domingo, 30 de mayo de 2010

Ausencia de estado (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-30/05/10)

Ausencia de estado. Esa es la explicación que se ensaya desde los medios de comunicación para explicar la participación de comunidades enteras en actividades económicas delictivas. Suena así como un descuido; como si, por accidente, hubiéramos olvidado la existencia de un puñado de aborígenes en lo más recóndito de nuestras selvas, y éstos, ajenos y desconectados de toda realidad, hubieran tomado ese camino como opción de vida. O puede sonar también como una fría y planificada conspiración por parte de una enorme banda de delincuentes, que aprovecha el descuido del estado para actuar de manera organizada y sistemática.

La alusión y descripción de estos sucesos como hechos aislados, y solamente cuando se producen asesinatos y secuestros, termina formándonos la idea de que se trata de episodios excepcionales, que merecen igualmente respuestas puntuales y ejemplarizantes de parte del estado. Quiero decir que la vinculación de ayllus enteros del norte de Potosí con el contrabando de autos, o la transformación al narcotráfico de poblados enteros en Cochabamba, tiende a ser presentada a la opinión pública como evento policial. La noticia son los crímenes que se allí se producen de tiempo en tiempo, y eso nos lleva al engaño de pensar que enfrentamos algo extraordinario.

Es por eso que sugiero que antes de dar rienda suelta a nuestras reacciones puritanas y a clamar a los cuatro vientos escarmientos en nombre de la ley y el estado de derecho y todas esas cuestiones, pongamos el asunto en perspectiva. ¿No es la Eloy Salmón una zona roja libre de aranceles? ¿No es la calle 21 de San Miguel una zona roja libre de derechos de autor? ¿No es la colosal feria de El Alto una zona roja libre de impuestos? ¿No es mi barrio, en donde talleres y radio taxistas toman veredas y calles para sí, una zona roja libre de regulación municipal? ¿No es la Huyustus una zona roja libre de patentes?

Podría pasar horas dando ejemplos de ausencias de estado en las que participamos todos y a las que estamos absolutamente acostumbrados. Es cierto, no suele pasar que acribillemos al vendedor de televisores cuando se rehúsa a regatear, pero convengamos en que la ausencia de estado, expresada en la práctica e impunidad pública y cotidiana de ene infracciones, faltas, desobediencias y delitos, es la realidad en que vivimos todos.

Es más, tengo serias dudas en cuanto a cuál de ellas es peor, si aquella ausencia de estado en la que realmente no hay un policía, ni un juez, ni un funcionario en cien quilómetros a la redonda, y que te lleva a hacer lo que más te parezca, o la ausencia de estado en el centro de la sede de gobierno, en la que igual terminas haciendo lo que más te conviene, aunque estés rodeado de estado. No lo sé; la verdad, venga el diablo y elija, pero el asunto es que estamos acostumbrados a mil y una formas de ausencia de estado, y por lo tanto esto no explica suficientemente lo que está ocurriendo con cada vez más gente.

Qué fácil resulta responder solamente con indignación frente al deleznable asesinato o secuestro de policías. Obviamente esto es inadmisible y debe ser investigado y sancionado, pero de nada servirá esto si nos rehusamos a tratar de entender los orígenes del problema. ¿Qué tuvo que ocurrir para que familias enteras, autoridades comunales, comerciantes, transportistas y campesinos optaran por obrar fuera de la ley? ¿Tuvieron realmente opción? ¿Estamos hablando de delincuentes típicos del tele policial, o más bien de gente común que por circunstancias extremas, termina violando límites cada vez más extremos? Es difícil saberlo, pero no estaría demás informarse a fondo antes de tomar posiciones o acciones superficiales.

Seguramente seré acusado de intentar justificar lo injustificable con pretextos políticos forzados, pero cuando trato de ponerme en los zapatos de personas que, por mucho esfuerzo que hicieron, nunca tuvieron ni la más mínima oportunidad de nada, pues ya nada me parece irracional. El fenómeno de gente común y corriente, ni más mala ni más buena que los demás, envuelta en el “crimen organizado” ocurre en todo el mundo, y casi siempre tiene como cimientos la pobreza extrema y la falta de oportunidades en el sistema. Ya sé que puede ser riesgoso hilar tan fino, pero es posible que en muchos casos, el móvil sea la necesidad antes que la codicia.

El modelo económico en que vivimos puede llegar a ser tremendamente cruel e insensible con individuos y también con colectivos, y a veces puede llegar a acorralar de tal manera a los excluidos, que no les deja ningún margen dentro de la legalidad. Sencillamente no podemos esperar que gente que vive y ha vivido en condiciones de pobreza extrema e inhumana, resista indefinidamente esa condena, y la reproduzca en sus hijos; sobre todo en éste mundo moderno en el que a través de los medios, se ostenta obscenamente la riqueza frente a los que nada tienen.

