domingo, 31 de octubre de 2010

Liberales de pacotilla (Suplemento Ideas-Página Siete-31/10/10)

Pese a las aburridas miserias de la política cotidiana y a su reflejo amplificado y además deformado por un sistema de medios mediocre también, estamos viviendo en éste país una época riquísima, apasionante y repleta de desafíos y de perspectivas futuras. En realidad esta no es ninguna novedad para Bolivia; hemos sido casi siempre un país súper desarrollado políticamente, y muchas veces, las cosas acá han ocurrido antes que en el resto de la región, de maneras fantásticamente distintas, y además en expresiones democráticas novedosas, vitales, y asombrosamente pacíficas.

El correlato de esa madurez política fue siempre extraño y desconcertante: un subdesarrollo económico expresado dramáticamente en la extrema pobreza de las grandes mayorías indígenas, campesinas y mestizas. Curiosamente, los bolivianos siempre hemos encontrado los destinos y los caminos correctos en nuestra compleja historia, pese a nuestras elites y pese a sus expresiones políticas. Hoy, una vez más nos estamos demostrando a nosotros mismos que somos absolutamente capaces de forjar nuestros propios destinos, así como somos, múltiples, diversos, plurales. La diferencia esta vez es que junto al proceso de desarrollo político, estamos experimentando también una explosión económica sin precedentes.

Esta vez, finalmente, la gesta política tiene un correlato de bonanza y prosperidad que no beneficia solamente a las elites, si no que ha alcanzado a enormes porciones de la sociedad que nunca habían participado de la fiesta. Nuestra economía ha dado un par de pasos gigantes en los últimos años, y para cerciorarse de eso no hay que ser un experto; la plata se siente en la calle, y allí adonde uno vaya se advierte que la cosa fluye con un dinamismo que jamás habíamos visto. Acá es cuando salen al ataque los economistas miopes y la tropa de malintencionados o ignorantes de la realidad de su país, a decir que esto se debe exclusivamente al narcotráfico o a la buena fortuna de los precios de las materias primas en el mercado internacional, o a los bonos que reparte el gobierno.

Por supuesto que estos factores contribuyen positivamente a la buena salud de la economía, pero creo que no son los únicos y no son suficientes para explicar la dimensión y el alcance de lo que está ocurriendo. Para empezar nada de esto estaría pasando si es que el gobierno no hubiera tomado la decisión de mantener las reglas de la macroeconomía con una disciplina que podría causar la envidia de cualquier gobierno neoliberal. Las reglas de juego del capitalismo siguen intactas, con la diferencia de que el proceso político ha traído consigo un recambio de élites que la ha dado un extraordinario vigor a los agentes que han ocupado el lugar de locomotoras de la economía. El capitalismo, lejos de ser afectado, ha sido remozado con actores que asumieron sus retos con gran eficiencia, que demostraron ser realmente campeones sin necesidad de ostentar nada, y que hoy además se sienten reflejados y representados en el poder.

Pero eso no es todo; junto al reemplazo de las decadentes élites económicas, atrofiadas por el prebendalismo estatal y limitadas por su espíritu señorial, el cambio político devino también en un gran ensanchamiento de las clases medias y en la entusiasta incorporación al mercado de amplios sectores, tradicionalmente marginados.

Podemos coincidir en que todo esto no fue invento ni creación exclusiva del actual gobierno y que más bien parece que estamos cosechando los frutos de todos los esfuerzos conjuntos desde la recuperación de la democracia en lo político, la sacrificada conservación de la estabilidad económica y los diversos esfuerzos por perfeccionar los mecanismos de participación e inclusión social. Treinta años de esfuerzos supremos (pese a las dirigencias de antes y de ahora) se traducen en un país distinto, lleno de oportunidades. Pero tampoco podemos ignorar que esto no hubiera sido posible sin el cambio fundamental que ha significado el ascenso (sin movilidad social no hay capitalismo posible), el empoderamiento y la auto dignificación de los indios y los cholos (es decir de las mayorías).

Esa enorme fuerza económica, muy precavida y hasta medio clandestina, aprendió rápidamente que en el capitalismo uno vale lo que tiene, y entonces se soltó y mostró su esplendor sin complejo alguno, jugando ahora de igual a igual con los hasta hace poco dueños de la pelota. Esto es lo que le ha dado el tamaño y la calidad que requería nuestro vetusto capitalismo.

