domingo, 28 de noviembre de 2010

La voz de los factores de poder (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-28/11/10)

La coyuntura política ha estado marcada estos días por la deliberación pública de dos instituciones de marcada importancia en el acontecer nacional. Las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica, cada una por su lado, se han expresado en voz alta, generando ecos y reacciones de diversa índole.

Históricamente, ambas instituciones han sido no solamente factores, si no actores de poder político de primera línea. Durante siglos el Papado tuvo una gravitación protagónica en Europa, ejerciendo poder político plenamente, inclusive a través de sus propios ejércitos. En tiempos más recientes, el Papa Juan Pablo II, solamente por citar un ejemplo, tuvo una participación, para muchos decisiva, en el derrumbe del bloque soviético, y por consiguiente en el cambio de los ejes geopolíticos mundiales. La actuación política directa de las Fuerzas Armadas en todo el mundo y en todas las épocas está, por supuesto, fuera de toda duda, y puede ser documentada ampliamente.

Resulta entonces, a la luz de la evidencias, un poco ocioso enfrascarse en la discusión acerca de la legalidad, la pertinencia o la conveniencia de que los curas y los militares opinen públicamente acerca de temas políticos. Al margen de haber sido actores de poder, siguen siendo importantes factores de poder político, y en esa medida es absolutamente normal que adopten posiciones concretas, ante el proceso político que estamos viviendo, y ante cualquier tema de coyuntura. No debería preocuparnos tanto el hecho de que hablen, a pesar de que en el caso de los militares existen prohibiciones constitucionales y estatutarias, y en el caso de los prelados su labor (independientemente de los reiterativos pedidos del gobierno para que se ocupen sólo de rezar) ha estado siempre más allá de la asistencia espiritual.

En vez de lanzar el grito al cielo y rasgarse las vestiduras por el hecho de que los militares se declaren antiimperialistas, socialistas y comunitarios, y por que los obispos le lancen críticas al gobierno sobre la libertad de expresión, el estado de derecho y el impacto del narcotráfico en la sociedad, creo que es mejor detenerse a mirar desde que escenarios y circunstancias se están expresando. Más allá de la formas y de su “derecho”, potestad o autoridad moral para deliberar, queda claro que ambas instituciones siguen y seguirán asumiendo posiciones políticas, claro, desde realidades y situaciones totalmente distintas.

En el caso de los religiosos, se percibe cierta dificultad del clero para encontrar su nuevo lugar y rol en un estado de cosas que, por lo menos en lo que concierne a ellos, ha cambiado sustantivamente. La nueva Constitución Política del Estado establece que somos una nación laica, y eso implica la suspensión de una serie de privilegios para la iglesia católica. Por otro lado, es evidente también que la iglesia atraviesa un delicadísimo momento a nivel internacional, que ha debilitado sus principales atributos, y que se presenta como una verdadera crisis.

Pese a ello, el duro enfrentamiento del gobierno con las sotanas es a veces difícil de comprender. Si bien la iglesia tuvo un rol reaccionario durante la Revolución del 52, en las últimas décadas se debe reconocer que su papel fue más bien progresista, a diferencia de lo demostrado en Chile y Argentina, en donde se identificaron estrechamente con los sectores más conservadores y apoyaron abiertamente a las dictaduras. La iglesia, hay que decirlo, contribuyó tanto a la recuperación de la democracia como al actual proceso constituyente, y probablemente no amerita estar señalada políticamente en la extrema derecha. Podría ser quizás la postura personal del Cardenal Terrazas (en sus polémicas y censurables apuestas por los estatutos autonómicos o por la inocencia de los hacendados esclavistas, por ejemplo) la que ha contribuido a desgastar una relación ya de por sí difícil en tiempos de cambio.

Sirve mucho en este contexto, el análisis de Gabriel Chávez en este mismo medio, que expresa su preocupación por el fin de la iglesia como árbitro de cuestiones políticas. Me permito agregar simplemente que la razón por la que la iglesia, derechos humanos y el defensor del pueblo fungieran de árbitro en tantas situaciones límite, fue porque toda la institucionalidad del viejo régimen se caía a pedazos, y había perdido toda representatividad y legitimidad. No quiere decir esto, sin embargo, que en la nueva estatalidad en construcción y en conflicto todavía, no se vaya a requerir nuevamente en el futuro del arbitrio de la iglesia en momentos de quiebre.