Algo anda muy en la sociedad en la que todos vivimos, y si no tenemos, por lo menos el reflejo de tratar de comprender lo que hemos hecho mal, limitándonos a señalar con el dedo a los que no pudieron encontrar un lugar en el sistema, seguiremos sufriendo las consecuencias.

jueves, 27 de mayo de 2010

Pobres madres (¡y padres!) (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-27/05/10)

¿Cuándo es que la crianza de los niños se convirtió en una operación logística y financiera de complejidad sobrenatural? ¿Alguien me lo puede explicar? Entre las clases de baile, de tenis, de fútbol, de tae kwon do, de karate, de natación, de bicicrós, de pintura, de piano, de guitarra, de batería y de cien mil otras disciplinas, deportes, hobbies y artes, supuestamente imprescindibles para la correcta educación de nuestros hijos, la vida de los padres se ha vuelto un vía crucis de lunes a domingo.

Quedan exentos de compartir éste lamento las familias cuyos hijos tienen más de veinte años y se las baten solitos. Aprovechen, les digo, pues pronto llegarán los nietitos, y con ellos el ajetreo del que ni los abuelos se salvan. En serio. Si a las clases de todo le sumamos los benditos cumpleaños y lo multiplicamos por la cantidad de hijos pequeños, la cantidad de citas y compromisos por cumplir puede llegar a niveles absurdos. Nomás los cumpleaños, son por sí solos un racimo interminable. Lógico, haga usted las matemáticas de la cantidad de compañeritos de curso, compañeritos de las clases de una u otra cosa, los primitos y los hijos de sus amigos, y comprenderá fácilmente como la vida social de un infante de cinco años puede ser tan intensa como la de un embajador.

Para cumplir con esas apretadas agendas de manera holgada, harían falta dos niñeras y dos autos extras con sus respectivos choferes, pero claro, como el noventa y nueve punto nueve por ciento de la gente no tiene esas posibilidades, pues entonces hay que bancarse los correteos y desdoblamientos múltiples que todos los miembros del hogar deben realizar para cubrir todos los eventos. Si el trabajo de madres y padres es ya de por sí estresante y absorbente, a eso hay que agregarle la tensión que generan las idas, las venidas, las llevadas, las recogidas y las acompañadas.

La vida cotidiana de la clase media más o menos acomodada, por describirla de alguna manera, se ha ido convirtiendo en un infiernillo operativo que ha succionado y ha hecho desaparecer el escaso tiempo libre que tenían los padres para sí mismos. Pero ojo, eso no es todo; los adiestramientos, los radiotaxis, los regalitos de cumpleaños y los mil y un gastos colaterales, son un presupuesto aparte que no guarda relación con los ingresos de la gente normal. Así es la cosa cuando hablamos solamente de que nuestros hijos asistan a las ágapes, pues cuando llega el turno de ofrecerlos, la tendencia dicta que hay que mandarse unos fiestones de doscientos personas (con papás incluidos) que pueden costar casi como un matrimonio. Un verdadero sinsentido.

Asusta pensar en las enormes diferencias entre nuestra infancia y la de nuestros hijos. Vengo de una familia y de una época en la que nunca necesitamos de ninguna clase para aprender a jugar fútbol; mis recuerdos de fiestas de cumpleaños son escasos, seguramente porque eran ocasiones realmente especiales que no se repetían automáticamente ad infinitum. Sin televisión por cable, sin dividís, sin consolas de juegos y a veces sin ni siquiera un aparato de música, nos las arreglamos siempre para ocupar nuestro tiempo de manera sencilla y creativa con los vecinos y amigotes del barrio. Oiga, ¡y no salimos tan mal!

Algo raro ha pasado, que nos debería llevar a reflexionar si esto que para algunos es desarrollo y prosperidad, no es en realidad una trampa mortal.

domingo, 23 de mayo de 2010

Navidad adelantada (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-23/06/10)

Al gobierno del MAS se le podían criticar muchas cosas, pero propios y extraños, simpatizantes y opositores, izquierdistas y derechistas, indios, blancos, altos y rubios, coincidíamos en que en el área política, el olfato y la sagacidad del partido de gobierno eran certeros. Detrás del caos institucional y el desorden administrativo, el gobierno siempre supo mostrar agudeza y sentido de la oportunidad política y con ello, más que con otras capacidades, fue sorteando problemas de distinta magnitud con relativo éxito. Su capacidad de lectura política, relacionada con sus fuertes vínculos con la sociedad, la valentía y la honestidad intelectual al momento de tomar iniciativas y la gran credibilidad para comunicarlas, eran a juicio de muchos, la gran fortaleza del MAS y de su jefe, el presidente del estado.