Es por eso que me muero de la risa cuando escucho a los dizque liberales lamentarse de lo que está haciendo el gobierno. A ellos les digo desde aquí que deberían erigirle a Don Evo un monumento en cada esquina, pues es gracias a este proceso que el capitalismo se ha impuesto verdaderamente, libre de sus principales amenazas: la exclusión y el racismo (no hay sistema que funcione en esas condiciones). Lo que pasa en realidad es que andan por ahí muchos señoritos con mentalidad gamonal que, para disfrazar sus prejuicios raciales, se hacen pasar por liberales. A ellos no les importa que el capitalismo haya echado raíces firmes y recibido el mejor abono; a ellos les preocupa haber perdido sus privilegios; ellos preferían un país pre capitalista y feudal, en el que obviamente ellos eran los señores, dueños de vidas y haciendas; ellos, lejos de festejar esos nuevos mercados, jóvenes, frescos y viriles que se pasean en los pujantes malls de nuestras ciudades, se crispan y se asquean por el color de su piel; ellos son los racistas que al hablar de política, se hacen pasar por liberales.

jueves, 28 de octubre de 2010

El quienes, el cuándo y el cómo (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-28/10/10)

Imagínese usted que Evo Morales logre recuperar acceso soberano al mar durante su gestión. Bueno, si ya se recuperó del sofocón, tomó un vasito de agua y está dispuesto a seguir con la lectura de ésta columna, puedo compartir con usted mi impresión de que esto es muy poco probable, pero tampoco imposible.

Partamos del hecho prácticamente irrefutable, de que si hay alguien con las condiciones suficientes para realizar una hazaña de esa envergadura, el único sería el presidente Morales. Ningún régimen ni ningún mandatario, ni en Chile ni en Perú, estaría dispuesto a acordar nada con un presidente que no tuviera el grado de legitimidad y apoyo, tanto interno como externo, que tiene el primer mandatario. Si hay algún arreglo exitoso con Chile en el tema marítimo, el único que podrá hacerlo es él, pues no se vislumbra en el futuro mediato a nadie que reúna las complejas características necesarias para resolver un problema tan grande.

En el lado chileno, curiosamente, el gobierno derechoso de Sebastián Piñera es mejor interlocutor que sus predecesores, más amigos y más cercanos a Evo políticamente hablando, pero incapaces de tomar una decisión que afecte la soberanía chilena. Ya lo sé, usted se debe estar preguntando, al igual que yo, cual es la diferencia entre la izquierda y la derecha chilenas. Al parecer algunas diferencias hay, y una de ellas tendría que ver con que la derecha, al contrario de lo que ocurre en otros países, tiene mayores credenciales en el tema del nacionalismo. En un país que no ha podido sanar sus heridas del pasado, solamente los ultra conservadores podrían darse el lujo de intentar arreglar el problema con Bolivia. Hacerlo en serio, digo.

El “quienes”, entonces, estaría en su mejor momento, cosa que no es poca, porque bien puede darse la circunstancia de que el “cuando” y el “cómo” esté en su punto, pero el “quienes” falle en uno de los lados. Lamentablemente los lados son tres, y el lado peruano, pese a las recientes y halagüeñas declaraciones, deja mucho que desear en términos de confianza.

El “cuando” también pinta bien. Este año ha sido para Chile un año súper intenso, parecido a una montaña rusa, y tengo la impresión de que el gobierno de Piñera ha decidido agarrar el impulso y aprovecharlo de todas las maneras posibles; una de ellas podría ser la que nos importa. Comenzaron el año con un cambio de gobierno después de casi veinte años de Concertación, luego el feroz terremoto, que derivó en un papelón internacional, y luego el culebrón de los 33, que les dio la oportunidad de reivindicarse con creces ante el mundo. Y todo esto en el año de su Bicentenario, y en el medio del lío con los Mapuches

La altísima exposición de Chile en la escena mundial les está sirviendo para revertir la asociación única y directa que se hacía de ellos con el vergonzoso Pinochet. Hoy están cambiando su perfil ante la comunidad internacional, y esto obviamente les reportará muchísimas ventajas y oportunidades económicas. En ese contexto alguien podrá pensar allá que no estaría mal aprovechar de una vez de arreglar con los bolivianos, que no pierden oportunidad para avergonzarlos en foros internacionales.