El reciente pronunciamiento del Alto Mando de las Fuerzas Armadas responde a circunstancias distintas; pese a que una legión de columnistas y analistas coincidieron la semana pasada en señalar el carácter prebendal de la institución, y su tendencia a guardar lealtades resultantes de incentivos presupuestales, bonos y “asistencias técnicas”, no se puede dejar de mencionar que parte de la solidez del actual régimen, se debe al apoyo comprometido e irrestricto de los uniformados en todas sus ramas.

Más allá del “buen trato” económico dispensado por el gobierno, y de un hábil manejo de ascensos, se puede pensar en varias razones que explican la afinidad mutua. La institución armada, una de las pocas sobrevivientes en el proceso de rediseño estatal, fue siempre portadora de valores fuertemente ligados al nacionalismo y, por qué no ponerlo así también, al patrioterismo. Sería razonable imaginar entonces que se encuentren más cómodos con las inclinaciones políticas del gobierno, que de paso los ha eximido del servilismo y la alienación con el estado norteamericano.

En suma, pretender que por que teóricamente estén limitados a cierta circunscripción de acción, estos factores de poder no seguirán asumiendo posiciones, es una muestra de ignorancia de la realidad.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Alienaciones y enajenaciones electrónicas (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-25/11/10)

En esta vorágine de tecnologías en permanente y casi desquiciada renovación, ¿somos todavía capaces de distinguir entre la virtualidad y la realidad? Se estará usted preguntando ahora mismo si el que ha perdido la noción de la realidad soy yo, por estar haciendo tal pregunta, y además, dudando de la respuesta. Créame, tengo razones para sospechar de un futuro mediato en el que, hacer la diferencia entre lo virtual y lo real no será tan evidente para muchos, con todas las deformaciones y enajenaciones que esto implica.

No estoy hablando de dispositivos futuristas de ciencia ficción, de esos que nos enchufarán en la cabeza para inducirnos a recrear realidades alternas en nuestras mentes; no señor, me refiero más bien a artefactos que ya han penetrado nuestras vidas y nuestros trabajos desde hace mucho tiempo, y que, poco a poco y de manera silenciosa, nos están devorando. La computadora, el teléfono celular, la televisión por cable, y el internet ya son para nosotros cosa de todos los días (nosotros somos, para que quede claro, los privilegiados urbanos de ingresos altos); tan habituados estamos a todos estos aparatos, que ya ni siquiera reparamos mucho en el poder de sus nuevas versiones, y sobre todo, en su impacto en nuestra cotidianidad.

Su telefonito móvil probablemente se ha convertido, así como quien no quiere la cosa, en un Blackberry que , a su vez, lo ha convertido a usted en un esclavo, conectado y en la obligación de estar disponible para su jefe dieciocho horas al día, los siete días a la semana. Si usted antes se hallaba sentado frente a las pantallas diez horas al día, pues ahora puede ser que sean doce, pues aparte de trabajar y “entretenerse” con la computadora, ahora hace “vida social” a través del Facebook o del Twitter. Si usted pensaba que sus hijos pasaban mucho tiempo entre el internet, el Wii y la tevé por cable, pues ahora con la velocidad y la versatilidad disponibles, vaya usted a saber qué es lo que están haciendo (además de confirmar la paradoja de la creciente ignorancia frente, a la sobre oferta de información y la disponibilidad inmediata y gratuita de todo lo que pudieran querer).

Pero lo impresionante de todo esto, es el creciente grado de deformación de la realidad que puede estar causando. Hace un par de meses, llevé a mi hijo de siete años al bowling (al de verdad, no al del Wii, en el que me sacude hasta con la izquierda); el nivel de frustración que sufrió al experimentar que la cosa no era como en la tele, me obligó a tener que recordarle que estábamos jugando en la realidad, y que eso era completamente distinto al Wii. Alarmante.

