jueves, 21 de agosto de 2014

PumaKatari (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-21/08/14)

Lejos de ser un vehículo o un bus de transporte público, el PumaKatari es sin duda uno de los acontecimientos políticos más gratos de los últimos años. En medio del estancamiento del proceso constituyente, donde reina la mediocridad y la nada se ha vuelto el pan de cada día, hay que fijarse y buscar con cuidado los hechos políticos que signifiquen algo y que puedan tener algún grado de trascendencia. El PumaKatari es uno de ellos. No se trata de un proyecto multimillonario, y probablemente ese sea uno de sus valores más relevantes, pues lo diferencia de otros proyectos que no han podido disimular el tufo electoral, como el satélite, que comparte el mismo apellido y el teleférico, que comparte la misma ciudad. El PumaKatari es una respuesta concreta a una demandas y necesidades agobiantes de una inmensa mayoría de la población; esa que no tiene auto nuevo “cero full” recién sacadito de la tienda. El problema del transporte ha ido creciendo y acumulándose durante muchísimos años, al punto de convertirse en la principal amenaza para la calidad de vida de los ya sacrificados paceños, que además, debemos soportar la colección de colerones que nos significan ser la sede de gobierno. Parecía que los paceños habíamos ya perdido la guerra (porque en eso se había convertido) con los choferes y que éstos se erigirían definitivamente como los dueños de la ciudad, amparados en sus prácticas sindicales mafiosas y en su histórico espíritu abusivo y patotero. Las cosas habían llegado a tal límite, que cuando salieron a las calles los primeros PumaKataris, esa gran mayoría que es la ciudadanía de a pie, se tomó el asunto con una seriedad realmente impresionante. No ha pasado ni medio año, y creo no equivocarme al afirmar que esto no es más un proyecto del alcalde Revilla ni del MSM, porque la gente se ha apropiado de él. No se explica de otra manera el microclima de híper civilización móvil en el que se ha convertido. Entrar al PumaKatari es un viaje en el tiempo o en el espacio, a otras épocas o a otros lugares; subiendo nada más una gradita, se accede a una realidad alterna que nos sustrae de las precariedades de la gran ciudad, y que nos hace sentir en el cielo, en comparación al infierno de los minibuses. Allí a nadie se le ocurre colarse en la fila; a nadie se le ocurre bajarse dónde más le convenga; a nadie se le ocurre comer o incomodar al resto de los pasajeros rompiendo las reglas establecidas; a nadie se le ocurre dañar la propiedad pública, y las únicas discusiones que se escuchan son las de la gente peleándose por ceder el asiento o por reprender a algún eventual desubicado que no quiere hacerlo. El ciudadano intuye y sabe que se encuentra ante un problema y una respuesta de grueso calibre, y por consiguiente ha tomado la más difícil de todas las decisiones: cambiar su propio comportamiento. Esa es una victoria colectiva mayor que pocas veces ocurre y que vale la pena festejar. Se suma a todo esto el valor político que representa el éxito de una empresa pública prestando un servicio público no concesionado, de manera amable, eficiente y sostenible. Que conste que he dicho sostenible y no rentable, en contraposición a lo que siempre nos trataron de hacer creer los ultra liberales, buscando siempre la excusa para privatización. El PumaKatari es un ejemplo de la recuperación de lo público por el público; un público dispuesto a cuidar y a defender esté servicio de la bronca de los transportistas y de su enemigo número uno: el presidente del Concejo Municipal, mandado por el MAS a buscar el pelo en la sopa, a como dé lugar.

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