Dos cosas caracterizan a los chilenos: su aversión patológica a la vergüenza, y su interés apasionado por la plata y los negocios. Un acuerdo con Bolivia podría matar dos pájaros de un tiro, por la enorme cantidad de ventajas que sacarían de él. El “cómo”, uf!, tendrá que ser tema de otra columna. En todo caso, el hecho de que un referéndum se esté siquiera discutiendo, es un avance increíble.

jueves, 21 de octubre de 2010

Prosperidad e ineficiencia, un acertijo a resolver (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-21/10/10)

Cada día me impresiona más la cantidad de plata que circula en la economía de éste país que, teóricamente, se cae a pedacitos. Solamente en la zona sur de ésta ciudad se están construyendo doscientos edificios de departamentos, cuyos precios superan la friolera de ochenta o cien mil dólares, y por los cuales aparentemente hay que hacer cola, porque la mayoría están ya vendidos un año antes de la conclusión del edificio. No sea usted burro me dirá usted, lo que pasa es que los bancos ya no pagan intereses por los depósitos de la gente, y entonces los ex ahorristas ahora prefieren comprar bienes inmuebles y recibir por ellos jugosos alquileres.

Bueno, digamos que eso explica el descomunal crecimiento de la construcción en todo el país, desnaturalizándolo además como el principal indicador del desarrollo de una economía. ¿Y la ridícula cantidad de autos nuevos de súper lujo que uno ve pasar en cualquier parte del país, como si estuviéramos en las avenidas de un algún emirato árabe? ¿Y las filas de gente en restaurantes y boliches? ¿Y los flamantes malls en las principales ciudades, en los que la clase media se arremolina frenéticamente, como queriendo ponerse al día y recuperar veinte años de retraso? ¿Y el creciente derroche de alegría, pero sobre todo de millones en las fiestas populares? ¿Y las expectativas salariales de la mano de obra no calificada, que puede ganar fácilmente ciento veinte bolivianos diarios de jornal, y que, por lo tanto se ríe de janeiro ante la oferta de un “mísero” sueldo de mil o dos mil bolivianos?

Podríamos pasarnos la semana graficando con ejemplos la bonanza económica y explicando las particularidades de cada caso, y creo que al final coincidiríamos no más en que, en cuestión de guita, le está yendo bastante bien a casi todos, desde los más ricachones (comenzando por los banqueros que se están forrando como nunca), hasta los más pobretones, con la excepción quizás de algunos sectores de asalariados.

Razones que expliquen la Jauja también hay muchas, y todas con su respectivo peso. Que si el narco, que si los bonos, que si los precios de los minerales, que si la nacionalización del gas, que si la férrea estabilidad macroeconómica, y así un largo etcétera. Lo que me parece curioso, hasta el punto de la paradoja, es que al mismo tiempo que percibimos una notoria abundancia y prosperidad económica, percibamos también una ineficiencia gubernamental de las misma proporciones. Lamentablemente, el tema de la inoperancia es más que una percepción y responde a la triste realidad.

Y pese a la ineptitud manifiesta en cuestiones claves de gestión, la cosa fluye y la plata se mueve que da calambre; por mucho que parecen haberse empeñado desde el gobierno en despreciar el valor del conocimiento y la importancia de la eficiencia, al parecer el terror de “udepizar” la gestión ha devenido en una tremenda disciplina financiera, que a su vez ha sido terreno fértil para que las renovadas y frescas elites económicas, así como las crecientes clases medias, ejerzan con gran frescura y renovado entusiasmo, el más puro de los capitalismos.

Esta contradicción es un botón de muestra de los posibles escenarios que se vienen en un futuro cercano, de lo difícil que será identificar y diferenciar a la derecha de la izquierda y en saber quiénes son los representantes de uno y de otro lado. Las cosas podrían ser distintas a cómo se pintan ahora, en una atmósfera de polarización forzada y agravada por el racismo. Estas paradojas dejan sin dudad mucha tela por cortar.

domingo, 17 de octubre de 2010

De todo en el jardín de la libre expresión (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-17/10/10)

Quienes, con ese tonillo despectivo de autosuficiencia y desprecio, no pierden ocasión de decir que éste es un país surrealista en donde ocurren cosas inverosímiles e incomprensibles “para la gente civilizada”, ésta vez tienen toda la razón. Veo el revuelo de medios y periodistas acerca de lo que es y lo que no es libertad de expresión, y la verdad es que no puedo creerlo. Efectivamente, ahora me siento en un país de locura, en el que, con la mayor naturalidad, todo el gremio periodístico cierra filas y hace espíritu de cuerpo, aludiendo a la pureza del periodismo como si nada hubiera pasado en éstos últimos años, tratando de instalar la idea engañosa de que el periodismo boliviano hoy es el mismo que el de 1982 cuando se recuperó la democracia, y que con la regulación de los medios esa democracia habría terminado.