Hoy, es difícil decir lo mismo. A partir de las elecciones generales de diciembre del año pasado, una seguidilla de errores de diferente calibre, acusan una evidente pérdida de cintura política. Muchas razones podrían explicar ésta súbita atrofia, y todas son preocupantes. Podría ser que el último cambio de gabinete, en el que teóricamente se prescindió de los servicios de varios Rasputines, esté cobrando factura; posible, pero poco probable, pues los Rasputines nunca desaparecen del todo. Podría ser también que las peleas intestinas por espacios de poder y por el rumbo ideológico del proceso estén causando más despelote del que humanamente se puede controlar; posible pero parcialmente, pues lo ideológico, hasta ahora, no parece quitarles mucho el sueño. O podría ser que los resultados de la elección de diciembre hayan sido interpretados por el presidente como una señal de que tiene el poder absoluto por término indefinido, y de que además ya no es necesario que escuche ni consulte a nadie para meterle; ni a su entorno, ni a sus bases, ni a sus amigos, ni a sus enemigos, ni por supuesto a los medios. Quiera Dios que no sea ésta la razón, pero es la más probable.

En éste rosario de errores y metidas de pata, hay de todo precio. Unos son gratis, es decir no tienen consecuencias políticas graves; otros son un poco más costosos, y algunos, como el del artículo ocho de la Ley de Transición hacia los Gobiernos Autónomos, pueden resultar carísimos. La movida del gobierno para deshacerse de los tres prefectos opositores es innecesaria, inoportuna y contraproducente.

Innecesaria digo, porque la talla y las condiciones de éstos adversarios a los que supuestamente habría que tumbar a cualquier precio, no ameritan una operación de ésa envergadura. Los tres aludidos, cada uno con sus particularidades, están de por sí bastante fundidos; el oficialismo ha crecido significativamente en sus plazas, se les ha acabado la piedra libre con la instauración de las Asambleas Departamentales, no tienen visión ni proyecto nacional, pero sí están nacionalmente desprestigiados por sus vinculaciones con la violencia, el terrorismo y el separatismo.

La maniobra, porque no es otra cosa que eso, es también inoportuna por razones obvias. Quiérase o no, los gobernadores acaban de ser legitimados por el voto de la gente Suspenderlos ahora es una provocación demasiado grande, que va más allá de los sindicados y que causará una lógica reacción en la ciudadanía, que se sentirá burlada (inclusive quienes no votaron por los prefectos ganadores). En la lógica del gobierno, hubiera sido mucho más inteligente y precavido, dejar el tema para más adelante, cuando se discuta la Ley Marco de Autonomías.

Dos cosas quedarán impresas de manera indeleble en la imagen del gobierno de aquí en adelante. Que realmente no tienen vocación autonómica, pues han desairado a los pueblos indígenas y a las regiones al no haber buscado los consensos necesarios en ésta etapa crucial. Y que tampoco tienen, ni nunca tuvieron vocación democrática. Pese a que éste proceso fue desde sus gérmenes ampliamente democrático y participativo, con éste grosera acción, se abona el terreno y se justifica a los que han explicado sus sucesivas derrotas con el argumento de que vivimos en una dictadura desde hace cinco años. La mancha del autoritarismo y del centralismo demagógico camuflado detrás de un discurso autonómico falso, podrían ser un alto precio a pagar por el gusto de defenestrar a “los últimos enemigos del proceso”

Menudo favor el que se les ha hecho a los gobernadores electos. De corruptos han pasado a ser víctimas. De conspiradores y secesionistas, han pasado a ser defensores y paladines de la democracia. De rosqueros y logieros, han pasado a líderes y conductores de movilizaciones masivas. De imputados, a símbolos de la legalidad y del derecho. De instigadores y violentos, a manifestantes pacifistas (pues dudo que esta vez vuelvan cometer el error que el gobierno está esperando que cometan). Para ellos, la navidad se ha adelantado y Papá Noel llega en mayo con un regalazo que ni siquiera habían pedido.

jueves, 20 de mayo de 2010

España en los titulares (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-20/06/10)

España nos está dando mucho de qué hablar en las últimas semanas, pero al margen de sus hazañas deportivas, el resto son malas noticias. La peor de todas debe ser seguramente el calamitoso estado de su economía, que la semana pasada terminó activando las alarmas europeas e internacionales. Como ya se va haciendo costumbre, la situación pasó directamente de un “no pasa nada, todo está bajo control, España es una economía ultra sólida” al “están al borde de la quiebra, y si no hacen esto y aquello, los dejaremos morir”. Tal parece que la Unión Europea no está para juegos después de la bancarrota griega y los tropezones portugueses, al punto que no dudaron un instante en asesinar políticamente al presidente del gobierno español.

Me dio un poco de pena ver el papelón de Rodríguez Zapatero tirando por el caño toda su política social por mandato del FMI y echando el peso de las durísimas medidas sobre jubilados, empleados públicos, enfermos y embarazadas, y no sobre los verdaderos responsables, los especuladores financieros. Allá él, sabrá lo que hace (o lo que le han hecho hacer) pero nosotros, a éste lado, ya sabemos los resultados de esas recetitas.