Igual de alarmante podrían ser nuestras proyecciones en los perfiles que creamos en el Facebook, facetas parciales de nuestra personalidad real, intentos desesperados de existir a través de un alter ego. Hacemos allí vida social, unos jugándose públicamente en el muro, otros ejerciendo una suerte de voyerismo, desde la tribuna que les permite mirar la vida de los demás, sin exponerse. Allí podemos pretender que somos “amigos” o conocidos del presidente Mesa o que nos codeamos con las Magníficas, o que las doscientas felicitaciones en el día de nuestro cumpleaños (¿cuánta gente nos llamaba antes del Facebook?), o los mil quinientos amigos registrados, quieren decir algo (¿un termómetro de nuestra popularidad o de nuestro grado de integración?).

La realidad parece convertirse de a poco en la absurda ruta inversa, para que nuestras vidas se asemejen a nuestras proyecciones y vivencias virtuales: el mundo al revés, al instante.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Antiimperialistas por fin (Columna Bajo la Sombra del Olivo-18/11/10)

Debe ser una cuestión de edad, y no creo que mi caso sea una excepción. Más bien creo que, en general, cuando los de mi generación escuchamos cualquier cosa en relación a las Fuerzas Armadas, nos ponemos incómodos y nerviosos. Eso es normal, y no implica ningún tipo de animadversión personal en contra del ejército; como digo es una cuestión generacional, que trasciende lo político y lo personal. Pese a que han transcurrido prácticamente treinta años en los que las Fuerzas Armadas han acompañado la construcción de las democracias bolivianas, a mí todavía se me hace difícil desprenderme completamente de su imagen histórica, ligada a las dictaduras y a la contrarrevolución.

Pese a mis traumas de juventud, he decido escribir sobre los milicos (así les llamábamos, provocativamente) porque el domingo pasado, el alto mando militar se declaró antiimperialista, socialista y comunitario. La declaración fue fuerte y da para un debate interesante que comienza ya a darse en los espacios de opinión de los periódicos. Probablemente a la mayoría les haya impactado principalmente lo de socialistas y comunitarios, pero yo quisiera detenerme en lo de antiimperialistas, pues, desde una perspectiva histórica contemporánea, esta posición no puede dejar de llamarnos la atención.

El último ciclo de dictaduras y gobiernos militares se inicia con Barrientos, que, desde las propias filas del movimientismo, derroca al partido que trece años antes había vencido al ejército en la Revolución de abril. Pero en rigor de verdad, no fue aquel general, ni las Fuerzas Armadas las que marcaron el fin del régimen revolucionario. La suerte del MNR estaba ya echada a partir del asesinato de Kennedy y del cambio de escenario político en Washington. Barrientos era la ficha de la embajada americana en el momento en que los americanos decidieron que era hora de poner gobiernos militares en la región, para frenar la amenaza comunista. Eran tiempos de guerra fría, los gringos no estaban dispuestos a ceder su patio trasero y necesitaban entonces de gobiernos dispuestos a realizar la dura tarea de matar comunistas. Ocurrió esto en Bolivia y en casi toda la región.

Cuando la guerra fría decaía en intensidad, el Departamento de Estado dio luz verde a las corrientes democráticas, y a partir de allí, nuestras Fuerzas Armadas resignaron y compensaron su participación en política, recibiendo importantes apoyos presupuestarios del estado boliviano, y una sugerente colaboración logística de la embajada americana, que en la práctica se tradujo en una infiltración pura y dura. En todo caso, en uno y otro escenario, las FF.AA. respondían siempre a los designios norteamericanos; el hecho de que hoy ya no dependan de los EE.UU., y además se declaren antiimperialistas, es algo nuevo e interesante. Habrá que ver si ahora no responden a otra embajada o a otros intereses externos, pero sí queda claro que no obedecen ya al imperio.