Semejante impostura se ventila en los medios como si nada, y claro, nadie se anima a denunciarla y a juzgarla públicamente, por el miedo a ser “políticamente incorrecto” con los poderosos periodistas, cosa que al parecer puede resultar muy peligroso, o por evitar ser tachado de masista y defensor del gobierno (otro exitoso ejercicio de maniqueísmo administrado desde los medios). En las intervenciones públicas de dirigentes gremiales, sindicales y empresariales, así como en los melodramáticos intercambios entre periodistas en el Facebook, no he percibido ni siquiera un atisbo de autocrítica y de honestidad intelectual en el análisis del papel de los medios en la realidad actual. Parece que la mayoría de los periodistas y comunicadores ligados a medios de comunicación, creen que con la consigna fácil de “sin libertad de expresión no hay democracia”, lograrán rápidamente una victimización absolutoria que borre de un plumazo su participación y su responsabilidad en desmadre de este país.

Yo no estoy dispuesto a congraciarme con mis colegas y amigos periodistas guardando silencio o subiéndome a la ola que han fabricado a su conveniencia, para sumar adherencias en su enfrentamiento con el gobierno. No lo voy a hacer porque no creo que las cosas sean así como las están planteando, porque creo que otra vez están cometiendo el error de insultar la inteligencia y el grado de conciencia de la gente, y porque lamentablemente, a punta de embarrarla una y otra vez, han liquidado nuestro principal activo, la credibilidad. Y, por supuesto, creo que ya no podemos seguir en la misma actitud suicida.

Para poner las cosas en su verdadero contexto, hay que decir que muchísimos medios son en la práctica partidos políticos y actúan como tal, manipulando información, mintiendo, ocultando lo que no les conviene, sesgando la realidad a su antojo, y pisoteando sistemáticamente los principios de la democracia y de la ética, haciéndolo además con pésima calidad periodística. Encienda ahora mismo su televisión, y véalo con sus propios ojos. Los estudiosos del tema sostienen que luego de la caída del sistema de partidos tradicionales, éstos medios tomaron su lugar, llenando el vacío que dejaba la derecha. Yo me animo a ir un poco allá, y más bien creo que esos mismos medios contribuyeron a la caída de los partidos, mucho antes, en su afán de suplantarlos en su rol de mediación entre estado y sociedad. Lo hicieron porque de esa manera acrecentaban su poder político y acumulaban mayor influencia para apalancar sus negocios paralelos.

Me alucina, por decir lo menos, que en éste aparente debate público, conducido además sólo por sus interesados, se trate de hacerle creer a los ciudadanos que el periodismo es una institución impoluta y sacro santa, motivada solamente por el altruismo, la ética y el sentido de profesionalismo. Se da por sobre entendido también en los alegatos de la gente del gremio, que la objetividad y la imparcialidad son un atributo intrínseco de los medios, y que aquello además los exime de cualquier tipo de regulación externa, en la medida en que la auto regulación sería más que suficiente para ajustar sus escazas fallas, cometidas además accidentalmente.

Por favor, no exageren. Aunque les sorprenda saberlo, resulta que los ciudadanos sabemos que los dueños de los medios tienen posiciones políticas y agendas claramente definidas, y que para ejecutarlas, contratan a directores y periodistas que se ajusten al perfil político del medio (¿Quiere usted averiguar quiénes son los dueños de las redes de TV, y cuáles son sus antecedentes políticos?). Sabemos también que es imposible que un medio sea políticamente neutral, y que cualquier medio que se respete en mercados de mayor desarrollo periodístico, asume su tendencia de manera honesta y transparente, señalándole a su público que le está informando desde la derecha o desde la izquierda. Sabemos que el cuento de ser incoloros e imparciales es una gran mentira, que sirve para mentir con mayor eficacia.