El tribunal supremo español también ha dejado atónito a medio mundo suspendiendo al juez Baltasar Garcon por supuesto prevaricato en los procesos relacionados con crímenes de lesa humanidad cometidos durante la guerra civil española. La derecha retrógrada franquista todavía sigue vivita y coleando en España, y a puesto a funcionar todos sus mecanismos para sentarle la mano al señor Garcon. Sí señor, aunque usted no lo crea, se trata de investigaciones sobre hechos ocurridos hace más de setenta años, prueba irrefutable de que las viejas heridas en España aún no han cicatrizado y de que detrás del “milagro económico español”, se esconde un obscuro subdesarrollo político.

Nuestro presidente ha puesto la cereza en la torta y se ha mandado unas declaraciones explosivas en una de esas reuniones con sesenta presidentes más en Madrid. Les ha dicho sin agachar la cabeza, que no sean sinvergüenzas, y que dejen de maltratar institucionalmente a los ciudadanos bolivianos en España, que no hacen otra cosa que trabajar honesta y sacrificadamente, y no como cuando la cosa fue al revés. Yo agregaría: ¿Quién les pidió visa a los que llegaron acá, largados, huyendo del franquismo? ¿Que eso pasó hace mucho tiempo? No lo sé, pregúntenle al juez Garzon.

El diplomático Evo, remató recordándoles que el PP conspiró directamente contra su gobierno colaborando con la derecha en Bolivia. La reacción de los populares fue inmediata y, como siempre, cargada de fascismo y xenofobia. A los que esto les parece un disparate, les contaré un episodio alucinante ocurrido en el boliche La Gitana hace tiempo: Un amigo español, muy confiable por cierto, encuentra a un compatriota, le pregunta a qué se dedica, y el tipo le responde que a conspirar contra Evo Morales desde Santa Cruz y, entre copa y copa, le desliza una tarjeta personal, con membrete del PP. A confesión de partes, relevo de pruebas.

domingo, 16 de mayo de 2010

Nacionalizaciones: cuando no alcanza la buena intención (Análisis Paginas Centrales-Página Siete-16/05/10)

La nacionalización podrá convertirse en uno de los grandes legados históricos del actual proceso constituyente, o por el contrario, podrá ser la principal causa de su desgaste y del surgimiento prematuro de una ola restauradora. Por el momento, la balanza está inclinada hacia el lado negativo, para beneplácito de liberales ortodoxos y otras fieras con olfato para los negocios donde hay tajada. Son éstos los que se alegran frente a las señales de una mala gestión de las nacionalizadas, y empiezan ya a frotarse las manos ante la posibilidad de un escenario propicio para privatizarlo todo nuevamente. No sé cómo decirlo sin lastimar algunos sentimientos, pero el babeo y el brillo en los ojos de éstos bichos, estoy seguro no se debe a convicciones ideológicas, sino al olor de las comisiones por cobrar. Hagamos un poco de matemáticas, si el diez por ciento en la adquisición de algunas computadoras le arregla el año a algún funcionario ministerial, el uno por ciento de la venta del país, alcanza para arreglar no solo la vida entera, sino la de varias generaciones.

Más allá de los malos deseos, el asunto de las nacionalizadas es un tema en el que las buenas intenciones no bastan, aún cuando el enfoque político de las medidas haya sido correcto. La recuperación de las empresas es solamente una parte del proceso; probablemente la parte más importante, pues requiere de mucha firmeza y lucidez política, pero insisto, es sólo el comienzo. Una vez tomada la decisión política, el imperativo es retomar el control de las empresas con niveles de eficiencia y transparencia no sólo equivalentes, sino superiores a los de la empresa privada. ¿Es esto posible? Claro que es posible, y ejemplos de ello sobran en la región, en toda Europa y alrededor del mundo. No me cansaré de citar como ejemplo próximo y emblemático a Codelco, la empresa del cobre chileno: súper eficiente, súper productiva, súper lucrativa, súper transparente, y también súper estatal.

¿Y qué es lo que hace falta para hacer esto posible? Pues varias cosas: primero un mínimo de comprensión y respeto intelectual por el conocimiento, la ciencia y la técnica, que no es lo mismo que ser un tecnócrata. Luego, si se ha decidido que el estado será empresario, pues es lógico que desde el estado se tendrá que tener una correcta visión empresarial del mercado, local e internacional. Por muy estatales que las empresas sean, éstas deben competir de igual a igual con empresas multinacionales privadas; allí no hay dónde perderse, y si no se logra aquello, pues es mejor buscar otro modelo.

Las empresas estatales de éxito se sostienen sobre directorios compuestos por personalidades de altísimo perfil (ético y profesional) y equipos de alta gerencia de primera línea a nivel internacional; estamos hablando de tipos con trayectorias comprobadas de excelencia en el ámbito privado, a los que hay que pagarles exactamente lo que ganarían en una empresa privada. Y es así de crudo, esos suelditos pueden llegar a ser cien veces más altos que el del presidente, pero lamentablemente así nomás es la realidad, si se quiere claro está, contar con empresas serias, rentables y competitivas.

