liberalismo político y económico.
Dice literalmente así, para quienes crean que podría estar exagerando: “¿Contribuyeron las delaciones de WikiLeaks a airear unos fondos delictivos y criminales de la vida política estadounidense? Así lo afirman quienes odian a Estados Unidos, “el enemigo de la humanidad”, y no se consuelan todavía de que la democracia liberal, del que ese país es el principal valedor, ganara la Guerra Fría y no fueran más bien el comunismo soviético o el maoísta los triunfadores”.
Así, por obra y gracia del maniqueísmo de Vargas Llosa, nos hemos convertido todos en odiadores de los Estados Unidos; pero ojo, si no se siente cómodo en la categoría, pues entonces puede zafar lapidando a Assange. ¿Astuto, no?  

¿Campaña anticipada? (Columa de opinión Bajo la Sombra de Olivo-Página Siete-30/08/12)


Esta semana se han ventilado por distintos medios una serie de cifras relacionadas con los montos invertidos por el gobierno en el primer semestre del año, en propaganda mediática masiva. El vaivén de números motivó incluso una respuesta del ministro de economía, que nos terminó de confundir con más cifras, para terminar diciendo que mejor iba a revisar los datos antes de continuar con la discusión.
Más allá de que las enormes cifras en las que se detalla hasta el centavo no cuadran, pese a que se sustentan en las mismas fuentes, el tema de discusión parece estar dirigido a que el gobierno estaría iniciando, con un aumento en la inversión publicitaria, la campaña presidencial con miras a las elecciones del 2014.
Ya quisiéramos que así fuera; de ser así, querría decir que en todo este tiempo no hemos estado en campaña, y claro, la realidad es otra. Lo cierto es que la línea divisoria entre tiempos de campaña y tiempos de gestión es hace mucho tiempo pura ilusión. La campaña es un modo de acción permanente, característico de todos los gobiernos, aquí, y en la quebrada del ají. Atribuirle ese rasgo únicamente al gobierno de MAS, no tiene entonces ningún sentido.
Lamentablemente así funcionan las cosas en todo el mundo, y en el caso particular nuestro, esa manera de entender el marketing y la política, y el monstruoso resultado llamado marketing político, se practican desde hace décadas. La plenitud de esa concepción se la vivió probablemente en el segundo gobierno de Sánchez de Lozada, en el que los asesores gringos se quedaron después de la elección, operando de la misma manera hasta el día en que todos tuvieron que subirse al helicóptero.
La campaña por la reelección indefinida de Evo Morales comenzó el primer día de su primer mandato, y no ha cesado un solo minuto desde entonces. El uso de mensajes televisivos es solamente una pequeña parte de la noción de campaña que maneja el gobierno, y su incremento representa también parcialmente, la posibilidad de un cambio de velocidad en esa carrera permanente.
Me atrevería incluso a decir que el MAS, con una mezcla de intuición, instinto, apetito desmesurado de poder, y toneladas de irresponsabilidad política, le ha dado una nueva dimensión al marketing político. Con este gobierno, aquella historia clásica de que hay que ofrecer lo que la gente quiere escuchar, para después hacer otra cosa, y “explicar” mediante la comunicación que en realidad se hizo otra, ha quedado superada.
Ahora se ha llevado el mismo razonamiento hasta el límite; todo lo que se piensa, lo que se hace y lo que se dice, está exclusivamente en función a las posibilidades de adhesión que esto genere, a la retribución de apoyos, y, finalmente, al voto. El gesto, el discurso, la gestión, el viaje, el nombramiento, el decreto, la ley, la concentración, en fin, todo es parte indisoluble del objetivo único y primordial: la suma de votos para encarar la próxima elección, y así sucesivamente.
Separar la gestión de la campaña en esas circunstancias ya no es posible, en la medida en que el discurso y la consigna se han sobrepuesto a todo; así entiende el gobierno, la campaña permanente y la reproducción del poder, y seguramente lo hace mejor que el más reputado de los estrategas internacionales.
El problema, como siempre, es mucho más complicado que el mero gasto en propaganda.

El dedo en la trampa (Columna de Opinión Bajo La Sombra del Olivo-Página Siete-23/08/12)


Los candidatos de la democracia del marketing electoral y la comunicación política no dicen en público nada que esté fuera de la sagrada estrategia. Cada palabra, cada gesto y cada acción supuestamente están fríamente calculados y responden a un cuidadoso guión, que importa mil veces más que idioteces anacrónica tales como la ideología, los valores humanos o el compromiso con ciertas causas. Para eso los políticos invierten verdaderas fortunas en el servicio permanente de una legión de encuestadores, estrategas y asesores de imagen que les soplan en la oreja qué tienen que decir, cómo lo tienen que decir y cuándo lo tienen que decir.
Sin embargo, parece que el carácter de Samuel Doria Medina no se ajusta mucho a esa disciplina, pues pese a que es de conocimiento público que como dirigente político y como empresario utiliza estas herramientas de marketing, decidió no hacerles mucho caso, embarcándose en una febril utilización de las redes sociales, sin ningún tipo de filtro previo.
Hace ya varios meses que el jefe de Unidad Nacional le andaba dando duro al telefonito con una avalancha de mensajes, tanto en el Facebook como en el Twitter; frasecitas sueltas por aquí y por allá para referirse, igual a temas medio triviales como a asuntos de profundidad. Al diablo la estrategia y la mesura, frente a la tentación de la inmediatez, de la ocurrencia y de las felicitaciones de sus seguidores internautas.
Y claro, pasó lo que tenía que pasar: la adicción a los fáciles “Me Gusta”, terminaron costándole caro. En vez de utilizar el internet como una herramienta de apoyo, se metió de lleno en el espíritu de las redes sociales, es decir en el chismerío. La monumental metida de pata (en esta caso metida de dedo), más allá de la polémica, reviste cierta gravedad en la medida en que, con ella, Doria Medina ha roto un código; se transgredió un límite, hasta ese momento respetado en la política boliviana, que dice que, pese a la brutalidad de algunas de nuestras prácticas, hay ciertas cosas que no se hacen, ni se dicen.
Si bien el chisme es un rasgo característico de nuestra vida política, éstos están reservados para la copucha de cóctel, y nunca se ventilaron en los medios, y menos a través de declaraciones de dirigentes. Seguramente en los Estados Unidos, en donde prima el pseudo puritanismo público, ese tipo de práctica es moneda común y además funciona electoralmente, pero acá no es así; por eso, si fue un comentario con intenciones políticas, y no solamente un desliz, el grado de desubicación sería realmente alarmante.
En cualquier caso, creo que todo el mundo coincide en que fue una ordinariez descollante, incluso en estos tiempos en los que estamos habituados a barbaridades de calibre mayor. Para peor, tanto el comentario, como la explicación y las disculpas, estuvieron teñidos de un tono de autosuficiencia que ciertamente no contribuyen en nada a disipar la imagen de soberbia que muchos tienen del líder político.
Veremos todavía qué es lo que ocurre en adelante y cuáles pueden ser los impactos en el escenario político electoral. Por lo pronto, queda fuera de toda duda que Samuel se ha echado gratuitamente encima la condena social de, por le menos, millones de mujeres indignadas. Habrá que ver sin embargo si la decisión política del gobierno, de “escarmentarlo” con procesos judiciales, no le permitirá en el futuro voltear la torta, mediante el recurso de la victimización. Con ello quedaría ampliamente demostrado aquello de que, en política, todo es posible.