Sabemos que en el jardín de la libre expresión existen medios comprometidos con la democracia y medios golpistas. Sabemos que hay medios que hacen periodismo por amor al oficio y otros que utilizan al periodismo para defender sus intereses económicos. Sabemos que hay periodistas de pura cepa y periodistas impostores, que utilizan al periodismo como trampolín político. Sabemos estas cosas hace mucho tiempo, y es por eso que los medios han perdido su poder de influencia omnímoda sobre la gente.

Y por supuesto, también sabemos que hace falta una nueva ley de medios que regule los excesos cometidos desde la prensa al amparo de la libertad de expresión, al margen de lo buena o mala que pueda ser la ley contra el racismo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Estábamos bien, en el refugio, los 33 (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-14/10/10)

Escribo esta columna con un ojo en el texto, y con otro en la esquina de la pantalla de mi computadora; allí puedo ver las imágenes de la televisión chilena, que transmiten en continuo las horas finales del drama de los 33 mineros de la mina San José. Cuando ésta se publique, el día jueves, lo más probable es que ya haya culminado la operación de rescate; y también es muy probable que se habrá realizado con éxito, pues el gobierno chileno no ha dejado ni un solo detalle al azar y no ha escatimado esfuerzo alguno en su empeño por rescatar a su gente, sana y salva, además de rápido. Saben muy bien que literalmente los ojos de todo el mundo están puestos sobre Chile, y que tienen entre las manos la vida de 33 héroes que se han convertido en símbolo nacional y en el momento culminante del año del bicentenario.

¿Qué es lo que les espera a estos hombres en la superficie de éste mundo después de 69 días de encierro en el fondo de un socavón? La vida en primer lugar. La luz hermosa del cielo andino, el aire puro de Copiapó y el abrazo retenido de sus familias y seres queridos. La alegría de dejar atrás el terror de una muerte horrorosa en las entrañas de la tierra, y el agradecimiento de haber sido bendecidos con una segunda oportunidad. Todo eso, y la nueva y letal amenaza que traen consigo la súbita fama y fortuna.

¿En medio de la angustia, el hacinamiento y el agobio del encierro, sabrán ya, estarán plenamente conscientes de lo que les tocará enfrentar? Se dice que no hay gente más fuerte en el mundo que los mineros, sin importar de qué país sean, pero cargar en las espaldas el peso de ser un héroe nacional, una celebridad mundial y un casi millonario, de la noche a la mañana, se me ocurre que debe ser un peso demasiado grande para cualquier persona, más aún si éste caso se trata de gente humilde y sencilla, gente muy pobre para decirlo claramente.

Del páramo desolado y árido en el que trabajan, a los 33 les está esperando un crucero con todos los gastos pagados por el mediterráneo, un partido de homenaje del Real Madrid en el Santiago Bernabeu, otro partido homenaje en Inglaterra, creo que ofrecido por el Manchester United, un cheque de cinco millones de pesos para cada uno donado generosamente por un magnate chileno, la indemnización que seguramente tendrá que pagarles la compañía minera, los pagos por entrevistas concedidas a medios de comunicación capaces de firmar cheques de seis ceros por una exclusiva, una lista kilométrica de contratos publicitarios, alguna que otra oferta para convertirse en actores de cine o presentadores de televisión, y con toda seguridad, una infinidad de regalos y premios donados por cientos de empresas de manera oficiosa, con la intención de recompensar su coraje, pero también con la esperanza de sacar su tajada publicitaria del más real de todos los realitys que se ha visto.

La experiencia que se conoce de gente que ha sido embestida por esos cambios abruptos, dice lamentablemente que acaban mal, y que cuando se les acaba el dinero y los medios los echan al olvido (cosa que ocurrirá con certeza, al cabo de poco o mucho tiempo), los afectados terminan desarraigados de su realidad, con las familias rotas, en la quiebra y en la amargura de la gloria perdida.

Ojalá esa cruel historia no se repita esta vez. Ojalá la fama y la fortuna no demuestren ser más perversas que el peor accidente. Ojalá que el inusual final feliz sirva para mejorar el destino de miles de mineros que sobreviven emboscados por la codicia de sus patrones y el descuido de sus estados. Ojalá.

jueves, 7 de octubre de 2010

Un poco más allá de lo obvio (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-07/10/10)

Qué difícil se hace no escribir esta semana sobre la carambola presidencial en las corotas de un desafortunado funcionario edil, en la acostumbrada pichanguita de los domingos. Digo carambola, pensando en una de sus acepciones, que dice que es un doble resultado, alcanzado mediante una sola acción. Qué difícil también es no caer en la obviedad, respondiendo al reflejo inmediato, pues esto no sería otra cosa que repetir lo que en los medios se ha dicho hasta el cansancio, lo que se comenta en la calle con mucha picardía popular, o lo que algún avivado opositor quiere interpretar a su favor.