Este tipo de ñatitos, que al igual que los centros delanteros y directores técnicos que llegan al mundial, no se los encuentra debajo de cualquier piedra, están acostumbrados a adaptarse y revertir condiciones adversas y les importa un pepino el color político de sus empleadores. Ellos conocen el negocio y conocen el mercado, y están allí para hacer que el negocio funcione bien y para generar plata. Se los mide por sus resultados y se les paga también en relación a sus resultados, vengan de donde vengan. Lo que se haga con la plata ganada, eso sí, debe ser decisión de los dueño de la empresa, en este caso el estado boliviano y sus socios minoritarios, y podrá tener la dirección política que cada gobierno vea más conveniente.

Es solamente a partir de ésa lógica y ese accionar, que se podrá ir construyendo cierta institucionalidad en los otros niveles de la empresa pública. Dirección política desde el estado, directorios probos a prueba de fuego y alta gerencia técnica; sin esas premisas básicas ni siquiera hay nada de qué hablar. En todo caso, creo que hay algo que está más claro que el agua: no es el compañerito del partido que hizo méritos políticos, o el segundón ascendido por la premura de las circunstancias, los que van a poder demostrarnos que la nacionalización ha valido la pena.

Lo visto hasta ahora en la gestión de las nacionalizadas causa honda preocupación, y si el gobierno cree que mejorando un poquito será suficiente, pues está cometiendo un error garrafal que le puede costar la vida. Acá no hacen falta ajustes, pero sí un vuelco radical de fondo y de forma. Aunque ya se han perdido valiosos años, todavía estamos a tiempo de dar el giro. Las nacionalizadas, justamente por ser estratégicas, no pueden ser ni un minuto más motivo de experimentos ridículos como los que hemos visto en nuestra estatal petrolera.

jueves, 13 de mayo de 2010

Mucho y malo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-13/05/10)

Esta semana se celebró el Día del Periodista, y como todos los años, no faltó la descarga de veintiún cañonazos de auto elogios. Desde diversas tribunas, se escuchó el clásico y poco modesto discurso acerca de lo sacrificado del oficio, de los infinitos peligros que acarrea su ejercicio, de las presiones que se reciben desde el poder, de la abnegación requerida para el ejercicio de las tareas cotidianas y de la pesada responsabilidad que se tiene con la sociedad. Seguro que todo eso es cierto, pero no es menos cierto que ser policía, dirigente sindical o minero, probablemente sea igual de duro y complicado; pero claro, esos oficios no son tan visibles, y además no se pueden auto promocionar con tanta facilidad.

A falta de contraparte en éstas desequilibradas coberturas sobre el periodismo, intentaré opinar desde la vereda del ciudadano que cotidianamente se expone a la infinidad de medios que pululan en este mundo global. Y comenzaré diciendo que la calidad del periodismo está en crisis acá y en todo el mundo. El avance tecnológico ha generado además, una enorme capacidad de reproducción de medios que nos agreden por todos los flancos y en todos los formatos posibles. Mucho y malo, para resumir.

El periodismo ha perdido su majestad porque los periodistas en general, no supieron ponerle freno y barrera a los embates del mercado y a la presión de los grupos de poder económico encaramados en los medios. La competencia comercial, la carrera desbocada por el aumento de ventas, la deformación del mercado por parte de enormes conglomerados mediáticos, llevó al periodismo por el penoso camino del sensacionalismo y del amarillismo, lo que inexorablemente dio como resultados la desprolijidad y la ordinarez.

En el vértigo de esa desbocada carrera mercantil y de servicio a intereses corporativos, los dueños de medios les perdieron respeto a sus propios directores; una vez roto éste delicado e indispensable equilibrio, se desató una suerte de debacle que hoy se traduce en una alarmante falta de calidad en los contenidos. Dígame usted si no resiente la escaza profesionalidad y la falta de oficio de muchos periodistas, que saturan con su insolente e infinita falta de cultura. En otros tiempos, ser periodista significaba por lo menos tener una visión de mundo un poco distinta a la de un mercachifle.

Por si fuera poco, el intento del periodismo de suplantar a la clase política en su rol de intermediación entre la sociedad y el poder, y el tránsito permanente y creciente de periodistas a la arena política, no ha hecho otra cosa que erosionar aún más la golpeada credibilidad de los periodistas. En la escala internacional, el nivel cada día más penoso y groseramente sesgado de los grandes medios, otrora referentes de la calidad y la ética, es tan decadente que será motivo de una columna aparte.