De una u otra manera, los militares nunca han dejado de ser un factor de poder, que hoy se encuentra alineado casi naturalmente con el masismo, con el que probablemente comparte una visión nacionalista, valor muy arraigado en la institución. Ese alineamiento se expresó de manera fehaciente en la intentona golpista del 2008, en la que la firme posición de las FF.AA., fueron determinantes. “Los fierros”, a no dudarlo, fueron, son y serán decisivos en la disputa por el poder.

domingo, 14 de noviembre de 2010

El informe del PNUD, primera impresión (Suplemento Ideas-Página Siete-14/11/10)

Los estudios del PNUD Bolivia siempre han dado mucho de qué hablar, y en especial sus Informes Nacionales de Desarrollo Humano. Claro, se trata de trabajos grandes que abordan temas medulares de nuestra complejísima realidad, que no pueden (ni deben) estar exentos de una visión ideológica y de un enfoque político. En realidad, eso es lo que convierte a un estudio en un punto de referencia interesante para el debate y para su eventual y posterior instrumentalización. Siempre he sido muy escéptico en relación a los trabajos teóricamente asépticos que pretenden, desde la frialdad de la información desnuda y los datos “objetivos”, proyectar una neutralidad, indeseable además de imposible. A esos trabajos hay que tenerles cuidado, pues suelen tener sesgos políticos ocultos y engañosos.

El último informe presentado en sociedad el martes, y que lleva el ya sugerente título de “Los cambios detrás del cambio – Desigualdades y movilidad social en Bolivia”, tiene, a primera vista, su primera virtud en partir de la premisa de que no es posible entender las desigualdades que nos afectan hoy, sin comprender las desigualdades históricas, y sin considerar el proceso de transformaciones que se han traducido en un cambio de la estructura social. Esto, que puede sonar tan obvio, no lo es tanto, e implica desde el vamos cierto tipo de lectura, diferente a la de quienes intentan explicar el país desde la pequeña coyuntura, o desde moldes preestablecidos o libretos ajenos a nuestra realidad.

Confieso que me sorprendió gratamente encontrar que el ambicioso documento es un serio estudio de la estructura social boliviana, y tal como señaló el vicepresidente en su comentario durante la presentación (luego de haber tenido la hidalguía de decir que no había leído más que algunas partes del informe), se trata ni más ni menos que de un estudio sobre las clases sociales. Así es, y aunque la nomenclatura marxista incomode a muchos y suene a impertinencia en estas épocas, retratar, sustentar y explicar a profundidad la nueva configuración de clases sociales (aunque no se las llame así), era una tarea pendiente que será de gran aporte a la discusión política.

Otra de las premisas del informe es que “la sociedad boliviana no está inmóvil”, y que estamos en un cambio en construcción que desde hace tres décadas ha cambiado nuestro perfil demográfico, político, social y cultural, con resultados y frutos positivos que se comienzan a sentir en el acceso a la educación, la salud, y en la participación de actores excluidos históricamente. Se reconoce también, de partida, que estamos atravesando por una gran coyuntura y que a esto se suma un marcado optimismo de la ciudadanía, que piensa que se está gobernando para ellos, con mejor justicia social y con mejor perspectiva de futuro.

Hay razones para el optimismo en la sustantiva mejora de algunos indicadores del Índice de Desarrollo Humano y en el magnífico espacio de oportunidades que tenemos para dar un salto en la resolución de las desigualdades históricas, si afrontamos correctamente la reconstrucción del estado y el andamiaje normativo; pero también se señalan graves amenazas en la sostenibilidad financiera de los bonos, en la falta de voluntad política para definir una prioridad presupuestaria para educación y salud que les de una condición de “interés superior de la sociedad”, y en la capacidad del gobierno para desarrollar políticas públicas multisectoriales que apuntalen e impulsen todo lo avanzado.

Sobre dos puntos de partida que se señalan como “el agotamiento de los factores estructurales que dinamizaron el cambio social” y “la creciente igualdad político-legal y a la persistente desigualdad económico-social”, el informe articula estudios que van revelando hallazgos relacionados a las migraciones internas y a la recomposición territorial de las identidades étnicas, a las oportunidades y la movilidad educativa entre jóvenes, a la influencia de la condición étnica y de género en la persistencia de las desigualdades, al ensanchamiento de las clases medias, a las nuevas desigualdades materiales (informalidad, calificación y remesas), y a los estilos de vida que transforman identidades (desigualdades simbólicas).