Lo obvio, en términos de la cobertura mediática y de nuestra lectura urbana, racional, moderna, liberal, civilizada, o como cuernos quiera usted llamarla, es reaccionar inmediatamente diciendo que bien haría el primer mandatario en cortar esa historia de los partidos de fútbol con gil y mil; si quiere jugar sin correr ningún riesgo y con la garantía de que no lo va a marcar nadie y que la van a pasar la pelota para que meta el golcito, pues que juegue solo con sus empleados o sus acólitos. Jugar contra changos, contra profesionales, contra mañudos, contra figuretis o contra gente a la que le caes mal, es un riesgo no solamente para él, sino para cualquiera, y parece que no está dispuesto a asumir las consecuencias.

Lo obvio es también pensar que hay que estar bastante desquiciado para reaccionar de esa manera sin medir las secuelas. Se pueden entender los niveles extremos de estrés a los que puede estar sometido el presidente, y la posibilidad de que estos hagan erupción en el desahogo deportivo, pero de ser así, el caballero tendría que haber asumido su error inmediatamente después del incidente o del partido, y disculparse con el agredido, con el público asistente, y con el resto de los habitantes del planeta que vieron las imágenes en la tele.

Lo obvio es por último indignarse por la actitud patotera y matona del cuerpo de seguridad del presidente y de las fuerzas del orden presentes, que, terminado el partido, intentaron arrestar sin razón alguna al agredido. Eso da bronca porque tiene sabor a cobardía, y porque simplemente es una locura que muy difícilmente pudo haberse realizado sin el conocimiento y la venia del presidente.

Lo menos obvio es detenerse un segundo a reflexionar, y asumir que ese tipo de actitudes tan shockeantes para una parte de la población, pueden no serlo tanto para otra; que la agresividad mostrada por el presidente, en otro contexto cultural, probablemente no tiene los mismos significados y efectos; que seguramente para millones de bolivianos que piensan distinto a nosotros, la cosa no fue tan del otro mundo, pues tienen una sensibilidad diferente en cuanto a lo que puede ser violencia y abuso, y lo que puede ser el pan de cada día desde tiempos ancestrales; que muchísimos de nuestros compatriotas lo eligieron presidente y lo quieren porque justamente es un hombre duro, de impulsos jodidos, que hace lo que siente y es auténtico, como ellos; que lo que hemos juzgado como un acto de soberbia inadmisible de parte del primer mandatario, es por lo menos una actitud abierta y evidente, y que no fuimos tan severos con otros presidentes, cuya soberbia y altivez fueron descomunales, pero menos manifiestas.

Así pueden ser las cosas, dependiendo del cristal con que se las vea, claro, siempre y cuando decidamos ir un poquito más allá de lo obvio.

domingo, 3 de octubre de 2010

Racismo, cinismo y cobardía (Artículo Suplemento Ideas-Página Siete-03/10/10)

Vivimos en un medio que, además de ser racista, es hipócrita y cobarde. Poco me interesa enfrascarme en la discusión acerca de las formas de la ley contra el racismo que se trata en la Asamblea. Creo que es necesaria, y creo también que, como toda ley, representará mejor y favorecerá más a quienes ejercen el poder. Tratándose de un tema tan difícil, seguramente también saldrá con muchas fallas, unas de mala fe y otras no, y habrá que ir perfeccionándola en el camino. No es ése el problema. Lo que sí representa un problema para mí, al punto de indignarme y avergonzarme, es el cinismo con que los privilegiados de éste país estamos afrontando el asunto. Yo que pensaba que a mi edad, ya nada podía sorprenderme en este mundo, he quedado atónito y boquiabierto escuchando a la pequeña burguesía paceña opinando en cafés, boliches y reuniones sociales.