Hoy son cada menos los que creen en los medios y en los periodistas, y ello debería ser motivo de preocupación y de acción de parte de todos los involucrados. Digo, de nada sirve la libertad si no es bien aprovechada.

domingo, 9 de mayo de 2010

Nacionalización, buscándole tres pies al gato (Análisis Páginas Centrales-Página Siete-09/05/10)

A veces da la impresión de que el gobierno es rehén, o peor aún, medio esclavo de los simbolismos. De acuerdo, lo simbólico es importante, y cuando se lo utiliza con criterios, ideológicos e históricos adecuados, no solamente que da frutos y réditos, sino que se convierte de por sí en acción política. El gobierno del MAS ha dado sobradas muestras de que lo simbólico es parte esencial de su lectura y su propuesta de país, cosa absolutamente comprensible y respetable, hasta que lo simbólico resulta siendo más importante que lo que se quiere representar. Digo esto a raíz de los forzados anuncios de nacionalizaciones realizados cada 1 de mayo. Que se busque fechas interesantes para acrecentar la carga simbólica de hechos de por sí importantes, puede ser comprensible alguna vez, pero llegar al absurdo de someter plazos técnicos, jurídicos e inclusive políticos, pera realizar anuncios en determinado día, es difícil de entender. Me recuerda esto a la horrorosa manía instalada hace años en lo que hace al paquete ejecutivo y legislativo de “regalos” en cada efeméride departamental.

Sin embargo, esto no deja de ser lo anecdótico frente al fondo y al alcance de la nacionalización, igual que la toma física por parte de efectivos militares, que sigue escandalizando a los analistas (como prueba de que los simbolismos sí funcionan). También me parece ocioso perderse en el insulso debate acerca de los nombres o de la pertinencia o no, de llamar a lo que está ocurriendo, nacionalizaciones. Nacionalización, recuperación, expropiación, estatización, pueden llamarlo como quieran, pero en el fondo la medida significa le recuperación del control, por parte del estado, de las empresas de servicios básicos y de importancia estratégica para la economía del país. Dependiendo de cada caso, esto implica la forzosa adquisición de un porcentaje de acciones, que a su vez implica un pago a la empresa afectada, pues de lo contrario estaríamos hablando de una confiscación, cosa que, hasta donde yo sé, nunca fue planteada. Jamás he escuchado que se haya puesto en duda la Nacionalización de Minas durante la Revolución del 52; sin embargo, para consolidar la medida, se tuvo que pagar billete sobre billete a los barones del estaño.

Otro capítulo de este debate periférico, se refiere al cuanto, al cuando, al cómo y al porqué de los pagos a las empresas. En esto, como en muchas otras cosas, los opinólogos, técnicos, especialistas en la materia, y defensores de oficio de las corporaciones, llevan agua a su molino insistiendo en la idea de que las controversias derivadas de la falta de acuerdos, se deben exclusivamente a una mala estrategia de negociación del gobierno, y que además, a causa de ello, se hubieran desaprovechado grandes oportunidades de pagar precios más bajos por el valor de las acciones.

Quisiera creer que eso es verdad, pero mucho me temo que las verdaderas causas radican en otro lado. A las compañías extranjeras no les interesa llegar a un acuerdo previo por tres simples razones: la primera y la principal es que saben, por experiencia, que tiene todas las de ganar en un arbitraje, por que el árbitro es bombero. Los tribunales internacionales fallan sistemáticamente, y sin ponerse colorados, a favor de los grandes capitales, por lo que el juego está ganado de antemano. La segunda es que tampoco les molesta quedarse un rato más en el país mientras se resuelve la disputa, pues las condiciones en las que operan les han sido absurdamente favorables. No olvidemos que éstas tienen el cuero de un cocodrilo y no se amilanan ni con guerras al momento de ganar plata, menos con supuestos climas de inseguridad jurídica. Por último, el tamaño de sus inversiones en Bolivia es minúsculo; para ellos, lo que está en juego son migajas y por tanto un acuerdo previo no les quita el sueño, sabiendo, repito, que al final llevan las de ganar. Para el estado boliviano, negociar en esas condiciones es prácticamente imposible, pues con tiburones de ese calibre, el “por las buenas” no existe.

En todo caso, fechas, símbolos, nombres y procedimientos de liquidación, son lo accesorio, mientras que lo central es el giro ideológico que se ha dado en lo que concierne al rol del estado en la economía y el desarrollo. Lo demás son menudencias, que pasarán rápidamente al olvido en la perspectiva histórica. El debate de fondo, que parece quererse obviar deliberadamente, debe centrarse en el enorme cambio que significa el control de las empresas generadoras de servicios básicos y de recursos energéticos. El recuperar estas empresas tiene un efecto formidable en las posibilidades y en la fortaleza del estado (en todos sus niveles) para afrontar deficiencias estructurales que ninguna empresa privada estaría dispuesta a hacer.