Los ángulos de abordaje y la base conceptual me parecen sumamente atractivos, y, por lo leído hasta ahora, los hallazgos prometen. La verdad es que el texto me ha emocionado desde el principio, porque he encontrado ejes de razonamiento y temas que me han obsesionado en mis columnas y artículos de los últimos meses, y nada puede ser más gratificante que ver esas ideas desarrolladas y ensambladas en un trabajo de esa envergadura. Soy entonces en mi lectura, un parcial.

Y así hará todo el mundo. El gobierno intentará hacer uso propagandístico de algunas de sus conclusiones, presentándolas como un aval y un espaldarazo a su gestión, y atribuyéndose a sí mismo los logros obtenidos por la ciudadanía en treinta años de construcción y ampliación democrática y económica, al margen e incluso pese, al estado y al gobierno. Los otros, intentarán deslegitimar el informe diciendo que los conductores del proyecto responden al gobierno y que la oficina de las Naciones Unidas ha sido infiltrada, y se ha convertido en un comando masista (¿a qué le recuerda esto?). Otros le buscarán los tres pies al gato denunciando que hubo presiones para no incluir en el informe temas como el narcotráfico, las inversiones y la inseguridad ciudadana.

En todo caso, pese a nuestras pasiones e inclinaciones, el informe es un excepcional punto de encuentro para retomar el análisis de nuestro pasado, presente y futuro, al margen de las miserias políticas del día a día. Yo, que tengo un poquito más de tiempo que el vicepresidente, estoy enganchado en su lectura.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Novedades en el vecindario (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/11/10)

Hay novedades en el vecindario. Argentina y Brasil acaban de rugir, y eso, de cualquier manera, tiene que interesarnos. Digo rugir porque, aunque no nos demos mucha cuenta, vivimos al lado de dos leones de cierta envergadura. Y digo también sin darnos mucha cuenta porque, curiosamente, somos vecinos de una potencia mundial y no nos damos mucha cuenta de aquello. Aparte de venderles parte de nuestro gas y de exasperarlos ocasionalmente con alguna victoria futbolística en el Hernando Siles, nuestras relaciones con el Brasil son muy discretas. Discretas en el mejor sentido del término, en el entendido de que a veces puede ser muy complicado para un país chiquito compartir fronteras con un monstruo. Con Argentina probablemente nos une algo más de historia común, y la gran cantidad de migrantes bolivianos.

El rugido argentino fue más un grito de dolor, producido por la muerte de Kirchner. Sólo algunos medios, ciertos poderosos empresarios y otros políticos de oposición, se alegraron, con estúpida ingenuidad, seguros de que la muerte del ex presidente les favorece. El resto, la gran mayoría del pueblo argentino, que poco tiene que ver con los porteños que cruzamos en las elegantes calles de Buenos Aires, lo lloraron como si hubieran perdido a un padre. Se les fue el político más importante del país, o más bien los dejó, en todo su estilo, ignorando las prescripciones médicas que le indicaban una vida de reposo, dando batalla todos los días, haciendo lo que debía hacer, en su ley.

Llama la atención en un país que hace pocos años se caía a pedazos, ver aquellas inmensas multitudes con la dignidad reparada, la frente altiva, la conciencia clara y el puño en alto, rindiendo homenaje a su líder y prometiendo lealtad absoluta a su presidenta. Ese país, quebrado y envenenado por el saqueo neoliberal, nos mostró un rostro juvenil remozado, reproducido en millones de jóvenes reconquistados por la política. Así es el peronismo, una especie de religión, capaz de reinventarse una y mil veces en expresiones incomprensiblemente diversas, pero siempre poderosísimas.

Esa partida triunfal, ese final de ópera, luego de haber presidido un gobierno que le dio la vuelta a su país, de haberse proyectado internacionalmente como secretario de Unasur, y en vísperas de ser reelegido, le ha ganado un lugar al lado de Perón y Evita, en lo que será en adelante la santísima trinidad de la política argentina. Así son los argentinos en la construcción de sus referentes, completamente místicos.

