jueves, 17 de julio de 2014

Las listas (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-17/07/14)

El día de la presentación de listas a candidatos a diputados y senadores es un día clave en la ya ajetreada vida de los partidos políticos. Más allá de lo que se diga o se aparente, en las listas se lee quién es quién en la tropa, y de qué tamaño la tiene. Allí está todo en blanco y negro y no hay dónde perderse; es una fotografía cruda y descarnada de la vida y de las miserias de todos los precandidatos, que han hecho piruetas y filigranas de todo tipo durante cinco largos años, alimentados por una sola obsesión: las listas. Entrar en las listas es el fin último, pero no crean que aquello es suficiente; estar en el fondo o fuera de la bendita franja de seguridad, es un premio envenenado que sabe a castigo; algo así como el Balón de Oro para Messi en el mundial de fútbol. Los rellenos fuera de la franja son el premio consuelo y el pequeño gesto de reconocimiento a la existencia de dirigentillos de cuarta que no pinchan ni cortan y, claro, que no tienen dónde caerse muertos. ¿Entonces hay que estar a como dé lugar arriba en la lista, y dentro de la franja? Obvio, pero eso tampoco es suficiente, porque créanme, ser suplente no es para nada lo mismo que ser titular. Lo mismo en el mundial; una cosa es que convoquen, si, qué lindo; otra muy distinta es mirar a tus compañeros toso el campeonato desde el banco. La cosa es mucho peor ahora que antaño, pues creo que solo te amollan mitad de la dietita, o incluso nada si no estás supliendo al titular. Peor aún, ahora que no se puede ir y venir al antojo entre el legislativo y el ejecutivo, las chances de que el titular suelte el curul, son medio escasas. El esforzado y sacrificado dirigente partidario vive y respira en función de sus expectativas en las listas. Durante un lustro, todo lo que hace, todo lo que dice y todo lo que gasta lo hace en función de entrar a las listas, o mantener su lugar en ellas, cambiando de cámara tal vez. El lugar que obtenga en las listas será una especie de calificación, una nota que alguien le pondrá a cinco años de su vida; una calificación al revés en la que el que tiene un uno, es diez veces más capo o más platudo, que el que tiene un siete (el séptimo está siempre fuera de la franja). Hay varios caminos que conducen a las listas, unos largos, otros más cortos. Para el hombre de partido que está convencido que tanto tiempo y dinero invertidos le deben garantizar un lugar, la cosa se pone siempre cuesta arriba. No solamente debe cumplir los requisitos institucionales, léase capacidad de convocatoria y movilización de bases, designación oficial en congresos partidarios, kilométricas firmas en cartas de apoyo, padrinazgo de algún jerarca del partido y demostrada lealtad con el jefe y sus familiares. Una vez cumplidos los requisitos formales, el aspirante al lugar seguro de las listas sabe que sus méritos partidarios, reales o supuestos, valen muy poco cuando el pragmático jefe ha decidido que su lugar en la lista tiene que ocuparlo aquel acaudalado donante que gira cheques de seis ceros, o aquel afamado periodista que puede mover hartos votos, o el dirigente de tal organización social, o el aliado de último momento, o cuando no, el pariente cercano del jefe, que no puede quedar fuera, por supuesto. El camino institucional y orgánico a las listas es para el dirigente, una mamada que no existe. La decisión final la toma el jefe y nadie más que el jefe, pensando en los equilibrios de poder de la real politik, en los que le amollaron la campaña, en los compañeros de partido con capacidad de joderlo, en la parentela, y en alguno que otro chupamedias. Eso si, nunca pensando en las ideas y la capacidad intelectual, porque usted sabe, esas cojudeces no ganan votos.

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