Pero además de las significativas mejoras en los ingresos del estado, en una magnitud que permite pensar en cambiar realmente el país, esta medida supone una visión completamente distinta a los, hasta hace poco intocables credos del liberalismo, que fueron impuestos de manera dogmática, a punta de chantajes y presiones, urbi et orbi. La falacia hecha política global, de que, por definición, la empresa pública es corrupta e ineficiente y que la privada es automáticamente transparente e ineficiente, ha sido refutada por una realidad completamente distinta, que podemos nos salta a la vista como usuarios y consumidores, en infinidad de ejemplos.

Si queremos ser serios con el tema de las nacionalizaciones, el debate que debemos recuperar es ése. Una vez superadas las supuestas verdades absolutas y definitivas del liberalismo, y a la luz de la crisis que atraviesa el capitalismo en el primer mundo, debemos discutir a fondo el papel del estado en la economía, y la verdadera naturaleza de las corporaciones transnacionales. También habrá que discutir la pertinencia de seguir atados, vía tratados bilaterales, a árbitros internacionales vendidos.

Perderse en la discusión del monto de las compensaciones significa ignorar el alcance y el impacto verdadero de las nacionalizaciones.

jueves, 6 de mayo de 2010

Mitos y leyendas del liberalismo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-06/05/10)

Los mitos y leyendas heredados de más de veinte años de supremacía total de liberalismo globalizado, todavía condicionan gran parte de nuestras posiciones y reacciones. Pese a que la cruda realidad se ha ocupado de desmentir fehacientemente algunos de estos cuentos, no faltan quienes siguen esgrimiéndolos como verdades absolutas. Uno de estos cuentos chinos es emblemático, y reza que la empresa pública es corrupta e ineficiente por naturaleza, y que, en obvia contraposición, la empresa privada es, por definición, transparente y eficiente.

Usted y yo sabemos que esto es mentira. No lo sabemos por convencimientos ideológicos o por ser doctores en economía o ciencias sociales; lo sabemos porque lo vemos todos los días en el mundo que nos rodea, pese al antojadizo retrato que hace a diario el establishment mediático mundial. Así es. El proceso de desmitificación de las verdades que se impusieron como un credo después de la caída del Muro de Berlín, es complicado, pues en el medio se encuentra un aparato informativo gigantesco, que administra astutamente la crisis global del capitalismo.

¿Le parezco demasiado paranoico? A modo de ejercicio, le propongo que imagine lo siguiente: digamos que una persona ha despertado hoy, después de estar un año en un coma profundo. Sin que nadie le cuente nada, lo exponemos una semana a los principales medios occidentales, y apuesto plata a que no se enterará que la banca y la industria automotriz han sido nacionalizadas en EEUU. Y es que el guión dice que acá no ha pasado nada, y que lo importante es que estamos “camino a la recuperación” ¿Me entiende?

Deformaciones parecidas ocurren en la manipulación del imaginario colectivo y la opinión pública, cuando de a poquito, se asocia la corrupción siempre con lo público, construyendo así un engañoso estigma. La asociación automática de corrupción e ineficiencia con lo público es un ardid político que oculta la compulsión privatizadora de los que están esperando la ocasión de subastar nuevamente los estados (¡con su respectiva comisión, claro está, oh paradoja!).

Creo no exagerar al decir que en términos de eficiencia, hay grandes empresas multinacionales privadas que son bien difíciles de diferenciar del más obscuro de los ministerios. En el otro lado, sobran ejemplos de empresas públicas que destacan por su eficiencia y solidez institucional. Para no citar ejemplos remotos o lejanos, podemos hablar de la minera Codelco, empresa pública que en gran medida sustenta la economía chilena.

Lanzo el guante con otro ilustrativo ejemplo (que no será el de las célebres empresas petroleras, por ser muy obvio): la crisis de hipotecas “subprime” o la más reciente crisis griega, fueron encubiertas y avaladas por la mano corrupta de inmensos y prestigiosos bancos, aseguradoras, calificadoras de riesgo y auditoras. Solamente este daño, producto de la corrupción privada en el primer mundo, equivale seguramente a toda la corrupción pública del resto del mundo en los últimos cien años.

domingo, 2 de mayo de 2010

Ha cambiado todo, y para siempre (Análisis Páginas Centrales-Pagina Siete-02/05/10)

Preguntarse qué ha cambiado en los últimos cuatro años es, de por sí, un error. Hacer el intento de evaluar la supuesta veracidad o profundidad de algunos cambios, significa ignorar la condición revolucionaria del proceso que nos ha tocado vivir. No me interesa entrar en disquisiciones teóricas acerca de la definición de una revolución; me es suficiente el concepto básico de un cambio profundo y permanente en la manera en que se relacionan las personas, para afirmar sin ningún reparo que sí, que en Bolivia estamos en medio de una revolución, y que todo ha cambiado de manera irreversible.