De Dilma Rousseff, sabemos menos, pese a su dilatada trayectoria política (pero ya lo decíamos, de Brasil siempre sabemos poco). La información que circula sugiere que es una hechura política de Lula para garantizar la consolidación de su legado. De ser así, habrá que decir que generalmente los delfines tienden a tratar de diferenciarse de sus mentores, con estilos, iniciativas y agendas propias y particulares, para no ser fagocitados por su sombra. En todo caso, Rousseff recibe un país que surfea en la cresta de la ola y que apunta con renovada energía a ser “o mais grande du mundo”. No le va a ser fácil despegarse de la figura de Lula, que desde una izquierda moderada pero izquierda al final, puso al Brasil en la primera línea de la política y la economía mundial. Con esos antecedentes, Unasur o la OEA parecen quedarle chicos al ex presidente, que a partir de ahora será una figura mundial, es decir una especie de Bill Clinton made in south america. Ojalá la presidenta Rousseff mantenga esa posición inteligente hacia Bolivia, que sostiene que al Brasil no le conviene tener un vecino pobre.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Elecciones al american way (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-04/11/10)

Anteayer, los norteamericanos le dieron al mundo una nueva lección de democracia: no se les ocurra hacer o participar en política sin antes haber amasado una inmensa fortuna, ya no de seis, si no de nueve ceros, por lo menos. Ante el pasmo de comentaristas y analistas de países del primer mundo, en los que se gasta mucha plata en elecciones pero nunca a ese grado, las redes americanas estimaron que en las elecciones de mitad de régimen, en las que se elige parcialmente a senadores, representantes (diputados), y gobernadores, se gastó una cifra que anda entre por los cuatro mil millones de dólares. Si, leyó usted bien, y si o me equivoco en la cantidad de ceros, sería algo así: $US 4.000.000.000.

¿Cuánta plata circulará en la tómbola del 2012, en la que se elige también al presidente? Difícil saberlo, pero a la luz de las tendencias, la obscena cifra podría incrementarse en un cincuenta por ciento. ¡Viva el libre mercado!, gritan sobre todo los republicanos, que son los que más han gastado, aprovechando las leyes que les permiten recaudar y gastar sin límite alguno y además, de manera anónima, lo que ha convertido a la política gringa en un ruedo bursátil en el que las apuestas de los grandes conglomerados financieros llevan las de ganar. Pero si no sabe muy bien de dónde y de quién es la plata que se gasta, lo que se sí se sabe es cómo; cerca de un tercio de esa astronómica inversión se la ha utilizado en campañas negativas en las que los contrincantes se han proferido todas las clases de insultos y agresiones posibles. Usted, elector boliviano tan reacio e hipersensible a la “guerra sucia” electoral, tendría solamente que entrar al internet para verificar que al lado de tal espectáculo, los spots de Sánchez de Lozada contra Manfred el 2002, parecen una sacadita de lengua en un jardín de infantes. Pero que importa, ¡si al final de cuentas funcionan!

¿Y qué es lo que se puede hacer con tanta plata? Por lo pronto, arrebatarle la cámara de diputados a Obama (no pudieron hacer lo mismo con el senado), complicarle la agenda política y convencer a los votantes de que el presidente es el causante de la crisis y el desempleo, y que, por consiguiente, debe ser castigado. Al parecer ni siquiera la CNN pudo convencerlos de que la crisis era un bachecito pasajero ya superado, y que todo andaba sobre ruedas “On the way to recovery”, como subtitularon todas las noticias durante más de un año. La crisis había estado nomás ahí todavía.

También se puede apuntalar un curioso populismo a la inversa representado por el Tea Party, una expresión ultra derechista dentro del partido republicano que, entre otras excentricidades propias de la política gringa, defiende furiosamente posturas nacionalistas, la rebaja de los impuestos, la desaparición de cualquier intervención estatal y la libertad absoluta de los individuos, es decir la recuperación del orgullo ultra conservador. Lindo el discurso de los neo fascistas americanos, pero no resisto la tentación de preguntarles dónde estarían ahorita si es que el estado no intervenía en el salvataje de la banca; probablemente haciendo una cola de diez cuadras para comprar un kilo de pan. Por último la elección también nos muestra que el verdadero poder en los Estados Unidos no se encuentra en el gobierno ni en la presidencia, y que las tremendas expectativas que despertó Obama no pasan ni por sus ganas ni por sus reales posibilidades.