Lo que hasta hace algún tiempo se insinuaba tímidamente, con cautela y hasta cierto rubor, hoy es una verdad instalada que se la defiende en público y sin vergüenza alguna: resulta que en éste país nunca hubo racismo. Resulta también que ninguno de los blanquitos de la zona sur hemos ejercido racismo en contra de nadie. Resulta que nunca nos hemos beneficiado en nada de ese racismo inexistente. Resulta que tampoco sabíamos de nadie que hubiera sido racista, y resulta además que en realidad los blanquitos somos ahora víctimas del racismo que estos indios ejercen contra nosotros. Habrase visto semejante atropello y abuso en contra de nosotros, pobrecitos, que no tenemos nada que ver en esto, y que ahora somos acosados por la sed de venganza y revancha de éstos resentidos que quieren desfogar su miseria injustamente contra nosotros inocentes.

Para la opinión pública de cafetín y recepción, y para la agenda de los medios, el racismo es un tema de tercer orden, después del riesgo que podría correr la libertad de prensa, y después de la trivialización cínica e insultante que la ex burguesía hace del asunto: “… ¡y ahora, cómo vamos a llamar a los sándwiches de chola, o cómo vamos a decirle Negro al fulanito, sin que nos metan a la cárcel¡ ”

De pronto nos hemos hecho los desentendidos y hemos olvidado que en nuestros livings y comedores se dijo siempre que el atraso de éste país se debía a que no habíamos hecho como los chilenos, que exterminaron a sus indios, y que tendríamos que cargar con el error histórico de no haber hecho igual. Astutamente, también nos hemos olvidado que en nuestra más íntima cotidianeidad, los otros, los que no son medio blaconcitos y de buen apellido, siempre fueron las “taras” (palabra que no existe en aymara, pero que en español, le recuerdo, quiere decir “defecto físico o psíquico, por lo común importante, y de carácter hereditario”), los cholos, o la mayoría de las veces, los indios de mierda. ¡Qué capos! Ya no recordamos la brutal distinción que siempre hicimos entre “la gente bien” o la “gente decente” (donde se infiere que el resto son gente de mal o gente indecente), y los demás, a los que generalizamos y estigmatizamos sin importar mucho el tono de piel o la procedencia étnica. Para nosotros lo mismo da un indígena del norte de Potosí que un mestizo aymara comerciante y millonario: ambos son simplemente unos indios de mierda, y los asociamos directamente con los adjetivos de mugrientos, hediondos, flojos y ladrones. ¿Le suenan las palabritas runa (hombre indio), llama, cholo, tujta? No, me imagino que no, usted nunca usó esos términos peyorativos y racistas.

La “gente pensante” como nosotros (altos, rubios y angloparlantes), seguramente queremos convencer al mundo de que el hecho de que en casi doscientos años de vida republicana no haya habido ni un solo presidente indígena, es una mero acto del azar; que la diferencia de diez a uno en los ingresos de indios y blancos debe ser porque son unos ociosos y viciosos que se tiran la plata en prestes y bacanales; que la brecha entre los niveles de instrucción de los fortunes y los mamanis se debe a la tozuda estupidez de esta gente, que insiste en mirar al pasado y en hablar esas lenguas de salvajes que no sirven para nada; que si hasta hacen cinco años, el 99.99% de los ministros, senadores, diputados, embajadores y personal jerárquico en la empresa pública y privada, fueron miembros de la élite blanca, pues es pura coincidencia; que si había un Colegio Militar para blancos y una Escuela de Sargentos para indios, pues era por razones humanitarias, para que no se sintiesen incómodos los unos con los otros.

A nosotros nunca nos benefició en nada el racismo que dicen que había en éste país. Si los índices y las estadísticas muestran que a los más claritos nos ha ido cien veces mejor que a los más oscuritos, pues es seguramente porque hemos sabido elegir mejor, y porque nosotros sí somos muy trabajadores y honestos.

¡Por favor! Tengamos por lo menos el valor civil de asumir nuestra responsabilidad individual y colectiva de haber permitido tal cosa, y haber vivido a nuestras anchas en un país en el que el racismo nos ha dado innumerables ventajas por el simple hecho de nuestro color de piel y de nuestro apellido. Y claro, si no lo hemos sentido, es porque nos ha tocado vivir en el lado de los beneficiados. Demos gracias además, por tener la oportunidad histórica de resolver con votos y con leyes (aunque sean medio mañudas), un problema que generalmente se resuelve a tiros.

A mí, me cuesta ser menos racista cada día, y me caerá bien la ley, para recordarme mis privilegios e intentar no reproducirlos en mis hijos y en los hijos de “los otros”.