Para los que siempre han creído que la política es solamente una cuestión de plata, y que la gente piensa y toma decisiones en base a doscientos bolivianos mensuales más o menos, pues las revoluciones no existen, y los cambios ocurridos son ínfimos. Para los que siguen persuadidos de que el “éxito” de los países y de sus habitantes se mide exclusivamente a través del tamaño del Producto Interno Bruto, de la producción, del consumo, de la inversión externa y toda la larga lista de factores de inefable exactitud científica, pues los cambios a evaluar deben ser relativos.

Para los que creemos fervientemente que hay cosas más importantes que la plata, y más aún, que las cosas esencialmente importantes no tienen nada que ver con el vil metal y sus variaciones materiales, pues el cambio es inconmensurable. Qué difícil resulta intentar decir en sencillo, que lo que ha cambiado es, nada más ni nada menos que la autoestima, el amor propio y la dignidad de la enorme mayoría del país, segregada y excluida históricamente por su condición racial. El boliviano de a pie, en su amplia gama de colores cobrizos y ojos rasgados, se ha sentido, por primera vez, auténticamente reflejado y representado en el poder.

Iré más allá: para mí, este es el cambio más importante y positivo que ha experimentado este país desde la fundación de la república. Lo digo sin vueltas pues siempre he sido un convencido de que nuestro problema fundamental, que no ha permitido el desarrollo normal de ningún modelo, fue la exclusión racial de los indios por parte de una elite que usufructuó de todos los privilegios, a espaldas de su país. Hemos vivido históricamente un racismo profundo, incluso más perverso que el Apartheid sudafricano; en aquel país, por lo menos el racismo era más claro y se explicitaba en leyes y normas; sin un negro quería, por ejemplo abordar cierto autobús o asistir a cierta escuela, la prohibición estaba escrita. Aquí, el racismo era latente y ni siquiera requería de una norma para su estricta observancia. Había, entre innumerables ejemplos, un Colegio Militar para blancos y una Escuela de Sargentos para indios, y aquello era normal, pese a no estar escrito en ninguna parte.

En un despliegue de cobardía y poca vergüenza, esas elites que se beneficiaron del racismo directa o indirectamente, pasiva o premeditadamente, hoy intentan hacernos creer que nada ha cambiado porque supuestamente se habría desencadenado un racismo a la inversa que estaría afectando a “la gente decente” de éste país. Curiosa equiparación que expresa muy bien su concepto de igualdad: para algunos, el hecho de que un indio hoy ya no les baje la mirada, es tan terrible como todas las exclusiones y abusos que admiten haber ejercido contra los indígenas “porque así nomás eran las cosas”.

Junto a este proceso se ha producido también un recambio de elites, entendido como una sana suplantación de los motores económicos, políticos y culturales, menos visibles y menos glamorosas, pero mucho más eficientes y emprendedoras.

Cambios importantes se han producido también en otras áreas, probablemente sin el alcance y sin las contundencias posibles o deseadas. En lo económico, por ejemplo, si bien el anunciado cambio de modelo no pasó de ser una consigna de guerra, el peso del estado en áreas estratégicas y de recursos naturales, ha significado un giro político importante de un escenario que muchos consideraban divino e intocable.

Ha cambiado también nuestra vergonzosa sumisión al gobierno de los Estados Unidos. A cambio de unos escasos montos de cooperación, y a través del permanente chantaje ejercido por los organismos financieros afines a Washington, los norteamericanos ejercían tutelaje político, cuando no control directo de algunas instituciones. Muchos dirán que lo único que ha cambiado en cuanto a dependencia es el patrón, pero no parece razonable pasar por alto que el estrechamiento de relaciones con Venezuela obedece obviamente a una evidente afinidad ideológica, no implica sumisión y trae diez veces el beneficio económico que se recibía desde el norte. Hoy somos, desde donde se lo vea, un país más digno en cuanto a nuestra independencia.

La nueva constitución política del estado ha sentado las bases para la construcción de un nuevo andamiaje institucional del estado, más acorde con las nuevas realidades políticas y las aspiraciones de una enorme variedad de sectores y regiones. Mal que mal, de allí saldrá un nuevo estado, y quien no advierta cambio en eso, comete un error garrafal.

No sería justo ni razonable atribuirle los méritos de la naciente autonomía al gobierno, pero habrá que decir que en los momentos decisivos, el oficialismo hizo su parte y se subió al carro, aún a regañadientes. Inclusive eso, fue más de lo que hicieron los partidos del viejo régimen, que consideraron siempre que la descentralización administrativa y la participación popular eran más que suficientes y que nunca debía destaparse los que para ellos iba a ser “la Caja de Pandora”.

Pero me repito, el cambio mayúsculo e histórico tiene que ver con la realización de la población indígena a través de la ascensión de Evo Morales. A partir de ese hito, el país nunca más será el mismo. Hemos encarado la solución de nuestro problema medular, el racismo. Como el alcohólico que deja de beber o el enfermo de cáncer que se somete a la cirugía y a la quimioterapia, hemos emprendido el camino correcto. El resto, vendrá con el tiempo.